Breve esbozo sobre feminismo, descolonialidad y cimarronaje

Breve esbozo sobre feminismo, descolonialidad y cimarronaje

La autora recuerda que la prácticas liberatorias y de producción de mundo otro como la del cimarronaje están ocultas e invisibilizadas como parte parte de una historia de resistencia activa, por ello invita a incluirlas en los feminismos descoloniales, caribeños y negros y pensar un feminismo cimarrón.

11/11/2020

Ilustración: Señora Milton

El mes pasado en todo Abya Yala estuvimos conmemorando un año más de la infortunada llegada del blanco colonizador a nuestros territorios. Como desde hace algunas décadas, el movimiento indígena, negro y popular de todo el continente y decenas de organizaciones migrantes en Europa y los Estados Unidos aprovechan la fecha del 12 de octubre para recordar el genocidio, la explotación, la crueldad y toda la desgracia que devino a los pueblos extraeuropeos a partir de entonces. Como parte de las diferentes actividades organizadas dentro del Octubre Cimarrón -una agenda de eventos organizada por un conjunto de organizaciones en República Dominicana- llevamos a cabo un panel donde feministas de diferentes países del Caribe intentamos conversar sobre los retos y las posibilidades de cimarronear el feminismo. La pregunta que guio mi intervención fue la de si es posible aprender de la experiencia de la práctica del cimarronaje y recuperarla para el feminismo descolonial, antirracista y anticapitalista con el que estamos comprometidas. En esta nota balbuceo algunas ideas iniciales al respecto.

Me gustaría comenzar explicando lo que estamos entendiendo por cimarronaje, para preguntarme qué elementos nos podría aportar esta estrategia de fuga para nuestras prácticas políticas de hoy. ¿Tiene el cimarronaje alguna resonancia en nuestras luchas? ¿Tiene algo para mostrarnos y enseñarnos?

Corrientemente el cimarronaje suele asociarse a la idea de la persona esclavizada (india o negra) que se fuga de la plantación colonial. Hay por ejemplo, esta imagen iconográfica de un negro con el machete en la mano levantada que ha roto sus cadenas. Esta representación de romper las cadenas y de fugarse del sistema esclavista es clave pero debe ser comprendida en toda su dimensión performativa.

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En primer lugar, me interesa reflexionar aquí la manera en que esta representación nos interpela hoy como posibilidad de encontrar en el cimarronaje una práctica política de resistencia activa que nos puede aporta elementos sustantivos a nuestra práctica política actual como feministas descoloniales. Hourya Bentouham en su trabajo ‘Notas para un feminismo cimarrón. Del cuerpo-doble al cuerpo propio‘ (Revista Madrigera Violeta, 2018) nos hace consciente del peligro que implicó originalmente la práctica del cimarronaje para el sistema de plantación. Ya por su sola existencia, por el solo hecho de mostrar que es posible escapar, el cimarronaje como huida constituyó una afrenta, una desobediencia y un peligro para la institución colonial. Este peligro no fue un problema solo para el sistema económico de la plantación, más que nada se trató sobre todo de un peligro en términos simbólicos. El cimarronaje constituyó a todas luces un cuestionamiento al poder del amo blanco, un cuestionamiento a su régimen, una posibilidad de oponérsele y aceptarlo. Cada persona esclavizada que huía mostraba al régimen colonial que estos cuerpos sometidos a explotación tenían agencia, tenían capacidad de rebelarse, desafiando así su razonamiento de inferioridad. Pero no solo esto, cada persona esclavizada que lograba escapar dejaba sembrada la semilla de la rebeldía, el sueño de lograr alguna vez la libertad; instalaba en quienes se quedaban el deseo de escapar, instaba a no descansar hasta lograrlo. Por esto mismo “la guerra desplegada contra los/las cimarrones fue profundamente despiadada y feroz porque sus existencias mismas suponían una amenaza directa para las plantaciones”, afirma Bentouham.

Pero lo que tiende a quedar generalmente relegado en los análisis sobre el cimarronaje es que la huida del sistema dominante implica pensar más allá de la huida del sistema de dominación. La historia no termina con la liberación. Para que sea tal, la huida es mucho más que huida, hay una historia regularmente no contada del mundo que deviene de este acto de liberación y que debemos preguntarnos: ¿cuál es el mundo al que se dirige el o la cimarrona luego de que ha logrado escapar? Si solo nos centramos en el acto del escape, nos falta la mitad de la historia, nos falta aquella parte en donde el o la exesclavizada recobra, recrea, rehace, reinventa un mundo propio. Hay muchas experiencias posteriores y distintas al cimarronaje que nos muestran la posibilidad de que este nuevo orden en manos de quienes antes habían sido sometidos sea simple continuidad de aquel del que escapó. Al final siempre se trata de cómo el deseo de ocupar el lugar del poder se instala y corroe los cuerpos que han sido sometidos; este peligro existe y hay que estar muy vigilantes.

Por esto mismo, quiero expresar el cimarronaje como un modelo de resistencia y confrontación al sistema de plantación que no se cirscunscribe al acto de escapar o a los medios para logralo. El sujeto cimarrón es uno que es capaz de reinventar y levantar una comunidad nueva desde el despojo mayúsculo al que ha sido sometido. Sin nada material que le pertenezca es capaz de levantar una comunidad en medio del monte y alejado de toda la estructura colonial. Las comunidades cimarronas son levantadas por unos sujetos totalmente desnudos que, desde la nada y solo con su voluntad y con los recuerdos que traen individualmente en la memoria, son capaces de producir una nueva comunidad. La herencia simbólica y los fragmentos de mundo que guardan en sus cuerpos sobrevivientes es la potencia desde donde se levantan y reconstruyen una comunidad de codependientes. Reconstruyen el lazo fracturado en un nuevo territorio, con restos de la lengua original, con las diferentes formas de hacer que cada quien aporta de su antigua comunidad, una comunidad de la que ha sido arrancados y a las que ya no pertenecen, pero que resguardan en su presente como un saber que le recuerda quien es, de dónde viene y cómo puede ser el mundo.

Una tercera cuestión que me parece relevante es reconocer entonces que el cimarronaje no fue una gesta exclusiva de varones esclavizados. Como nos advierte Bentouham en el trabajo mencionado, tanto cuerpo con vulvas como cuerpos con penes, esos que desde la razón moderna serán nombrados como mujeres y varones, lograron fugarse de la plantación y existen evidencias históricas del rol de unos y otras en estas fugas individuales y colectivas y las comunidades que se fundaron a partir de ellas.

Mucho de esto lo conocemos y lo repetimos al hablar de cimarronaje. Pero cuando pasamos a pensar nuestras sociedades actuales, y aun más cuando pasamos a pensar desde “las mujeres”, se nos desdibuja esta herencia de resistencia comunitaria. Esto es claro si recordamos que, como nos advierte la teoría feminista negra y descolonial, cada vez que hablamos de “mujer” o “mujeres” partimos de una base de interpretación que responde a la experiencia de las mujeres blancas y el mundo de lo humano ordenado internamente por el sistema de género. Lo paradójico es la manera en que el feminismo blanco y/o eurocentrado, dando continuidad al relato moderno, reproduce estereotipos y miradas sospechosas e incriminadoras sobre los pueblos extraeuropeos, produciendo el mito de unas sociedades modernas a las que ellas pertenecen y que finalmente se van liberando del patriarcado, al tiempo que este parecería quedar estancado ahistóricamente y como algo preexistente en nuestras sociedades del sur global.

Con ello, prácticas liberatorias y de producción de mundo otro como la del cimarronaje quedarían ocultas, invisibilizadas, condenadas a priori, descartadas como parte parte de una historia de resistencia activa para ser rescatada dentro de una memoria histórica de las no blancas/no humanas. Esto permitiría entender porque nuestro feminismo en El Caribe no se ha preocupado por el cimarronaje, por investigar su modelo de organización social y rescatar de allí aprendizajes sustantivos a nuestras prácticas políticas actuales. El feminismo caribeño poco o nada ha dicho o se ha interesado en rescatar estas historias todavía viva en la memoria de nuestras abuelas y de comunidades enteras que representan hoy su legado vivo. Hemos estado más interesadas en aprender y repetir la memoria producida por el feminismo blanco y nos hemos unido a celebrar sus hazañas, logros y apuestas de vida.

Creo que definitivamente nos debemos la reconstrucción de esa historia del cimarronaje como práctica de resistencia y como modo de hacer/vivir el mundo por fuera del orden colonial que tendría mucho para aportarnos a las mujeres racializadas del Caribe y de otras geografías. Reconocer el cimarronaje como práctica de resistencia comunitaria donde las mujeres ocuparon un lugar de liderazgo y un lugar clave en la oposición al sistema colonial junto y en comunión al varón negro y afrotaino es importante, tan importante como reconocer y valorar esta unidad de coexistencia como propuesta de sociedad por fuera del orden moderno colonial racista capitalista (hetero)sexista.

La tarea de pensar un feminismo cimarrón debería atender a todos estas cuestiones que son relevantes a cuentas de abonar a los diferentes esfuerzos de descolonización de la teoría, el quehacer y el deseo feminista de este tiempo. El llamado a cimarronear al feminismo no puede pasar por alto lo que constituyó el cimarronaje como apuesta de vida comunitaria, de vida en relación. Esa apuesta más que discurso debería estar en el corazón de quienes estemos dispuestas a dar continuidad a este legado. Más que huida se trata de fugarnos, se trata de renunciar radicalmente al orden que nos constituye. Eso requiere el ejercicio de estar dispuestas, en este caso, a renunciar -parafraseando a Audre Lorde– “a los placeres más sutiles de nuestra esclavitud”, y estar dispuestas a escuchar las historias que nos llegan de esos mundos olvidados, inaudibles e invisibles a los oídos y a la mirada amaestrada por la colonialidad.

La apuesta cimarrona de hoy implicaría ver lo invisible, recordar lo que nos obligaron a olvidar, hacer un viaje sin retorno, ir hacia monte adentro, volver/ recrear la casa, soñar el pasado.

 

Especial #PikaraLab
Este contenido se enmarca en ‘Feminismo desde mi piel’, una colaboración con Mujeres con Voz y Calala Fondo de Mujeres. Financiado por el Gobierno Vasco

 

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