Partidas por la migración

Partidas por la migración

Mujeres senegalesas con un marido o pariente en Europa explican cómo la migración les ha marcado sus vidas.

09/09/2020

Colectivo de mujeres de Thiaroye. / Foto: Pau Coll – RUIDO Photo

Fatou observa el pasaporte en blanco de su hija menor con una mirada nostálgica. Una mirada de lo que hubiera podido ser si su marido la hubiese llevado a Francia a vivir con él, tal y como le prometió durante años. El pasaporte conserva las páginas interiores impolutas de un objeto que no ha sido jamás usado y la fotografía de una niña congelada en el tiempo. Ahora esa niña es una adolescente de 16 años que jamás ha conocido a su padre.

Fatou se casó a los 20 años con un senegalés que residía en Francia. Su abuelo aceptó la petición de matrimonio creyendo que casándola con un emigrante le estaba dando lo mejor a su nieta. “Cuando me casé pensé había tenido suerte, que había triunfado en la vida. Mi marido no me paraba de decir que me llevaría a Francia”, explica. Pero en 2008, justo cuando finalmente Fatou obtuvo el visado para ir a verlo, le comunicaron que su esposo había muerto.

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Senegal es un país en el que históricamente la migración ha sido una estrategia familiar y colectiva, pero también un acto de heroicidad individual. “El marido migrante es como un tipo sociocultural”, explica la antropóloga Beatriz García a partir de su trabajo etnográfico en Senegal para el Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). “Incluso hay pueblos, como en Mbour [ciudad costera a hora y media en coche de Dakar], donde se comenta que un hombre que decide no migrar tiene más dificultades para tener esposa, porque se desprende que no tiene empeño para mejorar la vida de su familia”, añade.

Hoy en día, 533.000 senegaleses viven en el extranjero, aproximadamente el tres por ciento de la población, según datos de la División de Población de las Naciones Unidas; de los cuales el 63 por ciento son hombres. Los datos indican que casi la mitad reside en Europa —con Francia, Italia y España a la cabeza— y el resto en otros países africanos. Aunque las mujeres siguen siendo minoría, cada vez más mujeres jóvenes deciden migrar de forma autónoma. Senegal es el cuarto país de África subsahariana al que más dinero se envía desde el extranjero; las remesas constituyen el 12 por ciento del PIB del país, según estadísticas del Banco Mundial.

En este contexto, muchas mujeres han vivido separadas de sus maridos. Abundan las familias transnacionales, compuestas de unidades domésticas ubicadas en distintos lugares. Además, los senegaleses tienden a mantener las familias dispersas aunque tengan la posibilidad legal de reunificarse, de acuerdo con un estudio de MAFE Project sobre las tendencias familiares de los migrantes senegaleses.

En España, la proporción por género de la comunidad senegalesa es del 80 por ciento de hombres y el 20 por ciento mujeres. Además, el 19 por ciento de los hombres senegaleses están emparejados en una unión transnacional y solamente el diez por ciento de los niños y niñas senegalesas son reunificadas con sus padres al cabo de cinco años, según el estudio de MAFE Project. “En la actualidad, y con la migración intercontinental, las distancias son más amplias, los viajes más caros y por motivos políticos y legales los migrantes no pueden volver. A veces, permanecen fuera durante años, y esto puede suponer una experiencia quizá más extrema para las mujeres”, explica la antropóloga Beatriz García.

una mujer negra arando la tierra con un rastrillo

Una mujer senegalesa trabajando la tierra. / Foto: Pau Coll – RUIDO Photo

Un año después de casarse, el marido de Fatou volvió a Francia, dejándola sola a cargo de una niña de cinco meses. Tuvo que esperar siete años para volverlo a ver y estuvo cuatro sin recibir una llamada. En la época de los 90, el teléfono móvil aún no había llegado a África. Cuando su marido regresó a Senegal, Fatou pensó que por fin podrían hacer una vida juntos, pero al cabo de un mes volvió a marcharse. Entonces, la vida de Fatou transcurrió entre la soledad, las visitas esporádica y el nacimiento de sus tres otras hijas. Las más pequeñas nunca aprendieron a decir “papá”.

Con la sabia perspectiva que ofrece el tiempo y la experiencia, Fatou cree que fue un error casarse con un hombre en el extranjero. “A las chicas jóvenes les diría que, si pueden, se casen con un hombre que viva en Senegal, que aquí también se puede salir adelante. Así la familia vive unida y los hijos pueden tener al padre a su lado”, argumenta.

En Thiaroye-sur-mer, un pueblo pesquero de las afueras de Dakar y antiguo puerto desde el que las barcazas salían hacia las Islas Canarias, un grupo de mujeres ha creado el colectivo Keul Noflaye para mostrar que en Senegal se puede salir adelante, que no hace falta migrar. En el pueblo que huele a pescado ahumado, arena de playa, sal marina y agua estancada, las mujeres transforman los cereales como el mijo para después venderlos y así tener unos pocos ingresos. Con la crisis del coronavirus han tenido que parar la producción y las existencias que tenían se les han terminado. Ahora están en una situación difícil porque tienen que pagar el crédito que les dejaron para empezar el proyecto. Además, la mayoría no puede apoyarse en su marido, hijo o pariente porque muchos han migrado y, en algunos casos, han naufragado en el intento.

Ndeye Ngom tiene dos sobrinos que salieron hace tiempo, cuando la migración no era tan popular, y desde entonces que no ha sabido más de ellos. Pero oponerse es una batalla perdida, sobre todo entre los jóvenes que no tienen trabajo. Mientras, las casas de los emigrantes del barrio destacan con sus acabados de azulejos y les recuerdan en todo momento que triunfar en el extranjero es posible. “Si les dicen a los hombres que se queden, que salgan adelante en su país, se ríen de ellas”, cuenta Cheikh Tidiane, promotor del colectivo de mujeres e inversor comprometido con la causa migratoria.

un grupo de niños negros juegan en el mar donde también hay pequeñas barcas de pesca

El mar en Thiaroye. / Foto: Pau Coll – RUIDO Photo

Incluso a las mujeres que reciben periódicamente dinero de sus maridos o parientes en el extranjero, las remesas solo les alcanzan para las necesidades básicas. Así lo confirma el estudio de Fatou Sarr Sow, reconocida socióloga senegalesa especializada en género, ‘Migración, remesas y desarrollo local sensible al género. El caso de Senegal’, elaborado en 2010 para las agencias de la ONU, UN-INSTRAW y PNUD. Según este estudio, las remesas suponen entre el 30 y el 80 por ciento de los ingresos en los hogares receptores y solo el 35 por ciento de las mujeres entrevistadas complementan las remesas con sus propios ingresos. Esto provoca que ellas sigan dependiendo del dinero que envían los hombres y que las relaciones de género y de poder se mantengan en los países de origen de la migración.

A Fatou las remesas no le cambiaron la vida. Más bien le complicaron la economía familiar. Aunque el dinero que le enviaba su marido le daba para cubrir las necesidades básicas, todo el barrio pensaba que era rica y la gente le venía a pedir dinero. Pero de lo que recibía, ella tenía que alimentar a sus cuatro hijas y repartir el resto con la familia política. “Yo no podía explicar que mi marido tenía problemas”, dice Fatou. “Si Francia hubiera sido como yo la imaginaba, ahora estaría sentada en una cómoda casa”, reconoce.

Fatou vive en casa de su hermano menor compartiendo una pequeña habitación con sus hijas. La pandemia del coronavirus les ha complicado aún más la economía familiar. Sin poder salir de casa, a Fatou le cuesta conseguir recursos para pagar la comida. “Podría haberme sacado el diploma [de secundaria] y haberme convertido en profesora. En cambio, lo dejé todo para casarme”, explica. Aunque después de tantos años de dificultades, ve que sus hijas están en la universidad o en la escuela y siente que finalmente ha salido adelante y les ha podido dar un futuro esperanzador. “Las mujeres debemos trabajar, no podemos esperar todo del hombre”, concluye.

En Senegal, cada vez hay más mujeres que realizan actividades remuneradas, sobre todo en la venta y el sector servicios. Según estadísticas de la última encuesta nacional demográfica y de salud realizada en 2017, el porcentaje de mujeres que realizaron algún trabajo los doce meses previos a la encuesta pasó del 40 en 2010 al 63 por ciento en 2017. Sin embargo, el dato más interesante es que el 85 por ciento de las mujeres trabajadoras y casadas deciden ellas mismas en qué usan su dinero.

Este avance hacia la independencia económica de las mujeres ofrece un nuevo espacio para retar las jerarquías sociales y las relaciones de desigualdad y de poder. En efecto, las estructuras familiares también están cambiando. Si antes las mujeres al casarse pasaban a vivir a la casa familiar de su marido, ahora, sobre todo en Dakar, “se tiende a un estilo de familia nuclear que consta de una pareja con hijos localizados en una nueva casa donde las mujeres se cuestionan la dependencia y sumisión a sus parejas masculinas”, argumenta la antropóloga Beatriz Gómez.

Una mujer negra de cuerpo entero posa delante de la pizarra de un aula

Hadi Diata. / Foto: Pau Coll – RUIDO Photo

Hadi Diata es un ejemplo de mujer independiente y esto le ha permitido vivir el matrimonio a distancia de manera muy diferente. Es maestra y directora adjunta de una escuela de primaria en Ziguinchor, la capital de la región sureña de Casamance, y durante el día está tan ocupada que no tiene ni un momento para pensar en su marido. En la escuela, se encarga de organizar los horarios y las clases, orientar a los padres y enseñar a los alumnos. No pasa ni un minuto sin que alguien la llame para que resuelva un problema. Cuando vuelve a casa, tiene que preparar la cena a su hija y corregir los deberes de los alumnos. “Supongo que es diferente para alguien que no tiene nada que hacer y se queda pensado todo el día en su marido”, dice.

Ahora que lleva más de tres meses en casa porque las escuelas en Senegal están cerradas desde el 16 de marzo a causa de la pandemia, esta nostalgia diaria le puede parecer un poco más cercana. Aunque ella dice que el hecho de que su marido viva en el extranjero la hace sentir más libre. “Cuando él está aquí, tengo que hacer la comida, limpiar la casa, tengo que dar el máximo de mí. Pero cuando él no está, si quiero salir, salgo, si no quiero cocinar, preparo cualquier cosa y si no quiero ir al supermercado, pido comida. Vivo menos estresada, más a mi aire”, reconoce.

Hadi asegura que la relación con su marido es buena. Hablan a menudo ahora que con internet y el teléfono móvil es más fácil la comunicación. Se ven una vez al año, normalmente en los meses de septiembre u octubre, y para ella es suficiente. Hadi piensa que, a pesar del coronavirus, su marido va a poder viajar en esa época. Al contrario que otras mujeres, Hadi no quiere ir a vivir a Alemania, dice que “el idioma es demasiado complicado”. Con su salario, se podría pagar el visado y el billete de avión para ir de visita, pero Hadi tiene otras prioridades, como acabar de construir su casa.


Este reportaje se ha realizado en colaboración con Open Arms y con contribución financiera de la Unión Europea a través de la beca Devreporter. El contenido de este es responsabilidad exclusiva de RUIDO Photo y de los autores, y en ningún caso se puede considerar que reflejen la posición de la Unión Europa.


El Salto&Pikara Magazine
Este contenido ha sido publicado antes en la edición en papel de www.elsaltodiario.com en el marco de un acuerdo de colaboración que tenemos con ellas

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