¿Para qué sirve una escuela?

¿Para qué sirve una escuela?

Tras un tercer trimestre del curso 19/20 atípico y marcado por las clases online durante el confinamiento, nos fuimos de vacaciones a descansar unas semanas con la esperanza de que nuestros políticos e instituciones elaborasen un plan de inicio del curso 20/21 detallado y seguro. Sin embargo, la realidad con la que nos estamos encontrando es diametralmente opuesta: una vuelta al cole a destiempo y sin medios que garanticen la seguridad de la comunidad educativa.

23/09/2020

Rosa Mª León Llamas presenta el nuevo protocolo a su clase. / Imagen cedida

La otra noche, mientras veía First Dates, recibí una carta de Javier Imbroda, el consejero de Educación y Deporte de la Junta de Andalucía, en la que nos daba la bienvenida al nuevo curso escolar (obviamente el lenguaje inclusivo brillaba por su ausencia) y nos aseguraba que su Gobierno había dotado a los centros con el material suficiente para garantizar la seguridad, cosa que cualquiera que tenga relación con el ámbito educativo puede desmentir. En el escrito, además, nos comunicaba que esta es una oportunidad para ayudar a nuestro alumnado “a crecer, a descubrir su talento y a vencer dificultades” y que el personal docente superaremos esta crisis con “capacidad de reacción, superación y altas dosis de pasión”.


Nuestro consejero parece olvidar que esto no se trata de un partido de baloncesto en el que se gana o se pierde, sino que las consecuencias de su gestión afectan a la salud de miles de personas. De poco nos sirve este speech motivacional cuando no contamos con medios suficientes que garanticen una vuelta a las aulas presencial y segura. Señor consejero, desde la comunidad educativa no queremos ser resilientes, queremos conservar nuestra salud física y mental.

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Madres agotadas

Las tareas del hogar durante el confinamiento y, entre ellas, ayudar a hijas e hijos con los deberes, recayeron en mayor medida en las mujeres, según la encuesta elaborada por Family Watch en la que más de 1.700 familias fueron entrevistadas.

A.F.F. es madre de dos niños de tres y ocho años. “Desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde era una batalla campal. Me sentía con la responsabilidad de tener que desempeñar el papel de maestra y tener que saber a fondo de todas las áreas. Pero había cosas que sabía y muchas otras que no. Me sentía inútil, estresada, frustrada e ignorante. Tenía que corregir actividades y mandarlas por correo desde mi móvil ya que no dispongo de PC o tablet. Mi hijo de ocho años se encontraba decaído y agobiado por toda la situación. Yo era madre, profesora, psicóloga y ama de casa”, cuenta.

A base de necesidad y de manera espontánea, empezaron a surgir lazos de apoyo entre las mismas familias. “Había madres que no tenían correo y no lo habían usado en la vida. Yo, por suerte, tengo 29 años y sé usarlo, por lo que me sentía con la responsabilidad de ayudarlas. Las familias no deben tener la obligación de tener un ordenador o ni siquiera un móvil con internet, para eso debe estar la escuela”, añade.

Para muchas familias, la vuelta al cole está suponiendo un alivio en muchos sentidos a pesar de ser conscientes de que la seguridad no está garantizada: “Mi hijo mayor entra a cuarto de primaria y son 23 en clase sentados igual que el año pasado, pero con mascarillas. Tenemos miedo a la vuelta al cole y miedo a volver a la educación online”, añade A.F.F.

La educación online fomenta la desigualdad social

M.C.G. fue alumna y actualmente es profesora en el IES Torre del Tajo de Barbate, su localidad natal. “La brecha de clase es francamente existente, y más en pueblos tan deprimidos como Barbate, u otras zonas del campo de Gibraltar, como Algeciras o La Línea, que comparten la misma problemática. Como muchas y muchos docentes, he tenido problemas a la hora de contactar con alumnado, especialmente con aquellas y aquellos que no disponían de internet en sus casas, alumnado absentista incluso sin líneas móviles y con situaciones terribles en casa”, explica la docente.

En el Estado español, el 9,2 por ciento de familias con niñas y niños y que ingresan menos de 900 euros mensuales netos no tienen acceso a internet, es decir, cerca de 100.000 familias, según cifras de Unicef. “El Ayuntamiento de Barbate y Servicios Sociales pudieron ponerle internet gratuito a este alumnado durante el confinamiento, para que lograran entregar el máximo de tareas posibles. Poder acceder a internet se ha convertido en un privilegio; hay familias que no llegan a fin de mes y el tener internet en casa les supone un gasto y un lujo que no pueden permitirse”, continúa la profesora.

En muchos centros con características socioculturales similares, toda la comunidad educativa ha tenido que hacer un esfuerzo por garantizar la educación. “En el caso de mi centro, que es un IES de difícil desempeño localizado en Barbate (Cádiz), he tenido la gran suerte de tener familias inmensamente comprometidas con el trabajo del profesorado, sintiéndonos a veces como una pequeña tribu que nos apoyamos los unos a los otros. Por otro lado, el alumnado con desventajas socioculturales, con más carencias afectivas, con situaciones de violencia de género en casa, problemas por tráfico de drogas o familiares en la cárcel, son siempre los casos más perjudicados. El absentismo escolar debido a su situación, les hace mella emocionalmente y, muchas veces, rechazan el apoyo del profesorado, cuando nuestra figura es prácticamente cuidar y velar por la integridad de la comunidad educativa”, continúa.

Incertidumbre en las universidades

Las desigualdades señaladas no terminan en las etapas de enseñanzas obligatorias, sino que escalan hasta las enseñanzas postobligatorias y superiores. Lo confirma F. Javier Rueda Córdoba, malagueño residente en Carabanchel y doctorando en la Universidad Complutense: “Si la gestión de la educación obligatoria está siendo nefasta, en el ámbito universitario prácticamente no existe. Cada universidad es responsable de generar sus propios protocolos, sin tan siguiera contar con recursos por parte de la Administración. El personal docente e investigador está contando con el hecho de que la actividad va a ser casi en su totalidad no presencial. Lo cual es nefasto para toda la educación universitaria, que es mucho más que la clase magistral. Este es, precisamente, el resultado de que las administraciones consideren que educar es simplemente dar una clase y no tengan en cuenta la experiencia global: conocer a gente, participar de la universidad a través de grupos y asociaciones, etc. Mientras tanto, obligan a todo el personal de administración y servicios a seguir yendo sin protocolos. Estos los están asumiendo los propios departamentos laborales y son distintos entre sí, lo cual está generando muchísimas tensiones entre el propio personal. Todo esto está colaborando con la invisibilización del trabajo de todas las personas que hacen posible el trabajo universitario. Me siento resignado. Literalmente, te sientes abandonado y responsable de mucha gente al mismo tiempo”.

La percepción del alumnado de dicha situación es similar. M.C.S.B. terminó segundo de bachillerato el curso pasado con Matrícula de Honor en el IES Luis Vélez de Guevara, por lo que, sumado a su condición de becaria, podrá ahorrarse la matrícula íntegra del primer curso del doble grado que quiere estudiar. A pesar de sentirse orgullosa, no ha podido celebrarlo como le hubiese gustado:
“Han sido unos meses de mucho estrés, en los que he tenido que seguir adelante estudiando y el esfuerzo no ha podido ser recompensado. No se han podido celebrar graduaciones ni viajes. No he podido ver a mis padres orgullosos verme subida en el escenario por mis buenas calificaciones. Esa ilusión ya no se puede recuperar. Tanto al profesorado como al alumnado, esta situación nos pilló por sorpresa y muchos de mis profesores apenas sabían usar las plataformas digitales. Los problemas técnicos hicieron que no hubiese tanta concentración y mucho menos motivación”.

Ante la pregunta de cómo está viviendo el inicio de su etapa universitaria, afirma: “El inicio de curso se resume en un ‘búscate la vida”’. Mi inexperiencia junto con la incertidumbre y una ayuda no presencial han hecho que tanto matricularme como informarme sea difícil. Se acerca la fecha y no hay información sobre si serán clases presenciales, semipresencial o totalmente telemáticas. Buscar piso sin saber si nos vamos a volver a confinar nos está provocando mucho agobio e incertidumbre”.

La escuela como espacio de cuidados

Ante el miedo que ya llevamos pegado al cuerpo y la inseguridad que nos transmiten las instituciones con la falta de planificación y de medidas, la escuela se reivindica como un espacio en el que sentirse a salvo. En este sentido, Virginia Carmona Priego, maestra del CEIP Genil de Isla Redonda nos recuerda la importancia de la educación emocional especialmente en momentos de crisis: “Es muy importante trabajar aspectos emocionales. Estos primeros días de clase estamos intentando hablar mucho acerca de cómo se sienten y cómo han vivido el confinamiento para destacar los aspectos negativos y valorar también lo positivo. Intentamos que sepan identificar los miedos y que aprendan que hay aspectos de la realidad que no podemos controlar, pero otros que sí, como lavarnos las manos o usar bien la mascarilla. Tratamos de no fomentar la desinformación, sino contarles la realidad como es. Hablarlo permite que se naturalice y asimilen los protocolos para que aprendan a cuidarse”.

Sin embargo, se encuentran con que trabajar aspectos emocionales con las nuevas limitaciones es complicado a muchos niveles. La expresión corporal y facial se ven limitadas, el contacto físico se suprime y la organización del espacio en clase debe cambiar. “No pueden trabajar de manera cooperativa como tal, ya que no pueden compartir el material. Les enseñamos a cumplir el protocolo, pero es contrario a los valores que suele enseñar la escuela y que tienen que ver con compartir, mostrar sus sentimientos y tener contacto entre ellos. De forma natural, tienden a tocarse y a darse y darnos besos. Es muy duro que venga un niño para abrazarte y tengas que rechazarle…. Estamos ante una nueva forma de educación emocional en la que no existe el tacto. Terminaremos por elaborar nuevos códigos emocionales para expresarnos sin necesidad de tocarnos”, explica.

A pesar de las dificultades actuales, queda constatado que la función de la escuela debe ir más allá de la transmisión de contenidos. Nos encontramos ante un alumnado que se ha visto en muchos casos expuesto al cambio radical de la rutina, situaciones de pérdida de familiares o empeoramiento de la situación económica familiar. Trasladar la socialización y los afectos del alumnado a un contexto virtual fue prácticamente imposible con la situación sobrevenida de marzo, aunque no por ello dejamos de intentarlo. “Durante el confinamiento, dedicábamos tiempo de nuestras llamadas, aparte de para explicar contenidos y resolver dudas, para preguntarles por cómo se sentían y cómo lo estaban viviendo”, añade la profesora.

Y continúa: “Esto evidencia el hecho de que la escuela debe construirse como un espacio de cuidados para que pueda ser también un espacio de aprendizaje académico. Para que el alumnado tenga un buen desarrollo académico, debe estar atendido a nivel emocional. Deben venir a la escuela y sentirse bien. Este año estamos poniendo nuestros esfuerzos en cómo darle a los niños y niñas una educación emocional y hacer que se sientan seguros y seguras en el aula. Aunque nos hemos sentido abandonados por la administración y eso nos genera ansiedad, estamos intentando transmitirle tranquilidad al alumnado“.

Una mirada hacia los centros rurales

No obstante, no en todos los centros se vive la misma realidad. Rosa Mª León Llamas lleva más de 30 años trabajando como maestra y ocho desempeñándose en el CEIP Director Manuel Somoza, situado en la localidad de El Campillo (1.200 habitantes aproximadamente), donde las condiciones son diferentes a las que nos encontramos en municipios de mayor extensión.

Un niño de 8 años hace los deberes durante el confinamiento. / Imagen cedida por A.F.F

Se trata del único centro de la localidad, que comparte educación infantil, primaria y primer ciclo de educación secundaria. Parte de las instalaciones son insuficientes ya que carecen de comedor escolar, así como de gimnasio y salón de actos. No obstante, a pesar de tratarse de un centro humilde, León pronuncia las palabras mágicas: la ratio está en torno a 12 alumnos o alumnas por aula. Esto, ya de partida, supone una clara ventaja con respecto a los centros ubicados en las ciudades o pueblos más grandes. Pero esto no es lo único que está haciendo que su vuelta al cole sea un poco más amable en las condiciones actuales. “La escuela intenta ser el motor sociocultural de la localidad, siendo el centro promotor de muchas actividades culturales y festivas. La comunidad educativa responde muy bien a las necesidades que se plantean desde el centro: el AMPA, el Ayuntamiento, las hermandades locales e incluso particulares colaboran con las necesidades del centro que la Administración no cubre. Este curso, el Ayuntamiento, el AMPA y algunos patrocinadores han colaborado con termómetros digitales, mascarillas, gel hidroalcohólico e incluso han contratado los servicios de personal de limpieza. Todo ello para suplir lo que la Administración no está haciendo. La plantilla docente también está muy comprometida y el equipo directivo ha tenido que elaborar el protocolo durante todo el verano para que a fecha de inicio de curso estuviese todo organizado a pesar de los cambios de última hora de la administración”, cuenta León Llamas.

En este entorno socioculturalmente desfavorecido, la brecha social del confinamiento se hizo notar: “Las familias tienen un nivel de estudios medio-bajo y esto generaba dos problemas principales. Por un lado, no contaban con la formación para ayudar a sus hijos e hijas. Por otro, no disponían de los medios tecnológicos adecuados. La mayoría de familias tenía que apañarse con un móvil para seguir la formación no presencial. Ante esta situación, el centro decidió prestar los ordenadores al alumnado que lo necesitase”, explica la docente.

“La vuelta a clase normaliza la vida social del pueblo. Las familias y el alumnado tenían muchas ganas de volver al cole. Para las familias se trataba de una necesidad ya que los padres y las madres tuvieron que seguir trabajando durante el confinamiento y los abuelos y las abuelas, que se trata del grupo más vulnerable, estaban sobrecargados. La comunidad, al ser pequeña, tiene un nivel de compromiso grande. Se está planteando desde el colegio formación para las familias para que, en caso de otro posible confinamiento, puedan atender mejor las necesidades de sus hijos”, continúa.

Como ya apuntaba Laura Álvaro Andaluz en un artículo de Pikara Magazine, de esta escuela de pueblo podemos extraer varias lecciones que serían claves para mejorar la educación pública en la crisis a la que se enfrenta: disminuir la ratio y fomentar el tejido social de la comunidad educativa para generar una implicación activa por parte de todas las personas que la componen.

Queda por delante un curso plagado de incertidumbres en el que iremos avanzando a tientas, pero peleando siempre por una educación y una sanidad públicas y de calidad. Por una escuela que consiga eliminar las diferencias de clase. Una escuela presencial que disponga de los recursos suficientes para ser un espacio de cuidados y de desarrollo del pensamiento crítico.

 


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