Cuanto más complicado es sostener la vida, más recae sobre las mujeres

Cuanto más complicado es sostener la vida, más recae sobre las mujeres

La psicóloga Beatriz Cubilledo García, especializada en sexualidades, diversidad y género, reflexiona sobre las consecuencias del confinamiento en los cuerpos de las mujeres.

30/09/2020

Ilustración Señora Milton.

Soy psicóloga. Llevo meses viendo cómo la pandemia atraviesa las vidas de las personas a las que acompaño y se coloca en el centro de todo su mundo. Especialmente para las mujeres. Por el momento, contamos con escasas evidencias sobre el impacto psicológico inmediato de la Covid-19 en la población general: aún hay pocos estudios publicados, y la mayoría carecen de perspectiva feminista.

Sin embargo, resultan muy interesantes las conclusiones del informe ‘Las consecuencias psicológicas de la COVID-19 y el confinamiento’, publicado en mayo por la Universidad del País Vasco y en el que han colaborado varias universidades (Barcelona, Murcia, Elche, Granada, y la Universidad Nacional de Educación a Distancia). Según este informe, si bien el malestar psicológico ha aumentado en todos los grupos considerados, lo ha hecho de forma significativamente mayor en las mujeres.

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Las razones que hacen que las mujeres sean las que más sufren el impacto psicológico del confinamiento pueden ser muchas. En primer lugar, la sociedad las hace responsables de los cuidados en un sentido amplio.

Por ejemplo, en lo que se refiere al cuidado del hogar, el espacio se ha resignificado durante estos meses de manera obligada, con una función laboral que antes pocas veces estaba presente. Hemos tenido que cambiar hábitos y rutinas, e intensificar las labores de limpieza; en primer lugar, por necesidades sanitarias y, en segundo lugar, porque ahora hacemos un mayor uso de las mismas. Y son las mujeres quienes están siendo las responsables de mantener el hogar en las mejores condiciones posibles para el desarrollo del teletrabajo, así como de organizar los espacios de las viviendas ajustados a las nuevas necesidades, aspectos que aumentan el estrés y el malestar, sobre todo cuando las condiciones de las viviendas no acompañan a las necesidades de quienes la habitan.

Las mujeres han asumido también mayor responsabilidad en torno a la gestión y el afrontamiento de los fallecimientos por coronavirus. Desde el cuidado emocional de los miembros de la familia hasta la asunción de las tareas de gestión y coordinación relacionadas con las defunciones.

Del mismo modo, sigue existiendo una falta de corresponsabilidad en las tareas escolares de las hijas e hijos, algo que se ha visibilizado ante la mayor exigencia familiar en cuanto al acompañamiento de las mismas.

Estas y otras cuestiones hacen que las mujeres aumenten considerablemente las horas dedicadas a los cuidados del hogar y a los cuidados emocionales de las personas con las que conviven. Una vez más, son las últimas de la cola en el ejercicio del derecho a cuidarse y ser cuidadas por otras personas. Por eso es importante cuestionar cada vez más los mandatos culturales, los roles o modelos de género establecidos como fuente de malestares psicológicos y relacionales.

Es urgente apostar por la justicia en el hogar, entendiendo los cuidados como parte del sistema económico, imprescindibles para que la sociedad funcione. Alcanzar la corresponsabilidad real de las tareas de cuidados en un sentido amplio, desmantelando los roles de género asociados a las mismas, es fundamental para favorecer el bienestar general.

Desde el punto de vista laboral, en los trabajos más feminizados, como son los de cuidados, no se puede teletrabajar (trabajadoras del hogar, cuidado a personas dependientes, limpieza de residencias y hospitales). Las mujeres no solo han estado más expuestas a la pandemia, sino que, en muchas ocasiones, han sido despedidas durante el confinamiento, circunstancia que se ha hecho posible por la precariedad laboral previa. Por eso es fundamental la reconceptualización del concepto de trabajo: debemos ampliar el foco e incluir en él las tareas productivas y reproductivas, las tareas de sostenimiento de la vida.

Las exigencias de la pandemia en el ámbito social han servido, dentro del sistema patriarcal, para cargar más malestar a los cuerpos y las vidas de las mujeres. Cuando la sostenibilidad de la vida se hace más complicada, recae sobre las mujeres. ¿Cómo no va a verse más afectada la salud mental de las mujeres?

La investigación de la Universidad del País Vasco antes mencionada concluye que durante el confinamiento aumentó un 78 por ciento el sentimiento de incertidumbre y un 46 por ciento el malestar psicológico de la población española, observándose diferencias significativas en todas las variables, si las analizamos por género. El estudio demuestra que las mujeres (48 por ciento) manifiestan en mayor medida que los hombres (36) haber perdido el optimismo y la confianza. En cuando los síntomas depresivos, pesimistas o de desesperanza, la investigación apunta que en el grupo de personas que afirma haber empeorado durante el confinamiento se encuentran quienes han estado en situación de soledad no deseada, y las mujeres. Se observa también un aumento de los sentimientos de irritabilidad y enfado durante el confinamiento, cambios de humor significativos, algo que afecta en mayor porcentaje a las mujeres (47 por ciento frente al 45 de los hombres). Según el mismo estudio hay diferencias importantes en el tiempo dedicado al descanso, el porcentaje de mujeres que sufrieron insomnio o dificultades para conciliar el sueño (59) superaba considerablemente al de los hombres (46). En cuanto a la sensación de inseguridad, la investigación demuestra que las mujeres se encontraban en un porcentaje más alto con sensación de intranquilidad, expresión de temores y miedos (un 50 por ciento frente a un 37 de los varones).

Se hace necesario, por tanto, ampliar los estudios en este sentido y analizar las consecuencias psicológicas del confinamiento y la pandemia con perspectiva de género con evidencia científica, para promover medidas integrales sociales, laborales y económicas, encaminadas a minimizar el impacto psicológico y emocional que tendrá en la población general, y especialmente en los grupos con mayor vulnerabilidad, como es el caso de las mujeres.

Carmen Valls-Llobet, directora del programa Mujer, Salud y Calidad de Vida de Barcelona, concluye que “la salud de las mujeres está íntimamente ligada a sus condiciones de vida, y su cuidado depende, principalmente, de sus posibilidades personales/asistenciales para poner palabras a su malestar y dejar de ser un objeto pasivo del acto médico para convertirse en sujeto activo”. En este sentido, apunta que trabajar la promoción de la salud desde una mirada de género pasa por hacer llegar a las mujeres herramientas de autoconocimiento, información sobre el origen de sus malestares, y la oportunidad de participar en las decisiones de respeto a su salud y a la salud de la comunidad. Esto se resume en restituir a las mujeres el derecho a la salud o, dicho de otra manera, en garantizar una salud comunitaria con perspectiva de género.

 


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