Contar mi historia para honrar mi vida

Contar mi historia para honrar mi vida

Frente a la imagen de víctimas pasivas, muchas mujeres en situación de violencia han recurrido a los medios de comunicación para reclamar justicia o para aportar su propio relato.

Ana Orantes

 

Este texto fue publicado en el blog +Pikara, de eldiario.es el 29 de noviembre de 2016.

En 1997, Ana Orantes decidió contar en un plató de televisión que su marido la maltrataba. Pocas semanas después, él la asesinó. El caso conmocionó tanto a la opinión pública que fue uno de los revulsivos por los que la violencia machista empezó a considerarse como un problema social sobre el que había que legislar y concienciar.

Se han publicado numerosos estudios y ponencias sobre cómo los medios de comunicación representan a las víctimas de violencia machista, pero en estos también caemos en la tendencia de situarlas en un rol pasivo. Hablamos de cómo las tratan los medios en vez de pensar cómo pueden interactuar con ellos. Criticamos que los medios de comunicación con mayor tirada o audiencia revictimizan a las mujeres cuando las representan con el ojo morado, cuando siembran dudas sobre la veracidad de su testimonio o buscan las razones del agresor, pero hablamos menos de los medios como espacios de reparación simbólica y de búsqueda de justicia.

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Realizar esta labor fue uno de los primeros objetivos que nos planteamos en Pikara Magazine. La hemos llevado a cabo de distintas maneras. Por una parte, aportando relatos alternativos a la cobertura sensacionalista de los medios locales, como el testimonio sobre Vanessa Landínez, asesinada en Ambato, Ecuador, que aportó su prima, Rosa Ortega, que añadió un párrafo que condensa la relación entre la violencia directa que ejercen los hombres machistas y la violencia simbólica que alimentan los medios patriarcales:

“La forma en la que murió me genera rabia y bronca, pero la vida me ha enseñado a ser bronquista y luchadora. Se matan a muchas mujeres poderosas y libres. Las sociedades no aguantan que exista una mujer empoderada, a la que no le importa el qué dirán, que va construyendo su vida como quiere. Entonces, claro, la respuesta es acabar con ellas, a través de prejuicios, de comentarios malintencionados, de discriminación, de violencia y, finalmente, a través de la muerte. La Vane no fue una mujer ilustre, ni nada de eso, pero sí una de esas inspiraciones cotidianas que te mueven el piso”.

Un caso más reciente y cercano geográficamente se refiere al testimonio de dos chicas que denunciaron un intento de agresión sexual en las fiestas de Arana, en Gasteiz, que el movimiento feminista recogió y envió a medios feministas y profeministas como Pikara o Berria. La policía no las informó ni acompañó bien, de hecho las desanimó a que presentasen denuncia, y El Correo tituló que la policía desconfiaba de su denuncia. Es decir, no se resignaron a ese relato sino que aportaron el suyo propio a otros medios con el apoyo del movimiento feminista.

Los medios de comunicación feministas han jugado también un papel importante a la hora de desnaturalizar violencias machistas cotidianas, como las diferentes expresiones de acoso. Esto supone una rebeldía en sí misma, ya que nos han acostumbrado a callarnos, a tragarnos estas situaciones aceptando que es el peaje que tenemos que pagar por ser mujeres en una sociedad patriarcal. Proyectos de comunicación como los vídeos de Hollaback y de Alicia Murillo o la campaña de Twitter #miprimeracoso están contribuyendo a esa toma de conciencia colectiva, de la que luego salgan movilizaciones y propuestas de incidencia política. Y han llamado la atención de los medios generalistas, que han dedicado reportajes al llamado machismo normalizado.

Cuando la justicia no responde

Acabo de participar en una investigación cualitativa realizada por la ONGD Mugarik Gabe, que se presentará próximamente, bajo el título ‘Recuperando historias para la defensa de los derechos de las mujeres’. Recoge las historias de vida de 28 mujeres que han enfrentado distintas formas de violencia machista, haciendo hincapié en las estrategias con las que han afrontado las agresiones y en las formas de reparación que reclaman. Algunas, como Ángela González (cuyo maltratador, al que había denunciado, asesinó a la hija de ambos) o Asun Casasola (madre de Nagore Laffage, asesinada por José Diego Yllanes en Sanfermines) han utilizado la proyección mediática como una vía de presión para que se haga justicia. Casasola, resalta que contar su historia en los medios y en espacios educativos, “puede servir para otras chicas, para que la sociedad reflexione y cambie”.

Esa es una constante: muchas de las protagonistas de las historias de vida señalan que hablar de lo que les ocurrió les duele pero, al mismo tiempo, les ayuda sentir que su relato contribuye a que otras mujeres no vivan lo mismo. Varias de ellas utilizan la escritura como forma de expresión y sanación, incluso creando blogs en los que publican relatos sobre violencia.

La guatemalteca Mindy Rodas decidió mostrar su rostro desfigurado por su exmarido ante las cámaras de Televisión Española. Como Ana Orantes, Mindy terminó siendo asesinada, pero se convirtió en un símbolo de la lucha contra el feminicidio en Guatemala: “Mindy estaba escribiendo su historia con su puño y letra. Quería ayudar a otras mujeres para que alzaran su voz, para que no se dejaran golpear, insultar y violar por su agresor. Para que rompieran el círculo de la violencia intrafamiliar a tiempo y salvaran sus vidas y las de sus hijos”, se recoge en su historia de vida.

Escuchemos a las sobrevivientes

¿Te has parado a pensar cómo se siente una mujer que ha vivido años, décadas, de humillaciones y golpes cuando ve una noticia sobre un asesinato machista? En la investigación de Mugarik Gabe, una de las entrevistadas expresa el dolor que siente cuando ve esas noticias, porque recuerda que esa, la asesinada, podía haber sido ella. Pero, más aún, lamenta que en los medios se siga abusando de la imagen de la mujer con el ojo morado, atemorizada, anulada por el agresor. Le gustaría que los medios pusieran el acento en la valentía y la fortaleza que supone sobrevivir a años de maltrato. Añade que no le gusta la palabra “víctima”, que prefiere nombrarse como “sobreviviente”.

He participado en diversas iniciativas de autorregulación para mejorar el tratamiento informativo a la violencia machista, y lo cierto es que ninguna de ellas hemos acudido a asociaciones de sobrevivientes de violencia para preguntarles cómo quieren ser representadas, cómo quieren ser nombradas. Además, no me parece descabellado pensar que a las y los periodistas reacios a hacer autocrítica les cale más el sentir de las sobrevivientes que el discurso de la experta en comunicación y género de turno.

Estaba yo dándole vueltas a este asunto cuando Isabel Muntané, codirectora del Màster de Gènere i Comunicació de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) me contó que ha realizado junto a la asociación Aadas Asistència Dones, una investigación titulada ‘Dones valentes. Per una nova informació sobre les violències sexuals’, en la que un grupo de sobrevivientes de violencia sexual han analizado las noticias sobre agresiones sexuales publicadas en diarios catalanas. La mayoría de noticias, por su enfoque que responsabiliza a las víctimas, incrementaron su malestar y sintieron que entorpecen la recuperación emocional de quienes han vivido violencia sexual.

Frente a un periodismo que solo cuenta con las sobrevivientes para vampirizar sus experiencias más dolorosas y sacar la lagrimita fácil a la audiencia, me parece crucial pensar cómo podemos ofrecerles espacios en los que puedan contar su historia, en los que podamos aprender de sus testimonios, sin que se expongan al mismo final que tuvieron Ana Orantes o Mindy Rodas. Que esa labor de comunicación no se haga a la desesperada, como último cartucho ante el desamparo judicial e institucional, sino como una vía más para luchar contra el feminicidio y las violencias machistas. Y que esa relación contribuya a que las y los periodistas empaticen con las víctimas cuando hablen de ellas. Como decía Barbijaputa, que los medios hablen de todas las víctimas de feminicidio con el mismo respeto y sensibilidad que mostró El Mundo cuando la asesinada fue una periodista de la casa.

Quiero terminar con las palabras de Nicole Santamaría que dan título a este artículo. Nicole es una mujer intersexual de El Salvador, activista por la diversidad sexual y de género, que ha sobrevivido a múltiples formas de violencia sexual, de hostigamiento y amenazas, y que accedió a ser una de las protagonistas de mi libro 10 ingobernables (editorial Libros del K.O.). El capítulo termina así:

Nicole sabe que con esta entrevista está dando la batalla contra el olvido. En El Salvador no hay nada escrito sobre la memoria de las personas LGTBI, pero ahora, si algo le ocurre, su voz no se perderá entre las muertes anónimas, quedará en estas páginas. “Contar mi historia es una manera de honrar mi vida”.

 


Te invistamos a que sigas leyendo.

 

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