Vulnerabilidades y cuidados. Grupos de Apoyo Mutuo no mixtos en salud mental

Vulnerabilidades y cuidados. Grupos de Apoyo Mutuo no mixtos en salud mental

La autora escribe sobre la importancia de la politización del sufrimiento, así como de la creación de espacios donde las vivencias sean legitimadas y respetadas.

Texto: Marta Plaza
03/06/2020
Ilustración de Io Wuerich. Unos pies sobre una cuerda ponen imagen a este texto sobre salud mental.

Ilustración de Io Wuerich.

Muchas mujeres, por el hecho mismo de ser mujeres, pero más aún las que convivimos con sufrimiento psíquico de cierta intensidad, partimos de la resistencia, de la lucha. Nuestra misma existencia es un acto político de resistencia diaria, de lucha ante un sistema que nos excluye, maltrata, violenta y anula. Y no sólo en las instituciones psiquiátricas, sino en la familia, en la sociedad, en los espacios formativos, en los de participación de ocio y, hasta muy recientemente, también los de activismo.

En este sistema quedan pocas alternativas para una mujer loca: sometimiento o resistencia. Audre Lorde hablaba en su poema “Letanía de la supervivencia del triunfo” de sobrevivir cuando no es lo que el sistema busca ni espera. Al final, la única opción real no es otra que resistir, y esto no puede hacerse en soledad: sólo es posible desde lo colectivo, desde el apoyo mutuo y desde la politización del sufrimiento, del dolor y, también, de los cuidados.

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Al principio de su libro Trincheras permanentes. Intersecciones entre política y cuidados, Carolina León se hacía la pregunta: “Si vamos a radicalizar la lucha, ¿por qué no radicalizamos los cuidados?”. Radicalizar la lucha en los movimientos sociales, radicalizar las reivindicaciones por un mundo más justo, más digno, más cálido… no tiene sentido si no partimos de esa radicalización también de los cuidados. Y desde luego no lo tiene para quienes convivimos con este sufrimiento psíquico, porque sin esos cuidados seguramente ni siquiera podamos sumarnos a ninguna lucha -quizá ni siquiera superemos la lucha propia de la mera supervivencia-.

De ahí que nos sean tan positivos los estos espacios de seguridad. En salud mental, se pueden traducir en colectivos que mezclan activismo con Grupos de Apoyo Mutuo (GAM): colectivos donde poner en común el sufrimiento y la vulnerabilidad, donde poder exponerlos y exponernos sin miedo a que nuestras experiencias, o el propio sufrimiento, no sean validadas. Espacios donde nuestras vivencias sean legitimadas y respetadas, cosa que lamentablemente no se da en las consultas médicas tan a menudo como debería. En realidad, ni en las consultas médicas ni en otros ámbitos: desde el propio entorno familiar y afectivo donde se nos tacha con frecuencia de perezosas, de llamar la atención, de manipuladoras…, hasta espacios activistas donde se separa radicalmente lo emocional de lo político y, “por favor, si tan triste/rara/alterada estás hoy, no vengas a la asamblea, que aquí se viene a currar” (defendiendo simultáneamente el discurso de “lo personal es político” en un acto de incoherencia curioso).

Hay que reconocer el enorme trabajo que ha hecho el feminismo (y que yo he sentido también especialmente intensificado desde el 15M) para intentar una inclusión e interseccionalidad reales en las muchas batallas compartidas; también en aunar conceptos y reconocer que nadie debe dejar de ser un sujeto político por estar en una situación de especial vulnerabilidad. Pienso que mostrar esa vulnerabilidad es un acto político en sí mismo y podría perfectamente recibirse así; que no pasa nada -no debería pasar- si no eres una oradora perfecta, si en una charla o entrevista te trabas, te emocionas, a veces pierdes el hilo o necesitas leer lo que llevabas preparado; si en una asamblea se te saltan las lágrimas, tu cabeza está embarullada algunos ratos o no ordenas a la perfección tu discurso y tus intervenciones; si en una formación necesitas pedir permiso para acudir con una persona de apoyo que pueda explicarte bajito cosas que quizás no entiendas, anotar algo por ti si la mano no responde bien o acompañarte si en algún momento algo te remueve.

A mí me han pasado todas esas cosas que cito, algunas muy recientemente porque precisamente estoy en unos meses de mayor vulnerabilidad. Y me sirve pensar que no pasa nada por mostrarme y no autoexcluirme de esos espacios participativos; es más, decidir activamente que no estar completamente “funcional” o con un funcionamiento “normativo” no es razón para ausentarme, creo que ya es en sí mismo un acto y un posicionamiento político y de resistencia activa que intento practicar cuando soy capaz.

Esta unión en GAM no mixtos -espacios de seguridad que precisamente algunas decidimos hacer sin hombres para sentirlos como lugares de verdadera horizontalidad, ausencia de jerarquías y sin cuestionamientos a nuestras vivencias- permite un espacio de confianza desde el que poder abrirnos a compartir experiencias y vivencias muy íntimas que nos han ido vertebrando y generando el sufrimiento psíquico intenso que nos dificulta nuestro bienestar. Y también poder hablar (sin la dificultad añadida de hombres escuchando) sobre violencias machistas recibidas, abusos sexuales, roles de género impuestos, daños que el patriarcado invisibiliza y sostiene… y muchos de ellos siguen vertebrando nuestra historia, nuestra cotidianeidad, aumentando el sufrimiento.

También estos espacios nos sirven para romper mitos. Si la inmensa mayoría de las mujeres hemos dicho (y se nos ha dicho) cosas tipo: “Me arreglo y salgo”, “¡Tardas mucho en arreglarte!” (¡ni que estuviéramos rotas!), a las mujeres locas sí se nos supone casi literalmente “rotas”. Y, por supuesto, necesitamos “ser arregladas” -ni siquiera el discurso hegemónico dice que podamos hacerlo entre ni por nosotras mismas-. Habrá por ahí algo químico-genético-cerebral que irá mal, algún neurotransmisor averiado, descompensado; algo que un tercero muy experto y bien formado para ello nos detectará y paliará, en nuestro sistema biomédico, de manera casi exclusivamente farmacológica. Mientras, muchas reivindicamos que lo que hay que arreglar es la sociedad, este mundo y sus violencias, las agresiones que sufrimos producto de las múltiples opresiones y sus intersecciones, además del individualismo, la competitividad, el aislamiento, las precariedades, la explotación, los abusos de poder, el no poder elegir libremente sobre nuestros derechos reproductivos, pretender imponernos una sexualidad e identidad de género normativizada ajena a nuestros deseos, y muchos etcéteras.

Otro mito que pesa sobre las mujeres locas es que somos dañinas y tóxicas: idea excelente para aislarnos incluso entre nosotras, el clásico “divide y vencerás”. La mera unión en estos Grupos de Apoyo Mutuo no mixtos de salud mental dinamita desde dentro ese discurso. En algunos, o yo así lo he vivido, es enorme la fuerza de los vínculos creados y cómo pueden ayudarnos en situaciones especialmente complicadas (sabiendo que no seremos omnipotentes y por supuesto tendremos límites personales y como grupo). Rompiendo este discurso de nuestra supuesta toxicidad, juntas y unidas nos damos más fuerza.

Y nos hace falta esa fuerza: antes que nada, para iluminar las violencias que atraviesan el mundo y sus relaciones y poner sobre ellas el foco; y, a partir de ahí, poderlas desafiar sabiendo además que el sufrimiento psíquico es algo que puede interseccionar fácilmente con todas las demás opresiones, que puede hasta ser punto de encuentro para una lucha en común.

Darnos cuidados entre nosotras y mantener nuestros propios autocuidados son precisamente la cara opuesta a tantas violencias. Solo desde los cuidados podremos sobrevivir las más vulnerables -hay quien prefiere usar “vulnerabilizadas” porque muchas veces es la sociedad y sus condicionantes quienes nos han vuelto vulnerables, no lo éramos de por sí-. Y podremos sobrevivir desde unos cuidados distribuidos y colectivizados, consiguiendo que la sociedad los entienda como el activo comunitario que deberían ser y no una carga abrumadora con impacto negativo sobre quien recaen, como decía Vicky López Ruiz, médica integrante del Colectivo Silesia, en su artículo “El sistema sanitario y los cuidados: ¿nos mojamos?“. En el mismo artículo, publicado en el El Salto, citaba a la economista Amaia Pérez Orozco cuando dice que nos falta reflexionar sobre “cómo se están organizando las necesidades de satisfacción de cuidados, en el marco de un sistema que no prioriza las necesidades de las personas sino de los mercados”. Ojalá no lo dejemos en la reflexión que falta, y lo llevemos a la acción también.

Johanna Hedva, autora de la teoría de la mujer enferma -un concepto sobre el que habla en su conferencia “My Body Is a Prison of Pain so I Want to Leave It Like a Mystic But I Also Love It & Want it to Matter Politically”, que después se adaptó por escrito- tiene unos párrafos que compartimos al inicio de nuestro GAM no mixto y me llegan muy dentro. Hablan también sobre vulnerabilidades, fragilidad y cuidados. Nos dice:

“Solía pensar que los gestos más anticapitalistas tenían que ver con el amor, particularmente con la poesía amorosa: escribir un poema de amor, entregárselo a quien deseabas, me parecía un acto de resistencia radical. Pero ahora veo que estaba equivocada. El modo de protesta más anticapitalista es cuidar de otros, y cuidar de una misma. Tomar las prácticas históricamente feminizadas (y por tanto invisibles) del cuidado, la atención y del afecto. Tomar en serio la vulnerabilidad, la fragilidad y la precariedad de cada quien, y sostenerla, honrarla y empoderarla. Proteger al otro, promulgar y practicar lo comunitario. Una hermandad radical, una sociabilidad interdependiente, una política de cuidado”.

Me permito terminar con una llamada a que, tengamos o no problemas de salud mental, nos esforcemos en multiplicar redes formales o informales de apoyo mutuo y cuidados en nuestros espacios, allá donde nos relacionemos (con nuestros vínculos afectivos y con vecinas, compañeras de trabajo, de clase, de activismo y más). Solo desde el apoyo mutuo, los cuidados y la construcción colectiva podremos sostenernos unas a otras y darnos la esperanza que necesitamos para creer que un mundo mejor y distinto es posible, y pasar de creerlo a crearlo.


NOTA: El GAM no mixto en el que yo participo se pensó inicialmente para mujeres (cis y trans). Actualmente, dentro de un proyecto más amplio que intentamos impulsar como colectivo no mixto activista, estamos definiendo que no participen hombres (cis ni trans), sí lo harán mujeres (cis y trans) y gente interesada que se incluya en otras categorías (NB, agénero, otras…). Además, iremos atendiendo a las necesidades y cuidados del grupo que ya esté e intentando ser cuidadosas también con quien pidiera sumarse. Lo que sí está definido es que para alguien que se incorpore (tanto al GAM no mixto actual como al colectivo en creación) lo hará con consenso de todas las personas que ya participan. Otros GAM pueden funcionar diferente, ya que una de las características es que cada grupo tiene autonomía sobre sus propias decisiones de funcionamiento, pautas, etc…Existen guías online sobre cómo poner en marcha un GAM y autogestionarlo adaptando pautas generales según las propias necesidades o creando otras.

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