Funcionarias atemporales

Funcionarias atemporales

La serie 'El Ministerio del Tiempo', que está a punto de finalizar su cuarta temporada, es un recorrido por la Historia oficial de España, pero cargado de autocrítica, y por otras microhistorias que convierten al guion en sugerente. Las mujeres protagonistas, trabajadoras de esta Administración Pública secreta, destacan por su fortaleza, su inteligencia y por los roles transgresores para la época de la que proviene cada una.

Cartel de ‘El Ministerio del Tiempo’.

Un enfermero del Samur que está en pleno duelo. Un policía con aires quinquis de la España de los 80. Un soldado de los tercios de Flandes del siglo XVI que rinde pleitesía a la realeza. El padre del inquisidor Torquemada. Un jefe colocado por Adolfo Suárez en la Transición. Una de las primeras universitarias del país. Una lesbiana que busca rollos en las misiones. Una espía que ayudó a muchas personas a huir de la dictadura de Franco y traficante de arte en su primera vida.

Aunque el empeño de El Ministerio del Tiempo sea que la Historia mayúscula (la oficial, la que viene en los libros de texto, la que escriben quienes vencen) no cambie, la serie de TVE, que la próxima semana emite el último capítulo de su cuarta temporada, ofrece buenas dosis de ruptura, de crítica, de cuestionamiento y de historias de las que se suponen minúsculas. Aunque a priori, la historia de España pueda parecer un argumento rancio, el funcionariado de la serie ofrece desde el primer capítulo, emitido en 2015, una dosis de roles diversos en los que las mujeres no entran los cánones típicos que se puede esperar de una serie histórica. Claro que hay reinas. Pero también asesinas. Hay monjas y brujas. Pero sobre todo hay funcionarias. Puede parecer un chiste, pero en esta serie el funcionariado, que se organiza a través de patrullas, es el protagonista. De hecho, que el pintor Diego Velázquez forme parte de los empleados y se dedique a pintar retratos robots en el Ministerio del siglo XXI es un ejemplo de lo peculiar de esta Administración Pública secreta llena de puertas que llevan a todas las partes.

Hablemos de ellas, de las funcionarias, sin duda las figuras que más brillan en unos tiempos históricos (hay varios, porque la serie va, por cierto, de viajes en el tiempo) en los que el patriarcado, aunque no se llamara así, era el marco que todo encuadraba. Y es que, aunque a priori la serie se sumerge en temas protagonizados por hombres principalmente (no hay que perder de vista quién escribió la Historia), las mujeres funcionarias del Ministerio toman un papel protagónico en las misiones donde suelen ejercer de jefas de un equipo formado por hombres que destacan, sobre todo, por su fuerza física y su capacidad de lucha. Ellas, en cambio, distinguen en los guiones por su inteligencia y vasta sabiduría. Irene Larra, Amelia Folch y Lola Mendieta, magníficamente interpretadas por Cayetana Guillén Cuervo, Aura Garrido y Macarena García, respectivamente, muestran unos perfiles de mujeres transgresoras en cada una de las épocas que les tocó vivir. ¿Cómo se puede entender, si no, que una deje a su marido para trabajar y decida vivir su orientación sexual libremente?, ¿o que una de las primeras universitarias de España no quiera casarse a pesar de la presión familiar pero decida dejar su trabajo en el Ministerio para apoyar a su familia?, ¿o que otra, la única persona reclutada dos veces por el Ministerio, tal es su valía, sea espía para la inteligencia francesa y haya salvado la vida de decenas de personas? Aunque sin duda la serie tiene poco de feminista, estos tres papeles ofrecen una dosis importante de ruptura y muestran roles de mujeres fuertes y protagónicas. Además, el lesbianismo de Irene Larra, desinhibido y muy sexual, ha sido un referente para muchas chicas jóvenes, según ha contado varias veces la actriz.

Amelia Folch (izda.) e Irene Larra, en el primer capítulo.

Aunque la gran mayoría de las tramas de cada capítulo tienen protagonistas masculinos, el papel de las mujeres en la Historia (o en las historias) ha ganado mucho peso en la cuarta temporada. En primer lugar, con la incorporación de la nueva funcionaria Carolina Bravo (interpretada por Manuela Vellés), superviviente de violencia machista, por lo que este tema aparece por primera vez en el desarrollo de la serie. También con el cameo de Clara Campoamor, a la que Larra le agradeció, en el París de los años 30, que luchara por todas las mujeres. Y la frase “la locura siempre ha sido una excusa cojonuda para quitarse del medio a las mujeres más válidas” podría ser un zasca aplicable más allá del caso de María Tudor, también conocida como “María, la sangrienta”, que protagoniza un episodio de la cuarta temporada. No es desdeñable la aparición casual de Joséphine Baker, que tontea con Irene Larra tras una actuación. Baker, por cierto, fue además de cantante la primera mujer afroamericana en protagonizar una película; lo dice Wikipedia. Porque si algo genera El Ministerio del Tiempo es curiosidad, ganas de saber más, de descubrir historias, personajes, anécdotas, indagar en datos. De hecho, la web de RTVE ofreció en las primeras temporadas un espacio virtual para seguir conociendo más de las referencias históricas de la serie. Ahora, los hahstag las noches de los martes y las búsquedas en Google tras la emisión de cada capítulo son una muestra del interés que genera la serie en conocer figuras históricas, y también actuales. Y es que la serie, magníficamente hecha, llena de detalles inimaginables, referencias estudiadas o guiños divertidos, tiene mucho de divulgación. También de enseñanza, por qué no.

Entre misiones, que sirven para conocer parte de la historia, como el sitio de Baler o la gripe “española” de 1918, o a figuras de la cultura como Miguel de Cervantes, Federico García Lorca o Lope de Vega, las referencias a la cultura popular o los guiños entre ficción en realidad son un soplo de aire fresco en una serie que va de un Ministerio (¡puede haber algo más aburrido y burocrático!) y de historia. Los heavys de la Gran Vía de Madrid, Velázquez escuchando eso de “Velaske, yo soi guapa?”, mientras observa las Meninas en el Prado en pleno siglo XXI, recitar ‘Maneras de vivir’ como si fuera un poema del Siglo de Oro son un ejemplo de unos guiones milimétricamente estudiados, afilados y precisos. Y también autocríticos: “En las series españolas no salimos ni negros ni amarillos por muy españoles que seamos y si salimos solo salimos de ilegales o de mafiosos”, dice una mujer en un papel secundario del capítulo 7 de la temporada 3. Y pocas personas que no sean blancas aparecen en esta serie.

Luchas contra los desahucios, críticas a la colonización de América, el alegato por la conciliación laboral y familiar de un soldado que cree que el “mejor honor es morir en batalla” y que se engancha a telenovelas, crítica a la gentrificación del centro de las ciudades, referencia a la importancia de estar sindicada, referencias a los admirados ‘mosocos’ del personal funcionario, la dignificación de las personas que padecieron sida en los 80 y un sinfín de temas aparecen en una serie que se supone que habla de historia y de viajes en el tiempo, pero que lleva más allá. ¿Si no cómo es posible que en la misma trama se haga un homenaje al mítico programa ‘Un, dos, tres’, aparezca una letra del cantante Raphael en el texto de la Paz de Westfalia y se viaje a la corte de Felipe IV?

La serie, idílicamente pensada por los hermanos Javier Olivares y Pablo Olivares, fallecido antes de emitirse, y detalladamente realizada, ofrece una factura impecable, desde los decorados, ambientación y vestuario hasta los guiones, muy redondos. Además, ha logrado crear una legión de fans y ha dejado momentos inolvidables como cuando en uno de los viajes en el tiempo Lorca ve interpretar a Camarón en un tablao flamenco de la Granada de 1979 su poema La leyenda del tiempo y con una sonrisa llena de emoción dice: “¿Entonces…? He ganado yo. Ellos no”.

“Y cuánta testosterona”. Esta frase, que dice Irene Larra a sus compañeros de patrulla cuando hablan de cómo plantear una misión, también es una autocrítica. La serie, no hay duda, tiene testosterona (insisto, uno de los protagonistas es un soldado del siglo XVI que habla todo el rato de honor y gloria), pero no carece de amistad, de compañerismo, de sororidad, de lealtad, de libertad y de transgresión de las normas. Si te apasiona la historia y eres curiosa creo que esta serie no te dejará indiferente. A lo mejor, incluso, te apetece hacerte unas oposiciones y ser funcionaria.

 


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