Federica Montseny, la mujer que hablaba

Federica Montseny, la mujer que hablaba

La política vio morir a mucha gente durante toda su vida. Poca la vio morir a ella. Tal vez no haber vuelto del exilio dejó su historia atrapada en su lecho de muerte. Recuperamos la memoria de la primera ministra anarquista.

Texto: Andrea Liba
Imagen: Pol Serra
24/06/2020

 

No existían los discretitos micrófonos de solapa cuando Federica Montseny dio sus primeros discursos públicos como sindicalista de la CNT. Mucho menos cuando nació, en 1905. Unas aparatosas estructuras casi del tamaño de una cabeza eran las proyectoras de voz allá por los años 20 del siglo pasado. Detrás, una jovencísima madrileña que apenas había pisado la escuela porque su madre, maestra, se negó a dejar la educación de su criatura en manos de la Iglesia decía cosas. Montseny contaba así, en una entrevista para TVE en 1991, su tardía presencia en los centros educativos: “Mi madre creía que ella podía darme la enseñanza que no encontraría yo en los centros pedagógicos oficiales. Se dedicó a mi enseñanza, se dedicó a formar mi conciencia y dejándome, sin embargo, en libertad de elegir siempre mi camino”.

En su niñez, la pilló la Primera Guerra Mundial. En España, que pintó más bien poco en aquella contienda, la Federica de 10 y 11 años escribía discursos para su abuela y para su perra, e iba a comprar a casa de la Carmeta, una mujer que vendía legumbres. “Allí, muchas mujeres estaban interesadas por los resultados de la contienda, pero no sabían leer y me pedían que les leyera los comentarios favorables a los aliados”, contaba en la misma entrevista para TVE hace ya 30 años. “Porque allí las mujeres, como buenas proletarias, eran todas aliadófilas”, recordaba. De tradición familiar anarquista, pronto conoció a Ángel Pestaña, el entonces número dos de la CNT. Se integró en el sindicato con apenas 16 años y, cuando Federica tenía 17 años, Pestaña la invitó a hablar. Contaba que cuando su padre vio que se integraba en la lucha y que su hija ya había sufrido su primer registro policial, decidió volver él también a la militancia política escribiendo un artículo titulado ‘Vuelta a la lucha’, en La Revista Blanca, la publicación que él mismo dirigía y que pausó su actividad durante un tiempo. Unos años más tarde, Pestaña fundaría el Partido Sindicalista y Montseny dejó de seguirle como referente. Se concentró en cuestiones como en la “gran manifestación de mujeres que hubo en la Plaza de Cataluña donde se reunieron miles de mujeres pidiendo el abaratamiento de las subsistencias”. Contaba Montseny que esa fue “la primera manifestación masiva de una conciencia femenina dirigida a obtener ventajas de carácter social y político”.

En su adolescencia, vivió la dictadura de Primo de Rivera. Para entonces, Federica, que ya formaba parte de la CNT, fue partícipe del congreso estatal que planteó el comunismo libertario como la vía oportuna de acción sindical. Al recordar esta etapa en la entrevista en la televisiónp pública, Montseny piensa en Cataluña. “La tragedia del pueblo catalán es difícil de explicar, porque abarca por lo menos cuatro años de luchas cruentas en las cuales centenares de hombres perdieron la vida. Nunca se rendirá bastante justicia a los que en Cataluña lucharon por la CNT, consiguieron que no pudiera ser destruida a pesar de cuanto hicieron para conseguirlo Anido, Arnegui y las fuerzas del capitalismo catalán, todas reaccionarias y todas entregadas a un verdadero desenfreno destructivo”. Para ella, esa primera dictadura que vivió fue el periodo más duro, por el “terror organizado” por aquellos dos militares del régimen. Le preguntaban entonces, a sus 18 o 19 años, qué pasaba con el amor. ¿No había hueco para él en su vida? ¿Era impensable para ella enamorarse? No. “Lo que pasa -respondía- es que exigía tanta libertad y tantas condiciones morales en el ejercicio de la práctica amorosa y de la vida en común se me hacía un poco difícil encontrar al copartícipe ideal”. Tuvo que defenderse “a patadas y mordiscos de pretendidos avances”, pero al final, decía, se hizo respetar. Fue en la cárcel donde encontró al que fue su compañero y con quien tuvo en común, además de sus ideas políticas, tres criaturas: Vida Primavera, que no pudo recuperar la nacionalidad española hasta hace nueve años y se llamó Ivette Gambier; Blanca y Germinal. Cuando se conocieron tenía 22 años, él 24, y se enamoraron enviándose mensajes ocultos subrayando palabras clave en páginas de libros. Intensa historia, muy de película. No extraña que se casaran en el bosque, en plan hippie, dado el espíritu naturista que seguía parte de la juventud de aquella época.

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El resto de su vida estaría marcada para siempre por su paso por la cárcel. Después de la dictadura, vino la Segunda República y decidió significarse por las instituciones republicanas. Le ofrecieron ser ministra de Sanidad y Asistencia Social en el Gobierno de Largo Caballero junto con García Oliver y otros dos compañeros anarquistas. Tras dudar, dio el sí. “Yo era plenamente consciente del paso que estábamos dando, y lo más trágico es que en el fondo de mi alma pensaba que era un sacrificio inútil, pero tenía que hacerlo”, decía en una entrevista en 1977 para la revista Tiempo de Historia. Ese paso a las instituciones también suponía, de alguna manera, traicionar su trayectoria anarquista. Era consciente de ello y, tras su labor en el Gobierno, llegó a arrepentirse: “Nos equivocamos, ojalá no lo hubiéramos hecho. Estamos convencidos de que fue una dejación de nuestra línea antipolítica y revolucionaria impuesta por las circunstancias; línea que nos apresuramos a recuperar”, reconocía en la misma entrevista. Ese giro en su actuación política le costó muchos reproches desde los sectores libertarios. Fue un poco odiada por ambos bandos. En las instituciones, por anarquista, y en el anarcosindicalismo, por poco anarquista. Ser ministra entonces no solo suponía trabajar en un “Madrid asediado” ya por los militares de Franco y con “las balas silbando alrededor”, cuenta. “Muchas veces me mandaba Miaja, con camiones, al atardecer, a Albacete a buscar armas al arsenal del que era jefe el general Pozas, y yo tenía que irme y volver al amanecer para que los aviones enemigos no nos vieran con los camiones cargados de armas”, recordaba la anarquista.

Hoy, muchas mujeres anarcosindicalistas la consideran una referente anarquista y feminista. Curioso dato sobre alguien que no solo no se consideró nunca feminista, sino que, además, titulaba un artículo publicado en La Revista Blanca como ‘Mujer, problema del hombre’ y afirmaba que le interesaban las cuestiones del feminismo, pero “para combatirlas y situarlas en el punto donde han de partir todas las inquietudes humanas: la transformación de una sociedad injusta y el abandono de una moral y unas preocupaciones que solo han servido para esclavizar a la mujer y desviar a la especie toda”. Opinaba que el feminismo merecía continuas críticas y que, en realidad, “no existe feminismo de ninguna clase y si alguno hubiese, habríamos de llamarlo fascista, pues sería tan reaccionario e intolerante que su arribo al poder significaría una gran desgracia para los españoles”. “¿Feminismo? ¡Jamás! Humanismo siempre”, escribía. Hablaba, es verdad, de igualdad entre los sexos, de acabar con la rivalidad entre hombres y mujeres: “La cuestión de los sexos está clara: igualdad absoluta en todos los aspectos para los dos; independencia para los dos; capacitación para los dos; camino libre, amplio y universal para la especie toda”. Federica Montseny, como Emma Goldman, una anarquista rusa reivindicada como feminista radical por las feministas de la tercera ola, con la que tuvo la oportunidad de compartir unas palabras, mostró durante toda su vida interés por la emancipación de las mujeres, pero aborrecía la lucha feminista porque la vinculaba con las sufragistas, “burguesas y reformistas” que luchaban por un derecho que, de inicio, desde el punto de vista anarquista, parte de una premisa errónea. El anarquismo siempre ha estado en lucha por los derechos, pero también ha cuestionado siempre el para qué de algunos de ellos, así como la existencia del Estado, que para Montseny es “el enemigo principal de la libertad humana y de la relaciones entre los hombres y los pueblos”. La anarquista anhelaba “gestar un mundo socialista basado en los derechos del individuo y en la organización de la sociedad en la que no hay poder opresor, partiendo de la base de que todo poder, lo tome quien quiera, será forzosamente opresor y será forzosamente obligado a recurrir a la dictadura”. Montseny le explicaba así a siete señores trajeados en un programa de televisión en 1984 lo que era el anarquismo, en una conversación sobre las diferencias de esta ideología con el comunismo: “El anarquismo lucha por la destrucción del Estado en tanto que lo considera en sí mismo opresión e interpreta que el poder es siempre poder y creará sus propios intereses, y esos intereses serán tan profundos que las ideas revolucionarias quedarán ahogadas”.

Pero Montseny no destruyó el Estado, participó de él durante unos meses e hizo algunas cosas que actualmente todavía podrían resultar novedosas, como recordaba su hija Vida Primavera en una entrevista en 2014 en el Diario de Mallorca hablando sobre la ley del aborto que comenzó a redactar su madre durante su etapa en el que fuera el primer Ministerio de Sanidad del Estado español. Escribió una Ley de Interrupción Artificial del Embarazo, pero el proyecto no fue aprobado por el Consejo de Ministros porque Largo Caballero era adverso a la práctica del aborto: “Yo también era adversa a la práctica del aborto, pero lo aceptamos como un mal menor los casos en los que llevar a término un embarazo presentaba un problema social, médico o personal para la mujer que era víctima de esa situación”, aclaraba en la entrevista en TVE pocos años antes de su muerte.

Mientras fue ministra de Sanidad, propuso la creación de centros de acogida para niños y niñas sin recursos, comedores para embarazadas y abrió también los llamados “liberatorios de prostitución”, una medida que también hoy haría aflorar aun más la polémica y, seguramente, tensaría más, si cabe, el debate dentro del movimiento feminista en España. Los liberatorios de protitución eran casas a las que las trabajadoras sexuales podían ir y que suponían “renunciar a ejercer su oficio, digámoslo así, de prostitutas”, en palabras de Montseny. “A ellos se acogieron bastantes mujeres, con la particularidad siguiente: las mujeres que se acogieron a los liberatorios no volvieron a ejercer la prostitución. Aprendieron oficios y trabajaron a partir de aquel momento. Esa experiencia, a mi entender, fue positiva y demostró que muchas mujeres eran prostitutas porque no tenían otro medio con que ganarse la vida”, concluyó sobre el tema.

Además, en seis meses, gestionó una “avalancha de miles y miles de niños que tuvimos que situar en un sitio u otro (unos a Francia, otros a Rusia)”, una decisión que siempre fue para ella un motivo de remordimiento porque reconoce que separaron a familias y condenaron a la orfandad a muchos niños “que no deberían haber abandonado nunca España”, recordaba en TVE. En mitad del ejercicio ministerial, tocó huir a Francia para que el silbido de las balas no se convirtiera en herida. Huyó como miles de españoles y españolas. Su madre murió una semana después de llegar. Federica contó en varias ocasiones que la acogida en el país vecino no fue la esperada: tras luchar toda su vida contra el fascismo, el recibimiento no fue el que se le hace a los héroes. Dio igual que esos españoles refugiados se alistaran más tarde para liberar Francia de los nazis en la Segunda Guerra Mundial.

Memoria frente al olvido

Federica Montseny vivió de todo. Dos guerras mundiales, una guerra civil, dos dictaduras, una república muy cortita y una transición a la democracia ya desde la distancia. Militó en la CNT desde joven, escribió más de 50 libros y otras 30 y pico publicaciones sobre anarquismo, sobre lucha obrera, sobre resistencia y sobre la utopía de un vivir diferente, digno para todas y todos. Conoció a Emma Goldman y a otras anarquistas. Fue compañera de lucha de Mariano Mas, de Durruti, de García Oliver, de Teresa Claramunt, de Amparo Poch, de Lucía Sánchez Saornil y de otras muchas mujeres que dedicaron su vida a construir una mejor. Fue ministra, hizo cosas y se arrepintió. “Ahí va, la mujer que habla y el hombre que la acompaña”, le gritaba un niño en uno de los pueblos que visitaba contando a la gente que la vida podía ser mucho más que permanecer explotado, oprimido, violentado, que se podía ser protagonista de la vida propia. Irene Lozano, en la biografía que escribió sobre la líder anarquista, valga la incoherencia, contaba que Federica iba por los pueblos y le hablaba a la gente de que “hay que acabar con la explotación, tenéis que saber cómo dejar de ser explotados y, cuando eso llegue, tampoco vosotros explotar a nadie. Era como si pasara una mecha de pólvora por cada pueblo que pasaba”.

Huyó de los tiroteos, de varios intentos de asesinato. Fue demonizada en los expedientes policiales del régimen franquista, perseguida, y fue detenida debajo de su cama en Francia y encarcelada junto a Largo Caballero. “La figura de Federica Montseny ha tenido dos visiones completamente opuestas; por un lado, la de un grupo de sus compañeros anarquistas que han visto en su persona uno de los grandes problemas con los que se ha tenido que enfrentar el movimiento libertario, tanto en los tiempos de la República como en la Guerra Civil y principalmente en el exilio; por otro lado, la visión que se aporta desde la muerte de Franco, valorándose, de la vida de Federica, aquello que, en cada momento, le era más cercano a la nueva sociedad que se estaba construyendo en España”, escribió Ángel Herrerín en un texto sobre la memoria y el olvido de Federica Montseny.

Federica vio morir a mucha gente durante toda su vida. Poca la vio morir a ella. Tal vez no haber vuelto del exilio dejó su historia atrapada en su lecho de muerte, Toulouse. Era 1994 y no hubo epitafio en su tumba ni asistencia institucional a su funeral. De la muerte pensaba que es un “fin inescrutable, que tenemos que aceptarlo porque todo nace, todo vive y todo muere”. Le preguntaron unos años antes de irse para siempre cómo pensaba que era la mejor manera de hacer la revolución. Respondió que haciéndola. “Pero, para hacerla, se necesita un pueblo. Antes de hacer la revolución, hay que hacer un pueblo”. Siempre tuvo claro que “el poder es una charca pestilente que corrompe a todo aquel que a él se acerca”. Fue su lema de vida y los cientos de personas que acudieron a su funeral confirmaron que, aunque el olvido sea el lema vital de España, Federica Montseny fue una de las mujeres gracias a las cuales hoy somos.

Nota de la autora: Después de publicar este perfil nos enviaron una entrevista con declaraciones homófobas de la ministra. Adjuntamos aquí un extracto que se recoge en la web La Ruta LGTB.

 

 

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