Antiespecismo y protestas antirracistas: una nota desde el privilegio blanco

Antiespecismo y protestas antirracistas: una nota desde el privilegio blanco

"Parece necesario recordar, en el caso del antiespecismo, que el objetivo es la justicia entre todos los individuos independientemente de su especie y no, como sugieren ciertas posiciones, la justicia para los animales no humanos", escribe Catia Faria.

Texto: Catia Faria
24/06/2020

Ilustración: Sra. Milton

El privilegio blanco [1] es un problema de las personas blancas [2]. Por tanto, este es un texto escrito por una persona blanca, sobre privilegio blanco, dirigido a personas blancas. La decisión es cuestionable. Se puede defender que quienes están en las mejores condiciones para hablar sobre privilegio blanco son aquellas personas que más han sido afectadas por sus efectos dañinos, es decir, las personas no blancas. No puedo estar más de acuerdo. Las experiencias de las personas racializadas [3] no son intercambiables por descripciones en tercera persona, por más informadas y bien intencionadas que aparenten serlo. Las voces de les afectades por el privilegio blanco deberían ser reconocidas como la fuente de las discusiones raciales y quienes disfrutan de privilegio blanco usarlo para amplificar esas voces y no sustituirlas. Ahora bien, hay momentos en los que las personas blancas deben intervenir, por ejemplo, cuando algo ofensivo tiene lugar y usar su privilegio para aliviar el coste que supone para alguien señalar a sus opresores. Una analogía con el privilegio masculino ayuda a ilustrar este punto. Normalmente pensamos que los hombres tienen la carga de la responsabilidad a la hora de señalar las actitudes y conductas machistas de otros hombres. Del mismo modo, las personas blancas tenemos la responsabilidad de señalar a otras personas blancas sus actitudes y conductas racistas y no hacer recaer la carga de la responsabilidad sobre las personas racializadas [4] . Este es, creo, uno de esos momentos.

Las protestas de Minneapolis

Todo empezó con las recientes protestas detonadas por el asesinato policial de George Floyd, en Minneapolis. El movimiento antiespecista, un movimiento esencialmente caracterizado por una política unidireccional, es decir, preocupado por un solo tema -los llamados “derechos animales”- se mantuvo, en general, impasible ante los acontecimientos en Estados Unidos. Esto es previsible. La tendencia dominante hace años es ignorar cualquier cuestión sobre política humana que pueda ser percibida como fracturante, de manera a maximizar las chances de apoyo social a ‘la causa’. Se asume habitualmente que la política unidireccional antiespecista asienta en consideraciones estrictamente estratégicas. En este caso, el razonamiento podría ser más o menos el siguiente: en un mundo donde el racismo estructural y la violencia racial son la norma (aunque injusto), las chances de avanzar en la defensa de los animales son mayores si no incomodamos a quienes se benefician de ello. Es decir, a quienes detienen el privilegio blanco, en particular, potenciales donantes. Por tanto, pronunciarse sobre el racismo y la violencia racial es, en tanto divisorio, contraproductivo respecto a la defensa de los animales. Esto capta, sino con exactitud, por lo menos, el tono general de las discusiones estratégicas en el movimiento antiespecista mainstream.

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Ahora bien, después de un desafortunado episodio en las protestas de Minneapolis, donde se observa a un manifestante sujetando la cabeza de un cerdo (recordemos que, en inglés, ‘pig’ es un término despectivo para referirse a une policía [5]), distintas organizaciones y sus followers han iniciado un virulento enfrentamiento contra les manifestantes, buscando desacreditar las reivindicaciones de las protestas. Empezando por la clásica acusación de hipocresía hacia quienes “luchan contra la opresión mientras oprimen a les demás”, pasando por analogías gráficas entre el asesinato de George Floyd y el de un cerdo en un matadero, para terminar con el eslogan reaccionario #AllLivesMatter, el privilegio blanco se ha denunciado bien. Esto porque, como señala Christopher Sebastian, activista negro antiespecista, “si lo primero que alguien tiene que decir sobre violencia racial en Estados Unidos es contra las personas negras que usan partes del cuerpo de un animal como símbolo y no contra los supremacistas blancos que usan animales como armas contra ellas, eso nos da bastante información sobre quien es y a quien representa”.

Las analogías

Es importante remarcar aquí que el punto de la discusión no es, como creen algunes, si las analogías son o no correctas desde un punto de vista conceptual. Aunque distintas opresiones y discriminaciones participen de una lógica supremacista común, esa no es la única valoración -ni siquiera de las más importantes- para tener en cuenta a la hora de decidir cómo diseñar nuestro activismo. El activismo, sea cual sea, es, por definición, político. Por lo tanto, cada acción debe ser evaluada en función de su impacto en la consecución de unos objetivos también políticos. En el caso del antiespecismo, parece necesario recordar, el objetivo es la justicia entre todos los individuos independientemente de su especie y no, como sugieren ciertas posiciones, la justicia para los animales no humanos. Por consiguiente, nuestras decisiones deben necesariamente incluir la valoración sobre cómo nuestras acciones promueven u obstaculizan la justicia entre seres humanos.

El problema general reside en que los debates sobre justicia que se llevan a cabo en el seno del movimiento asumen, de manera errónea, que vivimos en un mundo post-racial. Es decir, un mundo donde el racismo ha sido erradicado tanto de manera individual como institucional y la raza ha dejado de determinar el destino de las poblaciones e individuos humanos. Yo misma, en varias ocasiones, y disponiendo de todas las evidencias contrarias, me he referido al racismo como una injusticia ‘histórica’ que, una vez ‘superada’, nos conduciría por consistencia al reconocimiento de otro tipo de injusticias, como el especismo. Lo problemático aquí, de nuevo, no es el reconocimiento en sí de que distintas formas de discriminación y opresión están interconectadas, algo que también defienden les activistas antiespecistas negres. Lo problemático es cómo un enfoque post-racial de este tipo ignora la indudable realidad del racismo actual, borrando las experiencias concretas de la mayoría de personas nuestras contemporáneas: George Floyd y la comunidad negra de Estados Unidos, pero también Ilias Tahiri, los cuerpos anónimos en el Mediterráneo, Tarajal, los CIEs, les jornaleres migrantes y todas las demás personas que se enfrentan al racismo institucional de manera cotidiana. E ignorar esto es justamente lo que significa el privilegio blanco.

Pero, hay más. A pesar de la tradición en el movimiento antiespecista de excluir a las personas racializadas de sus filas, con la excepción, claro está, de su tokenización en macro campañas, existe un amplio y sonoro sector de personas racializadas antiespecistas que vienen señalando cómo ciertas comparaciones resultan ofensivas para grupos socialmente vulnerados. Y no. La razón por la que tales comparaciones resultan ofensivas no es porque las personas en cuestión son especistas, como afirman algunes. Como explica, por ejemplo, Aph Ko, activista antiespecista negra, hay razones legítimas por las que las personas racializadas son especialmente sensibles a las comparaciones con animales no humanos, teniendo en cuenta la recurrente estrategia de animalización de los cuerpos no blancos usada para justificar la violencia contra estos y que perdura hasta hoy. Por tanto, se podría decir, lo que realmente resulta ofensivo es cómo se instrumentaliza la larga trayectoria de deshumanización que acarrean las personas racializadas para supuestamente avanzar objetivos antiespecistas, a la vez que manteniendo la ‘neutralidad’ cuando esa deshumanización tiene lugar.

La injusticia epistémica

¿Por qué se sigue, entonces, insistiendo en acciones que dañan fuertemente a nuestres compañeres racializadas y sus comunidades cuando hay herramientas críticas alternativas para el análisis y la lucha antiespecista? Una respuesta probable es, simplemente, porque podemos. Es decir, en un mundo donde ser blanque conlleva una serie de ventajas incorporadas, no hay sanciones para quienes perpetúan el status quo, por muy dañino que resulte para quienes se sitúan abajo en la jerarquía social. De nuevo, privilegio blanco.

Pero si indagamos un poco más, nos encontraremos con una capa adicional de injusticia. La llamada ‘injusticia epistémica’. La ‘injusticia epistémica’, un término acuñado por Miranda Fricker, pero cuya realidad describía ya, en su momento, Sojourner Truth, ocurre cuando alguien es tratado injustamente en el proceso de recibir o transmitir conocimiento. Una de las variantes más comunes de injusticia epistémica es la injusticia testimonial que se produce cuando la palabra de alguien recibe menos credibilidad, debido a un falso estereotipo sobre el grupo social al que pertenece. Por ejemplo, el estereotipo de que las personas racializadas tienden a basarse más en la emoción que en la razón. Es fácil entender cómo un estereotipo así, por ejemplo, en su versión más conocida el estereotipo de la mujer negra enfadada, ayuda a desacreditar y descartar fácilmente el testimonio de las personas racializadas y a mantener las estructuras de poder existentes. Aplicado al caso que nos ocupa, se produce una injusticia epistémica, en particular, testimonial, cada vez que les activistas racializades intentan trasmitirnos su conocimiento sobre las dinámicas de poder racial en el movimiento u ofrecernos herramientas interseccionales de coalición con otras luchas y no se les da la credibilidad que merecen. Patricia Hill Collins, reconocida teórica negra feminista, va incluso más allá y muestra cómo a las injusticias epistémicas a las que responden los enfoques interseccionales, se les suman otras contra les propies activistas que reclaman la interseccionalidad. Es decir, no sólo se desacredita el diagnóstico ofrecido por les activistas racializades, sino que la propia reivindicación de intersecionalidad se traduce en descrédito personal por el desprestigio del concepto.

La reacción a las protestas de Minneapolis ejemplifica esto de manera evidente. Les activistas antiespecistas negras han explicado cómo un ataque blanco a personas negras en plena acción de resistencia frente a un sistema opresor no sólo es desconsiderado con la lucha antirracista, sino que favorece el supremacismo blanco, dañino tanto para las personas negras como para los animales no humanos. Como viene apuntando hace años Aph Ko “[e]sto no quiere decir que las experiencias de las personas negras y la de los animales sean las mismas, sino que el supremacismo blanco busca una organización de los sistemas sociales que satisfacen los intereses de la ‘blanquitud’ a expensas de todos quienes caen fuera de esta categorización”. Sin embargo, este y otros testimonios han sido, en general, descartados por interseccionales y la narrativa que ha triunfado en el movimiento es el ‘whitesplaining’ sobre cómo llevar a cabo la ‘supuesta’ liberación animal.

Lo que la estrategia unidireccional no es

He subrayado a propósito el carácter ‘supuesto’ de la liberación animal, ya que incluso desde fuera de un análisis interseccional, una reacción de este tipo, más allá de perjudicar a las personas racializadas, no ayuda a los animales no humanos. Como he señalado brevemente en otro lugar, la virulenta campaña que se ha ensañado contra el #BlackLivesMatter no solo muestra que a les activistas antiespecistas les da igual la injusticia entre humanos, sino que les da igual la estrategia a la hora de defender a los demás animales. Esto porque una buena estrategia, aunque exclusivamente enfocada en defender a los no humanos, es sensible al contexto. Una acción de este tipo debe ser atenta a la situación social concreta en la que se da el señalamiento, a la relación de poder entre quien señala y quien es señalade y a la psicología de las personas objeto del señalamiento. Solo en función de eso, se puede estimar, aunque de manera aproximada, la probabilidad de que la acción ayude a alcanzar los objetivos deseados. No hace falta ser une experte en psicología social para entender que señalar desde arriba (personas blancas hacia personas negras) y en medio de una acción de resistencia antirracista tiene una probabilidad nula de avanzar objetivos antiespecistas. Por tanto, insistir en ello sugiere que a muches activistas tampoco les importa, como pretenden, alcanzar la justicia para los animales no humanos. Una parte del antiespecismo parece olvidar, a menudo, su objetivo último, convirtiendo el activismo en una mera excusa para disfrazar la rabia o el subidón de estatus que confiere señalar a les demás.

En mi entender, esto ocurre porque los debates estratégicos en el movimiento están monopolizados no solo por personas blancas, sino, específicamente, por hombres blancos. Es decir, al privilegio blanco se le suma el privilegio masculino. Ello posibilita que se actúe bajo la narrativa patriarcal de que los hombres (blancos) son más racionales en sus valoraciones, cuando, en realidad, actúan sistemáticamente con base en pura emoción, sobre todo, rabia (por ejemplo, al ver alguien sujetar una cabeza de cerdo en una manifestación). El privilegio blanco masculino lleva a los hombres (blancos) a actuar bajo la expectativa de que su indignación sea atendida de forma inmediata y prioritaria. Al contrario, las personas racializadas, las mujeres y otras identidades no normativas actúan, por lo general, a sabiendas de que sus intereses son marginales, conscientes de que conquistas sostenibles se obtienen a través de alianzas con otros márgenes. En un movimiento en el que, por definición, hay que moverse por el dolor ajeno y no por lo que a une le duele quizás tenga sentido admitir, de una vez por todas, que los hombres (blancos) están en muy mala posición para ser buenos estrategas y, por ende, para asumir liderazgos, dentro (y fuera) del antiespecismo.

Una acción más consonante con los objetivos antiespecistas, y, a la vez, comprometida con la justicia racial, hubiera sido, por ejemplo, introducir en las conversaciones sobre la inmoralidad de las prácticas policiales, el papel que los animales no humanos, en particular caballos y perros, juegan en un tal contexto de opresión, señalando ‘hacia arriba’ la necesidad de un cambio generalizado en las políticas. Discernir acciones legítimas de ilegítimas exigirá, como sugiere Kimberly Jones en uno de los testimonios más sobrecogedores de estas protestas, “enfocarse en el porqué y no en el qué”. Es decir, dejar de enfocarse en actos particulares y empezar a enfocarse en el sistema que les da lugar. Con un poco de trabajo y escucha, seremos capaces de reconocer lo que Aph Ko llama de “racismo zoológico”. Esto es, el sistema racista sostenido por el binario humano/animal, mediante el cual el sumpremacismo blanco, se realiza a la vez como anti-negro y anti-animal [6]. Afirmar, en este momento, #BlackLivesMatter es un paso necesario en ese sentido. Pero más necesario aún es mostrar que, después del hashtag, esas vidas siguen importando en las prácticas cotidianas de nuestro activismo.

 


[1] Entiendo aquí “problema” no en el sentido de un problema para, sino en el sentido de un problema causado por y cuya resolución recae en las personas blancas y ‘sus’ instituciones.[2] Gracias a Momo, por llamar mi atención hacia una idea análoga en Un Libro Para Ellas, de Bridget Christie, Anagrama, 2017, p. 117.[3] Utilizo aquí “racializade” intentando captar una preferencia general por el término en los colectivos antirracistas, aunque consciente del debate dentro de los mismos. Ver un ejemplo.[4] Gracias a Audre Lorde, por hacerme pensar sobre esto por primera vez en Sister Outsider: Essays and Speeches, Crossing Press, p. 232.[5] El apunte busca simplemente explicar el uso de la palabra y no justificar el especismo en la base del uso despectivo de ‘pig’.
]6]  Cf. Aph Ko, Racism as Zoological Witchcraft. A guide to getting out. Lantern Books, 2019, p. xix.


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