Economía feminista para un mundo en transformación

Economía feminista para un mundo en transformación

Frente a la actual pandemia se han elaborado las siguientes reflexiones desde la Confluencia Feminista, creada en el marco del proceso del Foro Social Mundial de EconomÍas Transformadoras. En este texto participan feministas de dos continentes y, al menos, siete países en diálogo

13/05/2020
Imagen cedida por REAS Red de Redes

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Artículo elaborado colectivamente por la Confluencia Feminista espacio en el que REAS Red de Redes participa de forma activa desde su creación

Las Economías transformadoras (la economía social y solidaria, las economías feministas, los comunes o la economía ecológica) son aquellas propuestas que cuestionan el modelo económico y social dominante y proponen un cambio de paradigma. Están formuladas desde marcos teóricos así como desde experiencias prácticas que implican otra forma de organizar la actividad económica.

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La articulación de estas economías entre sí lleva a un necesario proceso de confluencia para generar intercambios y producir conocimientos compartidos de cara a facilitar este urgente y necesario paradigma. Hablar desde lo colectivo, por ejemplo, es un requisito indispensable para incluir los diferentes enfoques y la diversidad de regiones y pueblos implicados en ello, en definitiva, construir una ecología de saberes.

Confluencia feminista frente a la Covid-19

En las excepcionales condiciones de confinamiento con que se hace frente a la pandemia de la Covid-19, nuestras sociedades afrontan cada día los desafíos de cuidar la vida en medio de la emergencia y la incertidumbre, sin perder de vista el futuro inmediato en un mundo que ya no es ni será el mismo, que está en rápida transformación.

En la primera línea de respuesta, las mujeres hemos movilizado trabajos, saberes y propuestas con una lógica del cuidado –que el feminismo asume como eje de las alternativas–, pero afrontando viejas y nuevas desigualdades e injusticias, en muchos casos exacerbadas por la situación. Que no puede haber vida ni economía sin cuidados es la constatación del mundo en este periodo, como lo es también el grado de desequilibrios del capitalismo neoliberal que nos ha conducido a esta crisis.

No queremos volver a la “normalidad” que nos explota

En medio de problemáticas y alternativas que se mezclan de modo intenso y contradictorio, se refuerza la urgencia de ir hacia una economía para la vida. Así:

En la ‘vida de antes’ denunciamos la matriz de sobretrabajo de las mujeres y de violencia machista que caracterizan este sistema y que hoy se acentúan: El confinamiento en los hogares ha significado una reconcentración en esos espacios, a menudo precarios, de presencias, actividades y tareas tradicionales y nuevas. Los cuidados de siempre, ahora deben combinarse con el virtual traslado de la escuela a la casa y con el ‘teletrabajo’, entre otros. Este esquema, que se prolongará con algún matiz en la siguiente etapa de ‘distanciamiento social’, lejos de un avance a verdaderos sistema de cuidados, supone un retroceso en las ya limitadas formas de organización de los cuidados que combinaban recursos, tiempos y espacios, esto es redes familiares y sociales, instituciones prestadoras de servicios, establecimientos educativos, que en unos casos incluían alimentación escolar.

Junto con esto, se vuelve a poner en el centro de la organización social y económica un modelo de familia nuclear, androcéntrico y heteropatriarcal, que incluye un recrudecimiento de la violencia de género, como muestra la multiplicación de denuncias en muchos países.

Así, al tiempo que se reconoce la importancia y centralidad de los cuidados para la vida y la economía, hay de momento un retroceso en sus condiciones. Cambiar este hecho es una prioridad que se conecta, al mismo tiempo, con una reactivación económica de nuevo tipo.

En los servicios de salud desde siempre feminizados y en muchos casos precarizados por el ajuste neoliberal y la mercantilización, las mujeres asumen la mayor parte del trabajo de atención a víctimas de la Covid-19 en jornadas extenuantes, en condiciones de mínima protección, expuestas al contagio y no pocas veces a la muerte. La prioridad de la salud pública universal, que garantice este derecho humano fundamental, va de la mano con superar esas condiciones desiguales de las trabajadoras de la salud, así como con redefinir el perfil privado y mercantil de la industria farmacéutica, que deja sentir su poder corporativo, ajeno a la vida, en medio de la crisis.

Mientras las cadenas de supermercados y negocios corporativos de alimentos lucran de la situación abasteciendo a los sectores con capacidad de compra, desde las economías campesinas, social, solidaria y comunitaria se han desplegado esfuerzos para llevar hacia toda la población alimentos básicos. Sale a relucir la importancia estratégica de la producción local, de la capacidad de respuesta propia basada en redes socio productivas, en la solidaridad y la complementariedad, que ahora supone formas de presencia distintas en medio de las restricciones de la cuarentena. Es decir, se aprecia el potencial de las experiencias impulsadas por las mujeres en vínculo con la atención a las necesidades básicas de reproducción y cuidado de la vida.

La pandemia desnuda y acentúa desigualdades, al tiempo que se torna pretexto para una escalada de formas de fascismo gubernamental y social. La vulnerabilidad económica conlleva un brusco deterioro o suspensión de ingresos, altas posibilidades de contagio y mínimas de atención en los casos las trabajadoras precarizadas, de las mujeres migrantes y refugiadas, en situación de cárcel, etc. El despunte de clasismo, racismo y xenofobia han llegado al extremo de culpabilizar a estos sectores por la expansión del virus, y de difundir, de modo directo o velado, la idea de que hay vidas desechables, no viables. Se alientan actitudes sociales de vigilancia, no de solidaridad.

La cuarentena ha marcado una inflexión en las dinámicas de movilización social contra el neoliberalismo que se vivieron en los meses recientes. En medio de las restricciones de movilidad, nuevas iniciativas van tomando forma en vínculo directo con la atención a las necesidades más apremiantes de alimentación y salud. Las mujeres han activado formas alternativas de expresión, contacto y acción solidaria, no de la escala de comedores populares o similares de otros momentos de crisis, pero que apoyan, por ejemplo, la compra de alimentos agroecológicos de agricultoras, jabón y mascarillas de unidades de economía solidaria, y su distribución hacia sectores desprotegidos.

En el umbral de vida o muerte que ha marcado la pandemia, los elementos para una agenda transformadora están a la vista y crece la conciencia sobre la necesidad de una economía para la vida, no a expensas de la vida.

Aunque esto es evidente, vemos agendas inerciales, que insisten en trasladar recursos públicos y sociales para salvar a ‘los mercados’, a las empresas, reiteran fórmulas de endeudamiento que presionan aún más economías nacionales y familiares ya sobre endeudadas. Vemos también reacciones de otro perfil, que han asumido medidas de protección social, aumentando el acceso a salud y cuidados, asegurando rentas básicas, transferencias monetarias o licencias remuneradas para trabajadoras/es, apoyando especialmente a personal de la salud y cuidados, etc., es decir, medidas necesarias pero no suficientes dado el tamaño de los problemas previos.

Desde los entornos económicos y sociales comprometidos con la reproducción de la vida, se refuerza una agenda de cambio de prioridades, de formas de organizar la producción, los intercambios, el consumo. A parte del evidente fracaso del capitalismo que se expresa en la pandemia, un acervo de experiencias dan sustento y herramientas a las propuestas transformadoras: nueva arquitectura financiera, justicia fiscal, comercio justo, monedas alternativas, economía social y solidaria, agroecología, soberanía alimentaria, etc.

Ante la prioridad de atender las necesidades básicas de vivienda, educación, ingresos básicos, sanidad, para todas/os, se impone un consenso social en torno al imperativo de gravar a las grandes fortunas e ir hacia formas alternativas de reactivación económica, lo que incluye redefinir los trabajos socialmente necesarios y aquellos trabajos biocidas que tendrán que reconvertirse en un nuevo esquema de trabajo y producción con claves ecofeministas.

Estamos resistiendo colectivamente, no dejamos el espacio público, nos multiplicamos en otros. Estamos diseñando una nueva economía que vamos tejiendo con paciencia y nos llevarán hacia una mejor humanidad.

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