Será intergeneracional o no será

Será intergeneracional o no será

Urge la necesidad de generar un movimiento feminista intergeneracional que luche contra la estructura social que genera espacios para una muerte sin vida donde depositar los cuerpos que, según este sistema mercantil, ya no son beneficiosos.

Texto: Mar Gallego

 

Hace un tiempo que resido con un señor de más de 70 años al que llamo papá. Vivimos en un patio familiar totalmente conectado. El confinamiento aquí no tiene tanto que ver con el aislamiento. Si mi prima Mari —que está al lado— tiene que ir a hacer la compra, pregunta si necesitamos algo y viceversa.

A pesar de que echo de menos los momentos en que podía permitirme vivir sola, no experimento mi situación actual como un fracaso. Si me dejara guiar por los deseos del occidente hegemónico, ya me hubiera hundido pues, a ojos del sistema, sólo soy una mujer de casi cuarenta años que resiste económicamente porque vive con su padre. Pensar qué consideramos fracaso y qué no nos da muchas pistas sobre las formas de construir sociedad en la que “insistimos”. Casi siempre, individualista. ¿Podría yo vivir este momento como un momento que no espera ser superado? ¿Con mayor potencial de transformación que el modelo de éxito basado en un lugar propio donde nadie me molesta?

Mi padre es una persona activa, centrado en las relaciones humanas y en su huerto. Creo que, en nuestro intercambio, él aporta mucho más que yo. Sin embargo, el comentario que más recibo del entorno más o menos conocido es el siguiente: “Qué bien. Así le haces compañía”.
A quienes hacen este tipo de afirmaciones que son la inmensa mayoría social, no se les pasa por la cabeza que mi padre me acompaña en la misma medida en que yo lo acompaño a él. Tampoco piensan que una persona mayor pueda aportarme a mí algo de valor. Mi padre existe en la medida en que yo lo acompaño a él o, dicho de otra manera, mi padre existe como frase pasiva, como ente que es acompañado, cuidado. Ha tenido que cumplir una determinada edad para ser visto —en esa relación ficticia que hacemos en la que a mayor supuesta independencia mayor autoridad— como objeto, no como sujeto.

suscribete al periodismo feminista

La persona mayor que no puede hacer esa combinación riqueza más género masculino hegemónico* que lo haría valiosa es, en esa escala que da importancia a unas personas y convierte en deshecho a otras, un ser inválido que tiene menos puntos que yo: autónoma de la pobreza; que ya es decir mucho.

La edad y las personas que el sistema no puede meter en su maquinaria cruel de productividad se convierten a ojos de la sociedad en un complemento incómodo para las vidas que el sistema considera meritorias. No hablamos, por ejemplo, de las relaciones que se establecen entre quienes cuidan y quienes perciben determinados cuidados como una relación en constante feedback. Tampoco pensamos, por ejemplo, en que las personas que son cuidadas tienen historia, personalidad, voz… En que su identidad va más allá del hecho de ser cuidadas. Mucho menos afirmamos que absolutamente todas las personas somos interdependientes y estamos siendo asistidas de manera constante por un sistema que nos alimenta, nos viste y nos agencia la vida. Como asegura el creador del Carnaval de Cádiz, el Selu, todas somos autoinsuficientes**

El mismo trasfondo del comentario que recibo sobre mi padre tiene el que estamos escuchando, un día y sí y otro también, cuando decimos que el coronavirus —rebautizado “chiriviru” por la vecina gaditana Luci Vera— solo afecta a personas mayores o con patologías previas. Un mísero “solo” que resuena con eco en nuestras vendidas gargantas capitalistas y que visualiza la vejez en un lugar invisible donde nunca, parece, estaremos. No nos toca y, como no nos toca, estamos a salvo pero, escuchad, es sólo cuestión de tiempo: “Cuando las estrellas se apaguen, tarde o temprano, también vendrás tú”.

Muchas periodistas hemos intentado poner el foco en los cuidados, la interdependencia, los geriátricos, la rutina de las auxiliares de enfermería y la necesidad de ver a las personas mayores o a las que el sistema cataloga desde un grado determinado de dependencia como referentes dignos de ser escuchados sin que esto haya tenido mayor repercusión frente a otros temas. Nos preguntábamos si, quizás, no acertábamos con la forma de contarlo. Si, quizás, había que buscar otras técnicas expresivas para llegar a producir cierta agenda discursiva al respecto. Honestamente, estoy harta de que, para que algo importe, tengamos que pensar en un buen marco para entretenerles a ustedes.

Tampoco, y siempre desde mi punto de vista, siento que la mayoría de los movimientos feministas del Estado español no se han visto suficientemente interpelados por luchas como las de las trabajadoras del hogar en su ruta clara, crítica y ejemplar por la ratificación del Convenio 189 OIT (Organización Internacional del Trabajo). Tampoco nos hemos sentido suficientemente interpeladas por una Marea Blanca que también es violeta: ¿no estamos nosotras en casi todo lo que ocurre en la base de la salud y los cuidados?, ¿no nos afecta a los sectores más feminizados la ausencia de recursos y de perspectiva diferencial tanto como trabajadoras como pacientes?

Inmensamente relacionado con esto se encuentra la urgente necesidad de generar un movimiento feminista intergeneracional que luche contra la estructura social que genera espacios para una muerte sin vida donde depositar los cuerpos que, según este sistema mercantil, ya no son beneficiosos. Hemos despreciado inconscientemente la sabiduría de nuestras ancestras y nuestras mayores y algunas insisten en hacer genealogía únicamente con aquellas a las que la Historia consideró transgresoras (sólo a quienes tenían relación con las letras) o ilustradas (un movimiento cultural de clase alta que, por cierto, acabó en el siglo XIX). ¿Por qué no hacemos política con las situaciones reales de las persona que habitan este presente? ¿Por qué no hemos puesto la situación de los geriátricos, por ejemplo, en el centro de nuestra agenda feminista?

Llevamos años viviendo la violencia contra las personas mayores como algo que no tiene remedio. Llevamos años destruyendo sin pensar los pocos espacios donde seguían formando parte de la vida: los patios comunitarios, las corralas… Llevamos años señalando a pueblos como el gitano que, como cuenta la activista gitana Silvia Agüero, han hecho de sus relaciones su mejor arma de resistencia ante el modelo del estatus quo. Son un ejemplo en el lugar que dan a las mayores en su día a día. También llevamos años parodiando a territorios como el andaluz, entre otras cuestiones, por su insistencia en un modelo de familia extensa demasiado escandaloso para la cultura hegemónica de los modales ilustrados. Sin embargo, es esa forma de entender el núcleo lo que posibilitó durante décadas que muchas vidas no quedaran desplazadas. La familia nunca se presenta como un lugar resignificable, a pesar de que muchas no podríamos sobrevivir sin estas redes. ¿Pueden estos lugares generar libertad sin caer en el esquema que carga la vida de mujeres y de entidades en mayores contextos de vulnerabilidad? ¿Por qué no pensamos estos espacios dentro de los feminismo y sí damos miles de oportunidades y relatos alternativos de resignificación a otros como el de la pareja?

Llevamos años asistiendo —sin que saltara ninguna alarma— a una privatización y a concesiones de geriátricos por parte de lo público que ha hecho de las vidas de las personas mayores un confinamiento constante. Y se pone una vez más en evidencia a quiénes la normalidad sistemática considera residuos. La normalidad es ya un estado de muerte y excepción para demasiada gente. No pidamos volver a ella.

El coronavirus está siendo, entre otras cuestiones, una muerte masiva de memorias que todavía recuerdan cómo se vivía sin este capitalismo sin freno. Estamos perdiendo, en pocos días y casi sin inmutarnos, a demasiadas personas mayores. Con ellas se asesina toda una generación de saberes, de formas de inventar la libertad, de construir y resistir tan imperfectas y aprovechables como las nuestras.

Poco existe ya de ese pacto del que hablaba Gata Cattana*** entre infancia y personas mayores. Urge restablecerlo y empezar a visualizarlo hilando desde lo que lo hegemónico ha situado en el pasado para evitar responsabilizarse. El tiempo de ellas es el mismo que el nuestro. Su época, la misma que la nuestra****.

Construyamos un enorme cuerpo presente.

La lucha feminista será intergeneracional e interdependiente***** o no será

 

 

 

*No digo en ningún momento que las cuestiones de la madurez y a vejez no tengan diferencias de género o que deban ser vistas sin interseccionalidad.

** Antonio Centeno hablará de la necesidad de reconocer la coexistencia de diferentes formas de autonomía.

*** Cattana decía: “Parece que se ha roto esa rica armonía, ese pacto de niños y viejos que sostenía los cimientos de la comunidad más allá de los muros. Los viejos que se mueren y los niños que ya no nacen me piden reivindicar esta riqueza nuestra, de la que tanto he renegado yo, sí, y que tanto me duele ahora que la veo moribunda y extinguida.

****Esto lo menciono porque a veces decimos: “Abuela, ¿en tu época…? ¿En tus tiempos…?

*****Añadiría el término “interseccionalidad” de la jurista negra Kimberlé Crenshaw porque, ni en momentos de alarma sanitaria, deberíamos perder su punto de vista. Nunca nos afecta por igual y siento que, en momentos como este, tendemos a desprendernos de ese foco necesario. Asimismo, querría decir que la autocrítica no me parece un ataque y que mucho menos pretendo fomentar en este artículo culpa alguna. Los geriátricos son, para muchas personas, la única alternativa que el sistema les brinda y es difícil, con el agua al cuello, poder construir otras.

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia
Etiquetas: ,

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba