“No estamos hablando del racismo de Estado”

“No estamos hablando del racismo de Estado”

Con motivo de la presentación del libro 'La radicalización del racismo. Islamofobia de Estado y prevención antiterrorista', nos hemos sentado a hablar y a pasear al fresco por el casco viejo de Vitoria-Gasteiz con la autora, Ainhoa Nadia Douhaibi Arrazola. Ella se ha quedado con la sensación de no haber dicho lo suficiente. Nosotras seguimos pensando en lo que podemos digerir de todo lo que nos ha contado.

01/04/2020

Hasiera batean, Argia aldikariak elkarrizketa hau euskaraz argitaratu zuen.

 

Ainhoa Nadia Douhaibi Arrazola. / Foto: Dani Blanco (Argia)

Ainhoa Nadia Douhaibi Arrazola (Oñati, Gipuzkoa, 1983) acaba de publicar, junto a Salma Amazian, un libro sobre el racismo institucional: La radicalización del racismo. Islamofóbia de Estado y prevención antiterrorista (Cambalache, 2019). También participó anteriormente en el libro Paremos los Vuelos sobre deportaciones (Cambalache, 2014). Ha trabajado durante años como educadora social y también como técnica de interculturalidad en el Ayuntamiento de Barcelona. Ejerce como militante contra la islamofobia de Estado, ha participado anteriormente en diversos espacios y colectivos —Tanquem els Cie, Assemblea Antiracista de Barcelona, Stop Deportaciones— y actualmente es profesora colaboradora de la Universitat Oberta de Catalunya.

Hace trece años que te mudaste a Barcelona. ¿Cuántas veces te preguntan cuándo vas a volver?
Eso solo me lo preguntan en Oñati. Allí en Barcelona nadie pregunta cuándo vas a volver. Nadie sabe de dónde eres. Y, no te creas, ahora aquí tampoco me lo preguntan tanto.

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Trabajabas de profesora de lengua extranjera en Oñati y te fuiste a Barcelona a hacer un máster.
Me interesaba el tema de la migración y había oído que Cataluña era bastante pionera en estos asuntos. La verdad es que no tenía grandes expectativas. No sabía exactamente a qué iba, pero tenía ganas de moverme, y allá fui.

Y de ahí pasaste a trabajar con jóvenes migrantes. El Estado español protege por obligación a los menores migrantes en albergues gestionados por empresas privadas, en los denominados “centros de acogida”. Y allí entraste tú.
No fue algo previsto. Al principio trabajé en bares vascos porque era la opción más fácil para encontrar trabajo. Pero, al terminar el máster, me apetecía cambiar. Llevaba un montón de años en la hostelería, y vi un anuncio para trabajar en uno de esos centros. Ni siquiera sabía lo que era, si te digo la verdad. En ese anuncio ponía que buscaban a gente para trabajar con jóvenes inmigrantes en un albergue, y llamé. En seguida me propusieron una entrevista para el día siguiente. Todo fue muy precipitado. Fui a la entrevista sin saber a dónde iba y me preguntaron si me llevaba bien con los jóvenes y yo les dije que sí. Y me dijeron “pero son chicos marroquíes”, y yo les respondí “yo soy medio marroquí”, y a los pocos días ya estaba trabajando.

¿Y con qué te encontraste allí?
Me acuerdo bien del primer día. Era el primer día del Ramadán y yo estaba bastante nerviosa. Aquel centro estaba situado en la periferia de Barcelona, y era una antigua fábrica textil. La entrada era así como de una prisión; tenía una puerta con rejas de metal. Cuando entré no había nadie. Pero luego fueron llegando los chavales. Y allí estaba yo, con una especie de sudadera que llevaba el nombre de aquella empresa subcontratada. Eran un montón de chicos jóvenes, 80, si no me equivoco, y éramos cuatro personas educadoras y dos guardias de seguridad. Imagínate el ruido en aquella vieja fábrica. No había ventanas, estábamos a principios de verano, y ellos venían hambrientos. Y lo primero, las duchas. “Ahora tienes que repartir toallas”. “Ahora dar comida” — la comida se daba en bandejas de metal, no se podía repetir… — . Y cuando llegó la hora de cenar, no sé por qué un muchacho enorme le dio un golpe terrible a otro. La cabeza del chaval dio contra la mesa y el golpe puso patas arriba una mesa para ocho personas. Y yo le dije “esto no está bien “. El chico me echó una mirada que decía “¿qué coño me vienes a contar tú de mi puta vida?”. A partir de ese día poco a poco me fui dando cuenta de dónde me había metido.

¿Y cómo te posicionas en esa situación? ¿Cómo lees esa realidad?
Lo cierto es que hay mucha violencia explícita; ¡a ver, también hay muchas cosas muy bonitas!. Pero sí, el entorno es violento. No tenían intimidad, eran habitaciones llenas de camas de hierro, no les daban bastante ropa de abrigo en invierno y, sin embargo, el problema principal de los chavales no era ese. En su día a día las angustias eran “¿dónde están mis papeles?”, “¿por qué no puedo trabajar?”, “¿por qué no puedo salir del centro cuando quiero?”. Y los chavales, cumplidos los 18 años, muchas veces los echaban a la calle sin papeles y sin un lugar adonde ir. Poco a poco empecé a dirigir la mirada hacia el otro lado, a dejar de mirar solamente lo que hacían los chavales, y observar lo que hacían o lo que no hacían las administraciones, las instituciones, y los equipos educativos. Pasó un tiempo desde que empecé a trabajar hasta que empecé a analizar lo que me rodeaba de manera crítica. Mi “acción educativa” se fue politizando.

La política con mayúscula también se ha referido a estos chavales hace poco. En el debate electoral del 5 de noviembre del año pasado, Santiago Abascal se refirió a los Mena (Menores Extranjeros No Acompañados), empleando la palabra manada para referirse a ellos y relacionándolos directamente con violaciones grupales. Llama la atención cuándo y cómo se habla de estos chavales…
Es significativo ver qué moviliza la visibilidad de estos chavales; son visibles cuando las menciona la extrema derecha, pero desaparecen cuando no los menciona. Y cuando los demás hablan de ellos, lo hacen para subrayar el racismo de la extrema derecha, como si el racismo sólo fuera de la extrema derecha, dejando a la izquierda libre de pecado. Pero también es responsabilidad de la izquierda que estos chavales hayan llegado a este nivel mediático en este momento y de esta manera, ¿no? Porque no hablamos de ellos si no se habla de VOX, y porque no hablamos de racismo institucional ni de violencia estructural. Pero el caso es que VOX puede instrumentalizar el tema solo si el tema funciona como catalizador. Los Mena no los ha inventado VOX, esa categoría y la red de ideas que se asocia a ella ya estaba ahí antes de la creación de VOX. VOX es un problema, pero no es la raíz de la cuestión.

El título del libro que acabas de publicar con Salma Amazian, La radicalización del racismo y la islamofobia de Estado, tiene su ironía, porque la radicalización se ha vinculado más precisamente con conceptos como islam, musulmán o yihad.
Sí, hay que decirlo todo, el título es bastante pop. Funcionaba para lo que queríamos. Nosotras lo que queríamos era crear debate y discusión. No estamos hablando de racismo, no estamos hablando de islamofobia de Estado, ni estamos hablando de la vinculación de la política antiterrorista con todo eso. Hablamos de seguridad, de interculturalidad, de convivencia, de inclusión… porque, entre otras cosas, el racismo es un tabú. Se habla de todo lo demás, y si se habla de racismo, se habla del racismo ajeno. Pero el racismo está ahí, en los discursos sobre la convivencia, sobre la democracia, sobre la legalidad, incluso en los discursos sobre el feminismo.

Hablamos de racismo para decir que es racista decir “moro” o “mora” a las personas magrebíes o oponerse radicalmente a la inmigración, pero no llegamos a ver el racismo como una matriz que organiza nuestra sociedad, el espacio en el que vivimos, el mercado laboral al que accedemos, nuestras vidas y muertes, y mucho menos a hablar de ello en este sentido. Como mucho hablamos de estereotipos, prejuicios, desigualdades o xenofobia. Pero no describimos cómo determina la construcción social de la raza nuestra manera de encarnar el género o la clase, y viceversa, o, en definitiva, cómo determina esa construcción lo que es o no es posible en nuestras vidas.

En el libro dices que los nombres de Mohammed, Bula o Achraf funcionan entre nosotros como indicadores de riesgo. Y hablando del género, ¿qué pasa con nombres como Nadiya, Fátima o Aziza?
Voy a poner un ejemplo del ámbito escolar. Hace unas semanas una chica de unos 25 años, ella es mora, nos contó que cuando era niña era muy revoltosa. Y contaba cómo en la escuela le perdonaban todo y cómo hacían un gran esfuerzo para que ella siguiera estudiando. Ella tenía que estudiar porque, al parecer, se entendía que ella en su casa estaba sometida, porque “la cultura de su familia” oprimía a la mujer. Y, entonces, le estaban haciendo un favor. La estaban “salvando”, para entendernos. A su hermano, sin embargo, que era de su misma edad, no hicieron más que joderlo. También él era travieso. Pero él era peligroso. Obviamente. La construcción de género atraviesa las construcciones sociales de la raza. Esto que llamaríamos racismo cultural es la forma en que habitualmente se expresa el racismo hoy en día.

Portada del libro ‘La radicalización del racismo’.

De hecho, tú has analizado las políticas de prevención en el ámbito escolar catalán. ¿Qué pasa cuando ese Estado islamófobo y racista toma medidas concretas?
En aquel 2015 posterior a Charlie Hebdo, el consejero de Interior catalán hizo unas declaraciones en las que afirmaba que estaba aflorando un terrorismo global “contra la vida y los valores de Occidente”. Lo que hasta entonces se leía en coordenadas políticas pasó a ser leído en coordenadas culturales. El terrorismo, más que una herramienta para conseguir objetivos políticos, ya se había convertido en un instrumento para destruir formas de vida concretas. Comprender este giro es importante. Y añadió que “nuestros vecinos musulmanes son colectivos que exigen un control especial”. Y ese fue el pistoletazo de salida de lo que llaman protocolos de prevención de la radicalización. Y como la palabra prevención tiene una connotación positiva — ¿cómo va a estar mal actuar con previsión para que no ocurra nada malo?— , nos callamos todas. Pero esta prevención se aplica exclusivamente a una población concreta y construye una fase de precriminalización en la que el principio es claro: hay que vigilar a la población musulmana en su conjunto y luego pasar la criba para ver quién merece una vigilancia más estricta y quién no.

Para ello echan mano de teorías sobre la prevención de la radicalización creadas por un montón de think tanks y lobbys gubernamentales. ¿Por qué hablar de geopolítica y geoeconomía, y por qué debatir sobre políticas exteriores del Estado español, de los Estados Unidos o del Norte Global, cuando se puede hablar del problema de cómo un individuo — o grupo de individuos—  se convierten en terroristas, no? Es un desenfoque muy útil y funciona muy bien si además los atentados se están produciendo en suelo europeo.

¿Y cuáles son las personas potencialmente peligrosas?
Siempre según estas teorías, las personas de algunas ramas del Islam tendrían a priori unas tendencias psico-culturales que les llevarían a realizar acciones violentas. Dibujan una línea recta entre pensamiento y acción, cruzando dos elementos: por un lado, los factores de riesgo y, por otro, los indicadores de radicalización. Los factores de riesgo pueden ser la precariedad o la marginalidad. Y los indicadores de radicalización, por el contrario, son simples prácticas, a menudo relacionadas con la religión, como llevar velo, una determinada vestimenta, afeitarse de una determinada manera la barba, tener una señal de oración en la frente, mostrarse crítico con la lectura que se hace de la historia de Al Ándalus, tener discrepancias con el sistema político actual, interesarse por el conflicto israelí-palestino… Obviamente el dispositivo de vigilancia es más complejo que simplemente hablar de indicadores y factores de riesgo, pero lo cierto es que estos elementos son detonadores de lo que vendría después.

Y esta prevención, o estos mecanismos de control, ¿en la práctica, qué medidas son?
Pues personas del cuerpo policial de los Mossos entran a las escuelas a dar formaciones al profesorado y luego es el propio profesorado el que hace el trabajo policial. Cuando ven algo que puede ser un indicador de radicalización, pasan información a la policía. Ha habido 300 activaciones en dos años (2017-2018). “No sé qué le pasa a Mohamed, puede que haya algo detrás de este cambio …”, y llamada. Y llamar a los Mossos implica la intervención de la dirección escolar, de los cuerpos policiales de proximidad y de los equipos de atención psicopedagógicos. Como según las principales teorías de radicalización, estos procesos suelen empezar porque suele producirse una apertura cognitiva, es decir, fundamentalmente cambios de ideas por influencia tanto de familiares como de amistades. Y, por lo tanto, también conviene vigilar a las amistades y a la gente del ámbito familiar, por supuesto. ¿Qué hace cuando está con sus amigos? ¿Dónde está su padre? ¿A qué mezquita va? ¿Qué dicen los imanes de esa mezquita? Cada activación del protocolo es un dispositivo salvaje para espiar a la población. Porque, el riesgo de terrorismo nunca termina. Nunca. Y la amenaza es enorme, porque no es que “puede que vaya a robar una cartera”, no, es que puede que mate a mucha gente.

Y llega el procès catalán, y a los CDR [Comités de Defensa de la República] se les acusa de terrorismo, se les aplican discursos elaborados en el contexto del terrorismo “yihadista” y todo el mundo reacciona: “¡El Estado se ha vuelto loco!”. Y en cambio, “la amenaza del musulmán” la tenemos totalmente interiorizada, y aunque estés sensibilizada, si vas en el metro y un chico marroquí se olvida de la mochila a tu lado, tu te vas. Han conseguido que asociemos determinadas identidades con el peligro, muy desde las tripas.

¿Y ante esto por dónde debemos empezar a trabajar?
Pues si queremos otro orden social, tenemos que entender cómo funciona el actual. Y yo pondría el foco en el racismo institucional. Una vez le vi a una amiga una publicación de Ambalavaner Sivanandan en la que decía: “A mí me da igual si tú eres racista o no eres racista, haz lo que quieras, si eres racista el problema es tuyo, la gilipollez es tuya. A mí lo que me importa es que no deporten a mis hermanas y a mis hermanos y que la policía no les maltrate”. Venía a decir, no me importa cómo eres moralmente. A mí me interesa que la vida de esta gente no esté condicionada por violencias estructurales. Yo creo que el camino va por ahí, porque los cambios de la subjetividad, son importantes, claro, pero como nuestras subjetividades han sido construidas por un proyecto civilizador de 500 años, necesitamos mucho tiempo para deconstruirlas o construir otras radicalmente diferentes. Y es absolutamente urgente acabar con las violencias generadas por el racismo de Estado y el racismo institucional.

Especial #PikaraLab
Este contenido se enmarca en ‘Feminismo desde mi piel’, una colaboración con Mujeres con Voz y Calala Fondo de Mujeres. Financiado por el Gobierno Vasco

 

 

 

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