La pareja y la pandemia: ¿divorcio o baby boom?

La pareja y la pandemia: ¿divorcio o baby boom?

Ahora tendríamos tiempo de sobra para querernos bien, para querernos mucho, tengo alguna duda de que esté ocurriendo.

29/04/2020

Foto de Markus Spiske (Pexels)

Soy matrona y sexóloga. Una de mis mitades entra dentro de esa categorización de “esencial” hecha por el Gobierno. Mi yo matrona sigue resultando imprescindible. Las mujeres continúan pariendo, continúan naciendo bebes. Ahí no hay contención posible. Un trabajo que estos días miro con cierta distancia, como desde otro cuerpo, también las mujeres y sus parejas que llegan a parir parecen que habitan otros cuerpos: cuerpos prestados. Me pregunto, en medio de esta pandemia, de todo lo que ha traído y todo lo que se ha llevado: ¿Qué les está pasando a las parejas en sus deseos, sus maneras de amarse y reorganizar sus proyectos comunes?

He leído titulares llegados de China que anuncian un aumento de divorcios, otros alertan sin embargo de un posible “baby boom”, anticipando una explosión de nacimientos dentro de nueve meses. Intuyen que dentro de las limitaciones del confinamiento para esparcirse en actividades lúdicas y recreativas, el sexo copulativo ha de estar en el top ten de nuestras ocupaciones. Escucho a una farmacéutica entrevistada, que comparte su impresión sobre cómo la pandemia ha cambiado su trabajo y los hábitos de consumo de la población: “Prácticamente he dejado de vender condones”, concluye. Claro, este hecho constatado por cajas y cajas de preservativos a las que no da salida podría confirmar varias hipótesis. La primera sería que las parejas tienen menos sexo penetrativo. Puede que sea porque no se aguantan, puede que les preocupen cuestiones higiénicas o salubres del tema. Y así, inquietados por las posibilidades de contagio al conjugar sudores, fluidos, roces y alientos, han optado por el destierro de los cuerpos o, al menos, de alguno de sus lúdicos usos. Pudiera ser también que todas esas parejas que aumentaban las “sexo-estadísticas” y la venta de condones han dejado de colorear nuestro paisaje parejil, ahora parece que ni cuentan ni suman. Serían las parejas no convivientes, los amoríos incipientes, aquellas otras sin exclusividad erótica que mantenían encuentros con terceros o cuartas, quienes se lo montaban en parques, playas, festivales de música; el aquí y ahora de la última fila del cine, los que eran su excepción o desliz después de una fiesta trasnochada; los colegas de profesión y compañeras de trabajo que compartían horas sextras. Y es que estas y estos han dejado de contar y han pasado de ser amores cuestionados anteayer a amores proscritos hoy. Prohibido jugar al balón y enrollarse en soportales. Repaso el maravilloso Inventario de lugares propicios al amor, de Ángel González: “Orillas de los ríos, bancos públicos, los contrafuertes exteriores de las viejas iglesias” y voy tachando mentalmente cada una de sus invitaciones. Son pocos, anunciaba entonces el poeta y, ahora, la mayoría de ellos ni son.

Hay quien opina que los niños y las niñas son algunos de los grandes damnificados y olvidados en esta crisis. Y aunque seguramente estoy entre esa gente, y sin que parezca un exceso, añadiría a estas parejas mencionadas arriba, a las que hemos dejado naufragando. Quizá tengamos que elaborar algún tipo de salvoconducto para los amantes.

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Volviendo al misterio de los preservativos, cabe también la posibilidad de que, llamadas por un deseo de transcender a través de la gestación de un hijo o hija, las parejas hayan dejado de usar condones en estos días que andamos asomados al precipicio. Y aunque me encantaría preguntar a mujeres y hombres sobre sus relaciones de pareja temo resultar inoportuna, así que callo y observo.

Bajo a comprar y en la escalera tropiezo con una vecina, madre de dos niñas de uno y cuatro años. Imagino que va a llenar la despensa, pero me corrige: “No, no, voy al trastero a ver si consigo estudiar algo, no aguanto a mi marido”. Ante mi sorpresa, contraataca: “¿Es que acaso tú aguantas al tuyo?”. Y cada una sigue su trecho de escaleras. Ella sube a su pequeño cielo particular lleno de trastos, yo bajo enganchada a una frase de Alain de Botton: “Deberá aprender que el amor es una destreza, más que puro entusiasmo” (La fatiga del amor, 2017). No son buenos tiempos para el entusiasmo, especialmente después de ver las noticias, tampoco parece que nos aventuremos a llenar esa supuesta ociosidad entrenando capacidades amorosas o desempolvando habilidades que nos hagan más diestros en el arte de amarnos. Tal vez, ante este nuevo escenario impuesto, podamos enfocar las cuestiones amorosas desde otros ángulos. Releo a Efigenio Amezúa: “La prisa y el mercado nos dan una idea trepidante de Eros, solo como pasión y excitación. Pero la madeja de Eros está hecha de muchas hebras. Algunos confunden el amor con un idilio paradisíaco. Cuando la realidad de la vida introduce elementos sin cesar ese idilio no puede mantenerse. Una relación pasa por fases muy diversas: a veces muy entusiastas, a veces muy confusas”. (Sexologmas, 2006).

Y en esa confusión puede que andemos. No sé si dos que “tienen que” estar juntos anhelan estarlo. Algunos planteaban que, al aumentar el confinamiento, las oportunidades de coincidencia entre las parejas (se ven más y tienen menos que hacer) y los encuentros eróticos se dispararían. Podría ser, ya lo planteaba Isaac Rosa en una entrevista que le realizaron hace unos años con motivo de su novela Final Feliz: “La frase más repetida por la gente de mi entorno es “no tengo tiempo”. Es nuestro lamento permanente: todo el mundo está con la sensación de que su vida se le escapa. Para quererse bien, hace falta tiempo. Hace falta eliminar esa prisa y esa obsesión productiva en la que vivimos”. Ahora tendríamos tiempo de sobra para querernos bien, para querernos mucho, pero tengo alguna duda de que esté ocurriendo. Cuenta Efigenio Amezúa que los deseos no entienden de deberes y es que tener que compartir confinamiento no se traduce en desear compartirse durante el confinamiento. El deseo acostumbra a necesitar de cierto espacio y distancia que pueda recorrerse (literal o figurada). De uno hacia el otro, del otro hacia una. Es posible, además, que la mujer que soy hoy y ante esta nueva realidad se parezca mucho a la de antes, pero no del todo, y al otro u otra con quien convivo le pasará algo parecido. Y puede que esta pequeña actualización de las mujeres y hombres que somos traída por la pandemia, nos guste, incomode o cause extrañeza. Buscarnos y encontrarnos desde aquí puede invitarnos a recorrer otros caminos, a veces poco explorados hasta el momento. Otras veces descubriremos que ese camino que nos llevaba al otro se ha vuelto difícil de transitar, embarrado, impracticable. Para muchos y muchas esta experiencia está trayendo tensiones que sin duda se manifiestan también en nuestras convivencias y relaciones de pareja. La enfermedad, la muerte, el duelo en soledad, la pérdida de trabajo, el temor a que ocurra, la disminución de ingresos, la irritabilidad de nuestros hijos confinados y la nuestra, o la incertidumbre sobre aquellos proyectos que teníamos iniciados, pueden ser demasiadas presencias con las que los amantes compartan cama y casa estas semanas. Muchas presencias y también algunas ausencias con las que reaprender a amarse.

Ahora, las autoridades nos recomiendan una serie de pautas para mantener el necesario “distanciamiento social” en mercados, calles, comunidad de vecinos y trabajo. Por cierto, poco se han pronunciado sobre las maneras de gestionar esa pauta en la intimidad y complicidad de dos (se agradece ese pequeño resquicio). Y no sé si cuando todo esto pase también nos ofrecerán una serie de pautas sobre cómo retomarnos sin titubeos y volver a los cuerpos y las relaciones libres de suspicacias. Pienso en la posibilidad de que, tal y como avanzan algunas noticias, volvamos a las calles vistiendo las bocas con mascarillas. Un minuto de silencio para las bocas del mundo. Los labios pintados de rojo, los dientes traviesos que se mordisquean, los besos al aire, las muecas guarras, las palabras susurradas, el aliento que cosquillea, las lenguas juguetonas que pasean y perfilan labios, las bocas que insinúan, invitan y hablan con sonrisas… Seducirnos sin bocas será otra pequeña pérdida, aunque no sabemos si lamentaremos más y el deseo quedará huérfano, desorientado entre el miedo y la asepsia. El naufragio del deseo, el sexo y el amor, consecuencia de la pandemia, podría ser otra de las posibilidades. Ojalá que no y como canta Luis Eduardo Aute podamos seguir gritando “aleluya” ante “unos cuerpos que se anudan y unas almas que se dudan”.

Aleluya.


 

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