El climaterio según May Serrano y otras maravillas

El climaterio según May Serrano y otras maravillas

El trabajo de esta creadora se basa en canalizar sus necesidades vitales a través de acciones colectivas. Ideó una performance viral contra el feminicidio, organiza bodas con una misma, lidera un grupo de mujeres que nadan juntas en el mar… Y ha publicado recientemente un libro disfrutón sobre las bondades del climaterio (que no de la menopausia) como una etapa que invita a la plenitud, la asertividad y la aceptación.

22/04/2020
una mujer posa, de medio cuerpo. Al fondo se ve un poco el estadio de fútbol San Mamés

May Serrano posa frente al estadio de San Mamés./ Foto: Angie Found

May Serrano (Aragón, 1970) es… ¿artista multidisciplinar? Ella prefiere definirse como creadora. “Es una palabra más amplia. Mi forma de trabajo consiste en responder a mis necesidades vitales de forma creativa: puede ser mediante una performance, un libro, una aplicación o un bizcocho de manzana”, explica. Así, su necesidad de cuestionar el amor romántico le llevó a crear la acción colectiva ¡Sí, me quiero! en la que unas cuarenta mujeres se han casado consigo mismas y de la que salió un libro. El deseo de expresarse contra el feminicidio la inspiró para proponer Women in Black, una estremecedora acción de calle que se viralizó por las redes sociales y se replicó en un sinfín de ciudades. El anhelo de nadar en el mar sin miedo ni autoexigencias la motivó para fundar el grupo Orca Maris, que nada en la costa de Bizkaia.

Gestó las dos primeras acciones junto con sus compañeras de Mujeres Imperfectas, un colectivo de empoderamiento y cero exigencia que funcionó en Bilbao entre 2010 y 2015. Puso en marcha Orca Maris arropada por sus compis de Histeria Kolektiboa, un espacio de gestación cultural en torno al feminismo, los cuerpos y la diversidad.

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El libro Climaterio: Todo lo que sabes sobre la menopausia es mentira también lo ha escrito movida por la necesidad personal de sacudirse el estigma y reconciliarse con esa etapa de la vida. Un libro sencillo, claro, ligero y liberador, que invita a la introspección, pero también a quedar con amigas para hacer juntas los ejercicios prácticos que pueblan sus páginas y cantar la fantástica lista de reproducción que propone, de María Jiménez, Rocío Jurado y Gloria Trevi a Bomba Estéreo y Kumbia Queers.

Cuenta en el libro que hace unos años su entorno le adjudicó sin preguntar su opinión la obligación de hacerse cargo de los cuidados de un familiar enfermo: “Estoy segura de que las hormonas se alineraron a mi favor y me elegí a mí. Hice la maleta y me fui de casa. (…) Mi cuerpo dijo NO. En el autobús me sentí culpable, egoísta y mala persona (…) La culpa dio paso a la relajación y a la certeza de que estaba a mi lado, no me había abandonado, no me había supeditado al último puesto de mi lista de prioridades. Había apostado por mí”.

Ese punto de inflexión coincidió con los primeros desajustes en sus ciclos menstruales, lo que la enfrentaba a dos posibilidades fatídicas: un embarazo no deseado o la menopausia, esa sobre la que Google solo arroja palabras horrorosas. La búsqueda para explicarse qué le estaba ocurriendo por dentro la llevó a descubrir un término más amplio y esperanzador: el climaterio. Si bien la RAE lo define como “período de la vida en que cesa la función reproductora”, para ella está siendo sinónimo de plenitud y asertividad: “Una oportunidad de ORO para escucharme y hacerme caso (…), destruir todas las cárceles que habito”.

Esta entrevista se realizó por videollamada durante los primeros días de confinamiento. En ella, nuestra vecina del barrio de San Francisco de Bilbao se muestra tan vital, expresiva y con las ideas claras como en sus libros.

varias mujeres, de espalda y con trajes de neopreno y gorros, entran al mar

Las Orca Maris quedan para nadar juntas en las playas de Bizkaia./ Foto: Eloisee Louise

Afirmas que en el climaterio nuestras hormonas nos ayudan a conectar con nuestra brújula interna y descubrir quiénes somos realmente. ¿Quién es May Serrano realmente?[Ríe] Pues una persona que está cambiando constantemente: de opinión, de gustos, de necesidades. No quiero etiquetarme porque las etiquetas me hacen pequeña. Ahora soy una cosa y dentro de cinco minutos otra. La etiqueta que más me podría definir ahora mismo sería exploradora.

¿Feminista también te parece una etiqueta que lastra?
Pues… sí… ¡Ups! [Ríe]. No rechazo el término ni todo el trabajo que hacéis y han hecho las feministas. Mis acciones son feministas. Mi vida también es feminista. Yo, hoy por hoy, no me pongo esa etiqueta. Se está poniendo tan duro y tan exigente ser feminista… Hay una obligación externa. Ahora los medios de comunicación preguntan “¿eres feminista o no?”. Bueno, déjame en paz. Buscan una confrontación entre nosotras. Yo no estoy interesada en esa guerra. No me hagas posicionarme; mírame.

En tus libros das claves para soltar lastres y quererse a una misma. ¿Son libros de autoayuda?[Ríe] Pues es otro etiquetón que me rechina un montón y que se usa para devaluar, como ocurre con “literatura femenina”. Si te ayuda leer mi libro, encantada de la vida. A mí me ha ayudado escribirlo.

Con climaterio ocurre lo mismo que con vulva; son conceptos más amplios que menopausia y vagina pero muy poco conocidos y utilizados.
Es importante cómo no nos nombramos y cómo nos han negado el lenguaje. Menopausia es la última menstruación. El climaterio es mucho más que eso. Me niego a que resuman diez o quince años de nuestras vidas al hecho de si somos fértiles o no. Es como si nadie hablase de la adolescencia, solo de la menarquia. Es un periodo superimportante de nuestra vida, hay un montón de cambios, vamos a darle espacio y a nombrarlo.

En el discurso hegemónico abundan las palabras con una carga horrible, como fracaso ovárico…
…Incapacidad para ovular, pérdida de la libido, de la memoria, flacidez… No solo son peyorativas, sino que nos ponen de incapaces. Te dicen: “Mira, ya no eres nada, porque ya no puedes tener hijos, ya no eres productiva para nuestro mundo”. Y es todo lo contrario: la creatividad y las ganas de vivir se multiplican.

Afirmas que no hay una pérdida de la libido sino una pérdida de los orgasmos fingidos.[Ríe] Sí, porque el cuerpo manda, está en plena explosión y no te vale cualquier cosita. Ahora quieres solo lo bueno y lo de verdad. Me he dado cuenta de que mis amigas sin pareja tienen una vida sexual de lo más activa. Nuestros cuerpos están deseosos de pasárselo bien, lo que pasa es que es una etapa en la que pones muchos límites, las hormonas te ayudan a decir que no y eso abre una brechita bastante maja en las parejas. Muchas mujeres se divorcian en torno a los 50 años.

Cuentas que en Latinoamérica se habla de salida y en España de retirada. La psicóloga Anna Freixas afirma en Nuestra menopausia que en las sociedades en las que se venera a las personas mayores, las mujeres experimentan menos malestares.
Totalmente. La palabra salida evoca que se abre una puerta. Retirada indica todo lo contrario: hacerte pequeñita. Investigaciones machirulas afirman que en este momento nos convertimos en abuelas cuidadoras. ¡Venga, hombre! No, nos adueñamos de nosotras y ponemos dirección. Hasta ahora nuestra energía era cíclica, en círculo, y ahora es en línea recta. Avanzamos hacia donde nosotras queremos. ¡MARAVILLA!

Otro arquetipo contemporáneo es el de la madurita sexy. Ya no nos libramos de la exigencia heteropatriarcal de estar buenas…
Sí, se nos ofrecen dos caminos: o ser la abuelita cuidadora o una tía buenorra a tope con el gimnasio para no aparentar la edad que tienes. Ninguna es ser tú misma. Cuando tú estás en tu cuerpo, te estás ocupando de ti, estás conectada con tus deseos, con las ganas de vivir, ahí bajan las expectativas, no tienes que cumplir con los estereotipos ni con los mandatos externos y tú te sientes sexy. Sexy en plan disfrutona, porque se encienden un montón de chispas en tu vida.

Abogas por utilizar las hormonas a nuestro favor en una sociedad que nos receta fármacos para domarlas.
Estoy a favor de que cada una encuentre los remedios que mejor le vienen. Nunca diría “no tomes fármacos”. Pero, si quieres, puedes aprovechar este momento para revisarte, para ponerte en consonancia con lo que te está pidiendo el cuerpo y tirar para adelante. Te están diciendo: “Lo que te está pasando está mal, estás mal hecha, estás dejando de producir”. Eso causa vergüenza. Date la oportunidad de aceptar todos estos cambios. Lo de los sofocos también es cultural, son como una olla a presión, el cuerpo te está pidiendo expresarte, cuando nos han dicho “calladita, más bonita”. Podemos aprovechar este viaje para decir qué queremos, cómo nos sentimos, darnos permiso para montar pollos.

Ocurre lo mismo con el síndrome premenstrual. Y en mi embarazo también sentí que se activó esa brújula interna de la que hablas.
Nosotras tenemos un montón de oportunidades para revisarnos. Los días antes de la regla no es que de repente te molesten las cosas, es que te das cuenta y tienes la capacidad de decirlo en voz alta. En el embarazo estás muy conectada con el cuerpo, el cuerpo es el que está hablando todo el rato. En el climaterio es lo mismo, pero más seguido. Las hormonas están borboteando, chispeando.

En el libro apenas incluyes tres referencias bibliográficas y no citas conversaciones con amigas o familiares…
Cuando me puse a investigar, no había nada concreto que nombrase el climaterio. Pregunté a compañeras que trabajan sobre ciclo menstrual, como Erika [Irusta], y me dijeron: “Ni idea, tía, ponte a hacerlo tú”. Ahora varias hemos llegado al tema al mismo tiempo. Yo sí preguntaba a amigas, pero hay una parte de negación, nadie lo quería nombrar porque nadie quiere que la retiren del mundo. Hay miedo a la muerte, pero también a la invisibilidad.

El nombre de otro proyecto tuyo, Orca Maris, también tiene que ver con el climaterio.
Fue casual. Yo quería nadar en el mar, me daba miedo, me apunté a un curso, me gustó, me compré un neopreno y era de la marca Orca. Cuando me lo puse me daba muchísima risa porque en ese curso eran todo señores triatletas con cuerpazos… y yo con mi neopreno Orca. Por eso se llamó Orca Maris. Pero después empecé a investigar sobre las orcas y encontré que van en manadas de hembras, son de los pocos mamíferos que siguen viviendo después de dejar de ser fértiles y las orcas mayores son las lideresas de la manada porque saben dónde están las corrientes y los salmones ricos. Fue una casualidad maravillosa. En el grupo de Bizkaia somos unas cuarenta y más de la mitad tenemos más de cuarenta años. Nos hemos dado el gustazo de salir a nadar al mar, y pasan cosas muy guays…

¿Por ejemplo?
Cada una tiene que respetar su ritmo sabiendo que formamos parte de un grupo. A la vez que estás pendiente de tus necesidades y de tu cuerpo, tienes que estar con un ojito puesto en las otras para no quedarte sola, porque estar sola en el mar es peligroso. Es como la vida misma. Todo se resuelve de una manera muy práctica y real. Disfrutamos del deporte no como forma de competición sino como forma de estar y de disfrutar de tu cuerpo, reconocerlo, conectar con tu fuerza… Hay veces que vienen las olas, tienes que remar y piensas: “No sabía que era tan fuerte, que era tan valiente”.

Háblame de ¡Sí, me quiero!, probablemente tu proyecto con mayor repercusión mediática. ¿Surgió como una necesidad personal o la diseñaste como acción colectiva?
La idea viene de lejos. Mis padres tenían un restaurante de bodas. Yo me independicé con 24 años, estaba montando mi casa y veía a todas esas parejas que recibían un montón de regalos. En cambio, cuando emprendes tu vida sola nadie te apoya. Le dije a mi madre: “Pues me voy a casar conmigo misma y que la gente me dé dinerito para la casa”. Mi madre me dijo: “Ni de coña”. Después lo uní con la filosofía de Mujeres Imperfectas y lo organizamos juntas, quitándole esa motivación económica, claro. Tenía algo de gamberrada, queríamos desmontar el amor romántico riéndonos. Nos quedamos en shock al ver lo importante que había sido así que quise compartirlo con más mujeres. Ahí nació el cursillo prematrimonial en el que una se revisa y comprueba si está preparada para da ese paso. Para mí fue un punto de inflexión: hacerme la promesa de quererme, de cuidarme y de respetarme se ha quedado en el cuerpo también. Esa acción me ha llevado a atreverme a vivir el climaterio de forma consciente porque ya estaba entrenadita.

¿Puede ser el climaterio una oportunidad para casarte contigo misma en el sentido de darte cuenta de que no necesitas una media naranja?
Me parece un buen momento para reafirmarte tengas o no tengas pareja y para preguntarte qué coño es eso de tener pareja, qué estoy buscando en la pareja, qué estoy buscando fuera que no me estoy dando yo.

Anna Freixas encontró en sus investigaciones que muchas mujeres heterosexuales empiezan a tener relaciones lésbicas en la tercera edad.
No me extraña, la verdad. Los tíos con cincuenta años están en la luna de Valencia porque ellos están pasando su propia crisis, de la que no se habla nada. Nos achacan a nosotras la falta de deseo sexual cuando es su cuerpo el que no responde de la misma manera. Se habla de la viagra, pero de risas, no de qué les pasa por dentro. Están a la búsqueda de la masculinidad perdida. Son un aburrimiento.

Háblame de Women in Black. Fue una propuesta pionera en mostrar la simbiosis entre el activismo en la calle y en las redes sociales.
Nació viendo las noticias en la tele: “Ha muerto una mujer”, “ha muerto otra mujer”, así todos los días. Se trataba de tomar conciencia de que no son hechos aislados y ponerle cuerpo. Era una forma de sentirte acompañada por otras, pasar a la acción en vez de quedarte en casa. Ver cómo se contagiaba por internet y se multiplicaba era muy esperanzador.

mujeres vestidas de negro tiradas, simulando estar muertas, en las escaleras de la entrada principal del ayuntamiento de Bilbao

Acción Women in Black en el Ayuntamiento de Bilbao./ Foto: Amaia Aparicio

¿Cómo has vivido el bum de la performance Un violador en tu camino? ¿Participaste en la de Bilbao?
¡Sí! Cuando lo vi pensé: “Quiero hacerlo ya”, no me podía quitar la canción de la cabeza y se ve todo el trabajo que lleva una acción de ese tipo. Fue superemocionante, sobre todo gritar “y la culpa no era mía” porque, desde Eva, a las mujeres nos echan la culpa de todo. Cuando conectas con una necesidad vital propia, conectas con otras a las que les ha pasado eso mismo.

¿Qué capacidad crees que tienen ese tipo de performances virales de provocar cambios profundos más allá del titular efímero?
Yo creo que cuando tomas el espacio público y alzas la voz, que es algo a lo que no estamos acostumbradas, prende una chispa en ti que puede ser muy pequeñita. Igual al día siguiente dices: “Hoy no hago el desayuno a mi familia”. Ese ya es un cambio. En estas acciones colectivas se prenden mechas, estás pasando a la acción, una acción valiente que implica saltar muchas barreras. Y pasa como con las orcas, que como te sabes acompañada tienes fuerza, y luego esa fuerza te la llevas a tu casa.

Hay alguna artista de performance que se ha enfadado cuando una acción suya se ha replicado por feministas en distintos lugares sin citar su autoría. ¿Qué opinas?
Que se reconozca mi trabajo me gusta y me sirve en mi currículum, yo tengo que ganarme la vida. A las mujeres nos cuesta decir “esta idea ha sido mía”; tendemos al “es de todas y para todas”. Pero llega un momento en el que deja de ser importante. Hoy por hoy, que hagan un Women in Black sin nombrarme no me importa absolutamente nada. Me fastidiaría si alguien dijera “es mía”. La idea es muy importante, pero si la gente no la lleva a la acción, no vale para nada. Y esa gente no está trabajando para ti, está poniendo autoría en su forma de hacer.

¿Qué referentes y aliadas te nutren a la hora de idear acciones artísticas?
Histeria Kolektiboa ha sido mi casa, mi lugar de nacimiento. Un espacio seguro, sin juicios, donde te sentías arropada y regadita para poder crear. Y no ponían en duda tus motivaciones o necesidades. Les dije: “Yo ahora necesito nadar en el mar”. No se plantearon si eso era arte o no. “Da igual, vamos contigo”.

Una última pregunta obligada estos días: ¿cómo estás viviendo el confinamiento como vecina del barrio de San Francisco?
Hay mucha animación… Ves asomadas por la ventana a vecinas que no habíais visto nunca. Sí que me preocupa un montón que, en un barrio en el que somos muy críticas con la presencia policial, de repente nos estemos convirtiendo nosotras en policías represoras vigilando a la gente. Habla mucho de lo que nos está pasando por el cuerpo.

Es un momento de ebullición de la creatividad en los balcones. ¿Te has planteado proponer alguna acción colectiva?
Al principio me quedé en shock con la orden de confinamiento, pero a las 24 horas pensé: “Esto es lo que yo llevo entrenando dos años: parar, salir de la rueda productora, de las prisas, del tengo que…”. Me parece una oportunidad muy buena para poner el foco en los cuidados, porque vemos que es lo único que importa de verdad: la sanidad, cocinar, limpiar, cuidar a criaturas y a mayores… Me da miedo que se quede en una anécdota. Hay voces recurrentes que dicen: “Cuando acabe… qué ganas de que acabe… de volver a la vida normal…”. ¡No volvamos a la vida normal! ¡La vida normal nos estaba matando! ¡Esta es la vida! Al principio me daban ganas de montar algo, pero luego me di cuenta de que lo que yo quiero es parar. Está muy bien que el mundo no vaya a mi velocidad, aunque suene terrible [risas]. Entonces, mi acción es no hacer nada.

 


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