La artesana de la palabra

La artesana de la palabra

María Moliner escribió un útil y versátil diccionario en unos años en los que había sido depurada por el franquismo por su labor como pedagoga y divulgadora de las bibliotecas. Aunque la Academia no reconoció su aportación y le negó un asiento, su obra sigue siendo muy consultada

Imagen: Pol Serra
25/03/2020

“Con un lápiz y una cuartilla empecé a esbozar el diccionario….”. Con la sencillez y humildad de quien describe una tarea rutinaria y nimia, María Moliner relata el origen de su diccionario. Con las palabras escogidas, optó por no mencionar su inteligencia, sus conocimientos, su capacidad de trabajo y de entrega, su amor por los vocablos, su valía. Porque un lápiz y una cuartilla no crean un almacén de significados, un semillero de libros.

Con un lapicero y una cuartilla de inicio, y con una vieja Olivetti Pluma 22 durante gran parte de los 15 años de labor solitaria, María Moliner, encasillada habitualmente como bibliotecaria, creó el Diccionario de uso del español (DUE) (editado por Gredos, ahora RBA, cuya tercera edición fue publicada en 2007), sin duda uno de los más consultados en castellano. Toda una referencia que mejoró la propuesta que tenía entonces la Real Academia Española (RAE), más hermética, compleja y, en ocasiones, hasta inútil. Moliner, mucho más que una compiladora de palabras, una lexicógrafa, lo exprimió y manoseó para lograr una obra de una gran utilidad y pertinencia, a la que casi todo el mundo aplaudió menos la RAE, que no permitió que la zaragozana fuera la primera académica de la lengua.

“Es un diccionario que partió de cero, lo redactó desde la base. María Moliner tenía claro que lo que quería hacer era un diccionario de las palabras que de verdad se usaban en español. Su voluntad era hacer un diccionario de nueva planta, moderno y diferente”, explica a este medio la investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Pilar García Mouton.

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“Implicaba una ruptura, una refundación del oficial realizada desde la individualidad y la soledad de una única investigadora. Era una obra de creación literaria y a la vez un compendio de filología”, escribe por su parte la periodista Inmaculada de la Fuente, en la biografía El exilio interior. La vida de María Moliner.

La transgresión de la obra también venía por ser mujer, en una época en la que los roles de género estaban remarcados por la franquista Sección Femenina. Y, como recuerda De la Fuente, otra osadía era recoger el habla del pueblo y fundamentarla, “lo que la convertía en una pionera y en una lexicógrafa brillante”.

No es honesto resumir una obra colosal y milimétrica en unos pocos párrafos, ni tampoco su trayectoria como definidora de conceptos e ilustradora de acepciones. Aunque ella no se diera importancia. O tal vez, desde una reflexión feminista, vivía el síndrome de la impostora. Así definía su trabajo: “Mi biografía es muy escueta, en cuanto que mi único mérito es el Diccionario”, dijo cuando se presentó su candidatura a la Academia. “El Diccionario era ella. Pero ella era mucho más que el Diccionario”, sentencia De la Fuente.

Ha sido hace pocos años cuando, por ejemplo, se ha alumbrado su aporte al estudio del aragonés: María Pilar Benítez Marco publicó en 2010 el libro María Moliner y las primeras estudiosas del aragonés y del catalán de Aragón, donde se subraya que fue secretaria redactora del Estudio de Filología de Aragón (EFA), lo que le permitió formarse como lexicógrafa y colaborar en la redacción del diccionario de la EFA.

Fomento de la lectura

Moliner vivió una infancia y una juventud complejas, tras el abandono de su padre, un ginecólogo que trabajaba en barcos transatlánticos y que nunca regresó de uno de sus viajes. A pesar de que pospuso sus estudios para ayudar económicamente a la familia, estuvo vinculada a la Institución Libre de Enseñanza y logró ir a la universidad para estudiar Filosofía y Letras, en la especialidad de Historia. Fue la sexta mujer, y la más joven, en lograr plaza en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Un trabajo que la llevó a Simancas (Valladolid) y a Murcia, donde fue de nuevo pionera: logró un puesto en la Universidad y con ella “ingresaba el elemento femenino por primera vez”, recoge un acta de 1924 citado en su biografía.

Ya en Valencia, durante la República y la Guerra Civil, formó parte de las Misiones Pedagógicas y se dedicó a poner en pie bibliotecas, a repartir libros y a fomentar la lectura, sobre todo en entornos rurales y empobrecidos. “El perfil profesional de Moliner se agiganta en esta década. Por una parte, su condición de archivera; por otra, su dimensión pedagógica y social, germen de una tercera actividad que eclipsará con el tiempo a las anteriores: su compromiso con el fomento de la lectura y la renovación cultural”, escribe De la Fuente. Con la instauración de la dictadura fue depurada por su trabajo, es decir, se eliminaron todos sus méritos y carrera profesional.

El ostracismo no la frenó: “Frente a aquella indigencia moral, su mente se rebeló”, anota la biógrafa. Como respuesta al castigo franquista, Moliner escribió un diccionario. Casi nada. “Es una obra que nace del aislamiento, de la represión y de la negación de lo que había sido; una obra que surge en medio de la dictadura y de la mediocre vida intelectual de la década de 1950”, añade la periodista. Describir las palabras y los usos de las mismas fue su estrategia para que la dictadura no borrara su identidad, ya perenne.

Sin cuarto propio

Inmaculada de la Fuente, quien escribió las 368 páginas de su biografía, explica a Pikara Magazine lo que más le sorprendió del estudio detallado de Moliner: “Que lograra en 15 años hacer un diccionario tan completo y con tantos matices, que crea vínculos entre palabras afines y que ofrece tratados de gramática”. Y lo hizo sin cuarto propio, la mesa del comedor fue durante un tiempo su lugar de trabajo, aunque luego toda la casa quedó inundada por sus fichas.

En 1966 se publicó el primer tomo del Diccionario de uso del español; el segundo, un año después, a pesar de que en un diccionario nunca se puede dejar de trabajar, como dijo la propia Moliner mucho después, porque la viveza de la lengua y de sus usos obliga a un reciclaje y a una revisión continua.

La lexicógrafa, que por aquel entonces trabajaba como bibliotecaria de la Escuela Oficial de Ingenieros Industriales, redefinió palabras, aportó vitalidad y claridad a las acepciones, quitó tufos reaccionarios y machistas, incluyó algunos conceptos mucho antes que el diccionario de la RAE y también eliminó las dobles letras, como la “ch” y la “ll”, anticipándose a la Academia.

“Más que un mundo de palabras es una interpretación del mundo a través del idioma”, escribe De la Fuente, quien recuerda que era difícil que la censura entrara a buscar ideología en una investigación filológica. Y por supuesto que la hay, porque nombrar las cosas de un modo u otro implica una posición. Por ejemplo, según recoge en un artículo García Mouton, desde 1936 hasta 1992 la Academia definió “hazaña” como “faena casera habitual y propia de la mujer”, mientras que Moliner la definía como “faena, trabajo casero”.

Aunque contó con alguna colaboración, la labor de María Moliner fue personal, artesanal, brillante, ingente, innovadora, prolija, minuciosa, ciclópea, decisiva, popular… Los adjetivos pueden ser numerosos porque decantarse por uno sería cometer un expolio: ¿cómo calificar con una palabra a la creadora de un diccionario? Vicky Calavia, autora del documental María Moliner. Tendiendo palabras, subraya “heroicidad”.

“La riqueza y versatilidad del DUE causó asombro no solo en los círculos académicos, sino en la universidad y en los medios de comunicación. Para las mujeres cultas y universitarias fue, además, un acontecimiento que removió sueños y deseos olvidados. A la admiración que sintieron por la obra de Moliner habría que añadir el factor generacional y emocional. (…) En un país en que las mujeres eran tratadas como menores de edad, María Moliner se había saltado con su tesón todas las barreras reales e imaginables impuestas por la dictadura”, recoge su biografía.

“Asco de misoginia y putrefacción”

La aristócrata Isidra de Guzmán de la Cerda fue nombrada en 1784, por imposición real, la primera académica de la lengua. Gertrudis Gómez de Avellaneda intentó en 1853 ingresar en la RAE, pero los académicos de entonces se opusieron, como medida general, a que entraran mujeres. Sin matices. Emilia Pardo Bazán también lo procuró en tres ocasiones, pero el pacto misógino estuvo vigente demasiados años, dejando fuera de la institución a María Moliner. Camilo José Cela votó en contra de su ingreso porque, escribió por carta, “es mejor producirla en tiempos de menos barullo”. Como reflexiona Inmaculada de la Fuente, a la lexicógrafa no se la presentaba por ser mujer, sino por ser autora del DUE, pero por ser mujer (o por no ser hombre) no se le permitió entrar. Y todo ello, a pesar de que los académicos usaban “el Moliner” para resolver sus dudas.

Carmen Conde, poeta, dramaturga y ensayista, escribió en su agenda personal que la RAE es “un asco de misoginia y putrefacción” el día que la Academia rechazó la entrada su amiga Moliner. Justicia poética tal vez, Conde fue la primera académica en 1979.

María Moliner nació en Paniza, Zaragoza, en 1900. Y falleció en Madrid, en 1981. “Me resultó tremendo conocer la paradoja de cómo acaban sus días: una persona que lo había dado todo por la lengua perdió la memoria, no se sabía el nombre de las cosas”, comparte por teléfono Calavia. El alzhéimer llegó a la vida Moliner para borrar definiciones y significados. Nos queda su diccionario.

Este contenido ha sido publicado originalmente en Pikara en papel. Si quieres tu ejemplar, no te vayas sin visitar nuestra tienda online.

 

 

 

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