Feminismo andaluz: ¿Dónde están las madres?

Feminismo andaluz: ¿Dónde están las madres?

Hablemos de las sindicalistas, de las cigarreras, de las trabajadoras que lucharon por sus derechos, pero hablemos también del resto de mujeres, de la lucha silenciosa de las madres, por ejemplo, para criar una generación de mujeres libres.

25/03/2020
Abuela y nieta en patio cordobés. 1967. Archivo familiar Julia Cañero

Abuela y nieta en patio cordobés. 1967. Archivo familiar Julia Cañero

Hoy nadie puede negar que los feminismos son diversos, que coexisten diferentes corrientes y que las teorías y experiencias de lucha han quedado reflejadas en numerosas obras de referencia, creando un marco conceptual feminista. Sin embargo, también hoy se cuestiona este saber como única guía del feminismo, pues en demasiadas ocasiones ha sido gestado por feministas occidentales, blancas y de clase media-alta, dejando a un lado el proyecto emancipador del resto de mujeres en función de su etnia, clase, territorio… Se realiza así un giro epistemológico, de la occidentalidad al feminismo decolonial, donde se incluyen además todas las diversidades y sentires. En este giro se amplían horizontes donde muchas mujeres comenzamos a vernos representadas.

En este cambio de perspectiva, el feminismo debe construirse a sí mismo en función de las mujeres que lo habitan. Debe tener en cuenta las interseccionalidades y, para que venga de abajo, debe ser autónomo, rompiendo con el feminismo hegemónico institucional que se convirtió en mera agenda política y fue cooptado por determinados partidos. Pero si pretendemos construir un feminismo autónomo tenemos que saber cuáles son las bases de ese feminismo hegemónico, que se ha introducido, no solo en los territorios, también en cada una de nosotras. ¿Quién nos iba a decir que tendríamos que deconstruir nuestra mirada feminista? De eso las madres feministas sabemos mucho.

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La maternidad es algo que nos atraviesa, porque la mayoría hemos sido hijas y nietas de mujeres y porque muchas mujeres son o serán madres e, incluso, abuelas o tías. Por lo tanto, el feminismo debería analizar cómo es la experiencia de la maternidad en una sociedad patriarcal y capitalista y exigir derechos para no maternar de forma precaria y sin recursos. Sin embargo, a lo largo de la historia, cierto antimaternalismo ha acompañado al movimiento feminista (sobre todo dentro del feminismo de la igualdad) centrándose en el empleo como única vía para la igualdad. Un empleo adaptado al hombre y dentro de la lógica capitalista, donde el cuidado de la vida era un hándicap y debía ser externalizado. Igual que las olas feministas han dejado fuera a una gran parte de mujeres, las madres tampoco hemos encontrado el espacio ni la teoría que respete nuestra necesidad de ejercer una maternidad consciente y feminista. Los grandes logros del feminismo respecto a la maternidad se han centrado en la libertad de elección y el derecho al aborto, ambas demandas indudablemente imprescindibles. Sin embargo, aquellas que al final deciden ser madres han visto en demasiadas ocasiones cómo sus métodos de crianza chocaban con su activismo feminista, generando en ellas grandes contradicciones. Cuando se amplía la mirada del feminismo, no sólo nos empezamos a sentir representadas, sino que se reescribe la historia y descubrimos cómo en determinadas culturas o en determinados territorios muchas mujeres forjaron su activismo con sus criaturas a cuestas. Podría hablar de numerosos casos, pero me centraré en mi territorio: Andalucía.

La Andalucía de las comadres

Cuando hablamos de feminismo andaluz estamos hablando del sur, de las mujeres rurales y la soberanía alimentaria, de diversidad cultural, de una idiosincrasia, de un habla, de unas costumbres. Hablamos de la calle, de los patios de vecinos y vecinas, de las corralas. Pero también, en palabras de Auxi J. León y Rocío Santos Gil (2019) en Feminismo Andaluz. Un monográfico de Labio Asesino Femzine, hablamos de “un territorio colonizado históricamente y re-colonizado por la turistificación actual, una precariedad generalizada que invita a la pobreza o a la migración, y una cultura exotizada a la par que desvalorizada”. Este contraste también ha afectado enormemente a las maternidades. La Andalucía de las comadres, donde la infancia juega en la calle y es criada por una red extensa de familiares y vecinas aun permanece en determinados barrios, en el ámbito rural y en zonas de mayor precariedad. Pero contrasta con una experiencia de maternidad acorde al resto del estado y cada vez mayoritaria: la crianza en solitario y apartada de redes de apoyo. La construcción de un determinado modelo de ciudad, que se olvida de la vida (actualmente basado sobre todo en el turismo) tiene sus consecuencias: limita la posibilidad de desarrollar costumbres que eran clave en la cultura andaluza. La mayoría de ayuntamientos andaluces considera el turismo el principal motor de la economía, sin valorar sus riesgos. Las ciudades y las culturas se transforman y, movidas por el desempleo y la precariedad, no nos paramos a pensar si es el proceso adecuado y si existen otras alternativas. Encontramos algunas resistencias, como las puertas abiertas y aquellas mujeres que aún sacan sillas a la fresquita a pesar de la estrechez de la acera, el tráfico y la masificación turística. También el juego infantil se ha visto afectado. Si realizamos una búsqueda en Google “niñas y niños patio de vecinos” no encontraremos aquel juego libre de la vida comunitaria, sino “niños que molestan a la comunidad de vecinos” o “comunidades que prohíben o limitan el juego de los niños”. La “niñxfobia”, unida a la limitación de espacios de juego infantil, hace que la infancia esté apartada del resto de la sociedad, de sus costumbres, de sus formas de vida, creando un universo infantil paralelo que está tutelado y totalmente dirigido por personas adultas. Esto, incrementado por los medios de comunicación y redes sociales, hace que la trasmisión de la cultura andaluza se vaya perdiendo, convirtiéndose en una fotografía antigua de nuestras abuelas y abuelos, mientras las nuevas generaciones se globalizan y pierden parte de su identidad cultural y sus tradiciones.

Dentro de este análisis se sitúa el feminismo andaluz, pretendiendo recuperar y visibilizar el conocimiento de nuestras abuelas y nuestras madres, más allá de las clásicas figuras del feminismo, en demasiadas ocasiones tan distantes de la realidad de nuestras antepasadas. Sin embargo, en demasiadas ocasiones volvemos a caer en el mismo error que el feminismo hegemónico, y solo exaltamos la figura de aquellas mujeres guerrilleras, escritoras, activistas, artistas, que quizás debieron abandonar un proyecto de crianza porque era incompatible con la revolución. Quedan en el olvido el resto de madres, luchadoras en su día a día, en los cuidados, en la incompatibilidad de empleo y crianza, en el comadreo entre vecinas, en las peripecias para sacar adelante una familia con escasos recursos, desde su invisibilidad, desde la eterna crítica, desde la culpa. Corremos el riesgo por lo tanto, de usar la memoria de nuestras madres y abuelas como un mero costumbrismo al que aferrarnos para fortalecer nuestra identidad andaluza, pero sin identificarnos con ellas, sin darles voz, como elementos decorativos que resaltan la base social de nuestro feminismo andaluz.

Es necesario, por lo tanto, hablar de maternidad, puesto que fue algo que atravesó a la mayoría de aquellas mujeres e indagar en la maternidad de aquellas sindicalistas, de las cigarreras, de las trabajadoras que lucharon por sus derechos. Pero también hablar del resto de mujeres, de la lucha silenciosa de las madres, por ejemplo, para criar una generación de mujeres libres. Y de las madres actuales, apartadas de la comunidad, sin ese apoyo mutuo para la crianza que nos ofrecía el barrio.

En otros tiempos, la decisión de no ser madre podría ser considerada un acto subversivo. Sin embargo, incluso aquellas mujeres sin descendencia veían impedida su actividad profesional y su activismo si se casaban: el verdadero problema era la sumisión al marido y ser relegadas al ámbito doméstico tras el matrimonio (hubiera o no criaturas). Ser madres solas o sin casarse era una opción mucho más difícil de contemplar ya que conllevaba grandes dificultades para estas mujeres y sus criaturas.

Pero, ¿cómo fue la maternidad de las grandes guerrilleras andaluzas?

De María Silva, la libertaria, fusilada cuando se encontraba con su hijo de apenas un año. Luisa Sánchez Saornil, poeta y militante anarquista y feminista, escribía en su romance la nana que cantaría María antes de que se la llevaran: “Látigos hienden la noche / -Corazón mío, es el viento…/ Y María Silva canta: /“Duerme… nanita… arrapiezo”

Las rosas de Andalucía (en diversas localidades de Cádiz, Huelva y Sevilla), secuestradas, humilladas y violadas antes de ser asesinadas. Algunas jóvenes (casi niñas), otras abuelas y la mayoría madres de diversas criaturas e incluso embarazadas. Cuenta Antonia Macedo (de Guillena), que tenía cuatro años cuando mataron a su madre estando emabarzada, lo que ha sufrido sin ella. Porque quedar huérfana de madre era la mayor desgracia que le podía pasar a una criatura.

Las cabras montesas de Gilena, por ejemplo “la Chiquita” luchando por entrar en el empleo comunitario, sin que le pagasen la peonada por ser mujer. “Trabajar para alimentar a sus seis hijos no era ninguna vergüenza”, decía. Su activismo nace de su maternidad.

Micaela de Castro, cigarrera muy activa en las luchas sindicales, en un mitin de 1919 decía: “Compañeras, ya sabéis que yo tengo tres chiquitines y no cuento más que con el producto de mi trabajo. Sin embargo, estaré en mi puesto, y si me faltara el pan para mis pequeños, yo iré a buscar el rancho a los cuarteles, pediré de puerta en puerta para darles de comer, antes de volver al trabajo a ser burlada y despojada de mis derechos”

Cuando hablamos de las luchas sindicales de las mujeres respecto a la conciliación tendemos a centrarnos en la demanda de guarderías. El problema es que en muchas ocasiones analizamos las demandas pasadas con una perspectiva presente, e incluso con una perspectiva hegemónica que no se adapta al territorio. Así, consideramos a las trabajadoras y a sus criaturas como entidades separadas y creemos que la finalidad de estas madres trabajadoras fue siempre la externalización de los cuidados, para que ellas pudieran trabajar. No nos planteamos que las madres trabajadoras andaluzas prefirieran acudir con sus hijos e hijas a su puesto de trabajo. No nos planteamos que, si hubieran tenido (cosa que aún no tenemos) derechos laborales, independencia económica y la maternidad tuviera valor social y político, algunas preferirían criar a sus bebés en los barrios y no dentro del entorno hostil de una fábrica, ni en una guardería. En este planteamiento encontramos también un claro sesgo de clase: las feministas de cierto estatus social contrataban los servicios de otra mujer para no abandonar su carrera profesional o directamente decidían no ser madres. De hecho, aunque la campaña de las multinacionales de leche de fórmula fue la principal causa de abandono de lactancias, la buena acogida del biberón por mujeres de clase media-alta se debió en parte a esta necesidad de externalización. Sin embargo, las mujeres obreras solían dar el pecho, y varios años. Por eso no es de extrañar ver fotografías y cuadros de fábricas4 con mujeres amamantando en sus puestos de trabajo, pequeños canastos con los bebés a sus pies, etc: ellas y sus bebés eran una unidad, dentro y fuera del hogar. Lo que para algunas personas puede parecer un lastre o una ausencia de derechos, nos traslada a la situación actual donde las maternidades e infancia están escondidas y relegadas al ámbito privado y son incompatibles con el empleo. Fábricas con bebés, niños y niñas, con mujeres dado el pecho a sus hijes e incluso a los de sus compañeras, niñas mayores cuidando a pequeñxs. Empresarios que se ahorraban la formación de las niñas, que aprendían ayudando a sus madres. Pongo estos ejemplos sin hacer apología de un trabajo esclavo donde la infancia también era esclavizada. Sin embargo, estos ejemplos ocurrían solamente en sectores muy feminizados, en el resto de trabajos las mujeres debían ser como los hombres para luchar por un empleo en igualdad: ser productivas y no tener cargas familiares. Así, los horarios y las condiciones laborales fueron siempre incompatibles con la vida, y no ha cambiado mucho a día de hoy. Por eso es necesario plantearse, tras la lucha de las mujeres dentro del sistema capitalista, si realmente el empleo nos hace libres, aunque participemos en igualdad. Y echar un vistazo a la salud física y emocional de aquellas trabajadoras de doble y triple jornada para pensar si realmente en eso consistía el feminismo.

Madre cordobesa con sus hijxs. 1934. Archivo familiar Julia Cañero

Madre cordobesa con sus hijxs. 1934. Archivo familiar Julia Cañero

Por otro lado, encontramos a aquellas madres que no fueron obreras pero sí trabajadoras sin descanso. Y que, dentro de aquella vida comunitaria, no vivían aisladas, sino que compartían la calle y, por lo tanto, se unían en su lucha cotidiana e invisible. Nuestras madres: cuidadoras de sus hijos e hijas, después de sus mayores y ahora de sus nietos y nietas por la ausencia de conciliación. Aquellas que sostenían algo tan importante como la vida, en demasiadas ocasiones bajo la miseria y la violencia del patriarcado. Cierto feminismo ha promovido una ruptura generacional: el rechazo de nuestras madres, a quienes consideraban “mujeres sumisas y ángeles del hogar”. Es cierto que la maternidad no ha escapado al patriarcado y que incluso ha sido fagocitada en demasiadas ocasiones, como expone Victoria Sau, generando madres patriarcales, que no vivían la experiencia de la maternidad en libertad y que ejercían con sus hijas las relaciones de poder creadas desde el patriarcado. Pero también es verdad que muchas escaparon como pudieron sin hacer demasiado ruido, a través de una desobediencia invisible que nos ha llevado a donde estamos hoy. Porque ellas son las creadoras de las generaciones presentes. Quizás no veamos la importancia de ciertas actitudes que sin duda son subversivas: madres que contradecían la autoridad, intentando paliar las exigencias del padre hacia sus hijos e hijas, protegiéndolxs y siendo su único sostén emocional. Madres que desoían consejos pediátricos de la época porque iban en contra de su sentir, que ideaban auténticas estrategias de subsistencia, que establecían redes vecinales, etc. Sin contar con el empleo gratuito que muchas de ellas realizaban en los campos, sobre todo en un territorio mayoritariamente rural como es el andaluz.

Además de sostener la vida, eran transmisoras de cultura. Ese rechazo a la experiencia de nuestras madres va muchas veces ligado al rechazo de nuestras identidades (agudizado por la desvalorización de la cultura andaluza, vista como algo exótico y lleno de estereotipos). Esa abuela cordobesa, con sus tapetes sobre la mesa camilla y los brazos del sillón, la mecedora al sol, con la bata de guatiné rajando aceitunas mientras tararea el vito, una caña con lata para regar los geranios del patio, el manojo de jaramagos para el canario, el mandil y la talega de pan duro. Reconciliarse con la identidad no es solo un trabajo individual, debe pasar, como todo lo relativo a las maternidades (lo invisible, lo oprimido) por un reconocimiento social, político y económico. Como bien dice Mar Gallego: “Esto solo será posible cuando el libro de recetas de nuestra abuela sea colocado en la historia del saber al mismo nivel que una tesis académica”. No se trata de ser las guardianas de una cultura estática, pues las costumbres están en continuo cambio y movimiento, sino de conocer nuestras raíces y dar valor a la gran cantidad de conocimiento que crearon y difundieron aquellas mujeres, las madres siempre trabajadoras, con empleo o sin él.

¿Y qué sucede con las madres andaluzas actuales? Se mueven entre el desempleo y la precariedad laboral. Se retrasa la maternidad, igual que en el resto del estado, aunque no en todos los colectivos sociales ni etnias. A la precariedad se le une un sistema familiarista que en nuestro territorio se hace más patente. En Andalucía, por un lado, hay que hacer un reconocimiento a la ayuda mutua que continua existiendo en determinados barrios y en las familias extensas. Por otro lado, el Estado se sirve de este sistema para que los problemas estructurales se solucionen en el ámbito privado, produciendo una sobrecarga de las mujeres: “El colchón de seguridad que en otros regímenes constituyen los sistemas de protección social, aquí lo provee la familia” dice Patricia Merino, que ha desarrollado una amplia investigación sobre el sistema familiarista y su relación con la maternidad. Así, ante la precariedad laboral y unos permisos de maternidad irrisorios, las madres recurren a las abuelas, obligadas a vivir una segunda maternidad, ya que es la única opción que queda contra la externalización temprana de bebés en guarderías. La solución es que las familias, sobre todo las mujeres, dispongamos de derechos y leyes que nos protejan. Y no solo hablamos de permisos más amplios para las madres con empleo, sino prestaciones universales por hijo a cargo, tal y como propone la plataforma PETRA Maternidades Feministas, que redistribuyan los recursos y reduzcan las grandes desigualdades sociales que seguimos encontrando en nuestra tierra. Porque Andalucía es la segunda comunidad con mayor tasa de riesgo de pobreza infantil del Estado (con un 40,6%) y son las familias con menores a cargo las que sufren mayor riesgo, duplicándose cuando estas familias son monomarentales8 El feminismo andaluz debe ser interseccional y tener en cuenta todas las realidades, incluida la maternidad en sus múltiples formas. Si las madres andaluzas corremos un gran riesgo de pobreza se debe a la ausencia de derechos, en un sistema cuyas políticas de empleo no contemplan la crianza y favorecen el trabajo precario. Así, un gran número de mujeres deben elegir entre tener hijos/as o un empleo, o incluso dejan sus empleos porque son incompatibles con sus criaturas. Las jóvenes se ven obligadas a desplazarse a otros territorios, alejándose de su red de apoyo y retrasando la edad de tener hijos/as, o criando en solitario lejos de su hogar. La calidad de vida que supuestamente teníamos en Andalucía, en parte gracias al clima, se ve empañada con la pobreza y la ausencia de oportunidades. La calle comienza a estar vacía, porque no hay tiempo para el juego infantil ni para el ocio. Las nuevas familias tienen dificultad para acceder a una vivienda digna (no ayuda la subida de de alquiler debido al aumento desorbitado de viviendas turísticas) y aumentan los desahucios de hogares con menores. Los barrios antiguos, ese lugar de encuentro del vecindario, espacios de ayuda mutua, permanecen ocupados por un comercio debastador enfocado al turismo. Sus casas son compradas por negocios o por turistas con recursos, cegadxs por la visión romántica de Andalucía. Las gentes de esta tierra ni siquiera tenemos un lugar en este parque temático. Y, las madres -y abuelas- andaluzas, sosteniendo la vida desde lo precario, las más oprimidas en ausencia de derechos, recursos y una visibilización social de la maternidad por la que deberían luchar nuestros feminismos.

La Culpa - Chirigota Cadiwoman
Trabajo de mañana y de tarde/ y cuando llego a casa estoy reventada. / No soy la madre perfecta /la amante dispuesta siempre depilada. /La bata con pelotillas, / mis mallas cedidas y la ingle poblada
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