Cattana envenená

Cattana envenená

Cada una de las letras de Gata Cattana remueve conciencias y arroja luz. La rapera y poeta cordobesa vive en el feminismo andaluz, en las abuelas gitanas, en el flamenco, en nosotras

26/02/2020
Ilustración de Chico La Pena

Ilustración de Chico La Pena.

Yo que era feliz con mi flautilla y con mis cabras, ahora cargo solita el peso del Atlas…

Uno de los errores culturales más grandes de este país es tomar (y vender) lo andaluz como “de España”. Andalucía y el sur beben tanto de lo gitano, profundamente arraigado a las ocho provincias, como de la identidad serrana de sus gentes (que no es un elemento decorativo, sino una forma de estar en el mundo). Reclamar esto como propio no es robarle nada a nadie, romantizar ni querer los laureles: se trata de recordar y de contextualizar.

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Una cultura cuyo imaginario mana en gran parte del espíritu de resistencia a la opresión sufrida a manos de otras culturas no puede considerarse “de todos por igual”, ni usarse para representar a la ligera a personas que quedan fuera de esta historia.

Sólo aquí abajo ocurren cosas primas hermanas de encontrarme un glosario de antiguas expresiones de mi pueblo, donde se cuenta que la gente del campo llamaba “el candil del gitano” a la luna; y desde esta manera de contemplar la vida debemos comprender a la Gata Cattana.

En Bodas de sangre, de Federico García Lorca, hablan con expresiones como “me duele hasta la punta de las venas” y se emplea la imagen de la serpiente dentro del arcón para ilustrar el mal agüero que siente la madre hacia las navajas y la muerte. La editorial Cátedra anota todo esto como profundamente andaluz… y tiene mucho del simbolismo empleado por la Gata con frecuencia (por ejemplo: “levo el género bueno ahí dentro guardao, y el veneno de unas viejas gitanas que me han enseñao sólo con fuego, hojas de jara, ramita de romero bien macerao…).

A Papusza, la poeta polaca, no podemos quitarle la condición de gitana, ni a Ana [Ana Isabel García era el nombre de Gata Cattana] la de nieta de Al-Mutamid y sobrina de la Alhambra… y a ninguna de las dos, la de mujeres.

Si dentro del propio feminismo existen distintos movimientos es porque no todas las mujeres tenemos las mismas condiciones sociales: el machismo es primo hermano del racismo, y en el patio del colegio jugaban a la pelota con el clasismo (y con la transfobia, la homofobia y otras tantas arañas venenosas).

Ana, al haber estudiado Ciencias Políticas, era muy consciente de este planteamiento y lo plasmaba a la perfección, entre la mitología y la verdad histórica de los tiempos, pasando por los símbolos andaluces y mediante un tajante grito de no conformarse con menos de lo que es justo.

Cada una de sus letras remueve conciencias y arroja luz. No se las calla, pero qué elegantes son sus referencias y metáforas tan llenas de dureza.

Cada cual tiene su propia herramienta para sembrar un pequeño cambio en el mundo: la del humorista es la risa, la de Julio Anguita es el discurso tras toda una vida rebelándose contra el sistema desde dentro, y la de la Gata es escribirlo en la pared pa’ quien venga después.

En todas sus letras acabamos encontrando referencias poderosas y contundentes:

Me hago tirabuzones con sus dardos. – “Los puñales”

Lo que puede sonar a expresión al azar, está recordando que las mujeres gaditanas se rizaban el pelo con el plomo de las granadas con las que el ejército francés bombardeaba la ciudad. Cuando emplea este tipo de recursos, está levantando el mismo feminismo andaluz que reivindica nuestra compañera Mar Gallego, cuyo eje esencial consiste en recordar para así comprender quiénes somos.

Nosotros venimos de Yerma, de Bernarda Alba, con los saquitos de tierra a la espalda… Nuestros abuelos no saben leer. Nosotros empeñaos en contarla, pa’ to’ el que no sepa leer, que pueda bailarla. – “Yerma”

Gloria y honor a nuestros ancestros que, hasta hace no tantas décadas, trabajaban de sol a sol para algún patrón que les malpagara cuatro monedas. La historia de las jornaleras andaluzas no está aún ni medio contá… Mis cuatro abuelos se enseñaron a leer y a escribir ellos solitos. Había también señores muy cultos que pasaban por el campo a enseñar a los jornaleros a leer, por vocación. Y qué mejor simbología que los retratos de Lorca a la gente tan pobre que le rodeaba para explicar quiénes somos y de dónde venimos… Pues de Yerma y de Bernarda.

Le digo a mi psiquiatra: yo es que soy mú poeta, me gusta mis penitas compartirlas… – “Gotham”

Los raperos la rechazaban un poco por ser más bien poeta; y los poetas, por rapera. Decía que en este siglo se autodenominaba más como rapera, pero que Góngora y Quevedo eran más raperos que poetas también. Al final ella era un híbrido: toda su vida ha sido flamenca, pero sentía que el rap era el lugar donde podía destacar y desempeñar a lo grande… Después de todo, en su origen el rap es una herramienta social y así lo ha usado en todo momento.

“Ni tú ni yo lo veremos, pero pasará algún día. Mientras tanto peleamos por nuestra comía… Las cosas aquí abajo están bastante jodías, nos han dividío por cuatro monéas y ya no nos queda ni el miedo ni tiempo, nos quedan ocho horas al día”. – “Cuatro monedas”

No me gusta nada hablar de ella en pasado y mucho menos mencionar su muerte. Se trata de una circunstancia física que no nos arrebata su mensaje y que no debe teñir de negro los colores que nos ha dejado. Digamos que se la llevó la luna por el cielo de la mano, como al niño de la fragua. Está en el feminismo andaluz (y en todos los que tengan en cuenta a las mujeres olvidadas), en las abuelas gitanas que tienden la ropa en el patio, en el flamenco, en el aire del Albayzín, en nosotras y en nuestra sed de cultura y de nunca dejarnos pisar.
de nunca dejarnos pisar.

Por eso inspira a tantas mujeres —jóvenes y no tanto— a luchar por sus derechos. Por eso hay incluso una revista feminista, Lisístrata, que lleva en su honor el símbolo y el nombre. Por eso el pasado 8M estaba lleno de carteles con palabras suyas, tales como “No conozco autoridad más allá de mi cuerpo” o “Tengo boca, no hablen por mí”.

Por eso, al entrar a Granada, las primeras vistas son las de un muro dedicado por completo a ella. Por eso nos eriza las entrañas su feminismo, que evita las medias tintas y lo descafeinado.
Su poemario se llama La escala de Mohs, como la escala que mide la dureza de los minerales. En portada hay un diamante, el más duro de roer.

También nos queda el blog, Los siete contra Tebas, donde recopilaba sus poemas para no perderlos:

Que el conocimiento
no sea una amenaza.
Tu oficio, poeta,
es dignificar la especie.
Escoger las palabras
que pondrías en tu lápida.
Decir, por ejemplo:
“No todos eran prescindibles”.
Merecerte la vida
hasta tal punto
que tu muerte
parezca una injusticia.
Y dejarte ir,
como si nada, como todos
(poetas o no)
hacia la larga
y aburrida
eternidad.

“Tu oficio”

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