“El urbanismo puede ser una herramienta de redistribución y de cuidados”

“El urbanismo puede ser una herramienta de redistribución y de cuidados”

Zaida Muxí, autora de 'Mujeres, casas y ciudades', entre otras publicaciones, nos cuenta cómo la arquitectura y el urbanismo son claves en la configuración de nuestras vidas, nuestras rutinas y nuestras necesidades.

Texto: Andrea Liba
15/01/2020

Zaida Muxí. / Foto: Nuria González (UPV/EHU)

¿Qué sabemos de lo que la arquitectura y el urbanismo nos pueden aportar? ¿Cómo pueden condicionar o mejorar la calidad de nuestras vidas? ¿Influyen en la posibilidad de poner los cuidados en el centro? Entrevistamos a Zaida Muxí, especialista en arquitectura y urbanismo con perspectiva de género y feminista. Muxí es también autora de La arquitectura de la ciudad global y Arquitectura y política. Ensayos para mundos alternativos. Ha trabajado durante cuatro años como directora de Urbanismo, Vivienda, Espacio Público y Civismo en Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Hablamos con ella sobre el papel de estas disciplinas y los retos que tienen por delante.

Partimos de una premisa que tú misma apuntas: “La ciudad no está pensada para las mujeres”. ¿Cómo se divide un territorio, una ciudad, entre hombres y mujeres? ¿Qué le falta o qué le sobra a la ciudad para que quepan las necesidades de las mujeres?

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A la ciudad le falta algo cuando se empieza a separar la vida en partes que parece que no tienen que ver entre ellas. Hay una zona para educarse, otra para ir a trabajar, otra para ir a comprar. Está todo organizado en cajones estancos y la vida no son cajones estancos. Además, es a las mujeres a quienes les toca tejer todo eso que está destejido. Las ciudades modernas solo unen dos puntos: el trabajo y el lugar donde vive la mano de obra, las casas. Pero los puntos que tienen que recorrer las mujeres no están relacionados. Y en la ciudad posmoderna, posindustrial, esas distancias se hacen todavía más difíciles. Está pensada por una clase poderosa, heteronormativa y blanca. Los políticos dirigen su vida y la de los obreros. El colmo ya son estas empresas colaborativas que ni existen: las personas trabajan en el espacio público porque su empresa no existe, esperando que alguien milagrosamente les mande un mensaje.

¿Cómo debería ser una ciudad para que haga posible la vida de todas las personas?

En la vida hay sentimientos y relaciones que se tienen que poder dar. No es suficiente que un barrio tenga un centro comercial y yo salga de mi casa directamente por un parking en un coche o en un ascensor y ni salude a la vecina. Nos han ido impulsando a ser cada vez más temerosos, y en el contacto cotidiano nos han hecho sentir que era mejor vivir en una burbuja, aislada, que relacionarte con gente de manera azarosa. Y es todo lo contrario: si pasas todos los días por la puerta de un local y ves siempre a una misma persona, al final mutuamente te saludas. No es tu amiga, pero hay un reconocimiento, hay algo que se empieza a tejer, a pesar de estar en una ciudad que está hecha por partes, que resuelve pero no permite el encuentro.

¿Se construye para el consumo?

Yo diría que sí. Y es todo tan sutil que en la formación hacen que ni te des cuenta de que terminas construyendo para el consumo. Parece que es lo normal, lo deseable, y se le busca el romanticismo a unas maneras de hacer que, en realidad, lo que buscan es que te separes y que para juntarte con gente tengas que ir a un sitio a consumir.

Solo entiendes el urbanismo desde lo público. ¿Cómo es eso?

Yo entiendo que el urbanismo no puede ser una actividad privada en el sentido de negocio, como pasa en muchos sitios. Hay gente que lo entiende como una producción más. Yo creo que el urbanismo puede ser una herramienta de redistribución y de cuidados. Desde el urbanismo se decide si se crece por aquí, por allí… y si tuviéramos más cuidado con nuestro entorno, con los compañeros de Tierra (hombres, mujeres, animales y plantas), las ciudades serían diferentes. Las ciudades no están bien y, aun así, estarían todavía peor si el urbanismo estuviera solo en manos de lo privado, que lo que busca es el negocio y construye para un tipo de personas: las que pueden comprar. El urbanismo debería ser público y comunitario, no de arriba a abajo. Debería ser abierto, comunitario, consensuado, colaborativo, dialogante. Que escuche al territorio, a la gente.

Dices que es necesario que la población sea “actor constante en el hacer ciudad”. ¿Cómo se hace eso?

En territorios con mucha población es muy difícil el control colectivo, pero debería haber mecanismos más horizontales en todos los aspectos. Habrá unos y unas profesionales que tomen decisiones y firmen unas cuestiones técnicas, y unos políticos que también decidan, pero tendría que estar basado en consenso y trabajo colectivo. Hoy en día las ciudades de nuestro entorno ya están construidas. No se puede construir más nuevo. Entonces cobra más sentido la intervención de todas las personas, porque todo lo que se tenga que hacer de ahora en adelante es en sitios que ya habitamos. Estamos aquí y no pueden obviarnos. Me acuerdo de Isabel Martín (arquitecta y poeta feminista onubense) cuando habla del dolor del urbanismo. Siempre me pregunto: ¿No hay manera de hacer urbanismo que no signifique un dolor para quien habita el momento, en función de la mejora del futuro? Toda la historia del urbanismo es así, el sufrimiento de hoy para mejorar un futuro. ¿No puede ser de otra manera? Lo que menos se valora cuando se enseña urbanismo son los procesos donde ha habido un cuidado de rehacer, de mejorar. Se centra en el gran trazo, en la gran construcción que va a mejorar muchísimo el sitio, en proyectos como el Guggenheim. Pero siempre es mucho dolor.

Pasando a la arquitectura. Ha habido propuestas que apostaban por crear espacios colectivos y que trataban de disminuir la carga doméstica para las mujeres, pero no se abandona la idea de que las mujeres son las responsables de ese trabajo. ¿Cómo deberían ser las casas para que no se siga dando esa jerarquización que carga el peso de las tareas domésticas a las mujeres?

Desde mediados del siglo XIX, cuando las mujeres en principio de clase media-alta en los países anglosajones empiezan a repensar cómo es el trabajo doméstico, se plantea una discusión. Hay mujeres que no cuestionan el sistema, sino que plantean mejorar las condiciones para tener tiempo, porque coincide con el movimiento sufragista y necesitaban tiempo para poder ser actoras políticas. Ese es un camino progresivo. Hay otro camino más revolucionario, que también se plantea en el mismo momento histórico, que es sacar las cocinas de las casas y que ese trabajo se haga por cooperativas del mismo grupo de mujeres que vivían allí o se externalice. Después, las historiadoras feministas de la arquitectura cuestionan esa alternativa por no cuestionar que ese rol lo tienen las mujeres. Yo creo que darle más visibilidad y calidad espacial a algo es darle importancia. Una cocina de cinco metros al final de la casa sin luz es un sitio en el que nadie quiere estar. Ahí podría haber una estrategia. Que los Estados le den importancia a los cuidados significaría mejorar los sueldos y hacer más bonitos y agradables los espacios para el cuidado.

¿Por qué todas las casas, los bares, las ciudades… tienen que ser “iguales”?

Hay unas normativas, no puedes hacer lo que quieras. Luego hay arquitectos que lo resuelven mejor que otros, pero la normativa tiene mucho que ver con que salgan iguales, no son nada flexibles. Después están las modas o los sistemas constructivos de cada momento. Si miras atrás, las casas medievales también eran parecidas, las de los pobres, las de los gremiales, las de los ricos y, según las zonas se parecían, por los materiales al alcance y demás. Hoy los sistemas constructivos nos permitirían hacer cosas más variadas, el problema es que las normas son bastante rígidas. Por ejemplo, una vivienda sí o sí tiene que tener cocina. Entonces, si haces un cohousing y decidís en comunidad que queréis tener una cocina colectiva, no puedes, porque si quieres registrarlo como viviendas cada una tiene que tener la suya.

Hablando de cohousing… ¿Cómo podría funcionar sin reconstruir las viviendas, con las que ya tenemos?

Puede funcionar perfectamente. Puedes rehabilitar un edificio entero o, como están haciendo las compañeras del colectivo Punt 6, trabajar el cohousing disperso. El cohousing es la idea de compartir espacios para el soporte de la vida cotidiana y los cuidados, y no todo tiene que estar necesariamente en un mismo edificio. Por ejemplo, nos unimos vecinas del barrio y en aquel local que no hay nada ponemos la lavandería, en aquel otro hacemos la cocina… Me parece una idea muy interesante.

Tanto en campaña electoral como durante las legislaturas, los partidos políticos hacen propuestas en materia de igualdad de género, de lucha contra el cambio climático, de educación… ¿Necesitan esas propuestas un aterrizaje también en lo urbanístico y en lo arquitectónico? ¿Cómo puede contribuir o condicionar el urbanismo las medidas legislativas? Por ejemplo, propuestas como la protección de mujeres víctimas de violencia sexual.

Hace años hice con una compañera un trabajo en cárceles de mujeres (ibas a una cárcel de mujeres a ver cómo eran los espacios, a hablar con ellas) y vimos cómo no les funcionaban los espacios pensados para hombres. No les funcionaban por ejemplo las duchas, porque son duchas abiertas y para las mujeres ducharse en una ducha abierta no es cómodo para la mayoría, además con la menstruación no es agradable estar ahí sangrando con el agua. También querían tener espacios para cuidar, plantas en el tejado. En lugar de grandes patios, querían patios más pequeños para que no haya un único patio que domine un grupo. Sí hay algunos espacios que podría permitirles tener una mejor vida.

Un año después hicimos un estudio en el que fuimos a ver todas las casas de acogida para mujeres maltratadas. Había algunas casas que eran peor que la cárcel. Una de las cárceles a las que fuimos era de madres con niños. Vale, están en la cárcel y no hay nada peor, pero allí las habitaciones eran coloridas, podían hacer suyos los espacios para estar con los niños. En estas casas de acogida no podían, todas las paredes tenían que ser blancas, etc. Y son también cárcel, porque las tienen muy controladas. Ahí el espacio haría mucho. Deberían ser espacios de reconocimento, de acogida, de abrazarse. Y no lo son. La arquitectura podría ayudar. Una vez acompañé a una mujer a denunciar y el espacio también era horrible: llegas y vas directa a la sala. La gente de fuera te ve y ya sabe por qué estás ahí. Deberían estar en espacios protegidos y amables. En Santa Coloma de Gramenet se está haciendo un gran centro de economía social y solidaridad feminista donde irá el Centre d’Informació i Recursos per a Dones (CIRD), y este está abajo en un sótano que tiene un patio nuevo con mucha luz. La idea es que sea un espacio donde haya un exterior propio en el que se sienta seguridad y no estés encerrada. La calidad de los espacios ayudaría a sanar.

Dices que las mujeres le debemos todo a otras mujeres feministas. ¿Qué os debemos a las arquitectas feministas?

Las mujeres le han aportado a las ciudades y a las viviendas todo lo que tienen de humanizado. Las primeras que fueron sensibles en rehabilitar y no destruir para hacer nuevas viviendas para la gente con menos recursos fueron mujeres: vamos a mejorar a partir de una relación, de ponernos en contacto y aprender y capacitarnos juntas. También en el siglo XIX, cuando se hacen las grandes avenidas del este de Norteamérica, aparecen las mujeres que reivindican el housekeeping, el cuidado del hogar municipal. Y dicen: “Vosotros os encargáis de los grandes monumentos, pero detrás de la fachada del monumento la gente está viviendo muy mal”. Entonces ellas empiezan a hacer algunas cosas como ir a las casas y hacer esos cuidados a otras a las que no conocían de nada pero que trabajaban mil horas. Era un compartirse y obligar a los municipios a que limpien, equipen… La crítica al suburbio americano la empezaron las mujeres. La idea de cómo usar los solares vacíos también es de las mujeres. La reflexión de las casas sin cocina es de mujeres. Claro, ¿ellos qué iban a pensar, si la comida llega mágicamente a la mesa? Ahora dicen que muchos niños no saben de dónde sale el pan, pero los hombres no saben de donde sale la comida tampoco. Creo que la humanización de la ciudad es cosa de las mujeres, y el reclamo de poder caminar y sentirnos seguras es de las mujeres.

 


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