La isla de la heteronorma

La isla de la heteronorma

El programa 'La isla de las tentaciones' es un catálogo de toda la mierda que nos tragamos en nombre del amor romántico y la heterosexualidad cuando los medios de comunicación son el embudo.

15/01/2020
en primer plano en una claqueta. Al fondo, un grupo de parejas abrazadas, a un lado una cámara graba. Todo ello, en una playa

Una imagen del programa ‘La isla de las tentaciones’. / Foto: Twitter del programa

 

Mónica Naranjo ha devenido en presentadora y está -espero que peleando contra la vergüenza ajena- lidiando con un programa, ‘La isla de  las tentaciones’, de esos en los que ponen a un montón de gente que se cree muy lista -porque no lo es- y que se cree muy guapa -porque cree que es lo que importa- en los que la edición de los vídeos permite fingir que estás presenciando historias con el más mínimo interés, cuando estás presenciando el anodino espectáculo de la estupidez humana.

La fórmula es sencilla: cinco parejas “ponen a prueba” su relación, permaneciendo separadas unos días, en una villa caribeña, con un grupo de personas que pretenderán tentarlas. La gracia está en presenciar cómo se tambalea o se consolida la fortaleza de las parejas. O eso parece.

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Pero este programa de mierda es un gran cañón de mierda heteruza y reproductora de la peor mierda del “romanticismo” (esa cosa que legitima que querer a alguien significa tener poder sobre esa persona y que causa la mitad de los feminicidios).

Y os cuento por qué.

El programa se basa en una serie de dogmas sacados de la manga de la heteronormatividad, según los cuales todo está bien como está y si no has encontrado a tu media naranja que te trate como a una princesa, cambia de frutero, rarita.

Dogma 1. Lo normal es ser heterosexual.
Cinco parejas y las cinco son heterosexuales. Que es casi de agradecer, si lo pienso, porque en estos programas, en las pocas ocasiones en las que aparecen personas que muestren la mínima disidencia sexual suelen ser clichés que cumplen con los estereotipos que asustan a los heteros, pero aspiran al mismo tipo de relaciones que ellos. Maricas y (menos) bolleras emplumadas que dan penica y ternurica porque quieren quererse y casarse, como la gente.

Ni por ampliar audiencias se les ha ocurrido meter a alguna tentadora de heterocuriosas entre ellas o a algún tentador de heteroflexibles entre ellos. No vaya a ser que en directo se nos caiga eso de que a la gente normal le gusta la carne o el pescado (las pollas o los coños, vamos).

Dogma 2. Las personas normales son payas y blancas
Entre las veinte personas “tentadoras” hay varias racializadas -pero no mucho- (más entre ellas que entre ellos, ¡oh, sorpresa!) y migradas, por aquello de ponerle un poco de “salsa” y de “exotismo” a las tentaciones. Pero las personas “normales”, esas que han ido al programa a demostrar que El Amor Todo Lo Puede, son bien blancas, bien payas y bien españolas. Como tiene que ser. Y así queda bien clarito quiénes son las personas decentes, las de casarse y llevar a cenar a casa de tu madre, y quienes vienen “de fuera” a quitarnos lo que es nuestro.

Me encantaría escuchar las quejas de las personas que han creado el casting, protestando porque no tiene nada que ver con el racismo, que salió así, que el público tiene que sentirse identificado, que no ven colores, ven personas. Bueno, no.

Dogma 3. Los cuerpos normales son delgados y musculosos
Poca gente de la que sale en la tele se parece a las personas que andamos por la calle. Pero es que en este programa, los cuerpos son prácticamente idénticos, sin grasa, sin vello, sin cicatrices, sin diversidades, con las curvas obligatorias y los músculos de enseñar. Eso le quita hasta un poco la gracia, porque resulta difícil explicar diferencias evidentes entre esa cuadrilla de guerreras y guerreros de terracota, que parecen haber salido de una “cadena de montaje”. Como si no hubiera gente gorda, baja, con lorzas, con cicatrices, con brazos lacios, con tripa, sin culo, con pieles lánguidas, con pelos, sin pelo, con prótesis, con chepa. (O con tatuajes bonitos, porque de verdad, qué espantos.) Como si esas personas no se enamoraran, no follaran, no pusieran en peligro la pareja de nadie. Como si nadie quisiera verlo.

Dogma 4. Todas las parejas están en peligro
Vamos, que el amor de tu vida y tu media naranja y mi vida comienza cuando te conocí, pero tu proyecto vital está a unos días en un resort hortera con un montón de maromos o maromas de irse al carajo. Todas y todos los participantes están con la mejor persona sobre la faz de la tierra, pero se cagan de miedo de pensar que ese ser maravilloso y celestial pueda pasar unos días tomando el sol y mojitos (porque les van a dar alcohol como si fuera una fiesta en mi casa, ya te lo digo) con gente depilada que va al gimnasio y respira.

La pregunta es ¿pero qué hace esta gente en su vida? ¿No viajan sin su pareja? ¿No salen de juerga por separado? ¿No trabajan? ¿No conocen gente por su cuenta?
La respuesta es no.

Dogma 5. La única alternativa a la monogamia es la traición
No he tenido que consultar a mi bola, ni leer a Deleuze, para entender que, si te vas a un programa en el que vas a conocer a gente por separado y eso te parece una prueba para tu amor, te has planteado que, en algún momento, una de los dos se folle a alguien. Y, a la vez, te parece que eso es lo peor que puede pasar. Entonces, ¿para qué vas? Si crees que existe la posibilidad de que alguna de las dos personas rompa con la exclusividad, ¿de verdad crees que la mejor opción es que lo graben, te lo pongan, y a la vez que tú se entere tu prima la del pueblo, tu vecino, y decenas de miles de personas desconocidas?

¿Has oído hablar del poliamor, de la negociación, de las parejas abiertas, de los pactos construidos entre personas que deciden cumplir sólo lo que han elegido prometer? Pareciera que el programa se ha construido sobre la obligatoriedad de la exclusividad sexual. Pero no es verdad. La gracia está en que quienes no tienen pruebas de que su pareja les ponga los cuernos (o -al menos- no las tienen también sus vecinos) se rían de cómo sufren quienes descubren lo idiotas que fueron cuando se creyeron que su amor -el suyo sí- era eterno.

Dogma 6. Los chicos tienen empresas y las chicas, su belleza
Y las chicas tienen 20 y los chicos 30. Ahora que ya se puede decir que esa chorrada de que las mujeres somos de Venus y no entendemos los mapas y los hombres son de Marte y no escuchan es una horterada, también hay que decir que es una perpetuación -velada pero eficaz- de los estereotipos sobre la masculinidad y la feminidad que están detrás de las desigualdades entre mujeres y hombres y, por tanto, de la violencia machista; lo que mola son los mismos estereotipos, pero con flecos nuevos.

Ellas (me refiero a “las otras”, las señoras que han sido seleccionadas para “tentar” a los incautos enamorados) son el ideal femenino: veinteañeras, modelos, influencers, presentadoras (de programas inexistentes). Mujeres jóvenes, bellas y complacientes. Con profesiones (a veces inventadas) que garantizan que su belleza es incuestionable. O que no tienen muchas más cualidades, quién sabe. Ellos (me refiero a “los otros”, los señoros que han sido seleccionadas para “tentar” a las incautas enamoradas) son el ideal masculino: treintañeros, empresarios, surferos. Hombres maduros y activos. Chulazos que hacen cosas. ¿Qué más se puede desear?

Por si te quedan dudas, varias de ellas dicen “yo soy una princesa” (y no hay constancia de que, por consanguinidad o como consortes, aspiren a ejercer la jefatura de ningún estado anacrónico) y alguno de ellos dice “soy Thor” (y no hay mazo a la vista).

Dogma 7. Una novia es una propiedad, un novio es un premio
Para ver a un hombre heterosexual comportándose como si la mujer con la que comparte proyecto vital fuera de su propiedad, algunas sólo tienen que abrir un ojo por la mañana. Pero, para las que hemos perdido la costumbre de la cohabitación hetero, o para las que nunca la encontraron, resulta chocante ver cómo chavalotes jóvenes, con su crestita y sus tatoos, hablan como “cromañones” de “sus” mujeres. Esos seres frágiles e inconscientes de su voluptuosidad, como las orquídeas. A las que ellos tienen que proteger, que no cuidar. Es “su” novia y, como decía Pancho en Verano Azul, cuando se enamoró como un quinceañero (que lo era) de Bea, “que ni el viento la toque”. Pues diría que te has equivocado de programa, chato.

Ellas no. A ellas les ha tocado el premio. Ese tío guapo y fuerte y listo (!), que han tenido la suerte de que las elija, es quien las hace especiales, queribles, importantes, distintas. Y por eso, uno de ellos, diciéndole a su novia la cosa más romántica que le puede decir un hombre a una mujer (que es, precisamente, la mayor mierda patriarcal que te puede decir un tío), va y le suelta: “No tienes rival”. Que, no os confundáis, amigas, no significa que eres la mejor mujer que hay sobre la faz de la tierra, que eso es una cosa que no te crees ni los primeros días, cuando todo es follar y endorfinas y no tienes ni hambre; sino una expresión misógina y antisororidad como pocas, que viene a decir “tú no eres como las demás”. “Las demás”, osea “las mujeres”, no molan. Pero tú (y mi madre, ningún machista sin su Edipo), sí.

Dogma 8. Las demás mujeres son tus enemigas, sobre todo las solteras
Porque no hay premio para todas, chicas.

Los chicos majos y buenos y limpios y trabajadores y musculados y tatuados y con los huevos depilados no abundan. Aunque viendo este programa, pareciera que sí. Por eso, que todas lo sabemos, que no hay hombres para todas, la vida es una ginkana para encontrar un hombre que te elija para que le chupes los huevos depilados. Y, una vez que lo has encontrado, una batalla como la de Beatrix Kiddo (¿cómo?, ¿que no has visto Kill Bill?) para espantar a todas las lagartas que van a hacer todo lo que puedan para robártelo. Y ser ellas las que le chupan los huevos.

Por eso ya casi todas las “legítimas” (las que pueden demostrar, de momento, que han sido elegidas al menos una vez) han dicho, en referencia a las diez mujeres que han sido seleccionadas para tentar a “sus” electores: “No es su prototipo”. Primero, cayendo en ese error de mierda de confundir “tipo” con “prototipo”, como si tuvieran enfrente a Terminator II. Y, segundo, dando a entender que su propio mayor mérito es responder a las expectativas de su elector, construidas antes de haberlas conocido. Y que su mayor miedo es que aparezca otra que las responda mejor. O que cambie las preguntas.

A ver, ¡par favar!, ¡que una de las parejas se conoció porque ella respondió “correctamente” a un cuestionario de “novia perfecta” que el elector había elaborado!

En resumen, aventuro que este culebrón caribeño, sin personas LGTBI, ni gordas, ni modelos de pareja diversos, ni pelos en el cuerpo, va a acabar con todas esas parejas. Y nos va a ofrecer un espectáculo de normalización del control, de la desconfianza, de la falta de empatía y de los celos. Y, cuando las feministas queramos enseñar nuestros cuerpos diversos, quitarnos o dejarnos los pelos, follar con quien y en los marcos que nos dé la gana, nos preguntarán que qué tiene que ver el feminismo con eso.

 


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