“El sistema político y parlamentario está pensado desde la óptica patriarcal y burguesa”

“El sistema político y parlamentario está pensado desde la óptica patriarcal y burguesa”

Tintorera, lavandera y planchadora, o sea, precaria desde el tuétano y anarcofeminista. Así se define Mireia Redondo, de entrada, en las primeras páginas de su libro 'A bocajarro. Reflexiones anarcofeministas'. Charlamos con ella sobre anarquismo, feminismo de clase, espacios mixtos y, cómo no, sobre la repetición electoral.

Texto: Andrea Liba
06/11/2019
Fotógrafo: Alberto Tallón

Fotógrafo: Alberto Tallón

Empecemos por el principio. ¿Qué es el anarcofeminismo?

Es una corriente que se fija en la lucha de las mujeres desde un punto de vista anarquista,  antiautoritario, contra todo tipo de relación vertical, contra todo tipo de administración. Yo siempre me había preguntado cómo se puede hablar del feminismo sin cuestionar de raíz todas las relaciones de autoridad y de poder; no solo entre hombres y mujeres sino con el poder económico, político… Es imposible una cosa sin la otra.

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¿El anarquismo es cosa de tíos?

Siempre he pensado que era una cosa de tíos porque nos han llegado todas las vacas sagradas: Bakunin, Kropotkin, Proudhon, Durruti, Ascaso, García Oliver… Y, en cambio, nadie nos pasó la historia de Lucía Sánchez Saornil, Amparo Poch o Conchita Liaño. Hay un montón de mujeres supermilitantes que también escribían, eran oradoras, fueron al frente e hicieron un montón de cosas. Por ejemplo, Emma Goldman, que fue considerada la mujer más peligrosa del mundo, daba unas hostias en el debate a Kropotkin, pero ha tardado mucho más en darse a conocer, en pasar a la historia. Y esto lo tienes que desenterrar porque ni te lo explica la historia oficial ni la historia revolucionaria, y lamentablemente la historiografía feminista se olvida de las mujeres obreras muchas veces. 

¿Cómo articulamos una respuesta al auge del fascismo desde el anarcofeminismo?

Acción directa y autodefensa. Parece que me refiero a ir y pegarles cuatro hostias, que también, pero no solo. Entiendo la autodefensa feminista como la acción directa, creo que son conceptos hermanos. Es todo lo que hace un colectivo oprimido para combatir la situación desde la autogestión. La acción directa o la autodefensa no es solo defenderse de una agresión concreta o ir a manifestarse, que también se tiene que hacer, sino empezar a organizarse en el ámbito local, tejer redes de solidaridad, fomentar el apoyo mutuo y, sobre todo, construir fuera de las instituciones, porque al final acabas dependiendo de la filosofía de la institución para llevar a cabo la acción. Tenemos incidir en la cuestión discursiva, desenterrar la historia de las mujeres antifascistas, organizarnos y combatirlos a saco. Y ya, si nos ponemos en plan idílicas, crear una red de apoyo en barrios y pueblos para que el fascismo no crezca. Esa sería la acción completa.

Hablando de autodefensa feminista. Cada vez parece que se hace más complicado militar en espacios mixtos. ¿Qué hacemos con los compañeros de militancia machirulos? 

Ay, el psicodrama (risas). Nos han enchufado a nosotras el tener que ser las pedagógicas. Esto es un rollo bastante aburrido y que además bloquea un posible cambio real dentro de los colectivos mixtos. Yo a un tío que está en un colectivo o en un espacio de izquierdas, sobre todo a  los que son más militantes, no les tengo que ir a explicar nada. Que lean, de la misma forma que han ido a internet a leer el manifiesto de Unabomber o El Capital. La pedagogía es efectiva cuando la persona que tienes delante te quiere escuchar y quiere aprender de verdad. 

¿Se ha agotado la vía de militar en espacios mixtos?

Es como estar en una rueda de hámster, todo el rato teniendo los mismos debates. Y a mí me gusta mucho de lo que hizo Claramunt, una mujer obrera, anarquista, sindicalista, criada en el sector textil de Sabadell, que veía superclaro que la lucha contra el patriarcado también era una lucha contra los compañeros de sindicato, y se encargó de fundar sindicatos solo de mujeres obreras. Lejos de los sindicatos textiles que por ejemplo hicieron algunas mujeres de clase media, media-alta, en los Estados Unidos, que no representaban los intereses de las trabajadoras, y lejos de los sindicatos de la aguja, que fueron fundados por mujeres burguesas conservadoras que se llamaban feministas para sacar a las mujeres obreras de los sindicatos y de la calle. La de Claramunt era una idea totalmente contraria a estas dos, una organización de obreras supercombativa. De hecho, en el  primer 1 de mayo que celebraron en Barcelona, vetaron a los compañeros en todos los actos. Las oradoras eran camiseras, zapateras, encuadernadoras, criadas, amas de casa, en lenguaje de aquel entonces. Y era una vía bastante interesante.

En tu libro escribes: “Ni feminismos burgueses ni coloniales. Hay que combatirlos”. ¿Cómo? ¿Qué pasa con la sororidad?

No se puede combatir al patriarcado si no se combate el capitalismo o el racismo. Cuando me dicen “feminismo burgués” a mí se me peta el fusible. Porque para mí no hay relación ninguna, no se puede ser una mujer feminista liberal o burguesa. Pero claro, ahora estamos en este punto de que todo es muy transversal y se está fomentando un interclasismo un poco peligroso. La sororidad, el apoyo mutuo, es entre iguales. Una mujer que fomenta una ideología de explotación económica o que es de una ideología racista o fascista, por muy mujer que sea, yo no le puedo aplicar el concepto de sororidad porque no la considero una igual.

Hay mujeres que creen que somos todas iguales por el hecho de ser mujeres.

Es una cuestión de piel, una cuestió da pel. Llevo un montón de años trabajando en una lavandería y me he tenido que comer a un montón de señoras que vienen con la chapa del símbolo feminista, que van al 8M, e incluso algunas organizando, desde el sector de la progresía catalana, pero que te tratan como a una esclava. Tienen unos puntos clasistas muy bestias. ¿Yo con esta mujer me voy a aliar? Pues no. A mí en la organización del 8M me gusta problematizar el tema de clase, sobre todo concretar casos, porque creo que el debate es más rico. Por ejemplo, organizando el 8M había mujeres trabajadoras que no querían ir a la asamblea abierta porque, claro, sobre todo en pueblos más pequeños, decían “¿cómo voy a ir a organizar el 8M en una asamblea en la que está la misma señora que me explota, que me hace bullying?”. Es obvio que el patriarcado nos afecta a todas y que es un punto de análisis, pero decir que nos podemos organizar todas como mujeres porque como mujeres somos todas iguales… a mí me parece un despropósito.

¿Qué alternativas podemos articular, desde el anarquismo, a las leyes y las cárceles?

Lo ideal sería coger del modelo del feminismo autónomo. Si hay una agresión, machista o racista, se apoya a la agredida, se pone en marcha un grupo de trabajo con el agresor dentro del colectivo. Eso sí,  nunca desde el punto de vista de la mediación, porque no se puede poner en la misma posición a la agredida y al agresor. Tenemos que tener a mano protocolos en una lógica de justicia reparativa.

Hay elecciones otra vez. ¿Votar a un partido de izquierdas con algunas propuestas feministas es de verdad mucho más útil que votar a uno de derechas?

Es evidente que hay propuestas políticas que son mucho más benévolas que otras y que pueden ser más cómodas para las mujeres y para otros colectivos, pero la utilidad es bastante relativa. No se acaba rompiendo con lo que hay. Me molesta que se utilice a las mujeres y al feminismo como caballo de batalla electoral. Ahora todos los partidos son feministas porque proponen tal ley o decreto, que tampoco sabemos si lo van a poder llevar a cabo, pero lo dicen en un programa electoral. Una cosa es que nosotras tengamos toda la legitimidad para reclamar y reivindicar lo que sea. Por ejemplo, que el circuito de atención a las mujeres maltratadas o la atención a las mujeres violadas en los hospitales sea, como decimos en catalán, amb cara y ulls, con cara y ojos. Que se nos trate como personas, solo faltaba. Claro que tenemos que pedir todo esto y nos tenemos que asegurar de que tenemos un mínimo de bienestar y que nos tratan como personas. Pero eso no quiere decir que tengamos que andar, como colectivo o como movimiento, toda la vida pidiendo que nos den las migajas del pastel. Así no vamos a cambiar nada. Las instituciones tienen un tope de reforma. Eso nos hace superdependientes y es lo que tenemos que cambiar. Es decir: “Nosotras somos aquí el sujeto político, vamos a coger las riendas y vamos a seguir funcionando a parte de todos vosotros”. Sería lo ideal, porque si no es seguir dependiendo de algo que no nos cambia la vida.

Convéncenos. ¿Abstención activa como estrategia anarcofeminista?

(Risas) Pues sí. Yo siempre opto por eso. El sistema político y parlamentario, así como el Estado de Derecho, están pensados desde la óptica patriarcal y desde la óptica burguesa, por señores de clase alta que, como mucho, lo que van a hacer es dar las migajas de derechos civiles que les pueda pedir la señora burguesa de turno. Suena fatal, pero es así. Entonces, yo no sé si realmente es una buena estrategia participar de todo esto. Les estamos dando poder de decisión no solo sobre proyectos políticos sino sobre nuestra vida cotidiana a personas a las que les importamos un culo. Le estamos entregando la gestión de nuestra vida, la gestión de nuestros cuerpos, de nuestros futuros. Yo creo que hay que vigilar y trabajar desde la autogestión. Reconocernos como sujetos políticos de lucha, sin tutoría, sin delegar nuestra vida a nadie, y definirnos nosotras, definir lo que nos pasa y definir las respuestas que queramos dar sin que nos vengan dadas.

¿Harías un llamamiento al movimiento feminista para que se abstenga el domingo?

Sí. A que se abstengan y a que empecemos a trabajar todas juntas, desde el punto de vista de la autogestión, mano a mano, codo a codo. Si le pedimos al sistema que nos dé algo, ¿cómo le vamos a dar la vuelta? Lo estamos legitimando.

 


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