Cuando las andaluzas celebran su santo

Cuando las andaluzas celebran su santo

El artista disidente José Pérez Ocaña (La Ocaña) describió a su tierra -Andalucía- como un cuadro surrealista. Para Ocaña las repeticiones religiosas en el sur del Estado español tenían más que ver con rituales llevados a cabo por los pueblos que con una devoción católica. Lo mismo defiende Mar Gallego en lo que respecta a la celebración de los santos entre las mujeres pobres andaluzas.

“Yo es que no celebro el cumpleaños. En Andalucía se celebra el santo”. Lola Flores en una entrevista

Las manos de María Mateo, mi abuela.

 

Mi abuela siempre se sentaba en su hamaca con un periódico que a mí me parecía gigante. Gustaba de leer novelas románticas y baratas de esas que imprimían en papel reciclado. Encendía una copa de picón cuando hacía mucho frío en invierno. Guardaba en una cajita rectangular marrón claro sus grandes gafas, aguja e hilo.

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Cada noche apuntaba la combinación ganadora del sorteo de la ONCE para que toda la calle fuera a preguntarle “María, ¿qué número ha salío?”. Se levantaba todos los días muy temprano con sus piernas fuertes y más veloces que la de cualquier futbolista. Era fuerte y crítica y a menudo criticona. Regaba un arriate precioso que hoy está tapiao y daba igual lo que cocinara: siempre olía bien. Gritaba a causa de su sordera y acababa siempre sus quejas diciendo “¡eso….!”. Cada vez que alguien moría, lloraba y decía “ya vienen a por mí. No quiero morirme… Me gusta la vida”.

Siempre me sentí orgullosa de llevar su nombre: María, conmigo. Porque fue la primera mujer que me enseñó a ser curiosa, a reír, a amar la lectura con su ejemplo y a valorar la vida desde lo cotidiano de un arriate o un molinillo de café. Todos estos detalles que os cuento son, para mí, los que la hacían a ella tan grande.

Para entender Andalucía, hay que cambiar la mirá. Movernos en los discursos de oposición (calle/casa trabajo/vida privada…) de poco sirve aquí. Aquí la barra que divide a esos términos son menos estrictas. La calle siempre ha sido una extensión de la casa y viceversa. En ese mismo sentido, las tradiciones en Andalucía se han llevado con resignación o como forma de supervivencia -es cierto- pero también esconden resiliencia y creatividad. El artista andaluz José Pérez Ocaña supo entender la vertiente artística y el significado espiritual que, por ejemplo, tenía el día de la Asunción de Cantillana, su pueblo. La entendió, la resignificó y la incorporó en su subversiva trayectoria; siempre a la periferia. En la obra de Ventura Pons Ocaña, retrato inminente, la Ocaña decía: “Me jode mucho cuando esta gente que se va la universidad y vienen al pueblo queriendo quitar la fiesta a las mujeres mayores y quererle quitar todos sus fetiches. Me parece muy bien pero ellos a cambio, ¿qué les dan? ¿Le dan argo? Nada. Pues entonces ¿por qué van a quitar una cosa tan maravillosa? Es que las vírgenes de Sevilla es el llanto… no sé… la virgen de Sevilla puede ser como muchas madres que están en la puerta de la cárcel llorando pa que le suelten a sus hijos que quieren ver el santo de su pueblo… es una contradicción constante. No sé. ¡Es Andalucía! Y Andalucía es como un cuadro surrealista”.

Así, la receta de las costumbres impuestas por la Iglesia a base de persecución e Inquisiciones han sido modificadas por el mortero de las mujeres andaluzas anónimas a las que, por cierto, no damos ningún valor político. Tampoco artístico. Como en la vida misma, nada existe sin contradicciones: lo mismo ocurre con las tradiciones populares. Como las abuelas nos decían “¡una cosa no quita la otra!”.

Por eso, las mujeres andaluzas de orígenes pobres cuando celebramos nuestros santos no estamos celebrando exactamente un catolicismo que se entromete en todas las esferas del vida e intenta imponer su punto de vista. Muchas celebramos otra cosa… En el entorno de mi barrio al menos, los cumpleaños no representaban un gran acontecimiento. Una hoja de papel en la que mi padre escribía “Te queremoh pero regalo no tenemoh” conseguía no disgustarme ese día. Creo que sucedía en la mayoría de casas de clase obrera. Los santos, sin embargo, se convertían en algo emotivo que parecía venir del pasado a hacerse otra vez presente.

En los santos celebrábamos a nuestras bisabuelas, abuelas, primas… en conjunto. Las que llevaban nuestro nombre, como si cada nombre hubiera sido un intento de mejorar la vida de la pobre tía María o Ana o Lola… Cada santo era sentarse frente a un bizcocho casero y hacer andar la memoria. Eran un “no te olvidamos”, “cómo te recordamos”, “hay que cuánto pasaste…”. Los santos pertenecen además a una cultura de mujeres populares a las que la Historia les dio la espalda. Recordarlas así era nuestra venganza, amasar su nombre y su recuerdo era una forma de hacerle justicia. Repetir su nombre en otras tenía inserta la ilusión de que romperíamos con una tradición del dolor, implicaba una nueva oportunidad para hacer las cosas distintas; un intento de romper con la ausencia de linaje.

Hoy, cuando lo miro con más distancia, sé todavía con más fuerzas el porqué esta celebración era y es tan importante. Los cumpleaños fueron en su día en Andalucía una práctica cultural que se imponía, como hoy se impone Halloween, y otras. Una práctica que generaba un enorme malestar en las familias pobres que no podían permitirse las formas de celebración capitalista que iban insertas en esa imposición: gastos, regalos… De alguna forma, no nos pertenecía. Recuerdo percibir en mi infancia que los cumpleaños eran una cosa de la clase alta o medio alta. Una cosa que yo no me podía permitir. Yo era la niña que callaba en el cole cuando le preguntaban qué le habían regalado por su cumpleaños. También la que sólo en contadas ocasiones podía repartir caramelos en la clase. Recuerdo el enorme sobreesfuerzo que implicaban estas cosas en mi familia. Recuerdo cómo mi madre le daba la vuelta al asunto. Cómo intentaba que las diferencias nos afectaran lo menos posible. Hoy esas lecciones son un bálsamo para las heridas.

Detrás de un cumpleaños hay algo de individualidad, algo de nací yo y eso es lo importante, algo de hacer sentir a esa persona muy especial, el centro de la casa. No estoy aquí para demonizarlos sino para expresar que los santos en Andalucía celebran, sin embargo, la colectividad y la memoria, sobre todo de las mujeres. Hoy me acuerdo de aquellos momentos como si fuera ayer. Esa ilusión mañanera con la que me encontraba en el patio con mi abuela María para felicitarla y para que ella también me felicitara a mí. Cómo esperaba ver a mi prima Mari o a toda esa gente que compartía nombre conmigo para felicitarla. El gasto era mínimo: un bizcocho hecho en casa, una charla con esa coplas que no son más que la voz del pueblo contando. Porque en Andalucía las mujeres son grandes contaoras y porque contar alrededor de una mesa o en un patio por la noche ha sido una práctica accesible que nos ha permitido luchar dignamente contra el olvido. Por todo ello, sin ser católica ni apostólica, a mí me gusta que me feliciten el día de mi santo. Cuando lo hacen recuerdo a mi abuela, recuerdo a mis primas, recuerdo a mis amigas. Recuerdo que soy algo más que una persona que vino sola al mundo: sin colchón y sin memoria.

 

 

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