¿Qué hacemos con los agresores? Entre la cárcel y el ostracismo

¿Qué hacemos con los agresores? Entre la cárcel y el ostracismo

Silvia Agüero Fernández escribe sobre la necesidad de una reflexión feminista en torno a la justicia, que proponga alternativas más allá del punitivismo

17/07/2019
Momento del acto informativo con el abogado, tía y madre de Manuel, representantes de ARM y de AGFD./ Coordinadora Anti Represión Región de Murcia (ARM)

Momento del acto informativo con el abogado, tía y madre de Manuel, representantes de ARM y de AGFD./ Coordinadora Anti Represión Región de Murcia (ARM)

Hace un añito que conocí a Marieta, a Helena y a Manu. Vienen de lo social y, bajo mis ojos, los veo como si concibieran la vida en lucha. Es algo común en educadores sociales o asistontas recicladas, sí he dicho asistontas, es que no me cae bien su figura, su rol, en la panoplia de recursos represivos del Estado. También conocí a Pere y a Alba y a otras personas en lucha contra un sistema que lo engloba todo. Su vida es activismo. El conocimiento de estas personas me ha involucrado en una reflexión en torno a qué hacer con los agresores que no sé dónde acabará llevándome.

–Entonces, Silvia ¿Qué hacemos con los maltratadores, violadores, asesinos?

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–Yo que sé, Manu, pero es que yo no puedo pensarlo. En caliente, y bajo la perspectiva de mi vida y lo que me ha tocado, mataría. Los mataría a golpes y con las manos. Soy capaz, ahora lo soy. Me hincho de orgullo al decirlo.

Manu se ríe. No porque no me vea capaz sino porque sabe que lo voy a reflexionar prudentemente.

Helena siempre me escucha con calma. Y cuando habla creo que tiene las palabras exactas. Es tan dulce que dan ganas de darle un lametón.

–Bueno, Silvia, yo creo que ese debate está ahí. ¿Qué hacemos con todos esos hombres, hijos del patriarcado, que han asesinado o violado? ¿Qué hacemos con las “manadas”? La cárcel no funciona, no es un sitio donde vayan a rehabilitarse, no es un sitio donde vayan a reflexionar sobre feminismo o donde puedan curar su violencia machista o corregir sus actitudes. La cárcel es un sitio agresivo donde nadie se cura solo. Salen, quizás, con más ira y miedo. Sí, miedo. Miedo a no ser aceptados, miedo a la perspectiva del futuro, a la incertidumbre y a la sociedad que no perdona, pero que cree que la cárcel es un castigo, cuando debiera ser una remodelación, un aprendizaje. Porque a palos no se aprende.

Y claro, diréis que no nos importan sus vidas o sus miedos, que solo nos importa el dolor de las víctimas de ese machismo feroz y, efectivamente, tenéis razón. Lo que nos importa es que después tenemos que convivir con esta gente, estas personas. No voy a insistir en la explicación de la banalidad del mal, eso ya lo hizo estupendamente la filósofa Hannah Arendt, pero me parece que convertir a estos individuos en monstruos no ayuda a resolver el problema. No son excepcionalidades monstruosas, son personas normales y corrientes, frutos directos del patriarcado.

No conozco la cárcel pero sí los calabozos. Conozco a cientos de gitanos y gitanas que han pasado por la cárcel porque, sin duda, en los guetos se pasa en cuestión de segundos de la calle a la cárcel. Las gitanas estamos representadísimas en las cárceles y con deficiencias de representación en espacios positivos como la política —aunque haya recientemente 4 personas gitanas en el Congreso que dan un poquito más de etnicidad y diversidad a nuestra democrática institución—. Gitanos y gitanas que pasaron a la cárcel sin tener juicios justos, condenadas por indicios y no por pruebas contundentes. Gitanos y, aún más, gitanas en las cárceles, condenadas y sobrerrepresentadas, ya que si somos el dos por ciento de la población española —según los payos que cuentan— deberíamos de estar en el 2 por ciento de todo, ni más ni menos.

Y en este momento de la reflexión me acuerdo del primo Manuel Fernández Jiménez, que en Gloria esté, pobretico mío, asesinado en condiciones sin investigar, cuando estaba en régimen de aislamiento en la cárcel de Albocàsser, Castellón. Sí he dicho asesinado y soy consciente de que no hay investigación ni, tal y como están las cosas, va a haberla. 

Y ya no sé si me apetece matarlos. Porque la justicia en España no es igual para todas las personas ya que las sentencias las emiten personas y éstas, por muy profesionales que sean, están cargadas de prejuicios.

Pero algo hay que hacer y, claro, salen, como muy bien denominó mi Alicia, los Patriarcas corajes a defender la prisión permanente revisable por no pedir la pena de muerte, que sale muy caro y costoso y además la moral blanca paya en este siglo no lo aceptaría tan fácilmente. Pero entonces no es que queramos prisión permanente es que sabemos que no existen, por parte de la institución penitenciaria, métodos que rehabiliten a esas personas para que después se vuelvan a insertar en la sociedad.

–No sé tía, esta es mi reflexión, pero es un tema muy complicado y que despierta en mí mucha Ira y odio.

Marieta me dice que es donde quiere estar, que hay que hacerlo, que las nanas y los manos —así llama a las y los adolescentes con los que trabaja— no son potenciales delincuentes y los tratan como tal en el gueto y también a cualquier criatura que se salga de lo moralmente establecido.

Hay quien sigue guardando a los maltratadores en el salón de casa y los tienen allí sin castigo ni rehabilitación. Los ha guardado siempre y con el tiempo han envejecido y se han llenado de tanto polvo que ni si quiera ya tienen fuerzas físicas para pegar, pero que siguen humillando y despreciando con la mirada. A los que seguimos venerando porque, ¿qué hacemos con ellos? Si son nuestros padres o cuñados o sobrinos o hermanos o tíos, etc… y nos duelen y en el fondo los queremos o nos hemos acostumbrado y creemos que los queremos. Arreglar esa situación haría temblar los cimientos carcomidos de cada familia o relación.

Quizás nos entre una pequeña bajada de autoestima feminista al pensar que es cierto que estamos sosteniendo a maltratadores dentro de la familia y que denunciar o la cárcel o en general el punitivismo institucional y social no funciona.

Recuerdo a María Cortiñas, huérfana de padre y de madre, porque su padre asesinó a su madre. La entrevistaron los medios intentando sacar el lado vengativo y todo ese morbo estereotípico gitano. A ella y a otros hombres de la familia intentaron sonsacarles.

Y de aquí saco una conclusión en esta reflexión. María decía que no cabe en la mente gitana, en un discurso brutal que solo una mente limpia es capaz de admirar, que un hombre mate a una mujer no es algo muy común en el Pueblo Gitano y el gitanico viejo de la familia decía “Que se comporten como hombres” porque esos hombres de los que habláis en artículos sesudos son los hegemónicos y en la hegemonía no caben los hombres gitanos por multitud de cosas que otro día abordaremos.

Aprender a rehabilitar con el ostracismo más feroz es algo muy gitano. Porque si te veo y sé que lo has hecho la ira me comerá y no hay que tragar ira, compañeras, que es nuestra salud la que está en juego. El ostracismo, aislarlos, que sientan el dolor de no ser considerados nunca más miembros de la comunidad, eso es lo que funciona o nos ha venido funcionando al Pueblo Gitano y por eso esas conductas extremas y delictivas nos siguen resultando extrañas ya que quien comete un asesinato, una violación o cualquier otro crimen execrable sabe que sufrirá el ostracismo y jamás volverá a ser miembro de nuestra familia, de nuestra gente, de nuestro grupo. El ostracismo, el nuestro o el suyo, lo digo por experiencia, dejarlos jayando ful, como dice mi suegro. Eso y saberte capaz, capaz de la defensa propia, saberte capaz de todo si el susodicho se salta el ostracismo. Saberte capaz mentalmente es esencial.

Hay que reflexionar sobre esto, porque si estos señores siguen proclamando una cadena perpetua a la española siempre saldrán perdiendo los otros, esos otros que no entran y no caben en esa masculinidad hegemónica que se proclama, esos otros que están en nuestra franja, en la franja de racializadas. Esos hombres nuestros que han sido situados también fuera del orbe de lo humano y que los sitúa encima de nosotras y debajo de las mujeres blancas payas españolas. Esos a los que tenéis miedo. Esos hombres que son Gitanos y Moros y Negros. Esos hombres que están más cerca de lo que vivimos y sufrimos que nosotras de ustedes.

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