A 10 años del golpe en Honduras, seguimos luchando juntas

A 10 años del golpe en Honduras, seguimos luchando juntas

Diez años han pasado desde que un junio, no tan caliente como el de este 2019, el pueblo de Honduras, campeón en desgracia, viviera un golpe de Estado que abrió un cambio de contexto en toda la región. Diez años en los que las mujeres han fortalecido liderazgos, discursos y prácticas políticas que las han puesto en la primera de la acción.

24/07/2019

Melissa Cardoza

una mujer con chaqueta roja se enfrenta a un montón de policías armados

Una mujer durante las protestas en Honduras tras las elecciones de 2017. / Foto: Martín Cálix

Isabel estaba en el cuarto año de primaria cuando empezaron las corretizas de su mamá y su papá, y supo que mucha, pero mucha gente estaba en la calle; que a cierta hora no se podía salir a la acera de enfrente, a jugar con las otras niñas del barrio, porque lo prohibían por la tele. Ella quiso marchar con los grandes de la casa, ir a la protesta, pero no la dejaron. Lloraba y reclamaba, aunque su llanto no logró vacilar la decisión de las personas adultas. Pero no tuvo que esperar demasiado, unos años más tarde sería ella quien le diría a su madre y a su padre, siempre en las incesantes protestas, que no salieran de casa o que se fueran de la movilización antes de la represión policial que se fue haciendo rutinaria.

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Actualmente, Isabel es una de las jóvenes que se reconocen como la generación del golpe. Se ha formado políticamente con la velocidad que, sólo viviendo en Honduras, se puede entender, donde con una vendedora ambulante, un evangélico, un estudiante universitario promedio se habla de política, de economía y de historia nacional, con dudosa información, pero con gran interés y la certeza de quien sabe que las cosas están jodidas y se atreve a expresar causas y derroteros.

Isabel con sólo 22 años ya estuvo retenida con el actual régimen y ha sido expulsada de su centro universitario por las ideas con las que se queman las llantas en los bloqueos de las carreteras en todo el país, y en consecuencia se ha pintado el pelo de un rojo llamarada. Junto a otras y otros, un poco mayores que ella, enfrentan a la policía nacional a piedra limpia en defensa de la autonomía de la universidad donde aún estudia Humanidades.

Del otro extremo, doña Yolanda cuenta que estaba ella vieja y triste, haciéndose cargo de nietos que quiere pero que no pidió cuidar, llena de achaques y sin sabores, cuando la movilización popular masiva que emergió en 2009 en los campos y ciudades de Honduras le trajo el recuerdo de otras dictaduras y resistencias. Tomó su bastón y se incorporó a las caminatas, tantas que le hicieron mejorar su condición de señora de la tercera edad con demasiado tiempo sentada frente a la televisión donde la vida sucede en programas lamentables. No sólo recobró condición física y los ánimos de su época de mujer sindicalista, sino que recupero el respeto por un pueblo que siempre fue tratado como cobarde y sometido, pero que ella conocía bien y al que le tenía mucha confianza. Sus hijos le recomendaban cautela, pero sólo volvía temprano cuando la alertaban de que los uniformados iban a cargar sus fusiles lacrimógenos, porque al asma no le vienen bien esos gases.

Diez años han pasado desde que un junio, no tan caliente como el de este 2019, llevara al pueblo de Honduras, campeón en desgracia, a levantarse una y otra vez ante la terquedad del patriarcado neoliberal que insiste en considerar a pocas familias y personas legítimas para vivir bien en este mundo.

Diez años en que las pérdidas y derrotas han sido tantas que faltaría demasiada energía para enlistarlas y no está la gente para contar desgracias sino para juntar ánimos contra una dictadura que se sostiene en el golpe y lo extiende a punta de cárcel, balas y exilios. El éxodo migratorio del último año es una de sus más claras imágenes, la gente huye de la miseria, de la violencia, del despojo que el golpe de estado de 2009 ha desplegado por toda la geografía nacional.

Diez años.

Las luchas más consistentes del movimiento feminista y de mujeres tiradas a la basura por un conjunto de políticos, empresarios, religiosos, hombres y mujeres, que, junto a su avaricia por apropiarse de los bienes comunes y públicos del pueblo hondureño, luce la moral de una derecha recalcitrante que se ensaña en los cuerpos de las mujeres y de las disidencias sexuales. Prohibidas las pastillas anticonceptivas de emergencia, canceladas las cartillas de educación sexual para las escuelas, condenada cualquier discusión sobre el aborto, la libertad sexual, los arreglos familiares y amorosos no heterosexuales, aprobadas leyes que condenan la lucha social y disminuyen penas a los violadores. La balanza nunca favorece a las mujeres en el tiempo de misóginos dictadores corruptos y fundamentalistas.

Diez años y en este movimiento que crece y se multiplica, como la memoria de Berta Cáceres en la piel de su gente, más mujeres ponen su corazón, palabra e inteligencia entre todas y todos.

Las gestas más importantes de avance movimientista y sobre quienes se deposita la esperanza y confianza de un pueblo también harto de dirigentes tramposos y comerciantes de la voluntad popular están encarnadas por mujeres. No hay modo de detenerlas. Maestras que se tapan del sol con sombrillas coloridas y llenan las calles de las protestas peleando a cuerpo la educación pública, doctoras que con sus batas blancas responsabilizan con todos sus nombres y apellidos de alcurnia a funcionarios que usan los fondos de salud para campañas políticas y diseñan diálogos donde elaborar la propuesta más sentida de la gente, jóvenes aguerridas que pelean por sus cuerpos y autonomías. Indígenas, campesinas, amas de casa que detienen maquinarias de empresas hidroeléctricas, proyectos privatizadores y carros de mineros, y que siguen llevando a sus hijas a la escuela, organizando los cumpleaños de hermanas y sobrinas, haciendo tareas, cosechando mangos y enamorándose como corresponde a quienes aman vivir.

Mujeres que en diez años han fortalecido liderazgos, discursos y prácticas políticas que las han puesto en la primera fila no sólo de la acción, donde siempre han estado, sino de la conducción de los caminos para la gente de Honduras que está profundamente aferrada a la vida.

Ninguna seguramente quiso esta suerte que militares, empresarios, políticos corruptos, agentes del fascismo transnacional, todos, echaron sobre sus sábanas tibias aquella madrugada de junio golpista, pero lo que las hondureñas han hecho con sus fuerzas e inteligencias comunes es lo que importa. Lo que comparten con las niñas y jóvenes mujeres que hablarán de este tiempo con un orgullo inagotable y una sonrisa en el rostro al recordar a las que vivieron su tiempo a la altura de las circunstancias comunes y libertarias, y de los deseos nunca negociables.

 

#Defensoras
Este texto forma parte del #PikaraLab de Defensoras,

realizado con el apoyo de Calala Fondo de Mujeres  y financiado por el Ayuntamiento de Barcelona.  

 


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