‘Killing Eve’: Hay un villano en mí

‘Killing Eve’: Hay un villano en mí

La serie creada por Phoebe Waller-Bridge baja a sus cloacas en la segunda temporada, cuando heroína y sicaria, además de atraerse, comienzan a trabajar juntas, una circunstancia que recuerda a las mejores novelas de Amélie Nothomb.

Jodie Comer interpreta a la fascinante villana de Killing Eve, Villanelle

Jodie Comer interpreta a la fascinante villana de Killing Eve, Villanelle

¡Alerta! Contiene spoilers de la segunda temporada

No hay apunte publicado que no asigne a Villanelle, la grandiosa villana de Killing Eve, el papel de psicópata. Lo repiten una y otra vez como un mantra protector que constituyese la prueba irrefutable de que ella, la representación del mal, es muy diferente a nosotras. No basta con llamarla asesina, porque actúa fríamente, sin atenuante ni culpa, y estamos convencidas de que esa falta de sentimiento no deja lugar a dudas de lo opuestas que somos.

Sin embargo, (primera contradicción) Villanelle no nos lo pone tan fácil, como todos los personajes interesantes, nos fascina también por lo contrario: porque, a pesar de su despiadada indolencia ante la muerte (y la vida), tiene, por encima de cualquier otra cosa, una fijación apasionada por Eve Polastri, incluso a prueba de machetes clavados hasta el fondo del higadillo… La excéntrica y socarrona sicaria es ferozmente apasionada y, de eso (pasión), los psicópatas no tienen. Pero sí nuestra némesis.

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Obsesión, reto, atracción letal, puedes usar los eufemismos que quieras para eludir que lo que hay entre las dos protagonistas de Killing Eve es amor. No el amor azucarado y pacífico que esperaba el vaquero al volver a casa, ni el más conveniente, pero sí ese que da mucho miedo porque supone derruir las defensas construidas largamente y sentirte vulnerable, con el riesgo que eso comporta. Ese amor que sentimos cuando sentimos.

No hay que consultar a ningún profesional para entender por qué nos fascina Villanelle, especialmente a las que abusamos del rol de espectadoras pasivas ya sea en modo de lectoras o adictas a series. Reconozcámoslo. Esta sinvergüenza representa todo lo que reprimimos para bien y para mal y también lo que, desde nuestra correcta y protegida poltrona, significa sacarle el máximo partido al papel de marioneta de un sistema perverso. Porque no hay que olvidar la dosis de rebeldía (con causa) que impulsa gran parte del comportamiento de la sarcástica asesina a sueldo.

El humor negro tan característico de la serie, maravillosa adaptación de las novelas kindle de Luke Jennings a cargo de la guasona creadora de Fleabag, Phoebe Waller-Bridge, actúa precisamente como sátira a la violencia tanto del género (el thriller de espionaje) como de la realidad que nos golpea a diario en los informativos. Por eso, no se puede decir que Killing Eve frivolice con la violencia como he leído aquí, sino que actúa para socavarla, como la hipérbole satírica que el imitador usa de estrategia transgresora. Ignorar este uso lúdico supone negar la función expiatoria del cine y la literatura o que poseemos filtros para diferenciar el monólogo de un cómico de la propia realidad. Y nadie se vuelve más violenta por ver a Villanelle, aunque puede que sí algo más valiente y decidida, y eso es muy interesante.

Como siempre, no voy a redundar en lo irrefutable. Lo formal en esta serie es espléndido y ya ha sido encumbrado por la crítica: guión, interpretación, banda sonora, vestuario… Me centro en lo más oculto y, argumentalmente hablando, la serie nos ha dejado este año una segunda temporada más profunda, aunque no tan efectista, pues las protagonistas van acercándose la una a la otra, mostrando que no son tan diferentes, y el terror que nos provocaba la intimidad con la villana se ha aplacado para dar paso a otra cosa que a mí, personalmente, me resulta mucho más interesante.

La Cosmética del enemigo en Killing Eve

Quiero pensar que a Phoebe Wallter-Bridge, como a mí, le encanta Amélie Nothomb. Y que las breves novelas de esta prolífica autora, brillantes, oscuras e hilarantes, han afectado hasta la médula su serie, tanto o más que las novelas kindle de Jennings que adapta. Porque Nothomb escribió en Higiene del asesino (1992) y en Cosmética del enemigo (2001) lo más astuto y valiente que he leído sobre el villano interior o la confrontación íntima del enemigo: el tema con el que nos atrapa Killing Eve y una similar cosmética (inteligente y burlona) para narrarlo.

Puede que alucine de puro frikismo pero me pregunto si Waller-Bridge no tomaría a la propia Amélie Nothomb (no solo a sus novelas) como referencia: despiadadamente lista, excéntrica, traviesa, esteta, hambrienta (en su sentido más amplio) y de múltiples caras. La novelista bien podría ser la socia intelectual de la vibrante sicaria. Las dos asesinan en la ficción y, si me apuras, salvando la diferencia de edad, la actriz Jodie Comer incluso guarda con ella cierto parecido físico.

Tres retratos de la escritora Amèlie Nothomb

Amèlie Nothomb en varias fotografías de archivo

Más allá de estas curiosidades, la autora que dice “Dentro de mí está el infierno, un diablo que quiere destruirme”, escribió en Cosmética del enemigo a ese alter ego que se nos aparece como el fantasma de las Navidades, para ir acercándonos poco a poco y sin que lo esperemos (como solo es posible hacerlo) a una realidad para la que nunca estamos preparadas: que ‘el otro’, lo contrario a ti, el monstruoso Mr. Hade, tu mayor enemigo, eres tú misma. En este caso, el personaje femenino es el tercer vértice del triángulo, etérea e idealizada. Ella será la víctima, primero, del abuso y, luego, del asesinato perpetrado por este tándem fragmentado y perverso.

Y aquí reside la singularidad de Killing Eve en el tratamiento del tema: sus protagonistas no solo son mujeres sino que la fascinación se da entre ellas, sin necesidad de un tercer personaje que, subyugado, acabe convertido en víctima y secreto. La relación entre la agente Eve Polastri y la sicaria Villanelle se da entre iguales, sin poder discernir quien es la verdadera víctima. Si bien la primera detenta nuestra mirada, la atracción hacia lo que tememos, y la rusa, su liberación, el poder entre ellas baila en un dinámico equilibrio, lo que se aleja de la visión oscura y trágica de las dos obras mencionadas de Nothomb.

Lo reprimido ya no es visto como una enfermedad subterránea, como una mina antipersona, latente, siempre a riesgo de explosionar o sacar a la luz aquello que jamás querríamos admitir. La serie nos permite asumir la cercanía entre el objeto de nuestros desvelos y todo lo que nos negamos a nosotras mismas, confrontando lúdica y ficcionalmente lo que de malo y bueno hay en ello. Se trata, entonces, de una aproximación a nuestra némesis mucho más honesta, instintual y menos racionalista, que es un síntoma de buena salud, como la socarronería de estas dos antiheroínas.

La ausencia de mirada masculina (y la dirección de Waller-Bridge) aportan originalidad a las protagonistas, las hace divertidas, evita la hipersexualización de la típica villana de los thriller y nos regala joyitas como ver a un Kim Bodnia (el macho alfa de la muy recomendable serie danesa Bron) desencajado y finalmente resignado ante la imprevisible Villanelle.

Otro de los grandes aportes de la serie al tema del villano es que, a diferencia de las obras referidas de Nothomb, no se olvida de que el enemigo también es social. Paralelamente al juego íntimo de las protagonistas, da cuenta de otra “intimidad” entre las agencias de seguridad estatales y las organizaciones criminales, o rebana la garganta a un magnate de Internet que se dedica a vender datos privados y, en su vida personal, a grabar snuff movies impunemente.

Así que no, no estamos enfermas porque nos fascine Killing Eve. Temerosas quizá, más espectadoras que activas (como para no estarlo) y sí un paso más cerca (de lo que hasta ahora se ha atrevido a mostrar la ficción audiovisual) de saber gestionar el deseo; de acercarnos a él (en vez de huir o renunciar) y limitarlo (en vez de dejarlo campar descontroladamente); de procurar ese punto medio entre la protección y el riesgo en nuestras relaciones íntimas; es decir, de ser más capaces de lanzar una mirada asesina a quien nos falte el respeto por mucho que nos atraiga y decirle: “A mí no me hables así […], me gustas, pero tampoco es para tanto” (18:11’; 2×6).

Nota de las editoras: Preguntada por el uso del masculino en el titular (‘un villano’) y la posibilidad de cambiarlo por ‘una villana’, la autora argumenta que esa elección ha sido intencionada: “El término debe ser a la fuerza masculino porque el gran villano de la historia es hombre. Desde el punto de vista psicoanalítico otro tanto de lo mismo, porque lo más opuesto a nosotras, lo más desconocido y temido, es masculino. También cuando profundizo en el tema, uso el masculino (enemigo) por el mismo motivo. Además, desde una perspectiva feminista, huyo de convertir ‘la villana’ o ‘la enemiga’ en un tema, que es de lo que se ha abusado tradicionalmente, de oponernos a nosotras mismas”.


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