Sole Otero: “Me descubrí feminista haciendo cómics”

Sole Otero: “Me descubrí feminista haciendo cómics”

La autora de cómic argentina aborda en esta entrevista su proceso creativo y la mayor visibilización de las creadoras en estos momentos.

Sole Otero pintando

Sole Otero. / Fotografía de su web personal.

Sole Otero (Buenos Aires, 1985) es una autora de cómic cuyas imágenes nos transportan a un mundo de relaciones complejas, contradictorias, contemporáneas. Graduada en Diseño Textil por la Universidad de Buenos Aires, desde hace más de una década enfoca su ánimo creativo en la ilustración y el cómic. En España ha publicado, con la editorial, La Cúpula La pelusa de los días (2015) y Poncho fue (2017), convirtiéndose este último trabajo en un cómic de referencia para crítica y público, así como una autoficción significativa a la hora de abordar y comprender las mecánicas de la manipulación psicológica en el marco de las relaciones amorosas.

En Intensa (Astiberri, 2019), Otero vuelve al campo de batalla de las relaciones personales. En esta ocasión, la autora se aproxima a su objeto de estudio desde la distancia con una estrategia creativa que combina costumbrismo y ciencia ficción. La sensación de extrañeza es la clave.

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¿De dónde nace la inspiración para llevar a cabo el trabajo expresivo en viñetas?
En principio, parto de un conflicto que observo en mi entorno y en mí. Las complicaciones que veo hoy en día a la hora de tener citas y formar parejas, la histeria, la neurosis y la obsesión. Por otro lado, me gusta mucho el género de ciencia ficción, especialmente cuando tiene cierto tono humorístico, satírico. Creo que es la conjunción de estos dos factores la que me llevó a idear Intensa. Tenía muchas ganas de cambiar de tono respecto de mi libro anterior, de reírme de las situaciones complicadas o dolorosas, de hacer un libro cuyo proceso fuera un descanso para mí, después de lo duro que resultó hacer Poncho fue. Y tenía ganas de exponerme menos y jugar con las situaciones.

Las tensiones entre esfera pública y ficción creativa es uno de los grandes temas de tus cómics. ¿Cómo afrontas esta cuestión en el día a día?
Recién ahora estoy encontrando la manera de resguardar mi espacio de intimidad, tanto en la obra como en las redes sociales —que hoy en día son una extensión de la obra, en especial para los que trabajamos con lo escrito y lo audiovisual—. Sucedieron dos cosas a ese respecto: a medida que pasaba el tiempo y aumentaban los lectores, fui evolucionando, desde la autobiografía más nítida hacia la ficción absoluta, todo ello siendo consciente de que ficción y autobiografía van de la mano. Asimismo, fui separando mi vida privada de mi vida laboral, especialmente en redes sociales.

Una de las ilustraciones de ‘Intensa’.

 

¿Por qué la ciencia ficción para enmarcar una historia sobre la (im)posibilidad de la comunicación?
Porque me gustaba la idea de cuestionar e imaginar cómo podía percibirse la construcción cultural del amor romántico desde los ojos de un alguien que no forme parte, pero que sienta la curiosidad a partir de una experiencia sin referentes. Es un ejercicio que hago mucho con todo, jugar a imaginar cómo serían percibidos ciertos comportamientos desde el punto de vista de un otro espectador, a veces más cercano, a veces muy lejano. Me suelo poner en la piel de mis familiares, que no entienden lo que hago, de mis amigos, de otras especies observando a la humanidad, etc. En este caso elegí una alien, y tracé una historia que no hace más que reproducir y cuestionar con su propia experiencia esos fallos comunicativos, agravados por su condición de ajena a la cultura.

Existe, además, una apuesta importante por el individuo, y sus decisiones, como principio de futuro.
Honestamente creo que el libro refleja mis contradicciones internas. Por un lado, desconfío del pensamiento masivo y hegemónico. Me resulta complicado sostener ideas, no creo en las verdades absolutas, cambio mucho de parecer porque tiendo a observar todos los puntos de vista, y termino sintiéndome siempre incómoda respecto de los dogmatismos. Al mismo tiempo, siento que son inevitables, a los dogmas los veo como el sistema que mantiene el mecanismo social en movimiento, constantemente cambiando. Pero, personalmente, no me encuentro cómoda con los conceptos definitivos, y creo que eso se ve reflejado en la soledad-individualidad de ese personaje. Pero, por otro lado, creo que también hay en los personajes del cómic un reflejo de mi propia rigidez en cuanto al bien y la moral, que es cambiante pero existe. Yo juzgo y me juzgo constantemente, y ese peso que me pongo también se carga en el personaje principal a través de sus congéneres. En medio de esa lucha interna me reafirmo en la libertad individual, en la duda, en la experiencia como forma de aprendizaje propio. En este momento solo puedo ver el futuro como algo mejor partiendo desde ese lugar. Este cómic para mi fue la travesía en la que yo me descubrí contradictoria, pero segura de mí misma. Y me causa un poco de gracia, porque suena todo muy serio, pero creo que el libro termina siendo una comedia bastante liviana.

Pareciera, además, que hay una codificación bastante intencionada en la elección de la paleta con la que has coloreado Intensa, que tiende, como el propio cierre de la historia, a la mezcla, a la hibridación…
La paleta de color del cómic es sencilla: los azules dominan en el espacio, los magentas en la tierra. Pero, en ambas superficies, se mezclan. La historia es la de un contacto.

Ilustración de ‘Intensa’.

En estos últimos tiempos, el contexto político y social ha transformado bastante la manera de abordar la ficción. ¿Cómo han influido los feminismos en tus cómics?
Se puede decir que me descubrí feminista haciendo cómics. Gracias a mi investigación para Poncho fue empecé a razonar y caer en la cuenta de lo que significa el machismo y la opresión a la que nos somete la sociedad; cómo esa opresión habita nuestros cuerpos, desde la simple voluntad de querer ser aceptados y queridos por el resto. Después de interiorizar eso, a partir de que me hice consciente de mi feminismo, intento prestar atención a qué cosas hago y digo para favorecer, ignorar o luchar en contra de ciertos patrones culturales, pero francamente trato en la medida de lo posible de no condicionarme porque suele bloquearme el tener que salir airosa de algunas situaciones. No me interesa dibujar o escribir sobre mujeres perfectas, estoy cansada de que el machismo —y, a veces, el feminismo— nos exijan fortalezas. Me gusta encontrar espacios donde soy imperfecta y sentirme comprendida, o descubrir que hay mujeres fuertes y malvadas, ególatras y egoístas, salvajes, violentas, débiles, neuróticas. Todas merecen sus historias. A fin de cuentas, los personajes masculinos las han tenido de todo tipo.

¿Qué nos puedes comentar de iniciativas como Línea Peluda, en la que estuviste trabajando en colectivo?
Fue un grupo muy interesante que se conformó en Argentina previo al debate por la despenalización del aborto en el Congreso. Lo más maravilloso fue la casi completa masividad de ilustradoras que se unieron al grupo y la manera espontánea en la que surgió durante los primeros días. Fue todo a través de WhatsApp y se generó una energía muy positiva. Después se fueron dando diferencias de criterios e hizo falta regular. El grupo continúa funcionando y, como el debate terminó, se vuelca en otros temas.

Un trocito de ‘Intensa’.

¿Y sobre la atención reciente que se le da en Argentina y alrededores a las autoras de cómic?
Lo más importante respecto a esto, a mi criterio, no es que se nos reconozca más que antes —siempre sucede después de reclamar—, sino que las autoras mismas han generado multitud de espacios donde no nos hace falta el reconocimiento masculino; somos completamente autosuficientes. Espacios tales como el encuentro autogestionado Vamos las Pibas, las ferias de Chicks on Comics, el grupo de Línea Peluda, la revista Clítoris, el libro Pibas y varios movimientos más que están gestándose. Es cierto que, desde la prensa, siempre se nos convoca para hablar del tema “mujeres en la historieta” lo que, hasta cierto punto, es bastante agotador, pues es difícil distinguir el límite entre lo encasillante y lo necesario; pero lo que más positivo me parece es la multiplicación de autoras en estos últimos años y su agrupación. Es imposible no escuchar la fuerza de todo este movimiento.

También quería preguntarte por el tema del nomadismo como estado mental o manera de crear. Dados tus viajes y residencias, y los proyectos que estás abordando, ¿cómo afecta el lugar, la ciudad, las relaciones? ¿Puedes comentarnos un poco de cada uno de ellos?
En general, creo que los lugares que no son mi ciudad y mi casa lo que me proporcionan es tiempo. Si bien me gusta aprovechar los lugares nuevos para pasear y conocer, y siempre tengo amigos y contactos para socializar, no soy demasiado buena haciendo turismo, me gusta embeberme del lugar, imaginarme cómo es para un local trabajar y vivir ahí. Y, además, me sirve muchísimo alejarme de la vida social de Buenos Aires por períodos largos, para poder realmente concentrarme y armarme rutinas de trabajo estables. Me encanta estar en mi ciudad pero trabajar concentrada y aislada se complica bastante. He estado haciendo residencias y auto-residencias —como les digo a los viajes que me organizo por mi cuenta— en lugares muy aislados, pero en compañía de mi familia. Lugares como Angulema, donde había vida social pero con otros dibujantes en procesos de trabajo; en Colombia, con un proyecto muy intenso y corto; en Barcelona, dónde dibujé buena parte de Truz trabajando en cafés; y ahora voy a probar una nueva experiencia conviviendo con mi hermano en una ciudad cercana a Manhattan. Cada nuevo lugar se me presenta como un desafío para armar nuevas rutinas. Cosas pequeñas como dónde hacer las compras o en qué lugar tomar el café que funcione como corte entre un momento de trabajo y uno de descanso, buscar un lugar para correr o hacer ejercicio marcan ese período de tiempo para mí. Me gusta que cada tanto mi vida cambie. No se si eso se relaciona con el contenido de las historietas, pero yo sí encuentro cierta relación. Estar trabajando en un cómic me genera un estado mental diferente a otro, y eso se acompaña del entorno. Cada vez que cambio de lugar y de historieta siento que voy viviendo una nueva vida, y eso me encanta. Ahora, puntualmente, tengo tres cómics entre manos: un fanzine que estoy haciendo de a una viñeta por día, y espero autopublicar pronto; una novela gráfica extensa, que es el proyecto que presenté para trabajar en Angulema; y una historieta más corta que busca ser algo intermedio entre historieta y libro álbum, y que es lo que pretendo terminar en Estados Unidos.

Esta ilustración pertenece al cómic ‘Intensa’.

¿Qué balance haces de la percepción de tus obras pasadas? ¿Cómo las sientes hoy?
Algunas de mis cosas viejas sé que no me gustarían mucho ahora, pero prefiero no leerlas. También es cierto que me ha pasado de resucitar mis primeros proyectos o ideas muchos años después —por ponerte un ejemplo, la historieta corta que estoy haciendo es una remake de mi primer webcomic—. Si bien, a veces me avergüenzan las obras viejas —las relecturas me dejan avergonzadísima, por eso las evito—, todo lo que hice en el pasado lo entiendo como parte de un proceso que me llevó hasta dónde estoy ahora, y lo valoro por eso. Por otro lado, como siento que hay ciertas ideas que están siempre presentes en mi vida, creo que todo eso puede volver expresado de otra manera más adelante. Fuera de eso, me ha pasado de leer algunas tiras viejas de La pelusa de los días y darme cuenta que eran inocentemente machistas, porque yo era crítica en el momento en que las dibujé, pero también lo veo como parte de una evolución. Sé que ahora no haría algo así.

 

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