Reproducción asistida: ¿relájate y llegará?

Reproducción asistida: ¿relájate y llegará?

España es líder europeo en tratamientos de fertilidad, pero los anuncios de las clínicas no advierten de la dificultad emocional que entraña este largo y pedregoso camino. Varias feministas cuentan sus experiencias y contradicciones.

24/04/2019
Ilustración de Cristina Durán.

Ilustración de Cristina Durán.

“Con lo que has sido… y ahora sufriendo tanto por ser madre”, le recriminaban sus colegas a Ana Elena durante los cuatro años de tratamientos de fertilidad. “Ese reproche te cabrea un montón, al igual que otras frases hechas, como: ‘¿Por qué no adoptas?’ o ‘Relájate y llegará”.

La entrevisto apenas unos días antes de que salga de cuentas, mientras luce radiante en sus redes sociales su barriga tatuada. “Cuando te llega la fiebre del bebé, vas a por todas. El niño ya existe: está en tu cabeza, te está buscando”, describe.

suscribete al periodismo feminista

Carmen, en cambio, tiene una relación más compleja con la maternidad: hasta cumplir los 30 años, esta socióloga feminista consideraba que era un imperativo social al que no quería responder. “En la lista de pros y contras, el apartado de contras siempre era más largo. No había justificación racional para ese deseo. Me daba vergüenza reconocerlo”, cuenta. Finalmente, a los 36 años, emprendió con su novia el largo y pedregoso camino de la reproducción asistida. “Sigo creyendo que no necesito ser madre para sentirme completa y no creo en el instinto materno”, matiza. Su niño tiene 4 años.

Kistiñe también ha escuchado muchas veces el odioso “en cuanto te relajes, pasará” en los cinco años que lleva buscando un embarazo con su compañero: “Es una frase culpabilizadora, como si el problema fuera que estoy tensa”. Después de un año intentándolo, empezaron los ciclos de fecundación in vitro (FIV), espaciados a causa de un quiste en el ovario, una hernia discal y circunstancias familiares. En el momento de la entrevista, se dispone a su tercera FIV.

España es el país europeo líder en tratamientos de fertilidad y el segundo país del mundo, en cifras absolutas, con más clínicas de reproducción asistida, sólo por detrás de Estados Unidos‑; una industria que se beneficia del cúmulo de condicionantes económicos y sociales que hacen que sea la población española la que más retrasa la edad de plantearse tener descendencia de toda Europa. Se beneficia también del turismo reproductivo que atrae una de las legislaciones más permisivas del mundo, que no excluye a parejas de lesbianas ni a mujeres solas de los tratamientos de fertilidad en el sector privado y que ampara técnicas controvertidas como la ovodonación —recomendada a mujeres con baja o mala respuesta ovárica— o el método ROPA —en parejas de lesbianas, una gesta los óvulos de la otra—.

Pese a la omnipresencia publicitaria de las clínicas, en el país líder en reproducción asistida la esterilidad sigue rodeada de tabúes y estigmas, tanto para los hombres como para las mujeres. “Sientes que tu cuerpo no funciona, que estás vieja. Hasta te planteas si es un castigo bíblico por haber sido tan golfa”, relata Ana Elena con sarcasmo. En entornos feministas se habla mucho más sobre deseo materno, violencia obstétrica o lactancia que sobre las dificultades para lograr un embarazo. Y el debate sobre la regulación de la gestación subrogada ha irrumpido con fuerza sin que el análisis crítico de la industria de la reproducción asistida haya trascendido el ámbito académico, de la mano de investigadoras como Itziar Alkorta, Sara Lafuente Funes o Eulalia Pérez Sedeño. Las entrevistadas que participan en este reportaje coinciden en la necesidad de compartir más información y vivencias para que a otras mujeres no les pille de sorpresa la dificultad emocional que entraña la carrera de obstáculos de la reproducción asistida.

¿Embarazo asegurado?

La doctora tiene cara de ocultar un conflicto de intereses. ¿Cómo confiar en alguien, por muy profesional que sea, que quiere venderte su producto, su préstamo con Banca Edén, su presupuesto-cerrado-medicamentos-aparte?*

“Un recién nacido o te devolvemos el dinero”. Es el eslogan de IVI, la empresa de reproducción asistida más grande del mundo desde su fusión con una cadena norteamericana. “Programa de embarazo seguro en un año”, lo llama EVA, otra de las empresas que más invierte en publicidad. Venden un paquete cerrado de FIV por unos 15.000 euros. “Hay mucha letra pequeña y, si te quedas embarazada a la primera, no te devuelven el dinero proporcional”, advierte Ana Elena Pena. Estos programas excluyen a pacientes con índice de masa corporal superior a 30, a mujeres con patologías uterinas o que hayan sufrido abortos sin causa identificada, y a hombres con factor severo de infertilidad. “Te dicen que si tienes el útero sano, tarde o temprano lo conseguirás, y te convences de ello”, cuenta Kistiñe.

Las tasas de éxito que da la Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología provocan otra sensación: sólo un 11,8% de las inseminaciones intrauterinas y menos del 30% de las FIV en España terminan en embarazo. La técnica con mejor tasa de éxito es la ovodonación, con un 50%. “Pero hay gente que no lo consigue, y eso tú lo sabes. Tienes que trabajar la idea de qué pasaría si no logro ser madre”, aconseja Ana Elena.

Por su acercamiento teórico a la reproducción asistida al participar en investigaciones sobre biomedicina, Carmen conocía esos índices y sabía que las clínicas maximizan los usos de las muestras de semen. Pero a cada intento fallido no podía evitar sentir culparse y dejarse arrastrar por el mensaje de que es cuestión de esfuerzo y perseverancia: “Así que sientes que, si no hay éxito, quizá no te has esforzado lo suficiente”. Además, lamenta la falta de información fiable sobre los efectos de la estimulación ovárica o de la técnica ICSI —por la que la in vitro se realiza inyectando espermatozoides seleccionados en el centro del óvulo directamente— porque los estudios los realizan las propias clínicas.

“Abordar el bum de la industria de la reproducción asistida implica debatir sobre la función de la Seguridad Social”, añade Kistiñe. Su primera FIV en una unidad pública de reproducción humana terminó en un aborto farmacológico. Un diagnóstico genético preimplantacional habría advertido anomalías genéticas en los embriones antes de transferirlos, pero la sanidad pública no ofrece ese servicio. Recurrir a una clínica privada le supuso una dolorosa concesión ideológica, pero en los dos siguientes intentos esa prueba evitó que le transfirieran embriones de buena calidad en los que, sin embargo, la prueba detectó anomalías cromosómicas. Ana Elena Pena también pasó de la sanidad pública a la privada: “La seguridad social ofrece un tratamiento estándar, te atienden rápido y mal, te sientes como la vaca que va a ser inseminada. No me gustó la experiencia”.

Carmen y su pareja iniciaron el proceso en 2011 en una clínica privada, porque su médica les desinformó sobre la posibilidad de apuntarse a la lista de espera del hospital. En 2013, la entonces ministra de Salud Ana Mato (PP) anunció una orden por la que se excluyó a las mujeres sin varón de los tratamiento de fertilidad por la sanidad pública. El actual gabinete de Pedro Sánchez (PSOE) anunció durante su primer mes de Gobierno que revocará ese criterio discriminatorio, que desobedecieron algunas comunidades autónomas. Otras alternativas, como usar semen de un conocido o de un banco internacional, se desincentivan mediante una ley de reproducción que exige el certificado de una clínica para reconocer la maternidad de la no gestante.

Un intento más, una línea roja menos

En el metro. Por la calle. En anuncios. Ahora ya somos dos los que vemos continuamente parejas empujando carritos por la calle, con los bebés colgados, niñas y niños pequeños por todas partes. Y nos entra miedo. Mucho miedo.
¿Y si no lo conseguimos?*

Carmen y su pareja se habían puesto como límite hacer cuatro intentos de inseminación artificial. Al tercer intento fallido, la ginecóloga les recomendó pasar a la FIV y accedieron. Carmen se encontraba cada vez más hinchada y afectada por la hormonación: “Nos repetíamos que no necesitábamos tener hijos para ser felices y, de pronto, te encuentras llorando durante los 15 días de betaespera [el periodo que transcurre desde la inseminación o la transferencia de embriones hasta confirmar o descartar el embarazo]”. “Es como cuando llevas mucho rato esperando un bus que no sabes cuándo va a pasar y temes que si te vas pase justo después —ilustra—: cuanta más inversión emocional y corporal, más cuesta dejarlo”.

Genona y Babeth conocen bien eso que en psicología se conoce como entrampamiento. Ellas también hicieron el primer intento de inseminación artificial con actitud de “a ver qué pasa y, si no, da igual, estamos muy bien así”. Genona se quedó embarazada, pero tuvo un aborto espontáneo. “Eso lo cambió todo. Cuando te ves tan cerca, es muy difícil renunciar a ello”. Al día siguiente del raspado, se fueron de vacaciones y Genona no podía dejar de pensar en el siguiente intento, una obsesión, agravada por la presión de la edad, que describe como tener un gusano en la cabeza. Una psicoterapeuta le ayudó a no luchar contra esa fuerza irracional que no reconocía en sí misma: “Ahí me dejé fluir más”. Hicieron otros dos intentos de inseminación y luego una FIV con la que gestó a Anouk.

Una fuerza irracional, apostilla Ana Elena, que empuja incluso a las más escépticas a la psicomagia y al esoterismo: terapia con imanes, flores de Bach, huevos de obsidiana. Saberes ancestrales que podrían ser aliados si no fuera porque “muchos estafadores hacen negocio de tu desesperación”.

Empuja también a otro recurso, pozo sin fondo, por el que todas han pasado: los foros de fertilidad. Un caudal infinito de tips de dudoso rigor sobre cómo distinguir los primeros síntomas del embarazo de los premenstruales y de los de la progesterona (spoiler: no se puede), qué infusiones y especias pueden ser abortivas (casi todas) o si las contracciones de un orgasmo pueden frustrar la implantación.

Carmen llegó a enfemenino.com por curiosidad etnográfica y cierta prepotencia: “Me decía que yo no estaba desesperada como ellas, que sólo necesito semen, pero terminé sintiéndome parte de ese colectivo de mujeres angustiadas”. A Genona le ocurrió otro tanto: “Me sentía muy alejada de lo que leía, pero también me sentía reflejada en la locura que me llevaba a consultarlos”. Ahora entienden a esa amiga que se ha quedado embarazada en el séptimo intento de in vitro: “Es un proyecto de vida, no es tan fácil renunciar a él”, dice Babeth. O a las personas que terminan aceptando técnicas que a priori rechazaban, como la ovodonación. “Yo podría ser esa persona”, reconoce Genona.

Si la próxima FIV no funciona, Kistiñe se enfrentará a ese dilema: si aceptar, como último cartucho para ser madre, los óvulos de una donante. Su compañero no contempla la adopción y la gestación subrogada es una línea roja para ambos. Le preocupan especialmente las condiciones de las donantes de óvulos porque se acuerda de las amigas de la universidad que lo hicieron pensando que era dinero fácil, sin calibrar bien el desgaste físico que implica la estimulación ovárica, la punción con sedación y los efectos de la progesterona.

Después de tres FIV, Ana Elena y su compañero aceptaron probar con la ovodonación y funcionó. A ella no le supone una contradicción ideológica porque cree que las donantes están bien informadas y porque el proceso al que se someten, el mismo que ha pasado ella con las FIV, no le parece doloroso ni traumático. “Siento agradecimiento porque es un sacrificio, esté motivado por razones económicas, altruistas o por ambas. Si yo ahora pudiera donar, lo haría. Lo entiendo como una cadena de favores entre mujeres, aunque mediada por clínicas que se lucran”, concluye.

Pero hay otro reparo importante y que a Kistiñe le resulta más difícil de reconocer: la pérdida de la herencia genética. Ana Elena no niega que tuvo que hacer un duelo y lidiar con la culpa: “Me sentía como la rama del árbol familiar en la que se interrumpe la herencia genética. Pero cuando te quedas embarazada y sientes al bebé creciendo con tu sangre y tus proteínas, se te olvida”. De hecho, Kistiñe está leyendo sobre epigenética: un campo emergente de la ciencia que observa, entre otros factores no genéticos que intervienen en el desarrollo de las personas, el diálogo molecular entre el embrión y la gestante.

En algunas clínicas recomiendan no contar ni a la familia que se han usado óvulos de donante, pero Ana Elena es contraria a sostener ese tabú: “Si a mí me hubieran contado que la edad fértil termina mucho antes de la menopausia, igual habría decidido congelar óvulos. Ver a famosas en la tele embarazadas con 44 años y que no te cuenten que ha sido por ovodonación crea falsas expectativas”.

En el caso de mujeres solas y de parejas de lesbianas, cuando las FIV fallan se propone transferir embriones sobrantes de otros procesos reproductivos, la técnica menos publicitada por las clínicas y, de hecho, más económica que la FIV. Carmen y su compañera decidieron solicitarla al tiempo que se informaban sobre la adopción. “Da vergüenza mencionar la importancia del vínculo biológico, pero revuelve mucho, y lo cierto es que el parecido físico ayuda al reconocimiento por parte de tu entorno”, admite. Mucha gente les dice que su hijo se parece a su compañera.

#Infertipandy contra la soledad y el tabú

Obsesiónate, está bien. Comparte tus paranoias. Tus miedos. Habla de ello. Hay muchas más personas en tu situación. Si te apetece contarlo, cuéntalo. Si no, pues no.*

Un día, estando de ocho semanas, lo sintió: algo iba mal. La ecografía confirmó que el embrión ya no crecía ni latía. En vez de practicarle un legrado, a Kistiñe le dieron unas pastillas para culminar el aborto en casa. Fue una experiencia horrible que la marcó, sobre todo por vivirla en secreto. “Entonces empecé a hablar con muchas mujeres y fue muy liberador”, cuenta. Genona coincide en que la ley no escrita de no contar que estás embarazada hasta el segundo trimestre “es absurda e inhumana porque tienes la tristeza más grande de tu vida, pero no lo puedes hablar con casi nadie”.

Kistiñe contaba con el preciado acompañamiento de una amiga que había pasado por la fecundación in vitro: “Sentía que era la única que realmente me comprendía”. También se sintió bien acompañada por la novela autobiográfica de Silvia Nanclares, Quién quiere ser madre. En las redes sociales, el hashtag #Infertipandy y el colectivo Red Infértiles constituyen también espacios en los que las mujeres se mandan mensajes de aliento, consejos para reducir la ansiedad durante la betaespera o dudas sobre la ovodonación. “En estos grupos te das cuenta de que no estás loca y aceptas en ti sentimientos como la envidia”, resalta Kistiñe. Los hombres, en cambio, rara vez participan en estas iniciativas, Ana Elena lo atribuye a que hablar de infertilidad “ataca directamente a su virilidad, así que lo viven con una angustia muy solitaria”.

Más consejos: trabajar, escribir, seguir saliendo, estar mucho con las amigas, cuidar la relación de pareja —si la tienes— para la que el proceso será una prueba de fuego. Y hay algo en lo que todas coinciden: en este camino han aprendido muchas cosas sobre reproducción, sobre ellas mismas y sobre sus cuerpos.

 

*Fragmentos de la novela Quién quiere ser madre, de Silvia Nanclares.

Pikara Magazine, #PeriodismoFeminista online y en papel
Este contenido ha sido publicado originalmente en Pikara en papel. Si quieres tu ejemplar, no te vayas sin visitar nuestra tienda online.
Download PDF
master violencia de género universidad de valencia
Etiquetas:

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba