Fui lesbiana, ahora soy bollera y no soy mujer

Fui lesbiana, ahora soy bollera y no soy mujer

El orden de las identidades sí altera el producto (la vida). Y la identidad que ha atravesado mi vida es la de bollera, no la de mujer. La mujer ha muerto. Y no es un feminicidio, es tirar a la cara del público el corsé de la feminidad hegemónica. Bajarme del escenario de la obra teatral más exitosa de la historia: la heteronorma.

24/04/2019
Ilustración: Cynthia Veneno

Ilustración: Cynthia Veneno

Mi pokémon identitario ha evolucionado de lesbiana a bollera (y hasta torta en Argentina), usando el poder del hacha de leñadora para combatir contra la identidad capturada Mujer y liberar a la marika que llevo dentro. El lema pokémon ‘¡Hazte con todos!’ me lo tomé muy en serio. Tengo una colección de identidades mutantes que llenan las bocas ajenas de peros.

Pero lesbiana y bollera es lo mismo. Pero bollera suena fatal. Pero las lesbianas somos mujeres. ¿Pero tú qué eres? PERO no es el novio de la PERA, y la heterosexualidad son los padres (si no pensaste en una familia homoparental al leer padres es que todavía padeces heterosexualitis aguda) la madre y el padre.

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Antes de nacer me diagnosticaron Mujer. Con placenta aún en las orejas me hicieron los agujeros con los que se marca al ganado femenino. Me domesticaron para cumplir todas las características del diagnóstico (siendo la heterosexualidad una de las principales). En todos los cumpleaños me regalaban muñecas que acumulaba polvorientas en la caja de la feminidad hegemónica. En todos los cumpleaños pedía el mismo deseo: un caballo y convertirme en un niño. Después de rezar “Jesusito de mi vida eres niño como yo por eso te quiero tanto y te doy mi corazón”, me iba a dormir pensando que ojalá fuera niño como él para darle mi corazón a las niñas. La yegua llegó, pero yo seguía siendo una amazona deseosa de cortarse los pechos de mujer marca registrada. Con un top muy ajustado y capas de papel higiénico, me fabriqué un artilugio para que los brotes de teta no me delataran. Pensaba que en la cadena de montaje se habían equivocado de cuerpo. Como no tenía ticket de garantía para reclamar y el milagro no llegaba, lloré como invocación para que las polillas se comieran las mallas ajustadas y los vestidos. Tampoco llegaron, pero mi madre se ablandó y me dejó modificar la cláusula de vestimenta y estética. Romper una cláusula supone asumir ciertos riesgos, como que en el colegio te griten marimacho y, como diría la marika de Pedro Lemebel, tengamos “cicatrices de risas en la espalda”, porque no somos «una chica de verdad». A las chicas de verdad, el juego de la botella les apunta a los niños, deshojan margaritas del jardín de lo posible (para un te quiero entre tanto capullo), juegan a papás y mamás, mientras «las otras» nos quedamos huérfanas de referentes. Las no-chicas hacemos de papás, de Ken y nos reasignamos el sexo en los Sims, como prueba piloto de nuestra sexualidad neutralizada en un mundo dominado por el Homo Heterus: Heterosexuales en el supermercado, en los pubs, en la escuela, en la TV, en los libros, en las academias, en la educación sexual, en las pelis, en los medios de comunicación, en el trabajo… Ante tal empacho heterosexual y aniquilación (no sólo simbólica) de lo no-heterosexual, ¿cómo no vamos a confundir nuestras infancias marimacho con infancias trans? Si todos los caminos llegan al sistema heterocentrado. Como que Ciudadanos admita que tiene menos centro que un Donut, así de difícil es pensarnos por fuera de la heterosexualidad.

Hasta que te tropiezas con la palabra lesbiana y te das cuenta que tu fenómeno existe pero que eres de las pocas sobre la faz de la tierra. Y en un intento de encontrar a las de tu especie, te conviertes en un arcoiris andante, mientras rebuscas bajo las piedras virtuales del fotolog, los chat de terra y chueca.com. Ahí estábamos todas las lesbipuber arrejuntadas, haciendo contrabando de referencias lésbicas por el Messenger. No el del facebutch, el verdadero, el MSN, el de los nicks tuneados del estilo [♀♀~ qUiEn dEtIEnE pAlOmAs aL vUelO, mUjEr contra mUjEr*]. Mis dos referencias fueron: ‘El último suspiro’, el clásico bollodrama de amor prohibido, donde la que es dejada se acaba suicidando. Y ‘The L Word’, un gueto de lesbianas burguesas de pasarela que hacen vida normal como heterosexuales. Entre suicidarme o parecerme a lo hetero en lesbolandia, elegí lo segundo. Como en mi pueblo no había gueto, debí ser la primera lesbiana en carne y hueso que vieron besándose con su rollete en la vía pública, ya que empezaron a acercarse como si fuera un ser mitológico. Una vez contestado al polígrafo sobre si era verdad lo de lesbiana, llegaron las espaldas y los gritos de bollera por las calles. Yo seguía hacia adelante con la cabeza agachada, pero sin cortarme las plumas. Del contoneo de mis plumas llegó una hetera a la que desheterosexualicé, descubriendo que toda hetera es bollera hasta que se demuestre lo contrario. Tuvimos una relación heterosexual patrocinada por Disney, más tóxica que Chernóbil, hasta que me dejó por MSN cerrando la sesión de mi corazón con la BSO del amor romántico “Sin ti no soy nada”. A ella le debo la esperanza de ampliar el campo de experimentación a las heteras, al descubrir que la heterosexualidad, como la masculinidad, es frágil. Otra de las esperanzas fue saber que existía ‘The L Word en Madrid’, así que allá que fui a Chueca y al World Pride, a cumplir mi sueño de ver a muchas lesbianas por metro cuadrado. Sueño que se vio truncado cuando, entre una estampida de gays pijos y musculosos, ver a una lesbiana se convirtió en una quiniela. Eso sí, vi a osos, nutrias, lobos, a toda la fauna gay, pero la escasez lésbica se quedó en una mera anécdota de una cabalgata con muchos camiones y pocas camioneras.

Lo siguiente que recuerdo, fue la contusión en la cabeza con algo llamado feminismo, que me jodió y me salvó la vida a partes iguales. El mazazo me rompió la crisálida de lesbiana para metamorfosear a bollera y revolotear por espacios transmarikabollos. Y es aquí donde los conceptos aparecen como alianzas, como llamamientos para encontrarnos entre el gas pimienta, como atentados contra el (hetero)orden establecido. Las identificaciones estratégicas son una de las armas más potentes de los grupos oprimidos. De esta estrategia política se deriva que el mundo marika haga una clara distinción entre el término gay (blanco, burgués, heteronormativo, despolitizado, misógino) y marika (reapropiación de la feminidad y el insulto como enunciación política). Sin embargo, el término lesbiana tiende a emplearse indistintamente desde un lugar tanto activista como apolítico, convirtiéndose en un término paraguas que desdibuja las posiciones de enunciación. Lo espacios no mixtos a menudo son una convocatoria para ‘mujeres, lesbianas y trans’, siendo menos recurrente el uso de ‘bolleras’. No voy a decir con un tono de Hermione “Bollera, no lesbiana”, que cada cual use el pokémon identitario que sienta. Pero yo necesito desmarcarme de las lesbianas institucionalizadas, heteroasimiladas y acríticas. Yo necesito encontrar las 5 diferencias entre lesbiana y bollera:

1)

Lesbiana: muy cuqui lo de Safo, pero es un término euro-anglo-americano, que como todo lo euro-anglo-americano se ha universalizado, siendo acaparado por la blanquitud y la clase media. Definido oficialmente como homosexualidad femenina, en base a la masculina y popularizándose a partir de definiciones clínicas y patologizadoras. Ahora es lo políticamente correcto.

Bollera: término de Km 0 (península histérica), muy sano para intentar trabajar la interseccionalidad. Apropiación de esta injuria y de lo abyecto como autodenominación y enunciación política para invertir el estigma. Prima hermana de torta, arepera, tortillera…

2)

Lesbiana: orientación sexual (¿las mujeres están en el norte o el sur?) u opción sexual (como quien elige el plato del menú) bajo el eslogan “mujeres que aman a mujeres” tan respetable a los ojos heteros. Una decisión libre y autónoma, como la democracia.

Bollera: Presa política exiliada del régimen totalitario de la Heterosexualidad, que devuelve las preguntas: ¿Y la gente hetero cómo tiene sexo? ¿Quién es la chica y quién es la otra chica? ¿Cuándo te diste cuenta que eras heterosexual? ¿Seguro que no estás confundide?

3)

Lesbiana: camaleona que se mimetiza con la cultura hetero y se come las migajas de sus leyes progres como el matrimonio igualitario para imitar su (hetero)normalidad pensando que es el fin de la discriminación. Heterofriendly que defiende el “No todos los heteros” (de los patrocinadores de “Somos todos personas”).

Bollera: “Reivindico mi derecho a ser un monstruo, que otros sean lo Normal” – Susy Shock

4)

Lesbiana: ¿Stonewall? ¿Está en Netflix?

Bollera: la cal que rompe la lavadora del pink washing que capitaliza con dinero rosa la disidencia sexual y de género. El primer orgullo fue una revuelta.

5)

Lesbiana: plumófoba con deseos heteronormativos, como buscar en las apps de ligue “sólo femeninas y que no se les note”.

Bollera: “En casa me dicen que me ponga tacón, que sea un poco más femenina, que sonría un montón. Me ha cortado el pelo al estilo James Dean y es que yo hago lo que quiero, porque soy una butch” – La Tia Carmen.

Pero eso sí, la similitud que nos une es haber roto el siguiente Contrato heterosexual (Wittig, 1992) que firman por nosotres antes de nacer:

D/Dña…con DNI…declara que reúne los requisitos exigidos para la celebración del presente contrato y, en su consecuencia, acuerda formalizarlo con arreglo a las siguientes cláusulas:

Primera: Por naturaleza, sólo existen dos categorías de sexo, el hombre con pene y la mujer con vagina, siendo esta última definida en relación al hombre, es decir, a la norma. Sin esta necesidad ontológica de construcción del otro/dominado, los Picapiedras como archivo histórico no existirían.

Segunda: Lo que funda todas las sociedades, desde antes del Big Bang, es la heterosexualidad. La unión del hombre y la mujer garantiza la supervivencia de la especie humana (obviando la reproducción asistida o entre identidades monstruosas), la especie floral (gracias a la polinización del pistilo femenino y el estambre masculino), la especie tecnológica (cables hembra y macho) y la especie animal (obviando las que se pueden reproducir por sí mismas #yomeloguisoyomelocomo)

Tercera: Todos los discursos, disciplinas, teorías, ideas y categorías como ’mujer’, ‘hombre’, ‘diferencia’, ‘historia’, ‘real’ , ‘cultura’, etc. están protegidos por derechos de autor a nombre de Pensamiento Heterosexual. Sólo la interpretación heterosexulizante del planeta es la válida y universal.

Cuarta: Al igual que la fundación del capitalismo occidental derivó del comercio de esclavos negros, el sistema patriarcal deriva de la subyugación de las mujeres a través de la heterosexualidad. El patriarca proclamará que el hombre y la relación hombre-mujer es superior, al igual que el europeo proclamaba la superioridad de la raza blanca para justificar el comercio de esclavos africanos (léase el anexo sobre las lesbianas negras Audre Lorde y Cheryl Clarke, a las que no se les hará ni puto caso)

Quinta: Las instituciones del matrimonio y la monogamia se encargarán de asediar a las mujeres a través de la propaganda del Amor Romántico.

Sexta: En caso de que a las mujeres se les pase el arroz, queda terminantemente prohibido echar fideos. Con el arroz en su punto deberán alimentar mínimo dos bocas: marido e hijo. Por ello, percibirán una retribución total de 0€ brutos, con una jornada de 24 horas los siete días de la semana. Al firmar el presente contrato sin su consentimiento, asume la Heterosexualidad Obligatoria (Rich, 1980).

Muchas bolleras, al romper este contrato, se dan de baja como mujeres. Muches estaréis pensando en la Santa Wittig y su mantra ‘Las lesbianas no somos mujeres’ y no en la que estaba delante de ella en la cola del banco de semillas queers. Esta vez el síntoma es de blanquitis aguda que, entre otras cosas, lleva a dejar fuera de la cola a la chicana mestiza (y otros cruces de caminos) Gloria Anzaldúa. Primero en su ensayo La Prieta en 1979-81 a. W. (antes de Wittig), y después en su obra Borderlands/La Frontera en 1987 a. B. (antes de Butler), la habitante de las fronteras usó el término “queer”. Y lo hace una década antes de que Teresa de Lauretis bautizara La Teoría Queer en la pila bautismal de la academia. Su queer es un abrazo comunitario a lo abyecto, el no-lugar vivible en los márgenes, la grieta del sistema heterosexual y la norma gay-lésbica conservadora. La new mestiza no es ni hombre ni mujer, es mitad y mitad, hombre y mujer al mismo tiempo, y a su vez, ni lo uno ni lo otro. Una lectura trabalenguas de la identidad, “la unión de contradicciones en un mismo ser”, que desafía la “dualidad despótica”, que sólo nos da permiso para ser una u otra cosa. ¿Cómo te has quedado? ¿Blanca?. Sí, de blancas va la cosa, cuando la gloria de Gloria desaparece de la genealogía queer.

Pero no se puede ignorar la semilla que ha plantado Monique Wittig en el campo queer, arrancando de raíz la heterosexualidad de la naturaleza, con su planteamiento ‘Las lesbianas no somos mujeres’. A veces fantaseo con verla en “Mujeres, Hombres y bicepsversa” dando una conferencia y diciendo:

-W: La clase social hombre se apropia de la clase mujer y no viceversa. La mujer sólo existe en el sistema heterosexual, al constituirse a partir de la relación de dependencia y servidumbre con el hombre. Las lesbianas son desertoras de su clase (mujeres) al romper con el contrato heterosexual y liberarse de la dominación heterosexista (de la clase de los hombres) y de la categoría de sexo (la cual hay que destruir, como la raza, al ser categorías de lenguaje obsoletas y opresoras).

-MHYV: Tía, te crees muy lista eh, a ver si hablas nuestro idioma.

-W: ¡Que está to’ pensao! Que me cago en el régimen heterosexual y en el feminismo heterocentrado. O hacéis un programa de Lesbianas, Lesbianas y Viceversa o dejad de contribuir al mantenimiento de la heterosexualidad.

La desidentificación, de las bolleras que no son mujeres de verdad (las que se follan los hombres), resalta la artificialidad del montaje heterosexual. La desidentificación es un frente desde donde combatir la exclusión de las identidades que no forman parte del sujeto político mujeres (cis, hetero, blancas, burguesas, clase media), de muchos feminismos. Hay muchas olas para surfear en el océano feminista y a algunes la primera ola nos ahoga. Nos ahoga que el concepto de género sea sinónimo de mujer biopolíticamente asignada. Que la violencia de género siga dentro del marco heteronormativo, dirigiendo todo hacia las mujeres. Que el sesgo heterosexual se olvide de sacar en las noticias nuestras muertes, nuestras agresiones y de incluirnos en la agenda heterofeminista, salvo el mes de junio. No estamos, no somos mujeres. Y sin nosotres, se seguirá intentando desmontar la casa del amo, con su herramienta de la heteronorma.

El orden de las identidades sí altera el producto (la vida). Y la identidad que ha atravesado mi vida es la de bollera, no la de mujer. La mujer, ha muerto. Y no es un feminicidio, es tirar a la cara del público el corsé de la feminidad hegemónica. Bajarme del escenario de la obra teatral más exitosa de la historia: la heteronorma. Jugar con la plastilina de las identidades políticas no fijas, para moldearme una masculinidad butch-machorra, una trinchera desde la que resistir y contraatacar. Abrazar lo marika, que ha hecho de mi trauma con la feminidad alquimia. Ya no soy más mujer, por ponerme pendientes, por ser amanerade, por pintarme las uñas, por doblar la muñeca, por cruzar las piernas, por pintarme la raya, desde un lugar bujarra, desde la diva que también me permito ir siendo.

Devenir o no devenir, esa es la cuestión maricón.

 

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