SheFighter, derribar el patriarcado con los puños

SheFighter, derribar el patriarcado con los puños

SheFighter es la primera escuela de artes marciales de Oriente Medio exclusiva para mujeres, donde las alumnas aprenden defensa personal y adquieren herramientas para creer en sí mismas.

Texto: Andrea Olea
27/02/2019

Reportaje realizado desde Amán (Jordania).

Una mujer con velo y con guantes de boxeo mira al frente como dando un puñetazo.

Retrato de la joven entrenadora Shahed Mansour. / Foto: Teresa Suárez

“En el gimnasio donde hacía kick boxing los hombres me miraban por encima del hombro. En un entrenamiento, tumbé a uno de un golpe y le dejé un ojo morado. Aun así siguió mirándome con superioridad”, explica divertida Shahed, estudiante de Medicina. La condescendencia y el paternalismo que ha debido soportar desde que empezó a practicar este deporte es solo uno de los muchos motivos que le llevaron a entrenar en SheFighter, primera escuela feminista de artes marciales de Oriente Medio.

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Ubicado en Amán, Jordania, este centro exclusivamente femenino donde las alumnas reciben clases de autodefensa, combate y talleres de concienciación sobre violencia machista ha sido concebido como un espacio seguro y de empoderamiento para las mujeres.

Shahed, que se inició en el kick boxing y el jujitsu a los 16 años, es una de las entrenadoras. “Me encantan las artes marciales. Gracias a ellas he aprendido a ser más disciplinada y responsable, a ganar confiar en mí misma”, asegura la joven mientras se prepara para impartir una de las sesiones. Su tono asertivo y directo hace difícil creer que solo tenga 19 años.

Son las cinco de la tarde y anochece en la capital jordana. Aunque hay pocas alumnas por ser época de exámenes, todas llegan puntuales. Hoy toca clase de defensa personal. Tras el calentamiento, primera lección: postura de combate. Puños protegiendo el rostro, pies bien anclados al suelo. “Parece una tontería, pero es lo que te puede salvar de sufrir un ataque. Los agresores son cobardes: van a por las personas más vulnerables, lo que consideran objetivos fáciles. Cuando tu cuerpo emana seguridad tienes más posibilidades de escapar a las agresiones”, advierte la entrenadora.

Segunda lección: puntos débiles. Las asistentes aprenden dónde golpear para neutralizar al atacante, como la nariz, el cuello o la entrepierna. Shahed y el resto de profesoras animan a dejar sus prejuicios y miedos fuera del tatami. “Al principio, para algunas es difícil golpear. No quieren hacer daño, porque es lo que la sociedad les han enseñado. Pero entre la primera sesión y la quinta notamos una gran diferencia”, apunta.

Tercera lección: estrategias de respuesta a distintos tipos de ataque, desde liberarse un brazo o una muñeca apresada, a reaccionar ante un intento de estrangulamiento frontal o por la espalda. Cuando en medio de la práctica, una de las alumnas, una chica extranjera de pelo corto y rubio, es agarrada por el cuello por otra de sus compañeras, por unos instantes su mirada se empaña y su cuerpo se tensa. “Está bien, está bien”, se dice a sí misma en voz alta antes de retomar el ejercicio, “estoy aquí por esto”.

“En SheFighter les enseñamos las técnicas que deben adquirir para que, en una situación real, se produzca una reacción automática. Cada mujer tiene una historia, cada una ha vivido algo que puede utilizar en su beneficio”, explica Lina Khalife, fundadora de la escuela, aclarando que no solo se trata de atacar, sino de esquivar situaciones peligrosas y modificar la actitud física y mental para prevenir agresiones.

Al gimnasio acuden mujeres de toda edad y condición social; extranjeras o jordanas; religiosas o seculares; solteras, casadas o divorciadas. Aunque la mayoría oscilan entre los 15 y los 35 años, también tienen a mujeres de 60 y están empezando a enseñar a niñas a partir de los seis años. “Vienen aquí porque se sienten más seguras en un espacio sin hombres. Muchas lo hacen por prevención, pero otras muchas ya han vivido situaciones de acoso, agresiones callejeras o violencia doméstica”, señala Khalife. Según un estudio de 2015 de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Jordania, un 64,2 por ciento de las jordanas ha sufrido abusos de tipo sexual, físico o emocional; de ellas, un 90 por ciento nunca había hablado de ello con nadie y solo un tres por ciento estaría dispuesta a denunciar ante las autoridades.

Una mujer posa junto a un saco de boxeo.

Lina Khalife posa junto con un saco en las instalaciones de She Fighter.  / Foto: Teresa Suárez

En esta parte del mundo -como en tantas otras- la sociedad sigue considerando que la violencia machista es un asunto privado y familiar antes que un problema legal o social, y la justicia ni siquiera garantiza que un hombre que ataque o mate a una mujer llegue a ser condenado, especialmente en el caso de los mal llamados crímenes de honor. Por eso es especialmente importante que ellas aprendan a defenderse por sí mismas, considera la fundadora de SheFighter, que lamenta la cultura del silencio que aún prevalece en Jordania y el resto de la región en torno a la violencia machista. “Las hay que sufrieron abusos cuando eran jóvenes o niñas, y nunca habían sabido ponerle nombre. Años más tarde siguen sufriendo por ello, por eso siempre las animo a contar su historia, porque nunca es tarde para superarlo”, afirma. “Lo bueno es que después de pasar por aquí ya nadie las podrá tocar sin su consentimiento… ahora pueden patearles el culo”, agrega con un guiño.

Además de autodefensa, la escuela imparte una técnica mixta de taekwondo, boxeo, kick boxing y kung fu, que Khalife ha bautizado como Método SheFighter. Aunque parte de las alumnas empiezan las clases con el simple objetivo de ponerse en forma, las artes marciales las enganchan y muchas empiezan a practicarlas de forma más duradera.

Es el caso de Rua’a Sheaban, de 13 años, que además ve a la fundadora de la escuela como un modelo a seguir. “La vi en la tele y me dije, tengo que ser como ella”, asegura la adolescente, que lleva cuatro meses acudiendo a este gimnasio. “Al principio buscaba perder peso”, confiesa aún jadeando tras su clase, “pero empecé con la defensa personal y me encanta cómo me estoy sintiendo. Por ejemplo, no me ha vuelto a estresar caminar sola por la calle. ¡Ahora ya no necesito guardaespaldas! Mi padre, que no lo tenía muy claro al principio, ahora me anima a venir, incluso cuando tengo exámenes”.

Para Khalife, la escuela está promoviendo un cambio de mentalidad en la conservadora sociedad jordana. Apunta a familias como la de Rua’a, que al principio veían con escepticismo que sus hijas practicaran artes marciales y ahora se sienten orgullosas de ellas.

Según una encuesta del Departamento de Estadística jordano, hasta un 87 por ciento de las mujeres jordanas justificaba la violencia intramarital en al menos una circunstancia, pero cada vez son más las que están dispuestas a romper el círculo de violencia y silencio. En una de las paredes del gimnasio, una frase de la activista estadounidense Maggie Kuhn lo deja claro: “Habla alto, incluso si tu voz tiembla”. Las risas y los gritos de esfuerzo inundan la sala de entrenamiento, lo opuesto al silencio que se espera de ellas.

Una apuesta personal contra el machismo

Lina Khalife siempre ha sido una guerrera: lo suyo es una historia de amor con las artes marciales, que empezó a practicar cuando apenas levantaba dos palmos del suelo. Con cinco años pisó el primer tatami de taekwondo y con 14 empezó a competir. A su paso por innumerables dojos constataba el mismo problema: exceso de hombres y exceso de testosterona. Ello no le impidió seguir entrenando, pero debió cambiar de academia varias veces por problemas de acoso, explica desde su oficina del gimnasio en Amán.

A lo largo de su carrera deportiva, se hizo experta en otras artes marciales y ganó una veintena de medallas de oro en competiciones domésticas e internacionales como parte del equipo nacional de taekwondo. Pero su decepción con la federación jordana, que prefirió enviar a los Juegos Olímpicos a un hombre medalla de plata en lugar de a ella -por ser mujer, considera-, sumado a una ruptura de ligamentos, le hicieron replantearse su futuro.

De vuelta a la universidad y en medio de una larga rehabilitación, un enésimo episodio de maltrato sufrido por una compañera de clase hizo que su plan se concretara: “Las mujeres debemos dejar de creer que somos débiles y aprender a defendernos”, pensó. En un improvisado gimnasio montado en el sótano de la casa de sus padres, empezó a entrenar a su amiga, después a una segunda chica, y al poco tiempo se vio desbordada por la demanda. En 2012, dos años después, inauguraba la primera academia SheFighter, una “primera prueba” para ver si el proyecto funcionaba, recuerda.

Dos mujeres practican artes marciales bajo la mirada de su entrenadora.

Eman Al Lawzi, repite alguna de las técnicas que la entrenadora Shahed Mansour viene de enseñarles durante una de las clases de autodefensa.  / Foto: Teresa Suárez

Desde entonces, Khalife y su equipo han entrenado a 15.000 mujeres dentro y fuera de Jordania. El coste del curso inicial de autodefensa es elevado para las clases no acomodadas, pero la escuela ha ido creando partenariados con ONGs para impartir sesiones gratuitas en barrios empobrecidos y a colectivos especialmente vulnerables, como mujeres con diversidad funcional. También ha impartido talleres y clases a más de 3.000 refugiadas sirias, labor de especial importancia en Jordania, que acoge a más de un millón de personas huidas de la guerra en el país vecino.

No es solo violencia física

Para Khalife, el problema de las mujeres no es exclusivamente una cuestión de seguridad física, sino de falta de oportunidades y de confianza: “Aquí no solo aprenden a defenderse, sino también a creer en sí mismas”, asegura.

La fundadora de SheFighter trata de promover el liderazgo femenino en un país donde solo un 19 por ciento de las mujeres trabaja fuera del hogar. “Si no eres independiente financieramente… lo siento, no eres libre. Los hombres tienen el dinero y por tanto el control. Las mujeres necesitan tener un empleo si quieren dejar de depender de los hombres”, advierte.

Trabajadora incansable, a lo largo de su vida asegura haber sufrido numerosos batacazos profesionales, pero lo ve como algo positivo. “Estoy contenta de todos los rechazos que he vivido, si no fuera por ellos no estaría aquí. Hay que animar a las mujeres a no echarse para atrás cuando reciban un no por respuesta”, afirma. Con su éxito como empresaria, Khalife también quiere dar ejemplo e impulsar el empoderamiento femenino dentro y fuera de su país. Para ello, multiplica las conferencias y los talleres de concienciación, en Jordania y en el extranjero, adonde viaja de forma habitual. En los últimos meses ha llegado a acuerdos con países dispares como Alemania, Brasil o Islas Mauricio para llevar a cabo talleres que se apoyen en el método SheFighter.

En su país, lamenta, no es sencillo sacar adelante una iniciativa concebida por y para mujeres. Desde el inicio del proyecto ha vivido de todo: de amenazas físicas a surrealistas denuncias por parte de maridos maltratadores por enseñar defensa personal a sus esposas. Nada la ha amedrentado y, aunque la mayoría del tiempo debe apoyarse en ONGs y organismos extranjeras para financiar sus actividades sin ánimo de lucro, la falta de ayuda y reconocimiento en casa se compensa, por el momento, con los premios recibidos a escala internacional. En los últimos años, SheFighter ha recibido el galardón a la mejor idea de economía social en la región MENA, mientras que Khalife ha sido nombrada Mujer Emprendedora del Año en Dubai y en Naciones Unidas. En 2015, el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, la recibió en la Casa Blanca y alabó públicamente su labor de empoderamiento femenino en la sociedad jordana.

Una mujer de perfil, con guantes de boxeo, practica artes marciales.

Eman Al Lawzi, una de las muchas alumnas, asiste a uno de los entrenamientos.  / Foto: Teresa Suárez

“La violencia de género es un problema enorme y global, así que no podemos limitarnos a hablar de ello: tenemos que hacer algo al respecto”, afirma la experta en artes marciales. Para muchas de sus alumnas, considera, las clases son solo un punto de partida para replantearse cómo les han dicho que deben hacer sus vidas y qué es lo que quieren hacer con ellas de verdad.

Mientras luchan contra una realidad hostil en múltiples sentidos, las patadas y los puñetazos son una forma de alivio, vitamina para su autoestima y un chute de energía para sentir que pueden hacer lo que se propongan. Shahed, que luce orgullosa sus moratones, ha encontrado en las artes marciales una pasión y una forma de vida. Ante todo tiene la certeza de que si se produce un ataque, estará en guardia para devolver el golpe.

 


Este reportaje fue publicado inicialmente en la edición en papel de El Salto.

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