Poéticas de la memocracia en el Supremo

Poéticas de la memocracia en el Supremo

Una crónica sentipensante a las puertas del juicio al independentismo catalán.

20/02/2019
Foto de Manel Armengol de una manifestación en Barcelona en 1976, expuesta en 'Poéticas de la democracia. Imágenes y contraimágenes de la Transición', en el Reina Sofía

Foto de Manel Armengol de una manifestación en Barcelona en 1976, expuesta en ‘Poéticas de la democracia. Imágenes y contraimágenes de la Transición’, en el Reina Sofía

Son las siete y media de la mañana y el autobús 14 avanza lentamente por el Paseo del Prado. Me dirijo al Tribunal Supremo, donde hoy empieza el juicio contra líderes políticos y sociales catalanes acusados de rebelión, sedición, malversación y desobediencia. De repente, recuerdo que ayer, mientras visitaba la exposición Poéticas de la democracia. Imágenes y contraimágenes de la Transición en el Reina Sofía, escuché como un hombre que rondaba la setentena le comentaba a su acompañante que el inicio del juicio contra el procés coincidía con el 50 aniversario del estado de excepción durante la dictadura franquista y el asesinato del estudiante Enrique Ruano a manos de la policía. Poéticas y gráficas coincidencias, pienso, mientras mi retina aún almacena la imagen de las pancartas con la leyenda ‘llibertat, amnistia, estatut d’autonomia’ en las manifestaciones de Barcelona en 1976, fotografiadas por Manel Armengol y expuestas en la muestra.

Imágenes y contraimágenes de la transacción que nos atraviesa

Una vez más, la sensación de bucle-régimen-del-78 me atraviesa, y pienso que este bucle nos constituye a toda la gente de mi generación, o al menos a mí. Nací en el Madrid de la transición, de una madre catalana que se emocionaba viendo a la gente cantar a pleno pulmón en su lengua en los conciertos de Lluís Llach mientras huía de los grises (en su caso, embarazadísima de mí); crecí y me politicé en Catalunya aprendiendo a construir justicia social desde la base y parando las hostias represivas de las dos legislaturas de Aznar; viví la etapa de gobierno socialista en Madrid, viendo venir el crack mientras escribía sobre los efectos de las políticas de derechas promulgadas en nombre de la izquierda, y volví a Catalunya para lanzarme de pleno al 15M y levantar con millones de personas de todo el Estado la respuesta no reaccionaria a la crisis del régimen.

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Mi padre, que nació en Valencia en el 39 porque el suyo, republicano y trabajador de la Casa de la Moneda, se había trasladado allí con el gobierno legítimo de la República y que creció en la dura posguerra madrileña, me transmitió que la unidad antifranquista incluía la defensa del derecho a la autodeterminación de los pueblos y me animó a desobedecer ante la intransigencia de un Tribunal Constitucional que pilotaba el ejecutivo antes de que lo hiciera el Supremo. Y yo desobedecí y voté en la consulta 9N del 2014, estuve en las calles defendiendo el autogobierno catalán y frenando el asalto policial a la sede de la CUP el 20S de 2017; volví a votar y desobedecer en el referéndum sobre la autodeterminación de Catalunya del primero de octubre de 2017. Y hoy voy a asistir al principio de un juicio injusto cuya sentencia parece a todas luces redactada. Som-hi.

Llenar Colón para ganar votos a base de enfrentar pueblos

Felipe González y otros líderes del PSOE, en una foto Alberto Shommer expuesta en 'Poéticas de la democracia. Imágenes y contraimágenes de la Transición', en el Reina Sofía

Felipe González y otros líderes del PSOE, en una foto Alberto Shommer expuesta en ‘Poéticas de la democracia. Imágenes y contraimágenes de la Transición’, en el Reina Sofía

Me bajo en Colón y me da tiempo a echar un vistazo rápido al banderón de España y reflexionar sobre el baño de fervor patrio de la manifestación del domingo. Miles de personas rechazando el diálogo entre el Gobierno español y catalán, convocadas por Ciudadanos, el PP y VOX (a partir de ahora, y desde su pacto de gobierno en Andalucía, el trifachito). 40.000 según la Delegación de Gobierno (el número de personas asesinadas y enterradas en fosas de Andalucía tras el golpe de estado franquista, que decía la viñeta de Emma Gascó. Admirable poder reírse hasta del terror fascista en estos tiempos que corren) y 200.000 según la organización (el número total de desaparecidos en todo el Estado, remataba Gascó).

13 años después de que el Tripartit, con un PSC irrecuperable e irreconocible liderado por Maragall, impulsara un Estatut d’Autonomia en el Parlament de Catalunya que el PP decidió torpedear para convertir el anticatalanismo en un caladero de votos, parece que la estrategia ha funcionado y, por fin, llenar Colón con el mantra de abajo-el-diálogo-y-la-inteligencia da resultado. No sólo acuden los ‘fachas’, están sumando a gente que se siente más dolida y atacada por Catalunya que por la corrupción, los desahucios, el rescate a la banca criminal y los diez años que llevamos bajo ajuste. Mama, por.

A las puertas de unas nuevas elecciones generales anticipadas, con el trifachito aliado para gobernar en Andalucía desde diciembre y compitiendo a ver quién monta mejor el caballo de la reconquista, se ven más claras las consecuencias de azuzar el conflicto territorial y defender a capa y espada la sacrosanta unidad de España, aunque sea desde supuestas posiciones de izquierda. Me viene a la memoria otra poética imagen de la expo de ayer: Felipe González y otros líderes del PSOE, cada uno sosteniendo un capote de torero, retratados por Alberto Schommer, bonita metáfora gráfica de nuestra memocracia de puertas giratorias y políticos diestros en echarse capotes mutuamente. 40 años de silencio y desmemoria impuesta a base de terror y otros tantos de llamar izquierda a cualquier cosa dan sus frutos: la ultraderecha se ha crecido, se pasea y pavonea orgullosa de sus credos sin vergüenza. Cruzo Recoletos, empiezo a subir Génova arriba y atravieso el control policial para acceder a la plaza Villa de París.

Solidaridad y generosidad como ética y política

El proceso judicial contra el independentismo es el ejemplo extremo de la judicialización de la política: se acusa a los representantes de Òmnium Cultural y l’Assemblea Nacional Catalana de protagonizar una rebelión armada por participar en la movilización ciudadana masiva contra la ocupación de las conselleries de Economía y Hacienda el 20 de septiembre de 2017, cuando en todo momento estuvieron llamando a la no violencia, y se procesa a las y los representantes políticos por facilitar la celebración de un referéndum que fue declarado ilegal por el Tribunal Constitucional (no olvidemos que más del 80% de la población catalana apoya que se realice un referéndum pactado en Catalunya, y entre la ciudadanía española crece el apoyo a esta solución, pero el Gobierno español se ha negado reiteradamente a ello), y por promulgar la declaración unilateral de independencia (DUI) basándose en el resultado del 1-O, una decisión polémica no sólo por materializar la ruptura con el Estado, sino porque genera fricción entre los partidos que apoyaron el referéndum (los comunes, por ejemplo, no consideran que el resultado del referéndum avale una DUI. Diez días después de su celebración, Barcelona en Comú planteó que materializa el agotamiento del estado de las autonomías). Diez de ellos se sientan en el banquillo de los acusados y seis más están en el exilio para denunciar que el proceso y el juicio no son justos y abrir un frente de denuncia internacional.

Voy al Supremo porque considero aberrante solucionar problemas políticos por la vía penal y quiero mostrar mi rechazo a este proceso, que además de ser la plataforma política de un partido abiertamente ultraderechista (Vox pagó 20.000 euros para convertirse en acusación popular) es una expresión de la peligrosa deriva autoritaria del Estado. Y voy con mis contradicciones a cuestas, cómo no. En el banquillo de acusados se sienta gente que considero mis adversarios políticos, como Quim Forn, exconseller d’Interior, ejecutor del intento de desalojo y derribo parcial del CSA Can Vies, el centro social okupado de mi barrio, cuando fue responsable de seguridad de l’Ajuntament de Barcelona, y que heredó el cargo de Conseller d’Interior en un partido responsable de la condena a compañeras y compañeros del 15M por rodear el Parlament de Catalunya como acción de repulsa al primer paquete de recortes del Estado en 2011, perpetrado por el gobierno de Artur Mas. Que este señor y su partido hayan sido ejecutores de políticas represivas contra la acción y movilización popular no implica que no me parezca injusto que ahora la sufran ellos.

Las implicaciones y ramificaciones del procés en la política catalana y española y los intereses de unos y otros partidos merecerían otro artículo (o un par de doce), y todo ello ha generado no pocos debates y fricciones entre las gentes de izquierda. A mi parecer, se puede – y se debe – apoyar el ejercicio de la autodeterminación y a las presas y presos políticos y exiliados por defender este derecho y poner las urnas al servicio de la voluntad popular y, al mismo tiempo, criticar las maniobras de la derecha catalana para mantenerse en el poder a toda costa; se puede defender la celebración del referéndum del 1-O y plantear un debate sobre el mandato que emerge de su resultado, y se puede reconocer que hay una mayoría independentista en el Parlament sin dar un cheque en blanco a las políticas de derecha en nombre de la transversalidad. En resumen, se puede y se debe debatir todo, con respeto y con empatía; pero, sobre todo, se puede y se debe acompañar a los miles, millones de personas, que descubrieron la falacia de la democracia y el estado de derecho a golpe de porra de la guardia civil y la policía nacional el 1 de octubre de 2017, y practicar la solidaridad y la generosidad con quienes sufren la represión en propia piel.

En la cola del Supremo: fachas a la intemperie

Manifestación contra el juicio a los y las líderes independentistas en Barcelona el pasado 16 de febrero./ Victor Serri para La Directa

Manifestación contra el juicio a los y las líderes independentistas en Barcelona el pasado 16 de febrero./ Victor Serri para La Directa

La plataforma Trial International Watch-Catalan Referendum Case, integrada por catedráticos y personas expertas en derecho penal a nivel estatal e internacional, considera que en este proceso se están vulnerando los derechos y garantías procesales de los imputados, algunos de los cuales, como los Jordis, llevan más de un año en prisión preventiva, y dinamitando los principios del derecho, empezando por el hecho de que el juicio sea en Madrid y a cargo del Supremo, cuando los hechos sucedieron en Catalunya y por tanto le pertocaría al Tribunal Superior de Justicia de Catalunya juzgarlos.

La Plataforma pretendía hacer una observación del juicio, y el Supremo se ha negado a reservarles espacio, invitándoles a asistir como público. Así que algunas y algunos abogados hacen cola a las puertas del Supremo desde las seis de la mañana para lograr entrar en la sala, y finalmente han logrado que cinco observadores de Bélgica, Francia Estados Unidos e Italia puedan estar presentes en la primera sesión. Más de setenta votantes y militantes de Vox también han llegado de madrugada y se han hecho con la mayoría de números que se han repartido a primera hora para distribuir los 40 asientos del público. Los medios de comunicación acreditados también han tenido que hacer cola desde primera hora.

Hace frío, me digo, y no es por el invierno demográfico del que hablaba el otro día Casado en un discurso de claro corte antielección, cuando proponía derograr la ley de aborto y volver a la de 1985 para sostener las pensiones (de nuevo, vuelve el día de la marmota de la Transición, y las fotos de las manifestaciones por la libertad de las mujeres encarceladas por abortar y por adulterio que hizo Pilar Aymerich, expuestas en las paredes del Reina Sofía). Me aposto en la cola, rodeada de jóvenes con look pijofachas y señores con aspecto de respetable señor de derechas. Una periodista de Radio 4, micrófono en mano, pregunta a varias personas por qué han venido y una mujer con un abrigo de piel teñido de azul y manoletinas a juego le responde muy ufana que está aquí para ver si es cierto que la justicia y la Constitución se cumplen. Un hombre mayor con gorra que toma notas en una libretita con el logo de Vox, visiblemente inquieto, interpela a un hombre joven para poder entrar en la sala. «¿Tú eres de Vox, verdad? ¿Estás en el grupo de Whatsapp? ¿No recibiste el enlace?» El señor, que resulta ser de Bobadilla, no lo recibió, y se ha dado un madrugón de órdago para nada. El joven, que se identifica como miembro de la organización y es de los que manejan, le explica que alguien no pasó su nombre, y que él ha dado prioridad a los que han llegado a las seis de la mañana para entrar a tiempo. Le recomienda que se vaya a descansar y no pase frío. Así que se va.

Por la calle General Castaños aparece un grupo de espontáneos con una bandera de España y la cola les aplaude a rabiar, dando vivas a España, a Cataluña española y hasta al Rey, ese monarca entrañable que el 3 de octubre de 2017, al final de una jornada histórica de huelga general en Cataluña convocada como respuesta al asalto a las conselleries y la intervención del autogobierno, salió en la tele bajo un retrato de su antepasado garrote en mano para decirle a la ciudadanía catalana que más allá de la legalidad sólo había estopa.

Rodeado de una nube de fotógrafos, llega el exconseller de Justicia, Carles Mundó, que la cola vox-iferante recibe al grito de «golpista». Poco rato después, el abogado de Vox, Pedro Fernández, y el secretario del partido, Javier Ortega Smith, unos minutos más tarde, son aclamados con aplausos y vivas a España mientras entran en el edificio. Déu n’hi do.

Odios vox-iferantes y golpes de estado

A estas alturas ya ha quedado claro que la cola le hace la ola al Rey, a la Constitución y a la Santa Inquisición si se reactiva. ¿Toda la cola? ¡No! Un grupo de irreductibles abogadas y abogados de la Comissió de Defensa dels Drets de la Persona del Col·legi d’Advocacia de Barcelona resiste el frío y la tensión para intentar entrar a hacer de observadores. Y al lado de la valla que separa la acera de la entrada al Supremo se apostan algunas y algunos familiares de los encausados, entre ellos Txell Bonet, la compañera de Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural. Tras un rato de espera, dos empleados del Supremo les acompañan a la sala. En un momento dado, la policía se acerca al grupo de abogados, con los que estoy hablando, les reitera que sólo entrarán las 40 personas que tienen números y nos invita a salir de la acera y el perímetro.

Bajamos por General Castaños, y nos encontramos con que la policía ha separado del grupo a la mujer del abrigo azul y la invita a irse de la zona. Un poco más abajo, veo a Susanna Barreda, la mujer de Jordi Sánchez, presidente de l’Assemblea Nacional Catalana que, como otros familiares de los encausados, está teniendo dificultades para acceder a la sala, hablando con los empleados del Tribunal Supremo. La mujer del abrigo azul nos mira, iracunda. Nos oye hablar en catalán y empieza a decirnos voz en grito que «aquí se habla español»; le recuerdo que el catalán es lengua cooficial según la Constitución que tanto defiende y se lanza a llamarnos «extranjeros». Para cortocircuitarla, le respondo sonriendo que soy madrileña, republicana y antifascista. Debe haber sido demasiado, porque vox-ifera no se qué de la Segunda República y los golpes de estado de los rojos -cero en historia- a nuestras espaldas.

Mientras tanto, cerca del control policial de calle Génova, se han concentrado Anticapitalistas, ERC, PdeCat, En comú podem y otras organizaciones, defendiendo el derecho a decidir. Tengo que irme y lo hago pensando en el Madrid de la transición que me relataron mis padres, trufado de fachas envalentonados con ganas de pelea, que jamás pensé que se parecería al de hoy. Pero el pasado fin de semana alguien profanó las tumbas de Pablo Iglesias Posse y de La Pasionaria y ha pintado de negro las banderas republicanas del muro de las trece rosas en el cementerio de La Almudena, y hace un par de semanas la fachada del restaurante Achuri de Lavapiés amaneció llena de esvásticas y cruces célticas. Y sin embargo, anoche, pocas horas de que empezara el juicio en el Supremo, alguien proyectó en la misma fachada del Tribunal que da a la plaza Villa de París las imágenes de las cargas policiales del 1O contra la gente que quería votar en el referéndum, con la leyenda «Spanish Democracy».

De golpe me viene a la cabeza la imagen de la escultura que preside la plaza de enfrente del museo Reina Sofía, «El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella», de Alberto Sánchez Pérez. Una figura sinuosa coronada por una estrella roja que parece portar una paloma de la paz en la mano. El escultor toledano, cuyas obras se incluyeron en la la representación no oficial de la Biennal de Venecia de 1976, que puede verse estos días en la exposición sobre la transición, hizo esta bellísima obra para la exposición internacional de París de 1937, la misma donde Picasso presentó el Guernica, por encargo del Gobierno de la 2da República. Un año y medio más tarde, la república sitiada le envió a a Moscú a enseñar dibujo a los niños exiliados por la guerra. Allí vivió en la colonia española, junto con amigos como la Pasionaria, hasta su muerte en 1962. Más metáforas gráfico-poéticas para conjurar la esperanza. Mientras, busco un bar donde tomarme un café con churros para quitarme el mal cuerpo y acabo tarareando a la Estrella de Morente: «Romperemos las nubes negras / que nos engañan, que nos acechan / abriremos un mundo nuevo / sin fusiles ni venenos». Tant de bo.


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