“El Carnaval no es machista”*

“El Carnaval no es machista”*

El Ayuntamiento de Cádiz aprobó, en 2017, que el habitual concurso de ninfas y diosas que se celebraba en Carnaval iba a dejar de ser organizado por la Administración municipal. La decisión del pleno abrió el debate sobre el machismo en estas fiestas. 

15/02/2019

Anabel Martínez González, chirigotera

 

Chirigota ‘Las Niñas’. Fotograma del vídeo de Carnaval Geographic Las Barrigas del Puente (Popurrí), de Ana López Segovia (Minuto 0:45 / 0:46)

*Quiero dejar claro que esto sólo es mi experiencia y mi manera de verlo, y que no pretendo aunar las voces de todas las mujeres que participan en carnaval.

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Antes siquiera de que empezara el Carnaval de Cádiz, y a raíz de que el Ayuntamiento de la ciudad aprobara en el pleno el pasado año (y gracias al trabajo de una plataforma ciudadana) que el concurso de ninfas y diosas iba a dejar de estar organizado por la Administración municipal, se abrió un debate que fue mucho más allá del absurdísimo binomio “ninfa sí-ninfa no”, y no tardó en saltar a la palestra el asunto de la mujer y el machismo en esta fiesta.

El principal problema que he visto cuando por redes sociales o entre grupos de amigos ha salido el tema de la desigualdad en el carnaval, es que hay un miedo atroz a señalarse a sí mismo y a manchar una fiesta que con razón hemos divinizado. Así, cuando yo digo que el carnaval es tan machista como lo es la sociedad, me encuentro con argumentos, a mi juicio bastante simplistas, que se basan en una concepción de la fiesta como un ente impermeable que no puede ser salpicado por el patriarcado, el cual sí somos capaces de reconocer más fácilmente en otros aspectos de nuestra vida o en otras manifestaciones culturales.

Sin embargo, el inconveniente de ver el carnaval como un sujeto y no como un instrumento que utilizamos los mortales y del que te puedes valer para fomentar unos u otros valores, es que al sujeto duele más criticarlo y revisarlo, y en consecuencia se forma un silencio que fomenta la invisibilización de unas actitudes tóxicas que precisan ser señaladas para después ser corregidas, y que acaban por impedir que el desarrollo de una agrupación femenina/mixta sea el mismo que el de una masculina.

Da mucho miedo admitir que en el carnaval hay machismo, y se tiende a pensar que las personas que te dicen cosas por la calle en febrero, que te acosan o te molestan, no forman parte de esto. Pero sí. Lamentablemente, los rumores entre algunos grupos de hombres cuando pasas por la calle un día cualquiera, suenan igual que los rumores entre algunos grupos de hombres cuando pasas por la calle en carnaval y (encima) disfrazada. Ya va siendo hora de reconocer que esos murmullos, que a mí y a muchas nos incomodan, no los provocan monstruos provenientes de un lugar oscuro que se disfrazan para asustarte cuando te bajas del escenario, sino que los provocan carnavaleros, o incluso compañeros tuyos. El año pasado, una noche, en un recorrido de menos de dos metros que hice sola, diferentes desconocidos me chistaron, otros me dijeron cosas inaudibles, y hubo alguno que me acarició el pelo comentando algo que afortunadamente no logro recordar, aunque lo que sí recuerdo son las dos veces que le dije “no me toques”. Esas personas eran aficionadas al carnaval, comparten espacios conmigo, y a mí me ponen trabas.

Hay machismo, hay misoginia en el Carnaval, y lo único que desgraciadamente falta es voluntad de escuchar lo que tenemos que decir las mujeres, que seguimos siendo constantemente cuestionadas sobre algo que nos afecta directamente a nosotras.

De los pasodobles sobre denuncias falsas a los cuplés tremendamente tránsfobos, podemos encontrar un gran abanico de repertorios que de forma más o menos sutil siempre dejan cierto tufillo misógino. Y yo no me canso de que “mi suegra”, la “gachí to fea”, “mi vecina Mariloli”, la “exnovia”, o la gorda de tu amiga sean las protagonistas de todos los chistes, a mí lo que me empieza a molestar es que para todas sus historias los autores den siempre el mismo diagnóstico: un pollazo, comerse un gran nabo o irse a cocinar algo, por ejemplo. Y eso, es violencia, violencia que tiene música detrás y que por eso aceptamos con tanta facilidad.

Es indignante admitir que hombres y mujeres no somos tratados igual en nuestra vida diaria pero que después en carnaval sí. Es un insulto decir que nosotras lo tenemos igual que ellos cuando las agrupaciones femeninas no aparecen en los carteles de los “grandes” eventos carnavaleros, cuando no solo no están en las finales ni semifinales de los concursos, sino que se las castiga año tras año con puestos muy por debajo del que merecen. Es extremadamente ofensivo que se piense que no hay desigualdad, cuando mis compañeras se quejan de tener que llevarse a sus hijos a los ensayos y, curiosamente, mis compañeros no. Es de una ingratitud apabullante decir que somos unas exageradas, cuando desde las instituciones el único carnaval que se viene fomentando y al que se le da valor es el de concursos en los que apenas hay presencia femenina, en lugar del carnaval de la calle que es aquel en el que sí tenemos un sitio asegurado.

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