Que el miedo cambie de bando

Que el miedo cambie de bando

Marta Domènech

Este texto fue escrito el 1 de Diciembre de 2017

Carlos Alberto Correa

De un tiempo a esta parte me viene, cada vez más a menudo, esta frase: “Que el miedo cambie de bando”. Una expresión que se ha utilizado en diferentes contextos y […]

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14/12/2018

Marta Domènech

Este texto fue escrito el 1 de Diciembre de 2017

De un tiempo a esta parte me viene, cada vez más a menudo, esta frase: “Que el miedo cambie de bando”. Una expresión que se ha utilizado en diferentes contextos y con diferentes objetivos pero que lo que busca es, al fin y al cabo, revertir una situación de desigualdad, derrumbar unos privilegios para asentar los derechos de los colectivos que no los tienen.

La frasecita empezó a revolotear en mi cabeza este verano cuando salió a la luz el caso de Carmen Tomé, una artista que decidió denunciar por agresión sexual a uno de los comisarios, Javier Duero, que dirigía la residencia artística en la que ella participaba. En mis círculos, su decisión de hacer una performance como proyecto final de su residencia leyendo la denuncia por agresión que interpuso ante la policía, generó horas de debate acalorado. Un debate con posiciones que cuestionaban desde el dispositivo artístico que había elegido para hacer pública la agresión, hasta la propia veracidad de su testimonio.

Hace poco me llegó una iniciativa que se estaba gestando entre los colectivos feministas de izquierdas de la India para denunciar, con nombre y apellidos, a activistas y académicos de  izquierda que habían abusado o acosado a mujeres aprovechando su situación de privilegio respecto a ellas. Nuevamente, más debate sobre si es efectivo y positivo para la lucha feminista señalar a personas sin tener más pruebas que la palabra de una mujer.

Hace unos pocos días, la actriz y directora Leticia Dolera explicó un episodio en el que un director de una de las películas en la que trabajaba le tocó una teta. Ha tardado años en hacerlo público y, en este caso, no ha dado el nombre de este señor, lo cual me parece absolutamente respetable, ¡sólo faltaría!

En el colectivo Dones y Cultura en el que participo también se están dando estos debates sobre cómo abordar estos casos, cómo denunciamos todas las experiencias que la mayoría de nosotras hemos tenido, en mayor o menor medida y, sobre todo, cómo hacemos para que las denuncias (con nombre o sin nombre) no caigan en saco roto o, peor todavía, se giren en contra de las víctimas.

Todos estos casos (incluidos el de Harvey Weinstein, por supuesto) han generado una neblina de miedo que sobrevuela las cabezas de muchos hombres que han tenido o tienen poder sobre mujeres en su entorno laboral: profesores, académicos, empresarios, directores, productores… Un amigo vinculado a la docencia comentó “Es que yo ya no sé si en algún momento alguna alumna se ha podido sentir agredida por mí. Cada vez tengo más cuidado”. ¿De dónde viene esta preocupación? del miedo, miedo a ser los próximos.

Yo, frente esto, no puedo evitar preguntarme: ¿será verdad que el nivel de inconsciencia de los hombres cuando hacen efectivos sus privilegios sea tan elevado que no puedan saber si han podido hacer sentir a una mujer agredida sexualmente? ¿o es que en el fondo todos saben que en algún momento lo han hecho y esperan que en esos casos que les vienen a la cabeza, las mujeres protagonistas no se hayan sentido atacadas o incómodas? ¿será quizás que no lo saben ni ellos?

Sea como sea, la reflexión sobre el miedo me lleva a pensar que quizás es necesario que tengan miedo, porque tal vez esa será la única manera de que realmente entiendan sus privilegios y de que realmente, PERO REALMENTE, entiendan qué es esto del feminismo y se vuelvan aliados de verdad. Quizás ese miedo sea suficiente y no tengan que pasar por todos los miedos que vivimos todas las mujeres, muchas veces sin darnos cuenta, y que ellos no tienen. Entre los miedos que tenemos el honor de experimentar sólo nosotras podríamos diferenciar entre los “grandes miedos”, a que te violen por ejemplo, pero luego están los miedos cotidianos, los “micromiedos”, por ejemplo, a que no te escuchen o no te tomen en serio, a llevar una ropa poco adecuada para la reunión que tienes esa tarde, a reírle demasiado las bromas a tu jefe y que piense que te estás insinuando, a pasar por en medio de un grupo de hombres, a que no te contraten porque estás en “edad fértil” o porque tienes hijos, a ser pesada cuando hablas de desigualdad y feminismo, a repetir los patrones de cuidados patriarcales en los que te han educado, a cuidar demasiado,… a ser demasiado mujer o a serlo demasiado poco (sea lo que sea lo que signifique esa mierda).

 

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