«Princesa rasa» Los privilegios no se heredan

«Princesa rasa» Los privilegios no se heredan

Rocío Pérez Vázquez

Me veo obligada, antes que nada, a explicar el porqué del título y el artículo. Soy opositora, y hoy, señoras y señores, he llegado a la Corona, a ese magnífico título mediante el cual nuestra Constitución –tan progresista y democrática ella- regula la Jefatura del […]

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28/12/2018

Rocío Pérez Vázquez

Me veo obligada, antes que nada, a explicar el porqué del título y el artículo. Soy opositora, y hoy, señoras y señores, he llegado a la Corona, a ese magnífico título mediante el cual nuestra Constitución –tan progresista y democrática ella- regula la Jefatura del Estado.

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Así es. Por toda persona es sabido que la vida de quien decide opositar es dura, tanto que este año en lugar de estar leyendo los manifiestos para la efeméride del Día Internacional contra Violencia contra la Mujer, mi campaña opositora del 25N se basa en leer – y aprenderme de “pé a pá”- el principio de masculinidad que impera en la Corona.

Una campaña que no solo del color violeta vive sino que tiene todo un complejo código de colorines para saber de un solo vistazo qué es importante y qué no lo es. Por ejemplificar un poco, hay que subrayar (esto, de amarillito) que nuestra actual norma solo tiene P-A-D-R-E-S , así que oiga, para equilibrar un poco la balanza y contribuyendo a la “Herstory” recordemos a la señora M-A-D-R-E- de la Constitución Republicana: Clara Campoamor quien, con su ímprobo esfuerzo, consiguió nuestro derecho al voto.

Así las cosas, ya que el día en que se “celebra” el 25N se programan múltiples actividades, yo, como aplicada opositora he hecho lo propio, aunque aún me encuentro con los preparativos.

No cabe duda, obviar que el texto constitucional está muy lejos de saber qué viene siendo eso de incorporar la perspectiva de género en su lenguaje y redacción, cuesta. Claro que quien sabe de lenguaje inclusivo es la RAE, que habiéndose puesto manos a la obra para actualizar la norma a los tiempos que corren –por encargo del Ejecutivo- son tan, tan considerados que ya nos están avisando: “no esperéis grandes sorpresas” dicen; vaya que algunas/os nos estemos viniendo muy arriba pensando que la palabra “mujer” va a ser empleada más de 2 veces en todo el articulado y luego, nos llevemos un chasco.

Lo confieso, lo he comprobado. Me senté, pulsé: Ctrl+ “b” y escribí: M-U-J-E-R y; tras esperar (a que se hiciera la magia) ahí estaba el primer resultado, en el art.32, no volviendo a aparecer hasta el art.57, acabándose, con este, todo lo que se daba.

Proclama el primero: “el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica”. Genial, por fin dejamos de pasar del sometimiento del padre al del marido y gracias a la ambigüedad del precepto; al no declarar literalmente que han de casarse “entre sí”, se pudo regular el matrimonio homosexual en el año 2005.

Llegamos al numeral 57,y  «con la Iglesia hemos topado». Lejos de ser la Corona un órgano de representación popular, el título de Rey (que no de Reina) se hereda, bajo un orden sucesorio que sigue marcadas reglas, destacando especialmente por su inconstitucionalidad, sesgo sexista, carácter anacrónico y regusto a ley Sálica: la preferencia del hombre frente a la mujer, discriminación frontal al principio de igualdad constitucional. Un versión masculina que si bien no gobierna, reina y una femenina –de segunda- meramente simbólica y protocolaria.

Como todo lo que tiene relación con la exclusión de las mujeres es difícilmente modificable, el trono no iba a ser menos. Por ello, está especialmente blindado por un complejísimo procedimiento, tanto es así que en los 40 años de vida de nuestra Constitución, jamás se ha visto reformada por esta vía.

La primogénita llamada al trono -a falta de varón- heredará no solo este (y sus títulos) si no una amplia colección de prejuicios y gestos sexistas. Un sexismo que hará de su cosificación las únicas noticias, nublando todas sus capacidades como persona; o lo que más deberíamos temer, que, ante cualquier mínima actitud beligerante (como saltarse alguna de las reglas dictatoriales de protocolo) se ensalce su condición de mujer considerándolo (confundiéndolo) con una de las mayores proezas liberadoras.

Deseemos no prolifere esa peligrosa correlación mujer-feminismo. Ser mujer no es ser feminista, aunque ojalá y, haciendo uso de su poder  y privilegios pugne por un orden alternativo para la tradición. Pero no nos confundamos: el nuevo rostro de mujer lo colocará el azar –en defecto de un varón- no el progreso.

Termino así con mi particular conmemoración para el 25N, pues este año no será tomando las calles. Yo me quedo aquí con el estudio de nuestra norma suprema , por lo que no prometo que mi conmemoración del próximo mes, con motivo de su 40 cumpleaños, vaya a ser más alentadora y menos sesgada; aunque, al menos, tendremos un día festivo.

En definitiva, y en ambos casos, mucho que reivindicar y poco que celebrar.

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