El telar de las mujeres: estafa piramidal y feminismo ‘new age’

El telar de las mujeres: estafa piramidal y feminismo ‘new age’

Se disfraza de sororidad, de economía alternativa y de red de apoyo entre mujeres. Según sus difusoras, su objetivo es conformar un tejido solidario de mujeres que luche contra "el sistema financiero patriarcal" y permita a sus miembros mejorar su economía. Tras su éxito en Latinoamérica, el Telar comienza su expansión por España.

18/12/2018
Ilustración: Alba Casanova

Ilustración: Alba Casanova

Hasta el más pintado lo sabe: a los conceptos de moda les salen muchos novios. Novios de todos los pelajes, intenciones y procedencias. Novios que llueven del cielo y que asoman desde debajo de las piedras. El feminismo, obviamente, no iba a ser menos. Desde sus inicios, el capitalismo —que es siempre el novio más perverso— ha intentado apropiarse de sus consignas, vender a costa de sus preocupaciones y disfrazar de activismo sus ansias de mercado. Tenemos desde camisetas de empresas como Bershka, Stradivarius y Zara -que se deslocalizan y nutren de la mano de obra barata de mujeres precarizadas- con eslóganes como Everybody should be feminist o Girl Power; hasta distintas iniciativas a nivel editorial, con sus libros para niñas de tono inspiracional y super-comprometidos-con-la-igualdad-cómo-no, con ejemplos a seguir tan feministas como el de Margaret Thatcher -que espoleó la caza de brujas que sufrió el colectivo LGTB británico en los ochenta.

Como colofón, y a la vera de las nuevas líneas promocionales de Special K (Special K alimenta lo que eres -sobretodo si lo que eres es una mujer que come cereales integrales) y Dove—que se centra en el body-positive para llegar a potenciales compradoras, mientras los anuncios de Axe, que pertenece a la misma multi-marca, Unilever, se dedican a cosificar sin reparos a las mujeres— tenemos ese reciente anuncio de Iberdrola que ha desplazado a la familia del foco de su imagen de marca para centrarse en las mujeres y, de forma más concreta, en el apoyo al deporte femenino: “Chicas, seguid persiguiendo vuestros sueños, y mientras nosotros cuidamos del terreno de juego”. Y es precisamente ese mantra de “perseguir los sueños” al que alude Iberdrola el que mejor le funciona al capitalismo y al universo neoliberal. Porque al fin y al cabo sueños, proyectos o ambiciones tenemos todas -desde emprender un negocio a comprarnos un coche o, sencillamente, llegar a fin de mes- y a menudo su realización pasa por conseguir dinero. Estos dos ingredientes -el feminismo de moda y esos costosos “sueños por cumplir”- han dado lugar a un cóctel que ya se extiende por nuestra geografía -ya hay casos en Almería, Valencia y Zaragoza- disfrazado de economía solidaria y que recibe el nombre de “El telar de las Mujeres”.

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Para entender cómo funciona este “telar de las mujeres”, nos retrotraeremos hasta los locos ochenta españoles, cuando el sistema de economía piramidal alcanzó un auge puntual. Explicado de forma sucinta, un sistema piramidal a nivel financiero es una forma rápida y fácil -ese fácil habría que ponerlo entre muchas comillas- de conseguir dinero. El sistema encontró un gran aliado en el correo postal, y se inauguró una moda que duró unos cuantos años y de la que formaron parte cientos de personas: las cadenas de cartas basadas en la economía piramidal. Las invitaciones para formar parte de estas cadenas incluían instrucciones y un listado de nombres y cuentas corrientes. Si querías unirte a la pirámide, debías ingresar 5.000 pesetas a la primera persona de la lista y, con recibí en mano, dar otras 5.000 al amigo que te había invitado. A continuación comenzaba tu labor de difusión, ofreciendo a amistades y familiares el acceso a la lista ya actualizada: eliminando al participante al que habías hecho la transferencia y añadiéndote a ti al final. Así, en algún momento, empezabas a recibir dinero de personas que deseaban participar en la pirámide y de cuya lista eras la primera.

El dinero que se ganaba, por supuesto, no era declarado, por lo que constituía una microeconomía sumergida en negro. Conforme la pirámide se expandía, las personas que acababan en el primer lugar de la lista iban ganando cantidades más generosas, pero los sistemas piramidales tienen un crecimiento no sostenible: siempre acaban colapsando en un plazo de tiempo corto. Cuando el número de participantes deja de ser proporcional al número de personas en lista, decenas, cientos o incluso miles de miembros no llegan a ver ni una sola peseta.

Este sistema de ganancias piramidal, en el que los de arriba pueden llegar a ganar cantidades realmente jugosas y en el que en algún momento muchísimas personas pierden lo aportado sin recibir nada a cambio, tiene una versión mucho más perversa en el susodicho Telar de las Mujeres. Perversa porque se apropia de cierta terminología del feminismo y se disfraza de sororidad, de economía solidaria alternativa y de red de apoyo entre mujeres, pudiendo resultar atractiva para muchas. Se trata de un sistema que halló gran difusión en Latinoamérica y que ahora se extiende por España, aún caracterizado por un lenguaje new age que lo hace sospechoso pero que ya ha enganchado a ciertas mujeres y que puede mutar hacia un discurso más politizado e inteligente que lo disfrace. Pero empecemos por el principio:

El telar es una economía piramidal que, sabiamente, adopta el nombre de telar, flor o mandala, aludiendo a una forma circular en lugar de a una pirámide. Porque mientras ésta huele a jerarquía y desigualdad, el círculo nos transmite una idea de retorno, de horizontalidad. Y así es exactamente cómo sus integrantes tratan de vender “el telar”.

Cada telar está constituido, una vez se halla completo, por quince mujeres. En el centro -en la cima, en realidad- está la llamada Mujer Agua (aquí vemos ya ese rollito hippie desfasado que todavía lo aleja de resultar atractivo en ciertos contextos), y por debajo de ésta hay dos mujeres a las que se denomina Tierra. En el siguiente nivel encontramos a las cuatro mujeres Viento y, finalmente, a nuestras amigas más desafortunadas, las Mujeres Fuego, que han de ser ocho. La mujer que se halla en el centro es la que va a recibir el dinero que la pirámide genere. Las mujeres tierra, mientras, se ocupan de vigilar la labor de las mujeres viento, que tienen la encomienda de invitar a más mujeres a formar parte del telar, para que éste se vaya nutriendo por la base y sus miembros vayan ascendiendo sucesivamente de nivel. Suena familiar, ¿verdad?

A las mujeres fuego, claro, les toca aportar el dinero. En este caso, la friolera de 1200 euros -lo increíble del caso del telar es que la cantidad inicial a aportar resulta, por sí sola, de lo más disuasoria, y aún así comienza a generar cierta acogida- para que la mujer que ha alcanzado el centro reciba su “donación” y pueda mejorar su situación económica y su vida. Una vez ésta mujer cobra, la pirámide se divide en dos nuevas, cada una coronada por una de las anteriores mujeres tierra, que ahora son mujeres agua. Las fuego se convierten a su vez en mujeres viento y comienzan su labor de captación, reuniendo nuevas bases que aportarán sus respectivos 1200 euros.

La idea, según quienes lo difunden, es conformar un tejido solidario de mujeres, al margen de los bancos, que luche contra “el sistema financiero patriarcal” y permita a sus miembros mejorar su economía, asegurando que todas acabarán alcanzado la cúspide – ellas lo llaman “el centro”, pero llamemos a las cosas por su nombre- y recibiendo el dinero que aportaron multiplicado por siete: 8400 euros. Además, el Telar te asegura que puedes realizar la pirámide completa tres veces, por lo que acabarías cobrando más de 25.000. A las carencias del sistema a nivel de sostenibilidad -que son todas- y sus incongruencias morales y éticas -de las que hablaremos a continuación- se suma un oscuro y esencial personaje de esta trama: la Hermana Mayor. Las Hermanas Mayores -nombres que sugieren escasa horizontalidad- vigilan todo el proceso, hacen labor de proselitismo y reciben, siempre, una parte del dinero destinado a las mujeres Agua. Así que ya sabemos quiénes son las principales interesadas en su difusión.

“No lo hables con nadie”

Mientras investigaba para este artículo, pude introducirme en uno de estos telares, llegando a mantener una videoconferencia con sus supuestas miembros y las “hermanas mayores” de éstas. Para medir el nivel ideológico del susodicho telar -que sospechaba era nulo, sin poder imaginar hasta qué punto estaría falto de cualquier discurso que lo legitimase- me interesé por si “el sueño a cumplir” – así es como ellas se refieren constantemente al objetivo del telar: “cumplir los sueños de las mujeres”- tenía que estar vinculado a una mejora de la situación de las mujeres como colectivo o si podía ser un asunto personal. Automáticamente me respondieron que había total flexibilidad en ese sentido, y que cada una podía hacer con su “regalito” -así es como llamaban a los 1200 euros que deben aportar las mujeres fuego para formar parte de la pirámide- lo que quisiera.

Las Hermanas Mayores o Guardianas -en este caso había dos conectadas a la videoconferencia- eran las que mostraban un discurso más agresivo, envuelto siempre en una actitud melosa. Me informaron de las grandes virtudes que formar parte del telar me supondría a nivel personal, de la transformación que obraría en mí, del shock radical y “el gozo absoluto que se alcanza una vez has entregado el regalo con confianza a tu hermana y así quemado tus miedos respecto al resto de mujeres”. Afirmaron también de que “del mandala no está bien entrar y salir, porque debe existir un compromiso sincero hacia él y las mujeres que ya lo forman”.

Ninguna de las mujeres que hablaron conmigo relató ninguna experiencia concreta relacionada con el telar: abundaban palabras como “revelación”, “fluir” y demás terminología eminentemente abstracta, hasta que llegó la hora de explicarme cómo debía proceder para convertirme en mujer fuego y todo se volvió la mar de conciso. Se me invitó a ingresar mis 1200 euros en la cuenta corriente de la Mujer Agua actual -en este caso, su nombre era Sol Resplandeciente- porque “es a ella a quien debemos sostener y apoyar, haciéndola sentir fuerte, plena y abundante”.

Además, se me recomendó en repetidas ocasiones no hablar de momento sobre el Telar con nadie, porque era demasiado pronto para que hubiera asimilado su energía. Era mejor, en palabras de una de las hermanas mayores, no contarlo ni publicarlo en redes, porque había que respetar la confidencialidad del telar. Lo mejor sería que, antes de nada, hiciera “mi regalito”, momento desde el que empezaría a sentir el telar dentro de mí. Sólo entonces podría empezar a difundirlo de la forma apropiada, estando ya conectada a la energía del resto de hermanas. Esta regla supone una forma -chapucera, de acuerdo- de cubrirse las espaldas, para que una potencial mujer fuego no cometa el error de hablar con su círculo familiar o de amistades -que, probablemente, la disuadirán de convertirse en parte del telar- antes de desembolsar sus 1200 euros.

Antes de dar por concluida la sesión informativa, me recordaron -por si con tantos números se me había olvidado- que esto trascendía más allá del dinero: se trataba de sentir a las mujeres, darles apoyo -“porque si no nos apoyamos entre nosotras ¿quién lo hará?”- y de ayudarlas a cumplir sus sueños.

En el caso latinoamericano, sobre el que existen más testimonios dada la expansión del telar allí, podemos observar el modus operandi de este sistema piramidal. Inicialmente, las que más fácil lo tienen para ingresar en la base de esta economía -como Fuegos- son mujeres con recursos que pueden disponer de esa cantidad de dinero de forma más o menos relajada. Hay numerosos testimonios de mujeres que concluyen la pirámide una vez, llegando a su cúspide y recibiendo la cantidad que invirtieron multiplicada. El problema reside, obviamente, en la finitud de ese colectivo, que acaba recurriendo a mujeres de recursos ajustados, fáciles de captar mediante los testimonios de las anteriores Agua y la promesa de dinero rápido. En el caso de que a estas mujeres les resulte imposible aportar la cantidad, una miembro del telar se lo puede prestar, con lo cual queda endeudada con éste. En el caso de no concluir su ascenso, quedará atada a esta deuda y todo lo que de ella se derive –en Vice apareció en 2016 el testimonio de una mujer que había sido víctima de coacción y amenazas por parte de su prestamista. El éxito personal dentro de este modelo de economía consiste, dada su imposible sostenibilidad en el tiempo, en tener la suerte de no ser la que pierda su inversión.

Como vemos, el Telar de Mujeres es, en suma, lo contrario a una economía colaborativa o solidaria: no hay un intercambio equitativo de productos o servicios, sino una inversión inicial y la promesa de una gran ganancia posterior; no hay un interés por aumentar la calidad de vida de las clases más precarias -en todo caso, de nutrirse de la necesidad de dinero rápido de éstas-, y no hay una idea política de fondo que lo sustente, que ponga en valor lo colectivo o que priorice unos casos sobre otros: las mujeres de economías desahogadas lo tienen más fácil para lucrarse, mientras las precarias podrían quedar más empobrecidas.

Estas evidencias, que pueden resultar demasiado obvias como para convertir el Telar en un sistema sobre el que estar alerta, no deben hacernos pecar de ingenuas. En Barcelona este tipo de estructura -ahí conocida como “célula de la abundancia”- tuvo un éxito arrollador en 2007 vendiéndose como una forma de generar una economía antisistema que permitiría la auto-organización al margen de éste. De la misma forma, en territorio feminista, podría acabar difundiéndose como una manera de crear rápidamente cajas de resistencia para pagar multas de compañeras activistas, fundar casas de acogida para supervivientes de violencia de género, parar desahucios o sencillamente sacar de una situación precaria a determinadas mujeres.

De momento, al Telar lo delata aún un lenguaje delatoramente individualista: aunque habla de “luchar contra los bancos” hace constante hincapié en la necesidad de “cumplir nuestros sueños” (sueños entre los que pueden estar la entrada de un piso o el emprender un negocio) y se difunde mediante vídeos profundamente naif en los que asegura tener su germen en la “organización comunitaria y de apoyo mutuo de las mujeres africanas” (africanas, sí, así en general). Este carácter llamativamente turbio a caballo entre el espiritualismo new age, el coaching y el pseudofeminismo setentero más superficial, puede evolucionar rápidamente en un feminist-washing [lavado feminista] que disfrace el telar -con cualquier otro nombre ideado para la ocasión, otra cantidad a aportar y otra estética discursiva más elaborada- en una estafa menos sencilla de detectar y especialmente peligrosa en el caso de mujeres de recursos limitados.

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