Moteras

Moteras

Las mujeres siempre hemos tenido relación con el mundo de las motos. Siempre residual. Contra todo pronóstico y enfrentándonos a los convencionalismos. Porque de todas es sabido que las motos son para hombres. ¿Seguro que es así? Repasamos referentes.

15/10/2018

Ainhara García Goitiandia

"Nosotras también queremos ser libres con el viento, gozar del anonimato y de esa extraña sensación de libertad de género cuando la gente no sabe si detrás del casco se esconde un hombre o una mujer"./ Foto cedida por la autora.

“Nosotras también queremos ser libres con el viento, gozar del anonimato y de esa extraña sensación de libertad de género cuando la gente no sabe si detrás del casco se esconde un hombre o una mujer”./ Foto cedida por la autora.

Avis y Effie Hotchkiss, madre e hija, recorrieron EEUU de costa a costa en una Harley en 1915. Otras les siguieron ese año y los siguientes. No fue hasta 1937 cuando permitieron a Sally Halterman obtener el permiso para conducir motos. Algunas incluso fueron detenidas por llevar pantalones en sus rodadas. Mención especial para Bessie Stringfield, la primera mujer afroamericana que se subía a una moto. En los años 50 fundó el Iron Horse Motorcycle Club. Y en 1953 ganó una carrera disfrazada de hombre, pero le denegaron el premio al descubrir que era mujer.

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Alterando un poco las palabras de Angela Davis, “Ser mujer ya es una desventaja en esta sociedad siempre machista, imaginen ser mujer y ser negra. Ahora hagan un esfuerzo mayor, cierren los ojos y piensen, ser mujer, ser negra y… ser motera. ¡Vaya aberración!”

Dejando a un lado esa icónica y romántica imagen sacada de una peli de Fellini o el movimiento pin up, donde podíamos ver a mujeres como Sofia Loren o Audrey Hepburn en su famosa Vacaciones en Roma, a lomos de Vespas. La mujeres siempre han tenido una participación residual en el mundo de las motos. Incluso a menudo relegadas al puro objeto, bien como paragüeras, “paquetes” de moteros o incluso como la chica del striptease final de la concentración motera de turno. Muchas somos las que hemos asistido a concentraciones en las que al final del concierto subían a una mujer para que se desnudara. Hoy en día cada vez son menos esos finales de fiesta motera. Pero siguen existiendo. Y nosotras, las moteras, seguimos luchando por erradicar estas situaciones.

Hace unos 10 años hubo un boom de mujeres moteras que se sacaban el carnet y se compraban una moto para rodar solas. Cansadas de ir de paquetes de hombres. Nosotras también queremos ocupar ese espacio, en el asiento de una moto, ser libres como el viento, con el viento, gozar incluso del anonimato y de esa extraña sensación de libertad de género cuando la gente no sabe si detrás del casco se esconde un hombre o una mujer. Aún así somos pocas. Marcadas por los roles de género, muchas son incapaces siquiera de pensar que pueden montar una moto. Las motos son peligrosas para las mujeres. Aunque la estadística de accidentes en moto la encabecen hombres. Normal teniendo en cuenta que la mayoría de conductores de moto son hombres, vale, pero en proporción así es. Ni siquiera existe estadística oficial, pero los profesionales en autoescuelas y DGT dicen que actualmente estamos en una proporción de 2 mujeres por cada 10 hombres.

Otro mundo en el que nunca hemos tenido palabra ha sido el de la competición. Donde la presencia de mujeres es poco más que anecdótica. Actualmente permanecen en dignas categorías, Ana Carrasco actual líder indiscutible de Moto3 y María Herrera. Y la supercampeona Laia Sanz, piloto de trial, enduro y rally raid española, trece veces campeona del mundo de trial y cinco veces campeona del mundo de enduro. Todas ellas invisibles en los medios deportivos, si no salen en tacones anunciando algo. Y todas ellas teniendo que competir en condiciones lamentables, sin patrocinadores, sin publicidad, sin ayudas institucionales y rodando con compañeros como el difunto Simoncelli que llego a decir en su día, “chicas, motores y amistad son la sal de la vida, pero las mujeres que compiten en la pista me tocan las pelotas, esto es un deporte para hombres”.

Pocas somos las mujeres que scooter, vespas y motos de baja cilindrada aparte, conducimos motos de gran cilindrada. Porque muchas somos las que tenemos que dar explicaciones de por qué lo hacemos. Justificar nuestra afición. Afrontar preguntas que en hombres serían absurdas. ¿No te cansas? ¿No te da miedo? ¿No son todo hombres? ¿Qué dice tu padre/novio/marido de que seas motera? ¿Ya puedes con la moto tu solita? ¿Por qué lo haces? ¿Pero esa moto es tuya? Imaginaos por un momento esas mismas preguntas formuladas a un hombre.

Educación machista y androcéntrica aparte, todo este cuestionario que nos persigue día a día se acentúa cuando tomas la determinación de hacerte motera. Todo son zancadillas y palos en las ruedas. Todo son reproches y miedos creados dirigidos a que no alcances tu objetivo.

¿Cómo se sentirán mujeres que han querido conseguir algo reservado al uso y disfrute exclusivo de los hombres? En el mundo de la moto y como moteras hemos tenido que hacer frente a dudas y miedos, no propios, sino creados por un entorno que a gritos nos decía que ese mundo no estaba reservado para nosotras. Que era para hombres, donde no se nos había perdido nada, y donde nos esperaban los horrores y fracasos mas dolorosos imaginables. Y esta es la razón indiscutible por la que somos pocas. Porque una mujer no debe ser motera. Es rara. Lo mas seguro que sea lesbiana, utilizado como insulto. Masculinizada. Sola.

Nada más lejos de la realidad, por supuesto. Somos mujeres, madres, estudiantes, trabajadoras, en paro, heteros, lesbianas y trans, jovenes y adultas, solteras y casadas, en carretera y en circuito. Desde que salimos del garaje en nuestras motos y con la dedicación y la costumbre estamos consiguiendo ser aceptadas, por la sociedad que nos rodea y por nuestros compañeros hombres. Incluso están naciendo asociaciones moteras de mujeres, sólo para mujeres. Aunque queda mucho por hacer. Quedan muchas barreras que traspasar. Porque nosotras ya no vamos a bajarnos de nuestras motos.

¡Gas, compañeras!

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