Cristina Rabadán
El lunes pasado, yo, mujer de 33 años, entré en una oficina de Madrid para cancelar unas cuentas mancomunadas con mi hermano. Nos atendió un hombre que procedió a tal gestión pidiendo el Dni a mi hermano, a mi, ni siquiera me lo solicitó. Cuando ya estaba cancelada, le dijo que firmara, a mi, no me pidió la firma. Si son cuentas mancomunadas deben ser autorizadas por los dos para la cancelación, pero según este trabajador, como mi hermano es un hombre solo aparece su nombre. Es decir, si voy yo, no puedo cancelar, si va él, puede hacer lo que quiera con las cuentas. A la hora de darnos el dinero le pregunta a mi hermano como lo desea si en billete grande o pequeños, a mi ni me pregunta, como si yo no existiera y lo que diga no sirve de nada, porque le comenté como prefería el dinero y al final nos lo entregó como mi hermano lo quería. Pero, ¿en que año vivimos? Recuerdo, que en otra ocasión acudí a otra oficina y solicité los movimiemtos de esas cuentas, y no me los concedieron porque no estaba mi hermano, y en otro momento, se dirigió mi hermano a transferir dinero de una cuenta mancomunada a otra y se lo aceptaron sin estar yo presente. ¿Cómo es posible que un banco creado en el 2011, pueda funcionar con un sistema tan obsoleto que una mujer no pueda realizar operaciones bancarias sin un hombre que las autorice? Estas son las cuentas mancomunadas de Liberbank, una vuelta a los años 70.