‘Heridas abiertas’: mamá araña (y padre ausente)

‘Heridas abiertas’: mamá araña (y padre ausente)

La metáfora de la temible y asfixiante mamá araña de Louis Borgeuis es recurrente en la ficción audiovisual. La serie de Marti Noxon muestra la cara perversa de los cuidados cuando estos se convierten en el principal valor de la identidad de las mujeres en una sociedad misógina.

Las protagonistas de 'Heridas abiertas' en una imagen promocional de la serie

Las protagonistas de ‘Heridas abiertas’ en una imagen promocional de la serie

Heridas abiertas (Sharp Objets), la última serie de Marti Noxon, habla de algo mucho más frecuente que el síndrome de Münchhausen. La historia de Camille Preaker evidencia el desprecio o la cárcel en la que quedamos atrapadas en nombre del amparo y, también, la cara perversa de los cuidados cuando éstos constituyen la principal valía de la mujer.

Una espectacular araña de casi nueve metros de altura custodia la puerta del Museo Guggenheim. Sus afiladas patas, como tenebrosos arcos góticos o gigantescas ramas secas, no dejan lugar a dudas de la naturaleza chunga de la escultura. Nada de la fragilidad que aventura el catálogo de arte, la estructura nos obliga a alzar la vista como un niño para verla entera y resulta claramente aterradora. En su abdomen lleva adherida una bolsa llena de huevos que protege y a la vez enjaula entre sus espantosas extremidades. Se trata de ‘Maman’, una de las más ambiciosas esculturas de Louise Bourgeois con la que quiso representar a su madre. Una mamá que, como la araña, se dedicaba a tejer, esperante e impasible, consentidora de las infidelidades de un marido ausente, oscura y sufridora, como cuenta la misma artista. Una versión muy distinta a la Penélope de Homero, quizá porque la tejedora en este caso haya sido retratada por la visión de otra mujer que, siendo su hija, percibe el sombrío futuro que la espera de su modelo a seguir.

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Heridas abiertas trata también sobre esta figura. La referencia va asomando en los flashback más traumáticos de la protagonista, en las arañas que colecciona una niña, en el vestido de vivos colores de Adora e incluso en los tatuajes de un camarero, hasta eclosionar de golpe al final de la historia. Su creadora, Marti Noxon, había recaído en el alcoholismo cuando encontró el libro de Gillian Flynn (Sharp Objets, 2006) en el que está basada su serie. Alguna explicación a su desolación y autodestructividad encontraría en esta mamá araña la que fuera autora de Buffy, Cazavampiros, una de las series más emblemáticas de finales de los años 90, desde la perspectiva feminista.

El poderoso símbolo catapultado por Bourgeois aparece igualmente en otras obras recientes de la ficción audiovisual: Denis Villeneuve lo usa en Enemy (2014) o la historia del desdoblamiento escapista de un hombre que sufre los estragos de una madre sobreprotectora y, ante la amenaza de su próxima paternidad, sueña que una araña gigante camina sobre los edificios de la ciudad. También aparece el motivo en el capítulo Partida [Playtest] de la serie Black Mirror (2016) en el que, a través de un juego virtual con arañas, el protagonista canaliza su miedo más profundo, que es hacer frente a la atención abrumadora de su madre.

Muchas mujeres se identificarán con la protagonista y sentirán con ella el aguijón paralizante que le asesta su madre tras cada una de sus delicadísimas caricias

Muchas mujeres se identificarán con la protagonista y sentirán con ella el aguijón paralizante que le asesta su madre tras cada una de sus delicadísimas caricias

El origen de esta imagen trasciende lo artístico y se ahonda en nuestra psique, de donde lo rescataría seguramente Bourgeois, gran estudiosa del psicoanálisis, y me ha sorprendido encontrar, por ejemplo, estudios académicos que asocian la fobia a las arañas con las madres castradoras (Morató, 2004). Efectivamente, los pacientes de aracnofobia siguen un perfil parecido a las víctimas del síndrome de Münchausen por poderes que se describe en Heridas Abiertas: padres ausentes y madres que convierten el cuidado de su prole en el principal valor de su identidad y que cuentan, incluso, con experiencia en el ámbito de la salud.

Aunque se trata de una enfermedad poco frecuente, la historia de esta serie descubre un esquema sin embargo espeluznantemente familiar. Para retratar el trauma, la ficción a veces usa el lenguaje emocional hiperbólico que poseíamos en la infancia. Y más que la causa de los hechos en sí, son sus consecuencias, lo que éstos nos hacen sentir, lo que capta nuestra atención. Por eso que, más allá de lo que la serie destapa en su último capítulo, muchas mujeres, sobre todo aquellas que más han necesitado rebelarse al estereotipo tradicional personificado en el referente materno pueden identificarse fácilmente con la protagonista y sentir con ella el aguijón paralizante que le asesta su madre tras cada una de sus delicadísimas caricias: “Cariño, (caricia), “¿quieres tomar té conmigo en el porche?” (la acerca a su red). Y cuando le confía su debilidad: “¿Ves?, por eso lo digo, tú nunca podrás intimar, por eso no te quiero” (jaque mate). Pocas autoras, como Noxon y Flynn, se han atrevido a delatar esta realidad. La realidad de las madres que no quieren a sus hijas porque éstas no siguen sus pasos, de las madres que prefieren condenar a sus descendientes antes de cuestionar el reino que han edificado en torno a la imagen de mujer florero y cuidadora impuesta como también cuenta Vivian Gornick en Apegos Feroces o de la madres que por “querer demasiado” a sus hijos no saben poner límite a su protección.

Porque el principal peligro de esa mamá araña va mucho más allá de la soledad emocional a la que nos abocan por rebeldes. La mamá araña crea una progenie (y una sociedad) enferma: abandona a los hijos e hijas que son conscientes de su peligro, infantiliza a quienes, en cambio, permanecen a su recaudo y anida en ellos y en ellas la perversión o perpetúa su dependencia reproducida en relaciones de pareja igualmente castradoras. El relato de Heridas Abiertas visibiliza la génesis de los individuos que, sin límites en su relación edípica, crecen narcisistas y perversos. El resorte más espeluznante de una sociedad misógina.

Otra serie estrenada el año pasado, Mindhunter, arroja más luz sobre esta idea. Basada en hechos reales, narra los pormenores de la investigación que el agente del FBI John Douglas llevó a cabo durante veinticinco años sobre el perfil de los asesinos en serie más temidos de EEUU. Los resultados, apoyados en casi cuarenta asesinos y violadores entrevistados, identificaron a hombres como el Norman Bates de Psicosis, provenientes de familias desequilibradas, compuestas de un padre ausente y una madre represiva, lo que les había inhabilitado para una relación normal con las mujeres, principal objeto de su rabia, egoístas, lujuriosos y no empáticos que además (como curiosidad) de pequeños se hacían pipí en la cama hasta edad avanzada.

Ya lo sabíamos de alguna manera por nuestra propia experiencia y el discurso feminista, pero esta pildorita de Flynn y Noxon nos advierte no solo que el rol tradicional mata, sino que la mujer puede ser tanto víctima como verduga de él (con la complicidad del padre) y nos lo cuenta con la intensidad suficiente para que no lo olvidemos.

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