Correr(se) en dirección contraria
CMC
Como feministas, como mujeres, en muchos aspectos y momentos de la vida nos sentimos solas y desinformadas. Por eso voy a poner por escrito algo que seguro muchas compartimos o nos ha tocado lidiar con ello, y que, a mí, me está causando muchos conflictos […]
CMC
Como feministas, como mujeres, en muchos aspectos y momentos de la vida nos sentimos solas y desinformadas. Por eso voy a poner por escrito algo que seguro muchas compartimos o nos ha tocado lidiar con ello, y que, a mí, me está causando muchos conflictos tanto morales como de pareja. El «cielito, quiero correrme dentro».
No me seáis simplistas, ya sé que tiene solución. Pero el conflicto viene cuando, como en mi caso, no tomas la pastilla. Hasta ahora has usado preservativo con todas tus parejas. Hasta ahora.
Había leído o escuchado comentar por ahí, a amigas de amigas, que hay capullos que no querían ponerse preservativo. Y a ti eso no te entraba en la cabeza. En pleno 2018, cómo alguien podía negarse al método menos agresivo y más seguro, ya no para no tener un susto dentro de nueve meses, sino para prevenir cualquier ETS. Los tíos que se negaban a eso tenían que ser gilipollas, unos retrógrados, unos maniáticos, unos abusones.
Claro, todo cambia, así de golpe, como si te dieran con una fregona en la cara (rápido, desagradable, inesperado), cuando conoces a alguien, todo va a bien, tenéis feeling, habláis de sexo, tonteáis, por supuesto antes de llegar a la situación de practicarlo le has comentado que no tomas la pastilla y que llevarás preservativos, porque eres una mujer independiente, y (otra vez) por supuesto a él no ha parecido suponerle ningún problema, la conversación sigue de manera natural. Ingenua.
Por mucho feeling que tengáis y muy cachondos que estéis, la primera vez con alguien siempre es un desastre (lo que no quita para que sea placentera), pero es porque te tienes que adaptar a la otra persona, forma parte de conocer a alguien. Mis alarmas saltaron esa primera vez. Se puso el preservativo, evidentemente, pero noté un problema de dureza que achaqué a los nervios. Luego resultó, en nuestro segundo encuentro, que el problema era esa gomita que «no se siente igual», «que no noto lo calentita que estás». La segunda alarma, marcha atrás, irresponsabilidad máxima. Algo que no recomiendo, pero que, por muy racional que me crea, y lista e inteligente, en ese momento me encontré solo queriendo que él se sintiera a gusto; tenía miedo de que, si se ponía el preservativo, perdiera esa excitación. Lo sé. Es terrible. Si me contara esto una amiga, o lo leyera por ahí, solo podría decirle «eres tonta, tía, ¿cómo puedes caer en eso?». Yo no me hubiera visto capaz de caer en eso. Pero se cae.
La siguiente alarma saltó como una gran sirena y luces naranjas cuando, estando en el tema, de relax (ya sabéis, dejas que te la meta un poco antes de ponerse el preservativo, forma parte de los preliminares), pues estando en una creciente excitación, te susurra al oído: «ahora que te tengo así, por qué no te planteas tomar la pastilla». Tú, mujer lista, no cedes a un intento tan burdo de manipulación, te afecta ligeramente ese chantaje emocional (sexual), pero como ya estás pensando más en él que en ti, sonríes y le dices que lo pensarás, no quieres acabar con esa sesión de sexo ahora que acaba de empezar esa mañana de domingo.
Y aun teniendo una relación sana, excitante, divertida, en todos los aspectos, tú, oh, tía moderna del 2018, estás teniendo un problema sexual con alguien que encima te atrae muchísimo y hay mucha química. Y el problema se convierte en ver quién cede primero. Te sorprendes a ti misma planteándote algo en lo que jamás habías creído y te parece una mierda: tomar la pastilla. O probar otro método anticonceptivo, tú, que no eres capaz ni de meterte un tampón. Y te preguntas si está bien, porque, si no lo haces, serías una egoísta. O es que está todo mal, que por algo tan banal como que el hombre al que crees querer quiera correrse dentro de ti no merece la pena hacer algo en lo que no crees, que te supone un conflicto y puede suponer cambios en ti. Luego le justificas y relativizas y le quitas importancia, porque, joder, muchas mujeres se toman la píldora, y están bien, está bien. Pero sabes, en el fondo de ti misma, que el problema no es probar la píldora, es que te está empujando casi con exigencias y chantajes emocionales a algo que no quieres a hacer. No os habéis sentado de manera adulta a dialogar, a razonar, no te ha dicho que para él supone un problema real el preservativo, no ha sido comprensivo contigo ni con él mismo. Desde el primer día ha sugerido lo que tú debes hacer. Y te lo va soltando de manera subliminal, la última con ese manido «no es capricho, es que es lo mejor que sintamos cómo explotamos los dos a la vez». ¿Cómo puedes negarte a eso, mujer, al placer en pareja, a esa conexión tan especial?
Y ya tienes otro conflicto, el de no demostrar que estás lo suficientemente implicada, o que no le quieres lo suficiente… y así, paso a paso, poquito a poco, te va minando. Y tú le justificas y quieres pensar que lo hace sin querer, que es a lo que está acostumbrado, que empezar una relación es adaptarse el uno al otro. Pero en el fondo también sabes que una relación es comprensión y respeto, y que el chantaje emocional, las exigencias y después los enfados no son nada de eso.
Si leyera esto como un testimonio ajeno, diría: «tronca, déjale, hay muchos tíos por ahí, mucho sexo del que disfrutar, sin movidas que te generen conflictos morales». Pero una no siempre es una chica lista, así que, desde mi perspectiva, ya solo os recomiendo prudencia a todas, meditad muy bien las cosas, pensad en vosotras y haced lo que os haga sentir bien. Huelga decir que os tenéis que sentir bien por vosotras mismas, no ceder a nadie ese privilegio. Yo es algo que intento aprender y aplicar cada día.
Julio 2018