Consumo a fuego lento: una receta de la economía feminista

Consumo a fuego lento: una receta de la economía feminista

Más allá de comprar y vender, la alimentación es un acto político que se vive y se cocina en el ámbito privado.

14/09/2018

Leticia Toledo y Mª Victoria Coronado
Revista Soberanía Alimentaria

Ilustración de María Maraña.

Ilustración de María Maraña.

Cuando nos acercamos a la alimentación desde perspectivas transformadoras, ponemos toda la atención en el acto de comprar o vender comida; dicho de otra manera, reducimos la mirada al ámbito del mercado, al intercambio de productos entre quien los produce y quien los consumirá. Si ampliamos el zoom con la ayuda de la economía feminista, ¿veremos muchas más opciones y actos políticos? Nosotras creemos que sí.

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Vivimos en un sistema económico capitalista y patriarcal, que tiene la base de su existencia en el crecimiento ilimitado, que consume materias primas y energía humana para generar dinero, capital. En este contexto, el único trabajo que existe es aquel que produce bienes y servicios que se pueden monetizar. Los trabajos no remunerados —que suponen dos tercios del total del tiempo empleado— quedan fuera del sistema, a pesar de ser los que sostienen la vida y que, fundamentalmente, están realizados por mujeres. De la misma manera, la lógica economicista dominante se olvida de que formamos parte del planeta Tierra, un sistema ecológico con sus propios tiempos y límites, del que dependemos para satisfacer nuestras necesidades.

Queremos hablar de la necesidad de repensar el consumo superando esta lógica del poder, del beneficio individual y del crecimiento ilimitado. Queremos pensar en facilitar una vida que merezca la pena ser vivida. Para eso es fundamental recuperar preguntas económicas básicas: ¿qué necesidades tenemos los seres humanos?, ¿cómo y con qué las satisfacemos? y ¿cómo las distribuimos? En el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad como personas interdependientes y ecodependientes deberíamos de encontrar nuevas claves que sostengan nuestras vidas.

La alimentación agroecológica, con lupa

Desde este punto de partida, hemos creado un diálogo donde entretejemos las experiencias y reflexiones en las que se inscriben nuestras vidas, trabajos, estudios y militancias en ecologismo y feminismo. Nos centramos en prácticas agroecológicas porque la confianza que favorecen los proyectos de este tipo es crucial para romper con la mirada hegemónica y colocar así la vida en el centro.

Los sistemas alimentarios de relación directa entre producción y consumo aumentan a lo largo y ancho de Europa. Se denominan “agricultura apoyada por la comunidad” e integran diversidad de proyectos en los que personas (normalmente de las ciudades) entablan una relación directa para la obtención de alimentos (frutas, verduras, pan, lácteos, etc.), normalmente producidos con criterios ecológicos. Los riesgos se asumen de forma compartida, con adelantos de dinero, trabajos comunes y decisiones colectivas, lo que permite que los sistemas productivos puedan tener mayor seguridad y, por ende, también las personas que trabajan en ellos. Todas las partes ganan.

Este tipo de iniciativas posibilitan oportunidades que van más allá del acto de ofrecer o de adquirir algo. Las relaciones personales que se crean son centrales; el conocimiento directo que las personas consumidoras tienen de los procesos productivos y de las inclemencias o problemas que pueden aparecer establece ya las bases para entablar una relación de apoyo mutuo. Ante una plaga, por ejemplo, pueden tomarse decisiones conjuntas sobre cómo actuar de la mejor manera para todas las partes. Estas relaciones, en algunos casos, trascienden el ámbito alimentario y pueden experimentar con sistemas de microfinanciación para nuevos proyectos, métodos de certificación alternativa, monedas sociales o bancos del tiempo.

Otros fundamentos que sostienen estos sistemas son el compromiso y la confianza mutua, que permiten asegurar a la parte consumidora una producción estable y dan a la parte productora la garantía de que los alimentos producidos van a ser comprados. Esto garantiza la estabilidad del proyecto, dejando a un lado la lógica del beneficio.

Las cestas semanales de verduras, basadas en relaciones cercanas y locales, tienden a producirse de manera ecológica, diversificando la producción y utilizando métodos respetuosos con la naturaleza. La biodiversidad en la producción pretende reproducir lo que ocurre en los sistemas naturales, donde el equilibrio del propio ecosistema se alcanza con una elevada diversidad de especies vegetales y de fauna. También permite reducir riesgos, al garantizar que, si un cultivo se pierde, puede haber otros que sobrevivan. La variedad también es importante para la propia salud, pues ofrece un amplio abanico de nutrientes necesarios para nuestros cuerpos. Así, el sostenimiento de la producción, la salud personal y la del planeta quedan entrelazadas a través de la biodiversidad, lo que rompe con la lógica de explotación, con la competitividad y con los conflictos de intereses, que suelen ser la base de la economía de mercado capitalista y patriarcal.

Estos sistemas alimentarios suelen comportar grados altos de organización en los que todas las partes, de diferentes maneras, toman decisiones sobre los procesos. Recuperar nuestro poder colectivo para decidir qué comemos y cómo gestionamos nuestros recursos nos lleva a alcanzar una mayor soberanía alimentaria, además de conseguir una mayor confianza y seguridad en el propio sistema. Si estas propuestas que ya no tienen el mercado en su centro siguen extendiéndose, ¿no estaremos realmente avanzando hacia un cambio sustancial de modelo?

Rompiendo dicotomías

Por otro lado, nos interesa superar el tradicional binomio producción-consumo. Hay quienes hablan de prosumir, que incorpora ese acto no dicotómico que puede ser el producir-consumir. ¿Podemos extender la producción al trabajo que se realiza en las casas? Alimentar los hogares implica, inevitablemente, organizar la lista de la compra, transportar, almacenar, cocinar, etc. Todos son trabajos no remunerados y estrechamente ligados al consumo de la comida. El acto político del consumo no puede quedarse solo en el proceso de la compra, es decir, en el ámbito público, hay que politizar también todas las tareas que conlleva en el ámbito privado. El hecho de incorporar productos sin elaborar, de temporada y locales, requiere, en muchos casos, reaprender formas diferentes de cocinar y de conservar los alimentos, y transforma nuestro estilo de vida. Todo esto implica más tiempo de dedicación a trabajos no remunerados. ¿Quién los realiza?

Quienes escribimos nos hemos encontrado —sin que sea refutable estadísticamente— que son más mujeres las que participan en estas relaciones de producción y consumo directas que rompen las lógicas del sistema capitalista. Consideramos que es importante dar valor político a esta dedicación y poner atención en qué pasa en las casas, de lo contrario podemos recaer en un nuevo reajuste reaccionario que sobrecargue a las mujeres y genere nuevas relaciones de desigualdad. Visibilizar y poner en valor todos los trabajos imprescindibles para sostener estas nuevas relaciones económicas puede tener un impacto positivo para que las mujeres sigan presentes tanto en los trabajos productivos como en los de comunicación, organización, creación, etc., de los que a menudo vemos que se retiran en cuanto cambian sus situaciones vitales. Por ello, nos parece fundamental mantener presentes los debates sobre los trabajos, así como sobre lo público y lo privado, lo personal y lo político, tan vivos y recurrentes dentro de los feminismos.

Con estas reflexiones, hemos querido poner sobre la mesa cómo las prácticas agroecológicas, a través de las gafas de la economía feminista, son un claro ejemplo de las posibilidades y de los riesgos de establecer modelos económicos más equitativos y sostenibles, pues ofrecen claves reales y variadas sobre relaciones igualitarias, basadas en la confianza, la cooperación y el equilibrio, elementos que pueden ser esenciales en una vida digna de ser vivida.

 


Este artículo ha sido publicado en el número 5 de #PikaraEnPapel, que puedes conseguir en nuestra tienda online.

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