Cuando dije que tenía esclerosis múltiple

la reacción de la gente fue muy diferente:

pena, incredulidad, sorpresa, compasión…

Y yo lo que tenía era sobre todo, miedo.

Me parecía que era el fin de todo,

que no volvería a ser la misma, que me esperaba un futuro sola.

Ese era mi mayor miedo, el del amor romántico.

Nadie me iba a querer sabiendo que tenía esa enfermedad.

Durante meses, no pensé en otra cosa.

Intenté convencerme de renunciar al amor de pareja,

dedicar mi vida a otra cosa, por ejemplo, el deporte de alto nivel.

Pero no funcionó, seguía buscando el amor romántico,

la figura del hombre protector y cuidador.

Y no lo encontraba.

Pero todo cambió cuando dejé de buscar a ese hombre

y empecé a buscarme a mi misma.

Gracias al apoyo de una red de personas solidarias y feministas,

dejé de sentir pena de mi y empecé a quererme

y cuidarme más a mi misma.

Es un proceso difícil y no ha acabado, aún sigue.

Las mujeres con enfermedades degenerativas solemos sentirnos culpables de:

• no ser dignas de recibir y dar amor
• haber desarrollado la enfermedad
• no poder tener una relación estable
• no poder asumir los cuidados que nos ha asignado la sociedad.

El único objetivo parece ser el de que alguien tendrá que cuidarte,

pareja o familia, el de ser dependiente.

Es un modelo de sociedad y de relaciones entre las personas

que hay que cambiar. Las mujeres con diversidad funcional

no debemos quedarnos en el camino, sin trabajo y sin futuro

esperando al príncipe azul que nos salve.

Nosotras somos responsables de lo que deseamos y

queremos hacer.

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