Una víctima “de verdad”

Una víctima “de verdad”

*AVISO. Este testimonio contienen material sensible por hacer alusión a violencias sexuales.  Te recordamos que tenemos un Foro en Pikara que puede ser un punto de encuentro para apoyarnos entre nosotras, darnos herramientas, etc. #YoSíTeCreo.

Anónima

Coletivo Mundo | Ato Feminista no Parque Sólon de […]

Download PDF

27/07/2018

*AVISO. Este testimonio contienen material sensible por hacer alusión a violencias sexuales.  Te recordamos que tenemos un Foro en Pikara que puede ser un punto de encuentro para apoyarnos entre nosotras, darnos herramientas, etc. #YoSíTeCreo.

suscribete al periodismo feminista

Anónima

Una semana después de que me violaran quedé con una amiga para tomar una cerveza. Y no me tomé una, fueron dos. Le conté como me habían violado. Pero también me tome el “lujo” de disfrutar ese tiempo que compartí con ella. Me sentí acompañada y por un instante, me sentí algo mejor.

Después de que me violaran pasé unos días pensando que estaba muerta, y qué por alguna razón mi mente seguía consciente en algún otro sitio. Ahora sé que solo era un reflejo del miedo, pero en aquel momento era una sensación bastante confusa. Quería evadir cualquier atisbo de realidad por miedo a enfrentarme a ella. Yo no quería creer que me habían violado, porque la violación siempre es algo que les pasa a Otras.

Los días después de la agresión tenía una única rutina: dormir, ducharme sin parar y contemplar el vacío de mi habitación. Era incapaz de tener una relación mínimamente sana conmigo misma, y mucho menos con mi cuerpo. Solo sentía dolor, a veces, demasiado intenso. Prácticamente insoportable.

Aún no sé como fui capaz de incorporarme e ir al hospital, me cuesta recordarme con esa fuerza, la fuerza suficiente para sobreponerme a lo que había pasado. Una de las cosas que recuerdo con más intensidad es que hacía mucho frío, estaba oscuro y sobre todo, que no había nadie, nadie a quien pedir ayuda. Ese vacío. Un vacío que sigo llevando conmigo. Pero supe lo que tenía que hacer, supe lo que había pasado. Supe lo qué pasaba desde el principio, cuando noté sus manos alrededor de mi cuello al asaltarme por detrás. Lo supe cuando me estampó la cabeza contra un coche y me rompió los pantalones. También cuando me tiró al suelo de una patada y noté sus 90 kilos encima de mí. Lo supe. Pero no podía respirar, no podía moverme. Sólo quería….. sólo quería que acabase. Pero no dije que no. No grité en busca de ayuda. No me resistí. No abrí los ojos para identificarle.

Me quedé tirada en el suelo, odiándome a mí misma por ser incapaz de reaccionar, por ser una cobarde, por ser inferior, por ser inútil; por ser una puta mierda. Después de seguir el tratamiento mediático del caso de Sanfermines, lo único en lo que no he parado de pensar es en si mi violador hubiese contratado a un detective privado y si me hubiese hecho una foto en el momento que quedé con mi amiga para contarle Esto. Ese momento en el que bebíamos cerveza y simplemente, ella estaba conmigo y yo con ella, con su apoyo, con su sororidad, con su convicción de que yo podría seguir adelante. Estoy bastante segura de que si eso hubiera pasado la opinión pública me hubiera excluido del constructo de víctima. Un momento tan significativo para mí, que me ha permitido construir todas estas palabras, reducido a cenizas. Una simple imagen para desacreditar una violencia estructural. Me da tanto miedo que se me prohíba beber. Que se me prohíba reír. Que se me prohíba sentir la complicidad.

Y por eso, poner los pies en la calle, la gente, compartir espacio con desconocidos. Los gritos de algunas conversaciones, las luces, el sonido del tráfico, el frío, la ciudad. Los hombres. Todo ese conjunto todavía se me erige horrible ante los ojos. Recuerdo que hace un tiempo en un concierto, me vi rodeada de tíos y la vista se me nubló. Sólo pude ponerme a llorar. Y nadie pudo entenderlo. Porque a veces un gesto, un ruido, un roce, una expresión son suficientes.

La vida no para, y mucho menos por la violencia que se ejerce sobre todas nosotras. Supongo que podría haberme quedado en casa tirada, encerrada y llorando sin parar y tal vez, podría haber sido una víctima “de verdad”, como mi cuerpo y la sociedad me pedían. Pero no lo hice. Decidí volver al trabajo, al activismo, a la militancia, a salir de fiesta, a compartir espacios con hombres, a tener relaciones sexuales. He tenido muchos altibajos, y soy muy consciente de que seguirán siendo una constante. Pero sobrevivir, aunque más difícil, siempre se me ha antojado mucho más interesante.

Desde aquello no han parado de decirme (como ya me vaticinó Despentes hace un tiempo) que la violación es algo de lo que no puedo recuperarme. Y lo entiendo, es decir, es más fácil condenarnos al ostracismo, al sufrimiento y al silencio que poner sobre la mesa la problemática de la violencia sexual, la violencia del patriarcado. Esa palabra tan tabú. Por eso nos articulan en el silencio, pero es que ni siquiera así podemos evadirnos. Porque a parte de callarnos, debemos ser víctimas ejemplares. Un modelo de víctima inalcanzable que evidencie y refuerce lo que ya nos venían diciendo desde un principio, que siempre seremos las culpables. Pase lo que pase.

Por eso, el sufrimiento después de una violación es una exigencia con una serie de condiciones perfectamente definidas; si algo he aprendido en todo este proceso es que tiene que “notarse” que la violación nos ha roto por dentro, pero sin que afecte demasiado al resto; que te violen sin molestar. Un sufrimiento en silencio. Un sufrimiento que determina la definición misma de la violación: lo presente imperceptible. Un sufrimiento que refleja la violencia a la que nos vemos sometidas, pero que al mismo tiempo sigue contribuyendo al imaginario del patriarcado, mujeres que tienen que asumir el poder de los hombres y la violencia de sus actos. Una manera de reconocer la violencia para normalizarla.

Tengo muy claro que la violación es un arma de dominación y siempre se ha utilizado para someternos, en cualquier parte del mundo y bajo cualquier pretexto. Y sí, la violación es una mierda, pero cabe la posibilidad de que nos haga más fuertes. No voy a ser yo la que haga un relato de lo bonita que es la superación, para mí no hay no hay relato posible. Pero me hecho más fuerte, porque la vulnerabilidad es mi único estado real de fortaleza, y en la vulnerabilidad en la que me ha posicionado la violación, inevitablemente, me he hecho un poco más fuerte. Porque fue la violación lo que me recordó cual era mi lugar. Y a estas alturas, como mujer, soy incapaz de rechazar herramientas que me permitan sobrevivir, por eso instrumentalizo mi experiencia, para generar un contexto que me permita resistir. Existir.

La violación es una arma y como cualquier arma puede volverse en contra de quien la empuña. La violación me ha destrozado, pero por ella también me he llenado de la determinación suficiente para seguir luchando por, igual no por todas nosotras, pero sí de las mujeres con las que comparto partes de mi vida.

No estamos solas, porque todo este amor, saldrá ganando

Download PDF
master violencia de género universidad de valencia
Etiquetas:

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

ayuda a Gaza
Download PDF

Título

Ir a Arriba