Mi aborto ilegal, nunca más

Mi aborto ilegal, nunca más

A partir de la gran movilización por la legalización del aborto en Argentina, algunas de nosotras, activistas lesbianas en la diáspora, hemos encarnado los recuerdos de una práctica delictiva según el código penal vigente que nos transformó para siempre. Abortar en condiciones ilegales nos arrojó a la criminalidad y aún atenta a los derechos humanos.

Texto: Mag de Santo
10/07/2018
En el marco de un pañuelazo federal llegaba la noticia que la fecha para la votación en el Senado será el 8 de agosto./ MONK fotografía

En el marco de un pañuelazo federal llegaba la noticia que la fecha para la votación en el Senado será el 8 de agosto./ MONK fotografía

Hay un feminismo popular que está levantando los cimientos del sentido común, y ahora en la tele, en la radio, en los medios gráficos y las redes, la palabra aborto retumba y rompe los muros duros de la hipocresía machista. Un pueblo feminista se ha manifestado y la demanda popular de años y años de trabajo de periodistas, médicas, madres, filósofas, abogadas, activistas ha configurado un nuevo escenario. Con argumentos brillantes, chistes, memes y pancartas personales hemos arrebatado ese imaginario trágico que el recalcitrante y violento inquisidor reviste la interrupción de los embarazos no deseados. Avanzamos un poco por el derecho al aborto con un Papa argentino y un tsunami de jóvenes sub20 que saben defender lo que es propio. Ellas crecieron como pueblo empoderado, que no olvida ni perdona, sino que pelea por lo que le corresponde. La media sanción en la Cámara Baja de Diputados no llegó por medio de una agenda implantada por organismos internacionales de derechos humanos, ni oenegés, no se trata tampoco de una tajada política de algún partido; la ley no se litigó en las altas esferas de la Real Politique, se construyó en la calle, con cada mate y asado, con cada purpurina y teta pintada, con la valentía de millones que se unieron para sacar adelante un derecho que se nos negaba insistentemente el poder. Y convertía ese poder de decidir, el poder de gestar o abortar, el poder de dar o no dar vida, en un infrapoder, en delito, crimen, ilegalidad, vergüenza y trauma.

Durante los casi dos meses acompañamos, desde este continente, los debates en Comisiones de la Cámara de Diputados en Buenos Aires. Ahí referentes en contra del derecho a decidir y personas a favor se intercalaron el micrófono para argumentar su postura. El contraste de riqueza entre los análisis de los feminismos, movimientos de base de mujeres y disidentes sexuales versus la triste oratoria del niño por nacer y su performance con fetos llorones dejó de manifiesto que más allá de los resultados estábamos forjando nuestra propia historia, cambiando el curso a nuestra medida y desmalezando un camino que hace años parecía imposible. Allí notamos las interminables alianzas que supimos construir y que por fin habíamos instalado lo que era un tabú social en un problema de salud pública. Lo que siguió fue el destape, el anuncio de que el proyecto de ley contra la despenalización del aborto por fin llegaría al Congreso. Con esto, vino el fervor, la catarata de emociones, recuerdos, rencores, mensajes y reposicionamientos en el tablero político.

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Es una experiencia particular atestiguar las transformaciones de un país en la que fuiste (o sos) parte de un movimiento en la diáspora. Verlo a través de una pantalla sin sentir el calor del cuerpo, el ruido del bombo o el grito folclórico de la masividad es una sensación contradictoria de alegría e impotencia. En este caso, como en muchos otros, la perspectiva de la distancia me reactivó los palacios de la memoria y las huellas de un pasado que sigue ahí dibujándome. La media sanción obtenida, encontrándome Barcelona, se limitó a no dormir, hablar por teléfono, cambiar la foto de verde en WhatsApp, y preguntar atemorizada cada tres minutos ¿ya perdimos? ¿ya perdimos? como loro barranquero. El miedo a que no se aprobara y venga el disciplinamiento a todos nuestros cuerpos en resistencia me inundó. Finalmente decidí a sacar el pañuelo verde de la campaña que tengo guardado en el cajón de los calzones y juntarme con unes activistas amiges a tomar cerveza en Poble Sec que proyectaban la transmisión en vivo. Un montón de feministas migradas estaban ahí. Algunas llorando, otras se inventaron pañuelos de la campaña con trapos bonitos, y otres más grandes como nosotres nos dedicamos a contarnos anécdotas y chismes en plena calle, sin mirar pero oyendo, sin irnos pero imantades al radio cuadrado de la transmisión. Luego llegó el cierre del local y la noche también hizo lo suyo. Seguimos en casa. Nos metimos en la cama enganchadas a la retransmisión y atestiguamos que energúmenos de la provincia de Salta, donde creció mi esposa, están hablando en nombre de la vida con caras de abuso sexual y desaparición de personas. Aquí no se duerme. Se llora, se patalea y se abraza. Por la mañana continúa la sesión. Mis amigas en la vigilia me mandan fotos de fogatas y sacos de dormir en plena calle Callao, yo me preocupo por su integridad, pero esta vez la policía no reprime y mis queridas están en éxtasis. Es insoportable la tensión. Voy al baño y vuelvo. ¿Ya perdimos? ¿Ya perdimos? Parece que sí, el poroteo de votos no está a nuestro favor. Mi esposa enajenada en la pantalla anuncia, tres diputados de la Pampa se dieron vuelta. ¡Se dieron vuelta! Empiezo a postear desquiciada en Facebook para acercarme. Algunas personas que manejan la Nación avergüenzan. No podemos creer que un país esté en manos de gente tan siniestra. Quiero ser diputada. Soy una bola de nervios. Quiero gritar. Y quiero ser diputada. Pasaron 22 hrs. Ya viene. Se vota. 22 hrs y esto se está por definir en medio minuto. Se vota. Pantalla verde. 129 a 125 ¡Ganamos! ¡No lo puedo creer! El corazón se me sale por la boca. Esta boca que besa los labios de mi compañera y se funde en un llanto que nada tiene que envidiarle a una telenovela, mucho menos al nefasto mundial.

Corazones que se salen de la boca cuando se conoce el resultado de la votación./ Gala Abramovich

Corazones que se salen de la boca cuando se conoce el resultado de la votación./ Gala Abramovich

El sentimiento nacionalista no es mi fuerte, soy del pueblo y no del Estado Nacional. Ese pueblo que somos no siempre responde a una bandera o a un territorio. A veces hay que tomar perspectiva y desidentificarse, pero en el 13J la necesidad de identificación entre compañeres fue crucial para salir del oscuro armario del aborto ilegal. Escribí por primera vez un relato por la fuerza que me conferían mis amigas en la distancia, un relato en primera persona que trata de no ser heroína ni víctima, que pueda dar cuenta del dolor y el valor al mismo tiempo, que aviva monstruos del pasado y hace de la travesía en la vulnerabilidad una fortaleza, de la seguridad heterosexual una liana para otras que pueden amarrarse un rato soltarse cuando estén listas.

Mi aborto ilegal me permitió entender al patriarcado antes de dar con las narrativas feministas. Ahí empezó la fuga y las primeras armas para construir mi propia casa de la diferencia. Estuve entre esos dos tipos disputando su paternidad, ellos deseando mi parto para convertirse en algo para el otro, padre y elegido. Estuve ahí peleando el dinero para el aborto que el Estado se niega con la indecorosa retórica de la puta engañadora. Uno no se hizo cargo, el otro puso la mitad del dinero en monedas que tuve que ir a recoger al bar donde trabajaba. Estuve con mi fetito solitaria cuando el ginecólogo familiar me escupía su creencias espirituales y me pasaba por debajo un papelito con un número de teléfono con otro tipo que practicaría la vergüenza. En ese tiempo, no se gugleaba y, aunque los secretos familiares pujaban por desfilar, fue más fuerte el pozo ciego del olvido, el temor y el silencio de la herencia dictatorial. Yo no contaba con relatos sobre abortos y, al igual que el lesbianismo, era un deseo vago y sin representación. Mientras las caderas se expandían cual madera húmeda, la humillación de ser la amiga en problemas me ubicó como la persona que no se queja, es autosuficiente y estoica. No sabía casi nada de autocuidado, ni del valor de mis decisiones, sabía mucho más de arrojo, valentía y entrega que me dieron un impulso sin demasiado cálculo. Me pinté los ojos de negro como si fuera Rambo al ritual de extracción. Seguí al presunto médico por la ciudad de La Plata, a una distancia prudente para desorientar. Acompañé esos pasos esquivos como una sombra desconocida. Entré pisándole los talones a un departamento inhóspito, deposité el dinero en una bolsa antes que saludar a la presunta anestesista/secretaria, ninguna mano estaba para tenderse. Tenía que hacer la intervención sin compañía para que el maldito doctor no tenga problemas. Importaba su matrícula, importaba la paternidad, importaba el dinero, importaba la religión, eso era lo importante de mi embarazo. Era sábado por la mañana y ahí estaba yo, en un salón de un pequeño departamento con un escritorio donde abrí las piernas contra la ventana para evitar la luz artificial. El presunto médico me dio el instructivo de desalojo en caso de redada policial y me hundí en la soledad de la anestesia completa. Vino el sacudón del despertar para salir, la prohibición de sexo y la insistencia en la higiene. Me largó a la calle. Caminé por Plaza Rocha con los pelos revueltos en una nube de droga y los ojos de panda para encontrarme con mi familia y amigas que me llevarían a casa. Después vino el bajón de hormonas, estar muy caliente, con muchas ganas de follar y sentirme una ninfómana que no aprendía nada. Mientras tanto, aquellos hombres que tanto me querían no dejaban de meter cizaña y ausencia. Llegaron también los comentarios entorno a mis debilidades, mi propia humillación revestida de progresismo y la supuesta rápida recuperación para tachar del calendario este triste episodio.

Después de diez años, esa experiencia la encuentro un punto de inflexión vital como ningún otro. Mucho tiempo lo recordé como la primera decisión que tomé en la vida. Ese aborto ilegal me trajo la convicción que en el orden de este mundo yo no entraba, que las cosas andaban mal y la posición en el orden social que me tocaba era una porquería. Eso me permitió aceptar que sería un sujeto en resistencia que me tendría que proveer de herramientas y nuevas redes de afecto y cuidado. La adaptación a las malas coyunturas no sería nunca más mi estilo. Ahora con un clima de época favorable, con tres obras de teatro entorno a embarazos no deseados, pérdidas de sangre y venganza de fetos mal abortados, militando pañuelo verde primero, peluca fucsia socorrista después, recomendar el manual de Cómo hacer un aborto con pastillas de Lesbianas y Feministas contra la discriminalización, hablar abiertamente en cada clase y escuchar a cada compañera, así y todo hasta estas semanas no había podido escribir en primera persona mi aborto en condiciones infrahumanas. Hay un daño ahí alojado que no tiene nada que ver con el residuo patógeno que andará en algún mar muerto sino por la criminalidad, silencio y necesidad de olvido en la que a una muchachita universitaria de la clase media argentina quedó aplastada en cuatro semanas.

No hay despenalización del aborto sin toda una genealogía de lucha feminista y pro derechos humanos./ Gala Abramovich

No hay despenalización del aborto sin toda una genealogía de lucha feminista y pro derechos humanos./ Gala Abramovich

Esa opresión que combatimos en cada manifestación contra el perdón y la reconciliación de quienes nos descartan tiene hoy una gramática y carga genealógica de quienes luchamos por los derechos humanos. No hay despenalización del aborto en Argentina sin el Encuentro Nacional de Mujeres autogestionado por más de treinta años que implicaron peleas con el Opus Dei cuerpo a cuerpo en cada Catedral de provincia. No hay pañuelos verdes colgando al cuello sin la persistencia de las Madres de la Plaza de Mayo que incansablemente exigen memoria, verdad y justicia con otros pañuelos en la cabeza. No llega el proyecto de ley de la Campaña Nacional por el Aborto Legal seguro y gratuito por séptima vez sin las discusiones con los colectivos LGBT que exigimos una retórica empoderante del proceso, una ley que lo contemple medicamentoso sin hospitales para agujerar el dominio de poder y saber de las instituciones del XIX, un sujeto feminista que diluya el género en el gran arco en el que caemos los cuerpos gestantes.

El proyecto de ley de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito no llega al Congreso de la Nación sin los debates mediáticos que tomaron terreno y la franca avanzada de les protagonistes que fueron multiplicándose como clones, en las tomas de colegios secundarios, entre actrices famosas, con más periodistas con perspectiva de género, humor feminista, y las miles muchachas que escriben sus denuncias en redes sociales. Este proyecto no llegó a la Cámara Baja sin la ruptura de una facción del primer Ni Una Menos que se negó a cobijar inicialmente la demanda de aborto legal. Tampoco se llegó a obtener la media sanción de Diputados sin las alianzas de bloques partidarios enfrentados. Pero ante todo, no conseguimos esta desestabilización del statu quo sin las hordas de personas que resistieron en la calle, las más de cuatro mil en vigilia que con apenas cuatro grados de temperatura permanecieron toda la noche en la trinchera, sin ese millón que presionó durante 24 horas por los resultados, y también todos esos pasos, marchas y contramarchas de nuestras muertas y voces permanentes en la protesta.

El efecto de todos esos engranajes que confieren poder político ha logrado el anuncio de un nuevo debate en la Cámara Alta, en el Senado de la Nación, que podría legalizar cualquier interrupción de embarazos. Y aquí estaremos el próximo 8 de agosto con la convicción de que al silencio no volvemos nunca más.

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