La mesa también es nuestro espacio: las mujeres en los procesos de paz

La mesa también es nuestro espacio: las mujeres en los procesos de paz

La idea de negociación entre actores políticos y militares para poner fin a un conflicto armado ha sido cuestionada desde el feminismo por favorecer dinámicas patriarcales y excluyentes que no contribuyen a la sostenibilidad de la paz. Analizamos los casos de Myanmar, Malí y Siria.

17/07/2018

María Villellas, Pamela Urrutia y Ana Villellas, investigadoras de la Escola de Cultura de Pau de la Universitat Autònoma de Barcelona

Participantes en una sesión en República Dominicana sobre la situación de derechos humanos de los pueblos indígenas en el contexto de los Acuerdos de Paz en Colombia./ Fran Afonso para CIDH

Participantes en una sesión en República Dominicana sobre la situación de derechos humanos de los pueblos indígenas en el contexto de los Acuerdos de Paz en Colombia./ Fran Afonso para CIDH

En el año 2000 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 1325 sobre mujeres, paz y seguridad que reconocía el papel esencial que las mujeres han jugado en la construcción de la paz a lo largo de la historia. Además señalaba que quienes participan en negociaciones de paz tienen la responsabilidad y obligación de promover activamente la participación de las mujeres. Sin embargo, 18 años después de la aprobación de esta resolución y tras décadas de activismo de los movimientos feministas y de mujeres, las negociaciones de paz que buscan poner fin a los conflictos armados siguen estando profundamente masculinizadas. Las mujeres tienen serias dificultades no solo para acceder a los espacios de participación, sino también para lograr que las agendas negociadoras incluyan la perspectiva de género. De hecho, la propia idea de negociación de paz como un proceso en el que actores políticos y militares deciden cómo poner fin a un conflicto armado ha sido cuestionada desde el feminismo por favorecer dinámicas patriarcales y excluyentes que no contribuyen a la sostenibilidad de la paz.

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Las negociaciones de paz en Colombia que desembocaron en un acuerdo firmado en 2016 entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC marcaron un punto de inflexión, al incorporar de manera transversal el enfoque de género y contar, al menos en términos comparativos, con una amplia participación del movimiento organizado de mujeres y de colectivos LGTBI. No obstante, la inclusión del enfoque de género recibió una fuerte contestación por parte de los sectores más conservadores y religiosos del país que aludieron a una supuesta “ideología de género” para oponerse al acuerdo de paz y a los avances en términos de reconocimientos de derechos para las mujeres y la población LGTBI que este acuerdo contemplaba. A pesar de múltiples obstáculos, como el rechazo al acuerdo en el plebiscito y de algunas rebajas en el texto, el acuerdo de paz siguió adelante con el apoyo del movimiento feminista, evidenciando su fortaleza frente quienes se oponen a los avances en materia de derechos. Sin embargo, más allá de este proceso no es fácil encontrar ejemplos exitosos. No obstante, son múltiples las luchas de los colectivos de mujeres en países afectados por la violencia armada por participar en procesos de paz.

En Myanmar, en paralelo a la gravísima crisis humanitaria y de derechos humanos que afecta a la comunidad rohingya, continúa el proceso conocido como Conferencia de Paz Panglong 21, que reúne en la mesa al Gobierno birmano con diferentes grupos armados de oposición de adscripción étnica que protagonizan un conflicto activo desde hace décadas. Este proceso de paz se ha caracterizado por una notable exclusión de las mujeres, aunque diferentes organizaciones y plataformas han reivindicado una mayor participación e inclusión de la perspectiva de género y han elaborado diferentes recomendaciones en esta línea. La plataforma de mujeres Alliance for Gender Inclusion in the Peace Process (AGIPP) ha señalado que el acuerdo de alto el fuego de alcance nacional que se firmó en 2015 no hace referencia a ninguno de los estándares internacionales en materia de género, paz y seguridad y carece de una definición de violencia e inseguridad que incluya cuestiones de género. Además apuntan que los mecanismos de implementación del acuerdo de alto el fuego excluyen a las mujeres. Por otra parte, la participación directa de las mujeres ha sido muy reducida y, por ejemplo, durante una de las sesiones de la Conferencia Panglong que se celebró en 2017 de las 910 personas que asistieron, solo 154 eran mujeres, lo que representó el 17%, lejos del 30% al que el Gobierno se había comprometido anteriormente.

Malí es otro notable ejemplo de exclusión a pesar de la lucha de las organizaciones de mujeres malienses que reivindican una participación activa en los procesos políticos que atraviesa el país. En un contexto de enorme violencia como consecuencia de los enfrentamientos entre grupos armados tuaregs que reclaman la independencia de sus territorios y de la cada vez mayor presencia de organizaciones yihadistas, las mujeres han reclamado su espacio para contribuir a la construcción de la paz en el país africano. Así, cabe destacar la limitada presencia de mujeres en el comité de elaboración de la Carta para la Paz, Unidad y Reconciliación Nacional –seis mujeres entre los 53 integrantes de la comisión (11,3%)– pese a que las mujeres representaron un 32% en la Conferencia de Concordia Nacional. También se ha constatado la subrepresentación de mujeres en los mecanismos de implementación y supervisión del acuerdo de paz –entre ellos el Comité de Supervisión del Acuerdo, la Comisión de DDR, el Consejo Nacional para la Reforma al Sector de Seguridad y la Comisión de Verdad, Justicia y Reconciliación– ya que, en promedio, la presencia de mujeres en estos espacios oscilaría en torno al 3%, como apunta la investigadora del Instituto de Investigación para la Paz de Oslo (PRIO) Jenny Lorentzen.

También en Siria, uno de los países donde la violencia armada tiene un impacto de mayor gravedad sobre la población civil, las mujeres estuvieron al frente de diferentes reivindicaciones. Una iniciativa que contó con una presencia destacada de mujeres fue la del movimiento Families for Freedom, que denuncia las detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas en Siria. Mujeres de este colectivo fueron las principales protagonistas de las manifestaciones en Ginebra para recordar a las delegaciones negociadoras la relevancia de este asunto y exigir la publicación de listas de personas que han sido arbitrariamente detenidas en el marco del conflicto. Con respecto a las negociaciones de paz lograron participar en algunos espacios. Durante 2017 siguió activo el Syrian Women’s Advisory Board (SWAB), instancia en la que participan mujeres sirias de distintas sensibilidades. El SWAB mantuvo reuniones con el enviado especial de la ONU para Siria, Staffan de Mistura, quien invitó a una representante del SWAB y a una delegada del Civil Society Support Room, plataforma en la que participan actores de la sociedad civil siria, a la sesión de apertura de las negociaciones de febrero de 2017 (la primera de las cinco rondas celebradas durante el año en el marco de este proceso). Paralelamente, mujeres que forman parte del Women’s Advisory Committee (WAC) del opositor High Negotiations Committee (HNC) –creado en 2016 para dar una presencia más sólida a la implicación de mujeres en la delegación de la oposición siria en las negociaciones auspiciadas por la ONU– reivindicaron públicamente su papel en las conversaciones. Una de sus principales demandas durante 2017 fue una mayor implicación de la ONU y del International Syria Support Group en la vigilancia de un cese el fuego en Siria.

Los avances que se han registrado desde la aprobación de la resolución 1325 son frágiles y claramente insuficientes. Sin embargo, a pesar de las múltiples dificultades, agravadas por la violencia armada y el legado de años de conflicto, mujeres de todo el mundo protagonizan iniciativas de construcción de paz y reivindican formar parte de los procesos que buscan poner fin a los conflictos armados. El activismo organizado de las mujeres tejiendo alianzas con otros actores clave en los procesos, como puedan ser las figuras de mediación, tiene todavía un largo camino por recorrer, pero también un bagaje que permite intuir que los procesos de paz inclusivos y con perspectiva de género han dejado de ser una quimera irrealizable para ser una lucha posible.

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