Señalar el machismo con nombres y apellidos: ¿Los peligros de un camino necesario?

Señalar el machismo con nombres y apellidos: ¿Los peligros de un camino necesario?

A los testimonios de agresiones sexuales bajo el hashtag #Cuéntalo, le siguieron denuncias públicas en las que mujeres con un gran número de seguidores contaban en sus redes sociales situaciones de acoso que habían vivido por parte de hombres famosos. ¿Es una vía de reparación y sanación segura y legítima? Preguntamos a 'instagramers', a juristas y a sociólogas.

Imagen: Núria Frago
05/06/2018

 

Ilustración: Núria Frago

Los tiempos son importantes para el feminismo. El 26 de abril de 2018 conocíamos la sentencia a “la manada”, 9 años por un delito de abuso sexual en lugar de los 24 años que pedía la Fiscalía, de un juicio que se había celebrado cinco meses antes, por una violación que había sucedido en 2016. Unas horas bastaron para que el movimiento feminista organizara en las grandes ciudades españolas concentraciones que gritaban un “yo sí te creo” unánime. Pocos días después aparecía el hashtag #cuéntalo y las redes sociales se inundaban de miles de testimonios personales contando agresiones y episodios misóginos. El último paso sucedió hace un mes: las denuncias comenzaron a señalar a hombres con nombre y apellido; y si hasta entonces la solidaridad mostrada hacia las mujeres era casi unánime, la respuesta de la sociedad era ahora más ambigua: muchos -y muchas- empezaron a cuestionar los métodos y a exigir la presunción de inocencia para los acusados. Hoy la cantidad de casos es tan desbordante y sus interpretaciones tan diversas, que mientras parece que nuestro Time’s Up comienza a cobrar fuerza, hay quien ya lo ha dado por muerto.

Tu historia es la historia de muchas más

“Sentí muchísima rabia, muchísimo dolor e impotencia y precisamente por eso decidí publicarlas, porque creo que ya está bien, cuantas más historias saquemos a la luz y más se hable del tema, más soluciones pueden llegar”, explica la modelo Margalida María, que fue la primera en poner nombre a un agresor a través de Instagram el pasado 6 de mayo. Tras contar la experiencia de abuso de una amiga suya con el fotógrafo @Longshoots, muchas chicas se sintieron identificadas y decidieron también mandarle sus historias. De forma anónima, Margalida publicó una a una todas las experiencias que estaba recibiendo y, sin preverlo, esta forma de denuncias marcaría un patrón. La red se inundó de chicas con un gran número de seguidores que hablaban de su propia historia con un personaje famoso, mientras florecían casi al instante otras muchas historias similares que se publicaban anónimamente. Se estaba señalando al agresor, y además, se ofrecían pruebas para ello.

La respuesta fue inmediata. Muchos -no solo los afectados por tales acusaciones- empezaron a cuestionar el medio, la veracidad y a entonar el consabido “¿por qué no has dicho todo esto antes si tanto te dolió?”. La multiplicidad de denuncias y su distinta naturaleza convirtieron el escenario público en terreno pantanoso: mientras los medios de comunicación recogían la noticia utilizando indistintamente términos como acoso o violación; muchos hombres se vieron reflejados en esos mensajes y se invocó nuevamente el fantasma de una corrección política sacada de quicio. Las redes estaban confundidas: de la queja “dejadnos vivir nuestra sexualidad en paz” fueron hasta la réplica, ¿y ahora cómo vamos a ligar?; y es que como explica la socióloga Amparo Lasén, el problema de estas denuncias radica precisamente en su “normalidad”. Las historias generan “rechazo porque se visibilizan situaciones que la gente que no había visto en público, visibiliza que lo que muchos varones llaman ligar, en realidad es acoso, simplemente porque es algo indeseado para ellas”. Generalmente se trata de situaciones donde hay “abuso de poder”: el cuerpo vulnerable, en este caso el de las mujeres, es utilizado como un objeto que se somete a los “privilegios masculinos”. Como explica Lasén, “ellos piensan: te puedo mandar una foto de mi pene, y hacer lo que quiera, y además lo llamo seducción”.

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Además, desde un plano judicial, la abogada e investigadora Carla Vall repara en que en estos casos podríamos quedarnos “en los límites del derecho penal, olvidando que se trata de un límite de mínimos, de separar lo que es delito y lo que no. Eso no quiere decir que lo que no es delito sea sexo deseado”. El camino sería incorporar “una perspectiva mucho más amplia de la sexualidad”, porque “no queremos sólo una vida sin delitos, queremos una vida sin violencias. El sexo debe de vincularse a la cultura de los deseos”.

Se abre el debate: ¿Es esta la mejor forma de denunciar a tu agresor?

Dos de los acusados, el cantante Mikel Izal y el cómico Antonio Castelo, emitieron comunicados que compartían el mismo fundamento: estaban siendo víctimas de un linchamiento injustificable en las redes. Para la experta en innovación digital Liliana Arroyo, el hecho de que ninguno de los hombres acusados se haya visto reconocido en la acusaciones de acoso es muestra de que las redes sociales no son el “el espacio más adecuado” para las denuncias personales. Afirma que en su defensa hay algo de verdad, “porque no entienden y no les estamos explicando que es lo que pasa y porque en realidad se está afectando a su privacidad” y, añade, “creo que esta es la reacción a un fenómeno pero no es una solución, porque nos crea nuevos problemas”. Vall también nos recuerda que en las redes sociales no existe seguridad para ninguna de las partes, “es un espacio donde las mujeres se pueden hacer fuertes detrás de la pantalla pero lo mismo ocurre con los agresores, podemos encontrar espacios en la red que son misoginia pura organizada”.

Margalida María celebra en una historia de Instagram que más mujeres se hayan sumado a señalar a sus agresores

Margalida María celebra en una historia de Instagram que más mujeres se hayan sumado a señalar a sus agresores

A pesar de ello, Margalida defiende que Instagram “es el medio idóneo para lanzar esta información” gracias a la facilidad y rapidez con la que mensajes se hacen virales, “en las redes hoy en día puedes llegar a millones de personas”. De hecho, marcando una diferencia con el Time’s Up estadounidese, tanto Margalida como otras cuentas han preferido abrir direcciones de email para animar a más mujeres a mandarles sus denuncias, como alternativa a que hablen con medios de comunicación. Sin embargo, Liliana también advierte de los peligros que esto entraña: “No es nuestro espacio, está gobernado por empresas, lo que sube internet nunca baja y por así decirlo, no sabemos que va a pasar con esa información”. Ahora mismo la cuenta de Margalida ha sido cerrada contra su voluntad, como explica en un comunicado que lleva por título “No me he ido, me han echado” y aclara: “Instagram decidió cerrarme la cuenta por, según ellos, violar los términos y condiciones. Pero, que no os engañen, esto tiene muy poco que ver con sus políticas (las conozco muy bien). Esto tiene que ver con el odio y la persistencia de aquellas personas que están contra mí y contra todo lo que hace una semana creamos yo y muchas otras mujeres al perder el miedo y al denunciar algo que llevaba muchísimo tiempo pasando”. Ahora bien, estas medidas disuasorias no van a frenar un objetivo que ella se propuso mucho antes incluso de que estallara este fenómeno: ”Llevo un año trabajando un proyecto personal de denuncias, feminismo, censura y género”.

Junto con las advertencias a las limitaciones del canal, algunas feministas han apuntado que estas acusaciones personales pueden oscurecer el carácter estructural del problema que se está denunciando. Es decir, entienden que una vez superada la polémica, estos comportamientos seguirán normalizados, e incluso consideran que a largo plazo es una mala estrategia que podría generar el efecto contrario. Así lo expresaba por ejemplo Violeta Assiego en eldiario.es: “Hay puertas que solo deben traspasarse cuando es posible abrir otras que aporten información suficiente del contexto y de los hechos como para que nadie confunda lo que es Justicia con lo que es una cacería”. Es en este sentido que Arroyo afirma que “con estos casos se genera una nueva situación de desequilibrio de protección. Al final estamos combatiendo algo que tiene que residir en cambiar la educación y no tanto en el señalar”.

Asimismo, el efecto “boomerang” de estas denuncias podría tener consecuencias jurídicas. La abogada Ruth Sala, especializada en delincuencia informática, afirma que la publicación de conversaciones personales en un espacio público les daría a ellos la posibilidad de presentar una reclamación civil por daños y perjuicios reputacionales. También es importante tener en cuenta, aporta Valls, que “más allá de esta recomendación prudente, podemos constatar cómo cada vez más los agresores impulsan procesos judiciales contra sus víctimas para seguir provocando dolor. Entienden el sistema judicial como una herramienta más para conseguir el silencio, que no deja de ser lo que buscan los agresores: silencio para tener impunidad”.

De lo individual a lo colectivo: denunciar también es sororidad

El debate, sin embargo, también debe enfocarse desde una perspectiva más amplia que atienda a las condiciones reales en el que éste se produce: las redes sociales, más que una opción, pueden llegar a ser el único medio que las víctimas tienen para hacer públicas sus experiencias. Tanto es así que incluso aunque estas denuncias llegaran a un juzgado, ambas abogadas coinciden en que la justicia nunca está a la altura de las necesidades de compensación que necesita la víctima, “no sólo por la violencia institucional, sino también porque no hay un espacio donde pueda trasladar el dolor vivido y sus vivencias, debiendo limitarse a los hechos con relevancia penal. Estas dinámicas deshumanizan a las víctimas e impiden que el proceso penal consiga ser reparador más allá de lo económico, que normalmente es lo que menos importa a las agredidas” concluye Carla Vall.

Entonces, incluso a sabiendas de que los tiempos vertiginosos hacen peligrar la importancia del mensaje y el entendimiento de su significado, podría ser igual o más imprudente exigir a las mujeres que dejen de gritar desordenamente y esperen a una reflexión social profunda para curar sus heridas. De hecho, no sería descabellado recordar lo que Jessa Crispin proponía en su ensayo Por qué no soy feminista, cuando afirmaba que “desde una perspectiva más amplia, que un hombre deba afrontar consecuencias desproporcionadas por un acto inconsciente o poco meditado no se puede comparar con las consecuencias cotidianas que sufren las mujeres por intervenir en la vida pública dentro de una sociedad patriarcal”. Quizá podría parecer una posición demasiado cómoda, que se contenta con la confrontación y un sentimiento rudimentario de venganza, pero alzar la voz, por más violencia que esto implique, puede generar espacios de seguridad más allá de lo individual.

Como contaba Virginie Despentes hace unos días en su visita a Barcelona, cuando en 2005 relató su violación en Teoría King Kong resultaba impensable publicar un testimonio de tal crudeza. Pero al hacerlo cambió las cosas, y recibió muchas cartas de mujeres que habían sido violadas y que por vergüenza o desconocimiento nunca lo habían contado antes. Hoy, 13 años después, gracias a acciones como la suya, las mujeres cuentan con herramientas para saber qué es el abuso y así expresarlo, lo que representa ya un acto de reparación.

Por ello, si entendemos que las formas y medios de contar estos episodios son legítimas porque responden a la voluntad de la víctima, podemos celebrar que las mujeres estamos hablando y creando vínculos y espacios de reflexión necesarios que nos lleven en última instancia a aprender a desobedecer juntas; como reclama bell hooks en su ensayo El feminismo es para todo el mundo, “tenemos la suerte de saber, y recordar todos los días de nuestras vidas, que la sororidad en la práctica es posible, que la sororidad sigue siendo poderosa”.

 

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