‘Relaciones enfermizas’: La importancia de reconocernos

‘Relaciones enfermizas’: La importancia de reconocernos

La literatura rumana es una de las grandes desconocidas para el gran público pese a su riqueza simbólica. Cecilia Stefanescu demuestra con sus obras que hay vida en las letras rumanas más allá de 'Drácula y Solenoide'. Su obra se ha ganado la animadversión de los sectores más conservadores al contar el amor entre dos mujeres.

Texto: Gema Nieto
14/06/2018
'Relaciones enfermizas', la obra de Cecilia Ştefănescu ha sido traducida y publicada ahora por la editorial Dos Bigotes.- Foto: Dos Bigotes

‘Relaciones enfermizas’, la obra de Cecilia Ştefănescu ha sido traducida y publicada ahora por la editorial Dos Bigotes.- Foto: Dos Bigotes

En el marco de la Feria del Libro  de Madrid de este año, que ha acogido a Rumanía como país invitado, se han desarrollado numerosas actividades, mesas redondas, charlas y presentaciones con autores rumanos en el centro de todos los focos. Con estas iniciativas se ha intentado remediar el trato tan injusto que ha recibido la literatura rumana, una de las grandes desconocidas para el gran público pese a su riqueza simbólica y a la fama alcanzada por algunas de sus corrientes estéticas o vanguardistas, y al hecho de que en Europa Occidental haya perdurado sobre todo la visión exótica y reducida de la región de Transilvania, con su folclore popular y el mito de los vampiros.

Gracias a la atención prestada durante el último año a Mircea Cartarescu, encumbrado por la crítica literaria y considerado por muchos como uno de los mejores escritores europeos actuales, el público ha sido capaz de citar al menos a un autor procedente de Rumanía. Pero para decepción de muchas, en su discurso inaugural  de la Feria del Libro de Madrid, Cartarescu se refirió a los grandes nombres de la literatura universal citando por lo menos a veinte hombres y a ninguna mujer. Un olvido (otro más) sintomático del lugar que han ocupado siempre las mujeres escritoras tanto en el canon androcéntrico como en la mente de muchos autores.

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Sin embargo, novelistas como Cecilia Stefanescu demuestran sobradamente que hay vida en la literatura rumana más allá de Drácula y Solenoide. Con la aparición en su país de origen de Relaciones enfermizas en 2002 (traducida y publicada ahora por Dos Bigotes), se ganó la animadversión de los sectores rumanos más conservadores al relatar la historia de amor entre dos mujeres. No obstante, la narración no se limita a eso, sino que se centra en la búsqueda de la identidad propia a través de un estilo onírico y desestructurado, muy particular y a la vez extremadamente fiel a un tronco genérico que explico a continuación a grandes rasgos para aclarar un poco el contexto literario:

En la literatura rumana podemos observar una línea común desde el siglo xx, que no es otra que el cuestionamiento de los códigos socioculturales dominantes y de los argumentos de autoridad a través de lo onírico, lo fantástico o lo surrealista. Este rasgo compartido y tan característico se encuentra en el dadaísmo de Tzara y en el teatro del absurdo de Ionesco, autores que recurren a lo fantástico o lo delirante por una parte para expresar una realidad que permanece silenciada y, por otra, para reventar estereotipos y prejuicios estructurales. Además, muchos escritores que sufrieron la persecución y censura del régimen de Ceaucescu, como Ana Blandiana o Marin Preda, tuvieron que refugiarse en lo absurdo o lo fantástico para caricaturizar la realidad. Aunque su prosa tenga una base realista y social, lo determinante en ella es la serie de elementos oníricos y surrealistas que deconstruyen los códigos establecidos, denuncian las injusticias o imposiciones y suponen un desafío a lo verosímil. El universo novelesco se sitúa en la frontera de lo real y lo imaginado o lo soñado sin que esto suponga ruptura entre ambos mundos, sino continuidad y transferencias. Lo onírico se inserta en la crónica de lo cotidiano, no trastoca la realidad sino que se nutre de ella, y permite expresar una realidad que por distintos motivos permanece prohibida o reprimida y sobre la cual se cierne el silencio. No se trata, en fin, de una evasión, sino de la búsqueda de sus aspectos más profundos, olvidados, ocultos o reprimidos.

Las palabras de Ana Blandiana explican a la perfección esta intencionalidad, que se observa también en el libro de Stefanescu: «Lo onírico no se opone a lo real, sino que constituye su representación más llena de significado». Éste es el resorte de la creación literaria, vinculada tanto con la experiencia personal como con el contexto social. El delirio visionario supone un despertar a una percepción más auténtica, puesto que desvela las zonas más oscuras de nosotros mismos, aquellas de las que no queremos ser conscientes. Así, en el terreno de lo desconocido o de lo no transitado es donde el yo descubre su identidad.

La literatura rumana refleja un modo de entender la vida y de rebelarse contra sus aspectos más absurdos. Es, podríamos decir, una invitación a la transgresión. Las obras de los autores rumanos erosionan siempre alguna certeza y desde lo particular tratan temas universales oponiéndose a una concepción única del mundo. En el caso de Relaciones enfermizas, todas estas características se muestran de un modo evidente, tanto en la temática principal (una relación lésbica) como en el estilo.

Cecilia Ştefănescu en una foto de archivo.- Javicisro para Romanian Wikipedia.

Cecilia Ştefănescu en una foto de archivo.- Javicisro para Romanian Wikipedia.

La adolescencia, la búsqueda, el pasado

La adolescencia es uno de los temas más abordados en la literatura, además de uno de los más difíciles y apasionantes. Teniendo en cuenta la enorme fascinación que nos produce esta etapa vital, no es extraño que tantos escritores hayan tratado, con más o menos éxito, de explicarla.

Toda historia es una historia de transformación, y de eso precisamente trata el periodo de la adolescencia: es la larga cuesta hacia la edad adulta, el proceso de reconocimiento y cambio, unos años inquietos y arrebatados durante los cuales no estamos seguros de pisar terreno firme pero tenemos que fiarnos de nuestros saltos mortales para sobrevivir. El libro de Cecilia Stefanescu reúne todas las características de estos años, hasta el punto de que leer sus páginas es volver a reencontrarnos con ellos y con todo cuanto los define: la afectación, el orgullo, la ansiedad, la inmadurez, la infelicidad, la esperanza… Unos personajes perdidos, confusos y apasionados reflejan todas esas dudas, tensiones e inseguridades propias de la adolescencia y la primera juventud, rasgos que a menudo sólo pueden plasmarse a través de libre asociación de ideas o enumeraciones obsesivas y atropelladas de imágenes. Transcurra en Madrid o en Bucarest, en Pekín o en Lima, Cecilia Stefanescu ha descrito la adolescencia y la juventud que hemos vivido todos, y lo ha hecho, además, con una fuerza de evocación poderosísima.

No es casual que la ciudad de Bucarest, a menudo desangelada o laberíntica, aparezca a lo largo del relato como trasunto o contrapunto de los propios personajes que caminan por ella. En contraste con la explosión emocional que están viviendo y su despertar sexual, la ciudad, con su atmósfera solitaria y desordenada, se describe como «anodina y cansada» a la vez que se presenta como el escenario perfecto sobre el que la protagonista crece y descubre tanto su propia identidad como el mundo que la rodea. Ella camina siempre en búsqueda de sí misma, de la vida, de algo incapaz de concretar pero que la está llamando, en esos días tan inciertos como emocionantes en los que fuera hace un frío de nieve pero nosotros, como la protagonista, vagamos por las calles con la sensación de portar el fuego: «Avanzaba como una sonámbula en busca de la madurez. Andaba a tientas con la esperanza de hallar el gran amor».

Junto con las decepciones y trasiegos de la vida universitaria, los apuros económicos, las rutinas y las emociones de vivir experiencias nuevas y el entusiasmo algo ingenuo de tener toda la vida por delante aún, resuena con especial fuerza la descripción de una intuición más amarga, la de la constancia de los finales, como un estallido que se aproxima pero al que todavía no queremos prestar demasiada atención: el final de la juventud, del amor, de la vida de estudiantes… En cualquier caso, la adolescencia, con el alto componente de nostalgia que acompaña el recuerdo de una etapa que seguramente fue peor que la imagen idealizada que conservamos pero que echamos de menos porque en ella éramos jóvenes y lo vivíamos todo por primera vez, surge siempre como algo inaprensible o irreal: un ritual que va a durar eternamente mientras sucede, o un sueño mientras la contemplamos desde el presente como si perteneciera a una vida anterior. «Lo que se entrelazaba en una imaginaria cinta de Moebius era nuestra juventud». De ahí que las imágenes oníricas sean las más apropiadas para describirla.

El amor

El amor es el otro gran tema tratado por Stefanescu, capaz de condensar lo inasible de su esencia en un párrafo tan maravilloso como éste:

«Para la mayoría, éramos dos buenas amigas que no encontraban su lugar en el mundo (…). Sólo algunos creían saber la verdad sobre nosotras. Pero sólo nosotras conocíamos la auténtica verdad, es decir, que no teníamos ni la menor idea de lo que nos estaba pasando, aunque sabíamos que era algo realmente hermoso».

Relaciones enfermizas narra una historia de amor entre dos chicas pero trasciende esta peculiaridad para hacerse universal. Sus avatares son aplicables a cualquier relación: la seducción, los celos, los conflictos, dramas, tensiones, alegrías… son exactamente los mismos que los vividos en cualquier pareja. Sin dudar de la voluntad consciente de la autora por presentarnos una relación homosexual con sus particularidades, al mismo tiempo nos hace olvidar también que lo es, elevándola a un plano más general de manera que cualquier lector, sea cual sea su orientación sexual, pueda identificarse con ella.

El peso de la heteronormatividad no se evidencia tanto en estas fases, idénticas en cualquier tipo de relación sentimental, sino en el modo en que se desarrollan, no de manera tan libre y directa como en los enamoramientos heterosexuales sino a través de constantes miedos, dudas, rechazos, tentativas… Es un camino sinuoso en lugar de recto, lleno de recovecos y sospechas que no existen en las relaciones normativas. El amor, desde dentro, siempre es el mismo y se experimenta igual, con sus mismas fases, aciertos y desgarros. La diferencia la marca únicamente la mirada de los otros, y de esa distinción surge en la protagonista la sensación de amenaza y el deseo de esconder su condición sexual ante los demás pero también su necesidad de comunicarse: «Para mí, todas las historias de amor eran iguales. No había nada de espectacular en sus enredos (…). Quiero contarlo todo sin importar que la gente me juzgue duramente».

Pese a todo, y como todas sabemos y hemos experimentado, la heteronormatividad pesa mucho, casi tanto como las expectativas ajenas y los prejuicios sociales, y la protagonista también la siente en su propia piel, como no podría ser de otra manera. Por esta razón tiene esa necesidad de una compañía masculina (su amigo gay, su hermano o diversos ligues), chicos a cuyos brazos se lanza pero con los que no puede establecer vínculos afectivos sólidos aunque se obligue a ello. Se esfuerza en emparejarse con un chico porque ésa es la conducta considerada «normal», pero lo natural, lo instintivo para ella, es lo que las convenciones sociales consideran «antinatural» o «enfermizo», como una relación entre dos mujeres o entre dos hombres. Éstas son relaciones «enfermizas» no en sí mismas, sino desde el momento en que la sociedad las considera así, en vez de aceptarlas y asumirlas de modo natural.

El juego literario

En primer lugar, una pequeña advertencia: leer la sinopsis de la contraportada no hace ningún spoiler propiamente dicho pero sí desmantela un juego literario que el lector debe descubrir e ir desentrañando por sí mismo, así que os aconsejo adentraros «vírgenes» en estas páginas para que la fascinación y el placer de su lectura sean mucho mayores. Porque además de un relato sobre la adolescencia, la búsqueda de la identidad y los primeros amores, el de Cecilia Stefanescu en Relaciones enfermizas es un ejercicio literario muy audaz.

La infancia y la adolescencia, como hemos dicho, son etapas pertenecientes al pasado, un mundo ya inexistente. Este mundo del pasado se refleja a través de pasajes oníricos, diálogos borrosos o fragmentos poco claros. Pero aun así, es curioso comprobar cómo esos fragmentos de vida medio desdibujados tienen más fuerza y permanencia en la protagonista, en su memoria y su comportamiento, que el presente más actual. Recordemos todo lo dicho anteriormente sobre el recurso del onirismo en la literatura rumana como método para plasmar vivencias más profundas y significativas que las reales y podremos comprender mejor un estilo literario que se hace, a menudo, bastante hermético.

No desvelaré nada relevante de la trama (no es en absoluto mi intención) si afirmo que a lo largo de la misma hay un personaje (o, más bien, una voz) desdoblada. Es una presencia que acosa, que se reafirma o que se rinde, que es invocada o expulsada, que insta a reaccionar, que se halla presente como un fantasma en cada toma de decisión de la protagonista o acontecimiento importante de su vida, una especie de otro yo con el que se entabla un juego de espejos y un diálogo… Una personificación, en fin, de sus instintos verdaderos o de su subconsciente. El último capítulo es donde encajan todos los fragmentos del espejo roto cuyas imágenes hemos ido contemplando por partes. Una serie de geniales transiciones entre la tercera y la primera persona con las que la narradora se despersonaliza al relatar una vida convencional, que no la pertenece, o por el contrario empieza a recordar su pasado y de repente, con la adopción de la primera persona, pasamos a escuchar la verdadera voz de su alma, hace que en las últimas páginas esta observadora silenciosa descienda y se funda con la protagonista. Asumir esa voz como propia es asumir también la identidad real, los verdaderos deseos, aunque quizá ya sea tarde.

Desde el presente siempre nos parece que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero en este caso da la sensación de ser cierto. En ese pasado podían cumplirse todas las posibilidades que el presente ha destruido: la narradora ya no es joven, es «la vieja», y la adolescente rebelde o entusiasta que fue la mira, atenta, y la juzga. El presente se describe ahora como un vacío en el que perdemos nuestra dignidad si nos vendemos, si traicionamos nuestros principios o nuestros instintos, los que afloraron en la adolescencia y que conformaron todo cuanto fuimos. El mensaje, por fin, se desvela, para de nuevo convertirse en trasunto universal con el que identificarnos todos: el miedo por no quedarnos solos quizá nos lleva a prolongar relaciones falsas, auténticas «relaciones enfermizas». Si tratamos de tomarnos la vida en serio y adoptar la solución más razonable, conveniente y sensata según los cánones, la adolescente que fuimos se duerme. Si optamos por una vida fácil, normativa o acomodada, la matamos. En cambio, cada vez que «deliramos», que hacemos una locura, transgredimos una convención o somos fieles a nuestros principios, nos guiña el ojo, felicitándonos por habernos reconocido en ella y animándonos a seguir adelante pese a todos los obstáculos.

Agradecemos al Instituto Cultural Rumano, Feria del Libro de Madrid y a la editorial Dos Bigotes su colaboración.

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