Pa’ fuera lo malo: sobre potenciales resistencias en OT 2017

Pa’ fuera lo malo: sobre potenciales resistencias en OT 2017

Belén Liedo Fernández

Aitana Ocaña y Ana Guerra. Concursantes de OT. Licencia Creative Commons

Este texto responde a la necesidad que sentí, junto con algunas compañeras (Irene Izquierdo de la Gala e Irene Harto López), de dar forma a nuestra incomodidad con lo que podemos llamar “el […]

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01/06/2018

Belén Liedo Fernández

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Aitana Ocaña y Ana Guerra. Concursantes de OT. Licencia Creative Commons

Este texto responde a la necesidad que sentí, junto con algunas compañeras (Irene Izquierdo de la Gala e Irene Harto López), de dar forma a nuestra incomodidad con lo que podemos llamar “el rechazo progre a OT 2017”. Lo haremos no examinando OT 2017 en sí, sino explorando nuestra vivencia como espectadoras, para intentar esbozar las preguntas centrales que habría que responder para saber si, acaso, cabe algún tipo de resistencia viendo (y cantando, y votando, e incluso, para quien pueda, comprando) OT 2017. Esta exploración de nuestras vivencias propias es el lugar que hemos encontrado adecuado para dar respuesta a los argumentos “anti OT” que hemos leído o encontrado. Escribo dando forma a las conversaciones que hemos tenido entre las tres y convirtiendo en texto la intervención que Irene Izquierdo y yo llevamos al Encuentro Sociología Ordinaria Seis en mayo de 2018. Partimos de situarnos, subrayando que, como no puede ser de otra manera, nuestra visión de mundo es parcial y no pretendemos universalizar. Pertenece a la porción de realidad que vivimos como mujeres cis jóvenes universitarias blancas, más o menos precarias y feministas; somos, además, compañeras de hogar (no solo de piso) y amigas.

Algunos de estos argumentos contra OT son los que siguen. El fenómeno de los reality shows contemporáneos sería poco más que otra manifestación de los perversos mecanismos del poder que se infiltran en nuestras subjetividades y no sólo se lucran de ellas, sino que las conforman de manera que puedan lucrarse aún más, a través de la mercantilización del ocio. OT 2017 sería un caso más susceptible de ser estudiado bajo estos parámetros. Lxs concursantes de este reality, por su parte, serían mercantilizadxs en sus talentos y sus afectos, generando beneficios a las empresas que les han aupado a cambio de reconocimiento y fama pública. Producen ingentes cantidades de riqueza para sus patrones, invisibles seres que mueven sus hilos, mientras ellxs ganan mucho menos de lo que producen (parece ser que en OT 1 se les prometió un ya de por sí moderadito 8% de los royalties que ni siquiera se llegó a cumplir[1]). Pero, yendo más allá, no sólo su talento y las movilizaciones de masas que generan son mercantilizados; también lo son sus personalidades, sus afectos y sus afinidades.

Hasta aquí, nada nuevo respecto al formato reality show al que estamos más que habituadxs. Pero, además, ocurre que OT se presenta como un reality blando, amoroso, extremadamente maternal (la imagen de la directora de este año, Noemí Galera, daría para mucho que hablar en cuanto a su función en este blanqueamiento), y, lo que es muy importante, con valores[2] (sic).

Estos valores, o muchos de ellos, son simplemente propaganda neoliberal sin complejos, que ensalza la figura del trabajador (en deliberado masculino) individual y sacrificado y el esfuerzo como la garantía del éxito; que condena sin ambages toda “pérdida de tiempo”; que promueve la competitividad entre compañerxs y la inhumanidad como rasgo inherente a la labor de evaluación del trabajo ajeno (Mónica Naranjo/Risto Mejide, cuyas diferencias de género en el ejercicio de su papel de jueces implacables es muy interesante también), etc.

Llegadas a este punto, tenemos que explicitar por qué, si todo esto es cierto y no lo negamos, no nos satisface diagnosticar OT 2017 como, simplemente, una protuberancia más de un sistema productivista y espectacular hasta el extremo. Reflexionando sobre ello, intentando conceptualizar el rechazo emocional que nos producía esta forma de ver OT 2017, llegamos a la conclusión de que la respuesta más productiva la encontraríamos mirándonos a nosotras mismas mirando OT.

En primer lugar, es interesante señalar hacia lxs concursantes como potenciales resistentes a la lógica neoliberal que, hemos dicho, impregna la ideología del concurso. De forma destacada en el caso de varias de las mujeres, la competencia ha estado ausente en la convivencia de lxs triunfitxs. Se quieren, se cuidan, se abrazan y se apoyan con una ternura honesta y dulcificante. Por otra parte, no deja de chirriar que analicemos su experiencia desde fuera, sin tener en cuenta sus propias voces, como si su supuesta alienación las invalidara de forma absoluta. Hace tiempo que desde los movimientos sociales aprendimos que esta forma paternalista de analizar las relaciones de poder es, como mínimo, feísima.

Para seguir, reivindicamos lo cursi y lo “femenino”, particularmente si se da en forma de hipérbole casi caricaturesca; nos recreamos en sumergirnos en esa exacerbación de los sentimientos ñoños y facilones que tantas veces se nos han negado como ilegítimos, como sentimientos “inmaduros”, “femeninos” y, en algunas ocasiones, explícitamente “estúpidos”. En este sentido, nos oponemos rigurosamente a la aceptación social de la brutalidad de otras formas de entretenimiento de masas y, a cambio, abogamos por lo naif y lo sensiblero como forma de resistencia al androcentrismo violento de mucho de la cultura pop más respetada.

En la misma línea de resistencia en lugares deslegitimados por parte de los diversos núcleos de poder de la creación, gestión y valoración de los productos culturales en general, reivindicamos también nuestra huida del academicismo elitista que condena la telebasura (sic) al lugar de lo “infantil”, “vulgar”, “popular”, etc. (léase todo esto como sinónimo de “inferior”). Nuestra forma de resistirnos al asimilacionismo a las clases burguesas intelectuales, al androcentrismo de las formas legítimas de conocimiento y ocio, y al clasismo de las esferas eruditas más poderosas que conocemos, es refugiarnos en el disfrute de este tipo de ocio. Disfrutamos más de OT2017 sabiendo que los lugares legítimos “importantes” de producción de cultura condenan tanto al programa como a las personas espectadoras de él como inferiores en lo que a desarrollo intelectual se refiere.

En tercer lugar, reivindicamos también el perder el tiempo como una resistencia crucial ante la forma de capitalismo que nos ha tocado vivir. Concretamente, de nuestra edad, clase y formación se espera (justo tras terminar una carrera de humanidades “sin salida”), una dedicación completa y casi desesperada a colocarnos en un lugar productivo para el sistema, sea este en la academia, en el Carrefour, en el INEM o en otro master. Saboreamos así nuestro tiempo deliberadamente perdido (invertido) en una actividad que no nos reporta ningún beneficio mesurable inmediato.

Hablando precisamente sobre cómo esta situación vital, inmersa en las exigencias de un sistema que parece que no tiene hueco para que desarrollemos nuestras vidas como deseamos pero que tampoco nos permite escapar de él, y de cuán determinantes son los afectos sinceros y el cuidado mutuo para encontrar salida a esta crisis, llegamos a dar forma al que quizá sea el argumento central de este artículo. En nuestra manera de ver el mundo, como es el caso de muchas personas comprometidas de forma honesta con una forma de vida feminista, otorgamos un lugar privilegiado de nuestro tiempo, nuestros afectos y nuestros espacios a la amistad entre mujeres. Consideramos que esta amistad no es una relación obvia ni espontánea (aunque, como cualquier relación humana, surja evidentemente del cruce de caminos y de una cierta dosis de casualidad).

Por el contrario, entendemos que nuestra socialización como mujeres, y la paradójica hostilidad de un mundo patriarcal hacia lo femenino que se nos ha enseñado como nuestro único lugar de realización personal posible, comportan una serie de impedimentos al desarrollo de la amistad honesta entre mujeres que no son desdeñables. Es por ello que construir este tipo de relaciones es un ejercicio de trabajo personal y compromiso deliberado con una oposición a la misoginia reinante profundamente político. Y, además, no creemos que estas resistencias en forma de alianzas entre mujeres sean excepcionales ni una consecuencia que sólo puede surgir de una toma de conciencia feminista liberal o intelectual; muy al contrario, miramos a nuestras abuelas, a nuestras vecinas (y, de hecho, a Amaia y Aitana) para aprender de las resistencias que siempre han existido en los márgenes y nos enseñan a querernos de una forma profundamente emocional y volcada en el cuidado equilibrado, sincero y humano.

Este convencimiento político nos lleva a detectar cómo OT 2017 ha supuesto para nosotras un lugar privilegiado de intimidad y complicidad que consideramos valioso en sí mismo. Se diferencia este lugar de otros en los que se da nuestra interacción y que están más contaminados por condicionantes que no hacen tan fácil la intimidad, aunque evidentemente no sea nuestro único espacio de liberación (cocinar juntas, apropiarnos de las plazas cerveza en mano o bailar son otros ejemplos). Consideramos, pues, que la existencia de este espacio de interacción entre mujeres es políticamente productiva para nosotras.

Esta ha sido, a grandes rasgos, nuestra vivencia de ser espectadoras compartidas de OT 2017. Investigar y dar valor a estas experiencias de la vida cotidiana es, como aprendimos hace tiempo, parte de la resistencia cotidiana feminista. El propósito de estas reflexiones no ha sido en ningún momento rebatir las acusaciones que hemos recogido al principio. Sabemos que ninguno de nuestros argumentos deslegitima por completo aquellos que hemos presentado en principio, aunque quizá los matice. Es por ello que no llegamos con todo ello a ninguna conclusión definitiva ni última sobre cuál es la posición que es responsable tomar ante OT 2017 y fenómenos afines. Más bien, pretendíamos cambiar el enfoque, y entender los fenómenos que vivimos en su complejidad, echando luz en este caso sobre la parte vivencial y emocional de nuestra participación en OT 2017.


[1] http://dieteticadigital.net/la-telerrealidad-no-es-popular-fabrica-audiencias/

[2] OT vs MHYV: misma generación de mujeres con valores totalmente opuestos Paula Hergar, VerTele Eldiario.es, 6 de marzo de 2018 http://vertele.eldiario.es/noticias/OT-Mujeres-Hombres-Viceversa-generacion_0_1990001008.html

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