Alteridad y objetificación femenina en el deporte

Alteridad y objetificación femenina en el deporte

Inma Miralles

Ana Perugini | Hortolândia 2014 | Corrida e Caminhada da Igualdade Feminina | Creative Comons

Supongamos que encendemos la televisión un lunes a medio día. Hemos tenido suerte, justo están resumiendo lo sucedido en el Gran Premio de Motociclismo del fin de semana. Mientras el narrador […]

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13/04/2018

Inma Miralles

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Ana Perugini | Hortolândia 2014 | Corrida e Caminhada da Igualdade Feminina | Creative Comons

Supongamos que encendemos la televisión un lunes a medio día. Hemos tenido suerte, justo están resumiendo lo sucedido en el Gran Premio de Motociclismo del fin de semana. Mientras el narrador habla, se suceden diversas imágenes audiovisuales de la carrera y de lo ocurrido en el paddock (el recinto donde se encuentran los camiones de los equipos y donde se desarrolla todo el preámbulo de la misma), entre las que nos llaman la atención algunas en particular.

En la primera, se ve a uno de los pilotos más famosos posando delante de un grupo de fotógrafos, mientras le flanquean cuatro chicas uniformadas con un conjunto de cuero que deja al descubierto su escote, su vientre y sus piernas, y calzadas con unas imponentes botas de tacón. En la siguiente escena, una de esas chicas (resulta imposible saber cuál porque parecen idénticas), sostiene un paraguas sobre la cabeza del mismo piloto, para protegerle del sol mientras él se acomoda sobre la moto y se concentra en la carrera. Estas imágenes destacan sobre las demás no porque las mujeres parezcan doblar en edad y estatura al muchachito lampiño que sonríe mientras lo rodean, sino porque su presencia desentona con la lógica de los demás elementos. Sin mucha dificultad, contamos con que en el escenario de una carrera de motos vamos a encontrar motos, pilotos profesionales, operarios que corren de aquí para allá, camiones de apoyo, mecánicos, un circuito de asfalto, espectadores, etc… Pero, ¿cuál es la función de esas chicas, uniformadas sin ninguna connotación deportiva o mecánica, con lo que podemos descartar que formen parte de cualquier staff técnico?

Antes de formular respuesta alguna, prosigamos con la información deportiva. Ponen las mejores jugadas de la noche en la NBA. Se suceden imágenes de jugadores machacando la canasta, pero cuando termina la tanda hacen un breve resumen del partido y… ¡Ahí están otra vez! Un grupo de mujeres jóvenes, uniformadas dejando a la vista su escote, su vientre y sus piernas, ya no posan con los jugadores ni sostienen paraguas para protegerles del sol, sino que bailan durante los descansos del partido.

Pero no nos desconcentremos, porque ya sabemos la cantidad de espacio que los informativos dedican a los deportes. Como estamos en julio y hay Tour de Francia, también tenemos que repasar lo que pasó en la etapa de ayer. Por lo visto ganó Fulanito en un sprint muy apretado, pero recibió sus premios en el podio de mano de otras dos chicas uniformadas dejando al descubierto su escote, su vientre y sus piernas, que además tuvieron que subir a lo más alto de la escalinata con tacones, para luego inclinarse, cada una por un flanco, y besar la mejilla del vencedor.

En fin, vayamos al meollo del asunto. Empecemos por exponer lo evidente, el significado literal o denotativo, de las escenas que hemos visto:

Todas tienen lugar en contextos deportivos (motociclismo, baloncesto, ciclismo).Todos esos deportes son, en este caso, ejercidos por varones. Las mujeres que aparecen no tienen en absoluto que ver con el deporte en cuestión, sino que realizan labores asistenciales (sostienen paraguas, entregan trofeos y besan) o de entretenimiento subalterno al entretenimiento principal (animadoras en el descanso del partido).

Ahora, fijémonos en el significado connotativo y en lo que tiene que decirnos respecto de la “diferencia” u “otredad”, del género y de la sexualidad. Pero ¿qué connotaciones de “otredad”, de género y de sexualidad encontramos? ¿Acaso no son solo personas practicando deporte profesional, mientras otras personas las asisten o entretienen? No: no son sólo personas. En todos los ejemplos (y podríamos encontrar muchos más en el mismo contexto) son varones los que protagonizan el papel principal: los que ganan carreras, encestan mates y reciben trofeos. Y, en todos los ejemplos, son mujeres las que realizan un papel subalterno: las que sostienen paraguas, entregan premios y animan el descanso del partido. No encontramos a un caballero orondo y canoso besando en la mejilla del ciclista vencedor, ni a un grupo de niños bailando al final de la primera parte. La diferencia de roles respecto al género está clara pero, ¿y la “otredad”?

Imaginemos que, al concluir el resumen de los deportes mencionados, el informativo iniciase otra ronda de resúmenes dedicada al deporte femenino. Con todo lujo de detalles, igual que para el deporte masculino. Podemos imaginarlo, pero desde luego esto no ocurre: no solo no ocurre, sino que el deporte femenino no copa siquiera un segundo de la información deportiva general. Podemos entreverlo, como mucho, una vez al mes, cuando alguna deportista logra un hito muy muy importante (en algún deporte mayoritario, porque si estamos hablando de gimnasia rítmica da igual que se gane una medalla de oro). Esta omisión, que transforma el deporte masculino en el “único deporte”, en el deporte sin más (ya que ni siquiera se subraya su carácter masculino), remarca la identidad dominante de los varones que ganan carreras, encestan mates y reciben trofeos, y la identidad subalterna de las mujeres que sostienen paraguas, dan besos y animan el descanso del partido. No se trata de roles intercambiables. “Él es el Sujeto, es el Absoluto: ella es la Alteridad” (Simone de Beauvoir).

Pero hallamos una dimensión más en la representación de la diferencia que podemos “leer” en estas imágenes: la sexualidad. Las mujeres a las que vemos como “otras”, nunca como sujetos protagonistas de la acción principal (en este caso, deportiva), no sólo quedan distinguidas por el rol subalterno que al parecer les asigna el género, sino que también resultan diferenciadas por una gran connotación sexual: todas son mujeres jóvenes, dentro del canon de belleza patriarcal y ataviadas con uniformes que dejan al descubierto su escote, su vientre y sus piernas. Es decir, las vemos hipersexualizadas.

Los mensajes sobre “diferencia”, género y sexualidad son bastante claros, pero ¿qué dicen? ¿Qué significan? Una posible interpretación, a mi juicio la más evidente, es que transmiten, validan y perpetúan culturalmente la objetificación del individuo mujer. Para que pueda llevarse a cabo un proceso de objetificación, el sujeto sobre el que tiene lugar debe encontrarse en una posición de alteridad absoluta. Como el término implica, la objetificación (sexual o no) es la práctica de tratar o presentar a un ser humano como una cosa o un mero instrumento para los objetivos (sexuales o no) de los objetificadores. Según la filósofa Martha Nussbaum, los criterios para describir dicho proceso serían los siguientes:

  • Instrumentalización: el tratamiento de una persona como una herramienta para los fines del objetificador.
  • Negación de la autonomía: el tratamiento de una persona como carente de autonomía y libre determinación.
  • Inercia: el tratamiento de una persona como carente de agencia, y tal vez también de actividad.
  • Fungibilidad: el tratamiento de una persona como intercambiable con otros objetos.
  • Violabilidad: el tratamiento de una persona como carente de límites-integridad.
  • Propiedad: el tratamiento de una persona como algo que pertenece a otro (puede ser comprado o vendido).
  • Negación de subjetividad: el tratamiento de una persona como algo cuyas experiencias y sentimientos (si los hay) no deben ser tomados en cuenta.

En las imágenes que hemos visto, no resulta demasiado difícil descubrir prácticamente todos estos elementos. La “instrumentalización” de estas mujeres queda definida por su labor de apoyo a los propósitos del sujeto principal u objetificador (masculino). Ya hemos comprobado que algunas sostienen paraguas que los protegen del sol, otras bailan cuando se detiene la labor principal de dicho sujeto, y otras son las encargadas de entregar el premio al sujeto vencedor, además de besarle en la mejilla. Además, esta “instrumentalización” conecta con la llamada “fungibilidad”, ya que todas van uniformadas de la misma manera y tenemos la sensación de que son indiferenciables, prescindibles e intercambiables. En todas estas situaciones la connotación sexual resulta bastante explícita (al margen del uniforme, lo del beso es paradigmático), pero dicha connotación, como veremos, se torna todavía más problemática al analizar otros elementos.

Al objetificar a una persona, la consecuencia más obvia es que se le presuma como carente de humanidad: es decir, que se le suponga un objeto. Y un objeto carece de subjetividad. Esta “negación de la subjetividad”, como hemos visto antes, implica que los sentimientos (si los hay) de esa persona no van a ser tomados en cuenta. Prestemos atención a lo que Carmen Muñoz, chica del paddock de motociclismo, nos cuenta al respecto. “Bueno, la verdad es que no es sencillo, pero lo hacemos con tantas ganas que lo duro que es pasa a un segundo plano. Sonreír cuando estás a punto de explotar del dolor de pies o cuando hay 40 grados y llevas una hora y media al sol… (Risas). Ya son muchos eventos en los cuales vas aprendiendo día a día lo que puedes o no puedes hacer”. Y, a pesar de todo, al ser preguntada sobre si las “paddock girls” fomentan el machismo, respondió: “Creo que no es verdad. Las motos y las chicas han estado unidas toda la vida”. Las motos y las chicas. Las motos, las chicas, los paraguas, los trofeos. Parecen pertenecer a un mismo campo semántico ¿no? Todos son objetos. Objetos de uso. De uso masculino.

Pero la connotación sexual, que siempre ha estado presente, va a terminar por revelarse como la más determinante. Las mujeres objetificadas sexualmente se valoran principalmente por sus cuerpos, o partes corporales, que se presentan como hechas para el placer y la gratificación masculinas. Aparece el factor de la violabilidad: el tratamiento de una persona como carente de límites e integridad. En abril de 2015, el piloto de fórmula 1 Lewis Hamilton protagonizó una polémica subida al podio al vaciar una botella de champán en la cara de una azafata. Algunos meses antes, el ciclista Peter Sagan tocó el culo de otra azafata mientras ésta besaba al vencedor de la carrera. Son habituales las imágenes en redes sociales del campeón de boxeo Floyd Mayweather rodeado de mujeres semidesnudas y de billetes expandidos por doquier. “Mi vida es lo máximo”, rezaba el pie de una de ellas. Una imagen semejante le costó otra polémica al ex futbolista del Barcelona Ronaldinho, en la que aparecían cinco mujeres echadas a sus pies, boca abajo, enseñando las nalgas. Al preguntarle un periodista al respecto, respondió: “¿Estás celoso? Todo fue una broma en respuesta a un amigo. Él me envío una foto que mostraba lo bien que lo estaba pasando en Río de Janeiro y yo le contesté con esa imagen”.

En palabras de la comunicadora y feminista canadiense Anita Sarkeesian, “estos mensajes sistematizan la sexualidad, deshumanizando a las mujeres, convirtiéndolas básicamente en máquinas expendedoras de sexo y otros bienes y servicios. Su valor se mide enteramente en función de lo que pueden ofrecer al sujeto. No hay razón ni necesidad de que el sujeto sienta algún apego emocional por ellas, ya que son meros objetos. Cuando la cultura audiovisual muestra a los hombres utilizando a las mujeres como herramientas o mercancía, se retratan sus acciones como algo que los hace poderosos: algo que, por extensión, es parte de lo que hace al sujeto que consume dichos medios sentirse poderoso. Estos medios transmiten mensajes culturales de una afirmación casi constante de dominación masculina heterosexual, a la vez que refuerzan la extendida y retrógrada creencia de que el rol principal de la mujer es satisfacer los deseos del hombre (de forma literal o voyeurística).” El análisis de Sarkeesian se refiere a la industria de los videojuegos, pero es fácilmente extrapolable a la del deporte. De hecho, este tipo de imaginería del deporte parece reflejar una especie de “carrera hacia la masculinidad”, en cuya simbólica cima encontraríamos el dinero, los trofeos y las mujeres, sumando la objetificación de estas últimas al paradigma del poder masculino heterosexual. Dinero, trofeos y mujeres, todos objetos, todos símbolos de dicho poder hegemónico. Muy clarificadora a este respecto es la pregunta que un periodista hizo al campeón de motociclismo Marc Márquez. “¿Es mejor el sexo o ganar una carrera?”. “Es difícil: depende de la victoria y depende del sexo. Prefiero ganar el Mundial, porque después de hacerlo probablemente habrá más sexo”. Pero, ¿por qué estos dos conceptos, el de victoria masculina y sexo, pueden ir unidos con tanta naturalidad? Porque la objetificación presenta a las mujeres como otro objetivo a conseguir, cuantificable, igual que los trofeos o el dinero. Otro premio más.

Lamentablemente, estamos hablando de un premio humano, aunque la objetificación obvie dicha humanidad ejecutando otra de sus propiedades, posiblemente la que más consecuencias nefastas tiene: la “propiedad”, el tratamiento de una persona como algo que pertenece al sujeto (y que puede ser comprado o vendido). Recordemos lo que decía Sarkeesian: “Cuando la cultura audiovisual muestra a los hombres utilizando a las mujeres como herramientas o mercancía, se retratan sus acciones como algo que los hace poderosos: algo que, por extensión, es parte de lo que hace al sujeto que consume dichos medios sentirse poderoso”. Recordemos las imágenes de Mayweather y Ronaldinho, dos iconos del deporte masculino, rodeados de mujeres de espaldas, sin rostro, mostrando sus glúteos. Recordemos las imágenes de Hamilton y Sagan abusando de las azafatas en el podio. Pero no todos los sujetos llegan a la cima, así que los que no lo hacen tienen que disponer de recursos que sostengan su fantasía de poder. Prestemos atención ahora a algunas notas de prensa. “Las previsión de un aumento de la demanda de prostitutas con motivo del Mundial de Fútbol de Alemania ha hecho saltar todas las alarmas en Europa y ha motivado que la Eurocámara promueva una iniciativa contra la trata de mujeres.” “Varias ONG advierten, apoyándose en datos extraídos de otros mundiales y olimpiadas, que la prostitución infantil puede aumentar durante el periodo de celebración del Mundial de Brasil.” Como consecuencia de la objetificación de la mujer, no es necesario ser un campeón para conseguir este premio: los sujetos pueden celebrar la victoria de los suyos, o incluso fantasear con ser uno de ellos, comprando mujeres. Como sostiene Sarkeesian, “lo que los sujetos compran no es sexo: no se trata de nada que se parezca a una intimidad real y consensuada. Se vende una fantasía particular sobre el poder masculino, centrada en el control de la mujer”.

Y, desde luego “no se puede hablar de objetificación sexual sin abordar el tema de la violencia contra  la mujer, ya que están conectados íntimamente. Una vez se ha reducido a una persona al estatus de objeto, se autoriza intrínsecamente la violencia contra dicho objeto”. De repente, encender la televisión y ver la programación deportiva no parece algo vacuo, ni mucho menos inofensivo. Estamos siendo testigos de cómo la industria del deporte (y podríamos sumar la de la publicidad, la moda, los videojuegos, etc.) ayuda a sostener y perpetuar un modelo de cultura basado en la desigualdad, en la predominancia de unos sujetos (masculinos) frente a otros (femeninos). Y los medios audiovisuales lo transmiten con absoluta normalidad, incluso lo potencian con su formato de exclusión al deporte femenino. Pero, ¿por qué  importa tanto todo esto? ¿Qué daño real provoca la objetificación sexual de la mujer?

La explicación de Sarkeesian resulta paradigmática: “El impacto negativo de la objetificación sexual se ha estudiado ampliamente a lo largo de los últimos años, y sus efectos sobre personas de todos los géneros son bastante evidentes. Se han hallado pruebas consistentes de que la exposición a este tipo de imágenes afecta negativamente a la percepción sobre las mujeres reales, y que refuerzan mitos dañinos sobre la violencia sexual. Se tiende a ser más tolerante con el acoso sexual a la mujer y a estar más dispuesto a asociar la violación como mito, incluyendo la creencia de que las mujeres asaltadas lo estaban pidiendo, se lo merecían o tienen la culpa de convertirse en víctimas. Así, la objetificación sexual afecta profundamente a cómo se percibe y se trata a las mujeres de nuestro entorno”. En definitiva, resulta imperativo considerar “diversas estrategias dirigidas a intervenir en el campo de la representación, impugnar imágenes negativas y transformar en una dirección más positiva prácticas representacionales en torno al género. Plantear la cuestión de en qué medida puede darse una “política de la representación” más justa y efectiva” (S. Hall).

 

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