El acontecimiento 8M: politizar colectivamente el malestar

El acontecimiento 8M: politizar colectivamente el malestar

Patricia Amigot y Susana Andino

Estudiantes de Granada en la Huelga Feminista del 8M

El feminismo ha transformado históricamente el malestar individual en una cuestión política y social de primer orden. Frente a la naturalización de la opresión de las mujeres, la acción colectiva feminista y sus claves […]

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06/04/2018

Patricia Amigot y Susana Andino

Estudiantes de Granada en la Huelga Feminista del 8M

El feminismo ha transformado históricamente el malestar individual en una cuestión política y social de primer orden. Frente a la naturalización de la opresión de las mujeres, la acción colectiva feminista y sus claves de análisis de la desigualdad han fracturado, paulatina o vertiginosamente, el sustrato ideológico del patriarcado. Este 8 de marzo, convocadas por el Movimiento Feminista internacional y bajo el lema Si nosotras paramos, se para el mundo, miles de mujeres de todas las edades, de diferentes procedencias culturales e ideológicas hemos ocupado la calle, en un acontecimiento feliz, que ha desbordado previsiones y muestra la potencia de la movilización colectiva.

Los medios de comunicación han etiquetado este 8 de marzo con expresiones tales como “La primavera feminista”, “La cuarta ola del Feminismo”, “El siglo de las mujeres”, “Las mujeres toman la calle”, pero sabemos que esta insurrección de las mujeres no es fruto de la casualidad, sino el resultado de múltiples luchas de feministas organizadas, y de la elaboración teórica con categorías de análisis capaces de visibilizar y de explicar situaciones de desigualdad y de malestar normalizados.

A las feministas organizadas se han unido miles de mujeres interpeladas por esta huelga feminista, actualizando de nuevo uno de los lemas más clarividentes del feminismo, formulado por Kate Millet, “Lo personal es político”. Lo personal es político porque nuestras vidas están absolutamente condicionadas por estructuras patriarcales –materiales y simbólicas–, que atraviesan cuerpos, identidades, relaciones e instituciones. La respuesta masiva en las calles tiene que ver con una comprensión profunda, con muchos matices y diferentes formulaciones, de esto: que sufrimos diversos grados de injusticia, sencillamente, por el hecho de ser mujeres en una sociedad patriarcal. Esta evidencia de lo estructural (no es el problema de cada una), transforma la culpa en rabia y el miedo en hartazgo compartido: estamos hartas de cargar con el trabajo de cuidados y doméstico, de padecer las distintas caras de las violencias machistas, de la precarización y exclusión que se intensifican en colectivos de mujeres migrantes o pensionistas, entre otras, de que nuestra palabra tenga menor valor, de que nuestros trabajos se invisibilicen, de la sobrevaloración y centralidad de los hombres y lo masculino, del currículo androcéntrico que nos enseña una historia sin la obra y el protagonismo de las mujeres.

El  Movimiento feminista ha tenido la destreza y la intuición política de plantear una huelga de mujeres que va más allá de lo laboral y alcanza a los cuidados, al consumo y al ámbito estudiantil. Una huelga internacional organizada desde el feminismo autónomo que rompe la falsa división público/privado y sitúa la lógica capitalista en interacción con el Patriarcado: porque la estructura patriarcal contemporánea no puede entenderse sin el análisis de los procesos económicos e ideológicos neoliberales. Estos procesos intensifican las desigualdades sociales, profundizan en el desvalor de los trabajos de cuidados –que, por otro lado, sostienen el sistema–, y expanden reiteradamente como un mantra la ficción de la libre elección y de la responsabilidad de los sujetos en relación con sus circunstancias vitales. La ideología neoliberal encubre el papel determinante de las estructuras de opresión –en plural, no solo de género–, individualiza y expone a las personas a la expansión del mercado, en una progresiva desprotección, culpabilizando a quien fracasa.

Y en esto llega una movilización masiva de mujeres que sitúa en el centro de la percepción y del debate social la desigualdad estructural, politizando todas y cada una de las experiencias de malestar, de violencias, de sobrecarga, de ninguneo, de precarización de la vida. El análisis feminista, que es siempre un análisis colectivo, ha conectado con todo ello, ha provisto de claves para la comprensión de la dimensión de injusticia de género que atraviesa nuestras vidas. La apuesta de la huelga fue tan ambiciosa como inteligente, y los resultados, espectaculares.

Como afiliadas de STEILAS, queremos destacar el ámbito estudiantil: sin duda, las alumnas han sido protagonistas sobresalientes de esta huelga, desde las enseñanzas medias hasta la universidad, mostrando una lucidez brillante. Han desbordado las calles y vaciado las aulas reclamando la incorporación de la perspectiva de género en los planes de estudio, así como del ingente aporte de las mujeres en diferentes ámbitos, escandalosamente ninguneado en los currículos, y denunciando el peso de los estereotipos en la organización y en las prácticas educativas. Además, este 8 de marzo, en los centros educativos se evidenció que, sin las mujeres, el sistema educativo se para. Sin duda, esta reacción se sostiene en la labor de profesoras feministas y en la influencia de ámbitos de elaboración de conocimiento con perspectiva de género y teoría feminista en la enseñanza pública en Euskal Herria.

Esta movilización histórica se da en un contexto complejo. Como señala Rita Segato, la violencia contra las mujeres se intensifica en términos globales y estructurales, en un contexto de recorte de los servicios públicos y de la justicia social global, lo que incrementa las desigualdades, especialmente las de género, y especialmente en el caso de mujeres migrantes, de ámbitos rurales, pensionistas, empobrecidas. Algunas feministas hablan de guerra contra las mujeres.

Por eso hay que seguir confrontando en la calle, articuladas de formas distintas, diversas, en el feminismo. El acontecimiento de este 8M ha supuesto, por lo menos, la transformación del imaginario social en dos aspectos: la desigualdad se ha presentado como algo evidente (otra cuestión es cómo se dimensiona y, sobre todo, cómo se explica), y la lucha feminista es la manera de transformar este sistema (otro asunto es qué contenido se le dé en los discursos mediáticos y políticos-institucionales al significante “feminismo”).

Partiendo de esta situación, además de reflexionar simultáneamente sobre otros sistemas de opresión y ver dónde estamos situadas, hay que interpelar a las instituciones y a los hombres. Las estructuras sociales no son entes fantasmáticos que moran allá en la distancia: son complejas formas de regulación institucional, de los vínculos y de las propias subjetividades. Las estructuras implican la acción reiterada, orientada, de los sujetos insertos en ellas, en contextos que definen la realidad social y establecen qué es posible o imposible. El poder y los privilegios –y a esta reflexión muchos se resisten– alcanza la identidad y las relaciones cotidianas.

Frente a algunos discursos políticos e institucionales hay que asumir que el Patriarcado es mucho más que una mera dificultad de ascenso social o de empoderamiento individual; que las violencias de género no son “lacras” o “antinaturales”: que son la consecuencia lógica de un sistema que construye dicotomía de género jerarquizada y que naturaliza patrones de devaluación de las mujeres.

Estudiantes de Granada en la primera huelga feminista de la historia del estado español.

Es fundamental comprender los procesos que (re)producen las desigualdades y para ello necesitamos análisis feministas. Por ejemplo, la brecha salarial, de la que tanto se habla, es un indicador de que las mujeres, como decía hace casi cien años Virginia Woolf, generalizando, somos más pobres. Frente a esto, se debe controlar a las empresas, propiciar que haya mujeres en espacios profesionales valorados y cambiar radicalmente las inercias masculinas que explotan el trabajo doméstico de las mujeres de su entorno. Pero lo fundamental pasa por garantizar unos servicios públicos universales, accesibles y fuertes, por luchar contra la precarización –que también se da en la administración–, y revertir políticas de externalización en servicios sociales que devalúan de manera sangrante sectores feminizados… Y, sobre todo, por modificar estructuras sociales y materiales para poner en el centro, prestigiar y valorar de manera radicalmente diferente el cuidado y el sostenimiento de la vida.

Sin confrontación, no hay transformación, objetivo último del Feminismo. Seguiremos organizándonos para hacer frente a la complejidad de las estructuras de dominación, a la reacción patriarcal –también de esos violentos con Premio Nobel incluido–, y a la domesticación del movimiento feminista por parte de la clase política, sindical y mediática.

 

 

 

 

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