Queremos hacer de nosotres, no de lo que somos para vosotres

Queremos hacer de nosotres, no de lo que somos para vosotres

¿Cómo representa la ficción española a las personas negras? Del buen salvaje a la negra caliente, repasamos los discursos racistas manidos y asfixiantes, y el camino para revertirlos.

01/03/2018
Ilustración: Lydia Mba

Ilustración: Lydia Mba

Hace poco leía a la escritora Roxane Gay quejándose de la manera en la que se representa la negritud diversa en las películas estadounidenses, insistiendo en encoger estómagos, volviendo a y revolviendo en la esclavitud, contada de mil maneras pero, casi siempre, provocando el dolor de la memoria de lo que sí sucedió, de la verdad opresora que se arrastra hasta hoy, aunque ahora vaya vestida de libertad y de igualdad (con la fraternidad no se han atrevido). Comentaba ella que las personas negras tenían pocas opciones en Hollywood y que, incluso cuando eran películas dirigidas por cineastas afroamericanes, no se ahorraban el padecimiento que provocaban entre el público ahondando visualmente en el castigo que, todavía, duele.

Hablaba, además, de los personajes mágicos que, gracias a sus consejos y experiencias desagradables, capaces de abrir los ojos a cualquiera, logran que las y los protagonistas (blancos) se conviertan en seres mucho mejores, aunque eso supusiera un recorrido “maravilloso” por el parque temático de los estereotipos (‘Criadas y Señoras’, señalaba, era un buen ejemplo de ello).

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¿Y aquí, en España, qué? Aquí casi nada, casi nunca, porque rara vez salen personas negras en las producciones nacionales de ficción, pero si aparecen, salvo excepciones honrosas, tienden a agruparse en los siguientes grupos:

1.El Buen Salvaje: A decir verdad, ‘Palmeras en la Nieve’ permitió que muchos actores y actrices afro pudieran trabajar en una superproducción. Otro de sus logros fue que quienes la vieron se enteraran de la vinculación existente entre Guinea Ecuatorial (territorio español desde 1778 hasta 1968) y España. Al margen de la historia de amor intercultural e interracial, de los excesos de los colonos en aras de una producción que únicamente beneficiaba a la metrópolis, del sufrimiento y el maltrato que apuntaba Gay, proyectan una imagen de las personas guineoecuatorianas como primitivas, del ámbito rural, inocentes y buenas, apegadísimas a su tradición y a sus rituales atávicos, despegadísimas de la cultura del invasor, espirituales y desconocedoras de las entrañas del mundanal ruido, pese a ser su mano de obra barata.

Los pueblos existían y existen y está bien que aparezcan, ahora bien, lamento que se pasara muy por encima de las personas que, desde todos los ámbitos, también el  urbano, lucharon por la independencia. Porque Guinea no dejó de ser una colonia sólo porque se produjera un cambio de bandera, hubo una resistencia a la ocupación, un cuestionamiento de su presencia, una contraargumentación, una disputa intelectual en la lengua franca. Las personas negras no sólo somos comparsas en la historia, también la protagonizamos y es importante que se cuente y que se sepa. Me gusta pensar que no sólo somos mártires silenciosas, santas y pobrecitas a las que llorar, sino también responsables y, si me apuráis, heroínas y héroes.

2. El africano feroz: Sobre todo, varón, el de ‘El cuaderno de Sara’, el que vive en “el corazón de las tinieblas”, en “el infierno”, en “el desastre”, el violento, pertrechado con algún arma, con ropa de camuflaje o con el patchwork que cubrió muchas vidas arrebatadas por él mismo. Son crueles e implacables, como el paradigma de Johnny Mad Dog, porque es lo que han visto siempre, les caracteriza también su ambición y falta de adscripción a cualquier ideología que no sea aquella que les pueda permitir enriquecerse. De nuevo, nos muestran salvajes, pero ya no a la manera de Rousseau.

A menudo, en estos films aparece “la anomalía” que demuestra que no está todo perdido, que el mundo es bello hasta en los abismos más siniestros, ese negro mágico que ayuda a la o el protagonista (blanco) , que destila humanidad porque “es feliz aunque no tenga nada” “y siempre sonríe” y que, desde una perspectiva maniquea, se contrapone al malo.

A partir de aquí, con esa base bien cimentada, surgen otros modelos comunes que beben de esa iniquidad o de esa celestialidad a prueba de balas:

1. La cuidadora, que suele ser mágica, también. Mujer, por supuesto. La primera vez que la vi fue en ‘Marisol rumbo a río’, su amiguita/sombra/ayudante/asistenta/ esclava negra, a la que llamaron Copito (SÍ, COPITO), la salva de todo y contribuye a que Marisol y su gemela cumplan su misión. La última, fue en ‘Allí abajo’, serie que juega con la ironía y la caricaturización humorística de vascos y andaluces (soy consciente). Introducen, además, uno de los papeles clásicos de la mujer negra, el de la que se ocupa del cuidado de otres que, y ahí reside la diferencia con las mujeres blancas, jamás son los miembros de su familia, puesto que los suyos no están, viven lejos o no tiene tiempo para ellos por estar con aquellas para quienes trabaja. En esta ficción de Antena 3, la persona que encarna este rol es brasileña, se encarga de la madre de uno de los protagonistas, es guapa, sexy y baila bien… samba, volviendo locos a aquellos que la observan con su frenético movimiento de caderas. Y esto me sirve para dar paso al tema de la hipersexualización…

2. La Negra caliente: Otra de las formas comunes de representación de las personas afrodescendientes y africanas es la hipersexualización, que atañe a hombres y a mujeres pero, especialmente, a las segundas. Lo cierto es que todas lo son independientemente de la etnia o la raza pero, debido a la infravisibilidad de las féminas negras de cualquier otra manera que no sea ésa, el daño es mucho mayor.

La hipersexualización mediática ahonda en un estereotipo que nace por el encuentro entre europeos y africanos en el continente negro. La lectura pacata de la desnudez de hombres y mujeres fue interpretada como una invitación a la práctica sexual y no como algo natural. Después, con la esclavización de seres humanos, buscaron una justificación teocéntrica a tamaña tropelía: unos tienen alma y otros no (las personas negras). Con la Ilustración, cuando las religiones perdieron peso, pasaron a dividir de nuevo, sólo que en esta ocasión, basándose en que unos seres eran los de la razón, la delicadeza y la creación y los otros las bestias de carga y de las bajas pasiones. Esta premisa se mantuvo en EEUU tras la abolición, aduciendo impulsos sexuales irrefrenables a los varones negros que provocaban sus encarcelamientos y linchamientos en masa y a las mujeres que “embelesaban a sus contratadores” (el grueso de las mujeres negras libres, poco después del fin de la trata de esclavizados, abandonó el campo y, por no encontrar empleo en las fábricas, trabajó en el hogar) para tener sexo con ellos (transformando a las víctimas de violación en culpables de sus ataques y, en según qué caso, de sus infidelidades).

De una manera u otra y sin saber muy bien el origen, este pensamiento no sólo se mantiene sino que además, quizá por desconocimiento, se sigue alimentando, prueba de ello es “el Negro del whatsapp”, un hombre negro con un pene sobredimensionado que se ha compartido a través de redes sociales, dando lugar, incluso, a disfraces.

3. Y el último aspecto, es el de la asociación entre inmigración y negritud. Pongo por delante que me parece maravilloso Y NECESARIO que aparezcan personas con todos los acentos, de todos los lugares y en todas las situaciones (y eso incluye la calle, la venta de drogas, la manta o el CIE), cosa que, además, podría servir como forma de denuncia. La lástima es que no se pueda contemplar otra forma de representación, que se excluya a la estudiante, al jardinero, a la médica, al reponedor, a la empresaria o a la policía; que no puedan hablar como alguien nacido en Castellón o en Binéfar, Huesca. O que no nos permitan hacer de nosotres porque tenemos que hacer de lo que somos para vosotres y así, vuestra imagen no cambia, aunque la realidad sea otra y la sociedad no pare de moverse y avanzar.

La asociación de la negritud a la inmigración, sin ser algo malo, resulta limitada y, además, blanquea la historia del Estado español (que, sólo por cercanía a África, por los casi 800 años de presencia musulmana proveniente del norte del continente y por su ligazón con la trata de esclavizados y tenencia de los mismos, ya no es blanca) y convierte a las personas negras en eternas recién llegadas, privándoles de referentes y de arraigo. Es más, cuando aparecen actores o actrices negras con acento español suele explicarse su origen (gen recesivo, decían con sorna, en ‘Aquí no hay quien viva’ o hija del capataz de una empresa de exportación de maderas guineanas en ‘Amar en tiempos revueltos’) para que la audiencia entienda qué hace ahí ese personaje y por qué es negro.

The Black View y Limbo, dos asociaciones de actores y actrices compuestas, sobre todo por afrodescendientes, están trabajando en el Estado español para revertir ese discurso manido y asfixiante que les constriñe y lo hacen como saben, creando, interpretando a las mil maravillas y dando rienda suelta a la verdad, ésa que está ahí fuera, a tiro de observación libre de prejuicios, pero también reuniéndose con quienes pueden transformar las narrativas únicas, los y las guionistas. Prueba de ello fue el capítulo del ‘Ministerio del Tiempo’ que alumbraron tras uno de esos encuentros: en él, a una de las protagonistas, llegada del pasado, le llamaba la atención estar conversando con una chica de origen chino que hablaba con acento de Madrid y que saludaba a un joven negro llamado Pepe. La mujer se sorprendía y reconocía haber pasado demasiado tiempo fuera del presente. Claro, porque en el presente es posible y se da. Ahora, sólo falta que suceda en las pantallas.


BIBLIOGRAFÍA

Bilé, Serge (La serpent á plumes, 2006). La légende du sexe surdimensionné des noirs.

Davis, Angela (Akal, 2004) Mujer, raza y clase.

GAY, Roxane (Capitán Swing), 2016) Mala feminista.

Rodney, Walter. (Siglo 21 Editores, 1972) De cómo Europa subdesarrollo a África.

 

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