Feminista a tiempo completo, loca a tiempo parcial… ¿y huelguista, cuándo y cómo?

Feminista a tiempo completo, loca a tiempo parcial… ¿y huelguista, cuándo y cómo?

Tras tener un "tiovivo en la cabeza", Marta Plaza participó en la huelga feminista del 8 de marzo gracias a su grupo de acompañamiento, a su pareja, a los puntos de descanso, cuidado de su barrio y a su esfuerzo. "Me siento feminista a tiempo completo; loca a tiempo parcial y huelguista en función de mis posibilidades, que no siempre son las mismas", escribe en este texto, que hace "por si también sumase".

Texto: Marta Plaza
12/03/2018

 

Mar García Puig con la pancarta que llevó a la manifestación.

Mar García Puig con la pancarta que llevó a la manifestación.

Como siempre, hay varias semillas que germinan cuando nace algo, también un artículo como este. Una fue este reportaje publicado también en Pikara Magazine hace pocos días: ‘Y las Píkaras, ¿cómo nos planteamos la huelga?’. Cuando June lo compartió en su Facebook escribió “Seguro que os identificáis con algune”. Yo no sentí mucha identificación con ninguna, quizá un pelín con Silvia Agüero, que decía ser la que más cuidados necesita en su familia por tener una enfermedad renal (aunque a la vez comentaba que en su casa el reparto equitativo de tareas es una realidad cotidiana, y en la mía pocas veces es así), o con María Unanue, de quien se menciona brevemente que “no participa en manifestaciones porque le dan ansiedad”.

Si comparase con una jornada laboral, que hace años que no tengo, podría decir que me siento feminista “a tiempo completo” y loca “a tiempo parcial” (aunque en mi proceso personal ahora mismo ésta sea una parte muy grande de mi identidad, porque esa ha sido mi manera de reconstruir el rol de “enferma” en el que me situé y situaron durante años: pasar de enferma pasiva y sumisa a loca rebelde y consciente).

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En ese tiempo de enferma y de loca, siento que he hecho muchas cosas en mi vida: trabajé durante muchos años hasta que las exigencias y hostilidad del mercado laboral me expulsaron; he tenido afectos y relaciones amorosas y amistosas duraderas; también he tenido abandonos dolorosos; risas, lágrimas, aburrimiento, sobrecarga de tareas… una vida en la que podría haberme identificado con las colaboradoras de Pikara. Participé en el 15M, en huelgas, en piquetes, en manifestaciones multitudinarias, he aprendido a hablar con cierta facilidad en asambleas, me han entrevistado alguna vez en la radio. Incluso en los últimos años en los que ser una mujer loca, y definirme así a menudo, se ha constituido como un eje importante de mi identidad, pocas veces soy cien por cien locura, como decía la frase de un compañero de Radio Nikosia, una radio hecha por personas psiquiatrizadas (sin estar recogida literal del todo venía a ser “¿por qué soy siempre para ti un ‘esquizofrénico’ si solo funciono así un 10 por ciento del tiempo, si la locura es un 10 por ciento de lo que muestro y soy?”). Sí que tengo mis crisis, o se intensifican a veces los malestares y sus síntomas asociados, si queremos usar un lenguaje más médico; algunas de ellas son muy duraderas y de riesgo vital y confusión mental grande y enormes limitaciones… pero hasta ahora al menos, han acabado pasando y he estado mejor después.

Los últimos meses sí están siendo una de estas etapas mucho más difíciles. De no sentir el vínculo con la gente que me rodea; de no pensar con lo que desde fuera se entiende como lógica; de tener que hacer un esfuerzo a veces tan enorme para la propia supervivencia que me deja agotada para casi todo lo demás (me encanta cómo habla Anne Theriault de este esfuerzo de sobrevivir que a veces no sabemos transmitir, o no se entiende desde el exterior en su artículo ‘Cuando estás suicida, permanecer vivo es un acto de generosidad’).

Y la tercera semilla que ha germinado en este artículo es la imagen que ya se movió por redes el año pasado y ha vuelto a verse mucho este 2018, creada por Patricia Rey, activista en salud mental, en la que se ve una mano atada con una correa (como sigue pasando cada día en la mayoría de las unidades de agudos de psiquiatría en los hospitales, aunque las correas ya no suelan ser de cuero) y se lee el mensaje “8 de marzo. Stop Tortura. No estamos todas, faltan las locas”.

Todo esto me lleva a pensar varias cosas que quería compartir. Para las locas también en el calendario llega el 8 de marzo, y para las que además de locas somos feministas (que además es un camino que nos ayuda muchísimo en ese aprender a convivir con la locura, dotarnos de herramientas y explicarnos el origen de sufrimientos tan grandes que llevamos dentro, como explica otra compañera en su texto ‘Salud mental y feminismo’), el 8 de marzo es una fecha importante. Y no, no siempre podemos ir a las manifestaciones, ya sea por estar ingresadas voluntaria o forzosamente; porque entre tanta gente desconocida y bullicio se nos dispare la ansiedad, los pensamientos dañinos o las voces; porque llevemos días sin conseguir salir de casa -o hasta de la cama-; porque no hayamos conseguido ducharnos desde hace días y nos dé vergüenza que nos vean así; porque hayamos intentado salir del portal y al andar dos pasos se nos haya agarrado la angustia al pecho y nos haya faltado el aire; porque para ir necesitemos una mano amiga o una red de apoyo que conozca nuestras dificultades y elija acompañarnos, y pocas tenemos esas redes en una sociedad individualista y mercantilizada donde no hay muchas oportunidades de construir comunidad… Muchas razones nos pueden apartar de las movilizaciones.

Volviendo a mi propia situación este 8 de marzo, para mí era importante hacer la huelga y le di muchas vueltas, porque no encontraba manera. ¿Huelga laboral? Hace años que fui expulsada del mercado de trabajo por esa hostilidad, precariedad, explotación… que eran absolutamente incompatibles no ya con mi bienestar sino mi supervivencia. ¿Huelga de consumo? Claro que podía hacerla pero, como estos mismos tres meses apenas he podido salir de casa a tomar algo ni comprar nada, no sentía que fuera diferente. ¿Huelga de redes sociales? Lo valoré (y desde la culpabilidad, qué femenino, ¡ay!), pero si las redes sociales para mí son parte importante de mis autocuidados, la manera en que (especialmente en estas etapas en que la actividad física y presencial me cuesta tanto) sí puedo sentir algo de vínculo y de cierta “socialización”, algo de lo poquito que hago que siento útil… ¿tenía sentido dificultarme más días que ya estaban siendo difíciles obligándome a prescindir de usar las redes?

¿Huelga de cuidados? Aquí me detengo un poquitín. En los ya más de tres meses de esta última crisis grande, creo que no exagero si digo que todo lo que he podido hacer en mi casa ha sido poner la mesa dos días contados. Quizá esto desde fuera se entienda como pereza, vaguería, que me he acomodado… solo puedo volveros a remitir al artículo que citaba antes de Anne Theriault. Mi manera de cuidar a lo más que llega en esta temporada es mandar mensajes de WhatsApp cariñosos a gente que lo necesita algunos días, pero yo me siento toda esta racha casi cien por cienn receptora de cuidados, no activa en darlos (aunque en mi entorno a veces me devuelven opiniones distintas sobre esto). El caso era que no solo que yo dejara de cuidar el 8 de marzo no implicaba ningún cambio, sino que al contrario, hay todo un grupo de gente (mayoritariamente mujeres) que lleva más de tres meses ya volcadas en acompañarme y haciendo turnos para cuidarme sin necesidad de acudir a un hospital, comiendo conmigo los días que mi pareja come fuera, acompañándome a médicos… un grupo de acompañamiento en crisis donde ellas (y tres “ellos”) son las personas cuidadoras; y sentía que mi aportación solo podía ser que ellas no me cuidasen.

Mi decisión sobre la huelga al principio de la semana me parecía un apoyo muy pobre a este hito feminista, y eso me entristecía. Pospuse una cita médica prevista para el mismo 8 de marzo, decidí con mi chico que él sí haría huelga laboral para encargarse de mis cuidados, difundí por redes sociales distintos materiales sobre la huelga. Sabía que este año colectivos de mujeres feministas con diversidades funcionales como FRYDAS iban a hacer esfuerzos para incluirnos a otras mujeres con necesidades especiales facilitando carriles lentos con menores aglomeraciones y estableciendo puntos de atención a la diversidad a lo largo del trayecto y también vías de salidas sencillas y directas, pero ni siquiera eso permitía que yo participara con mis dificultades actuales. Racionalizándolo pensaba que yo muchos años, la inmensa mayoría, sí me he manifestado y he salido a la calle y cuando gritaba lo hacía por mí y por todas las que en ese momento no podían alzar sus voces. Sabía que otras mujeres lo harían también este año, gritar por las que no pudiéramos estar en la calle por la razón que fuera. Pero lo racional y lo emocional no van juntos siempre…

Sin embargo, uno o dos días antes del 8 de marzo, varias mujeres de este grupo de acompañamiento en mi crisis del que os hablaba empezaron a decirme que como ellas hacían huelga, podían venir a comer a mi casa, acompañarme quizá a la concentración más pequeña que se hacía por la mañana en mi barrio… Me creó muchísimo conflicto interno: ¿eso eran cuidados que entonces no debía aceptar por querer seguir la huelga?, ¿era sororidad?, ¿es apoyo mutuo?, ¿están los tres conceptos interrelacionados?, ¿son los límites entre unos y otros difusos? La sororidad feminista ¿no implica forzosamente cuidados y apoyo mutuo entre nosotras? El ideal de ser cien por cien independientes y autónomas que me/nos vendieron (también desde ciertos feminismos) ¿tiene
sentido?, ¿nos hace bien?, ¿nos daña? Muchas veces pienso que ojalá pusiéramos en valor las interdependencias por mucho que incluyan la palabra dependencia dentro. Los psiquiatras que padezcan el trastorno de patologizar a toda la que se siente delante probablemente dirían que esto es una estrategia de mi propio trastorno para no afrontar mis dependencias, pero… ¿interdependencia, apoyo mutuo, sororidad, cuidados… están TAN lejanos? Y en todas esas palabras y conceptos y lo que implican, por la carga positiva o negativa que les damos nosotros y que les da el entorno -sororidad, dependencia, apoyo mutuo, interdependencias, tareas de cuidados, cargas familiares…-, ¿dónde me sitúo yo, donde me sitúan los demás, qué parte de dónde me situaron otros hace años define dónde me sitúo yo ahora? En fin, vueltas y vueltas, tiovivos en la cabeza. Para las locas a veces el 8 de marzo también es eso, un tiovivo en la cabeza.

Cartel que llevó a la manifestación Birdgehrl.

Cartel que llevó a la manifestación Birdgehrl.

Tras las vueltas del tiovivo, ¿cómo fue mi 8 de marzo? Mi chico hizo huelga laboral, como os decía, y yo pospuse mi cita médica. Dos compañeras de mi grupo de acompañamiento vinieron temprano a casa y, junto a mi chico, me dieron fuerza para vestirme. Otra compa, no presente físicamente, estaba también ayudando quizá sin saberlo con una canción que me mandó en audio hace semanas y me ayuda a moverme cuando el cuerpo se me pone algo rígido de la propia ansiedad. Salimos de casa todos de casa con la idea de hacer lo que pudiéramos, si podíamos llegar a la plaza de mi barrio donde habría una concentración y una lectura de manifiesto a las 12, perfecto; y si no me sentía capaz o había demasiada gente… podría volver con mi pareja si ellas querían estar en la concentración, no habría problema.

Pudimos llegar a la plaza y allí esperaban más mujeres de mi grupo de acompañamiento y otras que no están en él pero es gente que aprecio y conocí en la asamblea, y también gente desconocida. Tuve a quien apretarle la mano cuando los gritos y consignas sonaban fuertes y mi cabeza se confundía entre el ruido externo y el interno; una compañera nos hizo flores moradas a todas para el pelo; nos hicimos fotos entre nosotras y también con una madre que vestía de superheroína con su peque, antifaz morado en la cara incluido. No pude gritar, no pude cantar, sé que como funcioné externamente no era la manera “normativa” de funcionar, que hablaba con voz más infantil de la que tengo cuando me encuentro mejor, que algunas preguntas quizá sonaron raras. Nada de eso fue súpergrave y nadie me hizo sentir que le importase o molestase.

No tardé mucho en cansarme pero como para esta jornada también se habían previsto puntos de descanso y cuidados en el barrio (otra idea que agradecer inmensamente a la organización y a los voluntarios en los puntos), y aunque mi funcionamiento externo no fuera muy normativo, tampoco tenía malestar más allá del cansancio… fuimos al punto de cuidados del barrio, nos buscaron una mesa con sillas, descansamos, bebimos, charlamos. Mientras las compas hablaban de cómo quedar para la mani de la tarde, yo que sabía que eso sí excedía completamente mis capacidades, pensabacon mi chico cómo repartir entre los buzones de mi edificio chapas contra las violencias machistas que nos habían regalado, y dónde poner algunos lazos morados. Tras la comida, despedida, caminar despacio a casa, colocar un lazo morado en el tablón de anuncios del portal, otro en nuestro buzón y en nuestra propia puerta, meter las chapas en otros buzones… y dormir y descansar el resto de la tarde porque para mí tanta actividad fue algo agotador.

Puede ser poco desde fuera, leyendo este texto. Las noticias de la noche de lo que hablaban es de las manifestaciones históricas de la tarde en las que yo no había estado, claro. Para mí fue mucho. Di el máximo que pude dar; compartimos juntas esas reflexiones sobre sororidad, cuidados, apoyo mutuo, interdependencias; intenté hacer saber a mis vecinas que si están en una situación difícil en mi casa querríamos apoyarlas; tengo fotos que me traen sonrisas en mi móvil y algo nuevo apuntado en mi cuaderno de cosas bonitas vividas en marzo; sumé lo que pude sumar y como para sumar ese poquito necesitaba ayuda, hubo gente que me la dio. Como la frase que repetía mi madre tras vivir años en Cuba según la cual había que pedir “de cada cual según su capacidad” y dar “a cada cual según su necesidad”.

Hoy, unos días después, escribo este texto por si también sumase. Para agradecer las ideas del carril lento para diversidades aunque yo no pudiera usarlo; para agradecer los puntos de cuidados barriales y que hubiera concentraciones más pequeñas por la mañana en las que algunas sí pudimos estar. Y porque quizá otro 8 de marzo podéis ser vosotras una de esas personas como yo he tenido cerca, que facilite que una conocida, amiga, compañera de curro, vecina… pueda sumar su propio poquito, ese que yo siento haber sumado. Quizá para ella, como para mí, sea importante.

Y, por terminar cerrando el círculo, me siento feminista a tiempo completo; loca a tiempo parcial (en estos últimos meses, igual haciendo horas extras de más, la verdad); y huelguista en función de mis posibilidades, que no siempre son las mismas. Este 8 de marzo no estuve todo lo que quise, pero pude estar mucho más de lo que creí en un principio. Y en lo que no pude estar, como cada 8 de marzo… estaba presente también en vuestras voces, en vuestros gritos, vuestras pancartas, vuestra fuerza y energía. Así que de alguna manera, las locas (como otras mujeres que no estuvieran físicamente por sus propias razones) al final sí que estuvimos allí también, en cada mani, en cada ciudad, con todas vosotras, construyendo ese mundo nuevo que llevamos dentro, en nuestros corazones… y también nuestras cabezas locas.

 

 

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