Corporativismo de heteras

Corporativismo de heteras

Carmen G. Megía

Sé que existen muchas diferencias entre las feministas y que realizar otro análisis de auto-crítica puede ser tedioso, sin embargo y desde mi punto de vista, se hace necesario hacer esta reflexión.

Escribimos artículos sobre poliamor, debatimos sobre trabajo sexual y sobre la deconstrucción de la […]
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23/03/2018

Carmen G. Megía

Sé que existen muchas diferencias entre las feministas y que realizar otro análisis de auto-crítica puede ser tedioso, sin embargo y desde mi punto de vista, se hace necesario hacer esta reflexión.


Escribimos artículos sobre poliamor, debatimos sobre trabajo sexual y sobre la deconstrucción de la masculinidad, sin embargo no elaboramos un discurso teórico-práctico contra la heteronormatividad, ofreciendo referentes que puedan servir de guía en nuestro activismo y en nuestra vida privada. Bien, sería faltar a la verdad negar por completo la existencia de otros dircursos: desde los colectivos LGTBI y los transfeminismos esto ya se está haciendo. De cualquier manera tengo la sensación que no llega a todos los frentes (sensación plenamente subjetiva que no tiene porque ser la percepción sentida por otras personas y que quizá tenga que ver más con mi existencia en un contexto de hetera cis y blanca).


A la par que expongo alguna de mis ideas, comentaré de donde surge este cuestionamiento:


1- Negación de la palabra heteropatriarcado (no hablemos ya de cisheteropatriarcado): Desde algunos postulados se hace hincapié en la necesidad de evitar la palabra heteropatriarcado centrándonos en el patriarcado como sistema opresor hacia las mujeres. Me parece un despropósito, pudiendo usar ambos términos según mejor se nos antoje en el contexto, y dando así la oportunidad de incluir en esta definición una realidad latente, que cerremos filas sobre uno de ellos: los colectivos no heterosexuales y no heteronormativos se quedan fuera del sistema sufriendo opresión, pero es más, en lo referido a las mujeres, el esquema sexo-afectivo heterosexual ha sido el hilo conductor de opresión más perfectamente diseñado (“El eje del mal es heterosexual”, dice el título de un libro).


2- El concebir la violencia contra la mujer como una violencia hacia las otras: Gritamos “nos están asesinando” pero a la hora de dialogar ese “nos” pasa a ser un “las”. Parece que no hayamos tenido ninguna relación con la violencia machista y que nuestras relaciones sexo-afectivas con hombres se hayan dado en marcos de igualdad. La realidad no es esta y todas lo sabemos. Las “otras” pasan a ser las mujeres asesinadas o esas estadísticas sin rostros sobre el alarmante aumento de violencia de género entre adolescentes. Nosotras parecemos catedráticas preocupadas por estos hechos, sujetando la pancarta mientras no elaboramos discursos prácticos y cercanos de empoderamiento en nuestras relaciones, reconociéndonos en nuestras propias palabras y en nuestras propias heridas. Hago aquí un parón para hacer una aclaración: considero que si bien algunas reconocemos situaciones de machismo en nuestras vidas, si comprendemos a las compañeras, si nos sentimos parte de este movimiento, en ocasiones, y más concretamente si somos heterosexuales, situamos nuestro discurso desde fuera. Esto lo he podido observar en algunos espacios donde gente abiertamente feminista ha llegado a afirmar por ejemplo que en el ocio nocturno donde se desenvuelven no observan casos claros de machismo. O en algunas compañeras que defienden con rotundidad que sus relaciones sexo-afectivas con los hombres son claramente igualitarias, mostrando cierta sorpresa ante aquellas que manifestamos que las nuestras no.


3- Considerar el trabajo sexual como la máxima expresión del capitalismo y la heteronormatividad: El trabajo sexual genera un debate muy encarnizado entre las feministas. No es para menos, dado que es un tema complejo. Como he manifestado en algunas ocasiones, no dudo de la preocupación de algunas compañeras que se definen como abolicionistas ante este tema. Sin embargo, mi postura está lejos de la abolición de la prostitución. No creo que la regulación vaya a ser tampoco la panacea por lo que apostaría por un modelo pro-derechos. En cualquier caso, no soy trabajadora sexual y desconozco todos los debates y puntos de vista en torno a dicha actividad. A menudo, las argumentaciones para rechazar plenamente el trabajo sexual se centran en el capitalismo y el heteropatriarcado. No es posible, dicen las compañeras, dar visibilidad a una actividad donde hombres consumen mujeres, donde la necesidad de ganar dinero aboca a algunas mujeres a realizar esta actividad, donde el deseo del hombre hacia el cuerpo de la mujer se muestra tan claramente. A mi esto me genera grandes dudas. Considero que si alguien se auto-proclama abolicionista, por coherencia ideológica no tendría que pedir solamente la abolición del trabajo sexual sino del sistema heteropatriarcal y a este respecto rechazar de pleno cualquier vinculación sexo-afectiva heterosexual bajo la premisa de que los hombres han consumido y consumen mujeres en el marco de estas relaciones.


Si miramos las estadísticas mundiales podemos decir abiertamente y sin ningún tipo de dudas que la heterosexualidad es el sistema de poder mejor elaborado donde millones de mujeres han sufrido y sufren violaciones, acoso, explotación económica y laboral, maltrato físico y psíquico y asesinatos en el ámbito privado. Esto que es tan claro para todas nos pone en contradicciones internas al reconocer nuestra propia heterosexualidad y achacamos al trabajo sexual la máxima expresión del heteropatriarcado cuando una de sus máximas expresiones la tenemos en nuestra cotidianidad. ¿Dónde quedan los discursos para deconstruir ésta? ¿Para liberarnos del deseo impuesto? Seguramente y como dije en los colectivos LGTBI y los transfeminismos. A este respecto, hablamos de la imposibilidad de una trabajadora sexual para ser libre en sus elecciones pero nos auto-proclamamos mujeres empoderadas que pueden relacionarse sanamente y sin restos de patriarcado con hombres. Han de disculparme pero me parece de una prepotencia soberana y de una mentira bochornosa. No entraré ahora a hablar sobre el capitalismo para evitar que el artículo sea más extenso, solo dejaré unas preguntas en el aire y una pequeña afirmación final: ¿nos solidarizamos con las precarias y dejamos nuestros puestos de trabajo para boicotear el capitalismo? ¿somos conscientes de que en otras partes del mundo explotan a gente? ¿dejamos de organizarnos en sindicatos por esto? Precisamente, por conciencia de clase, me parece terrible negar a una trabajadora sexual o a un trabajador sexual el derecho a ser consideradxs clase trabajadora.


El coorporativismo heterosexual que a menudo desprendemos no ayuda. No ayuda a darle una respuesta factible al sistema y no nos ayuda a la hora de poder ofrecer alternativas a aspectos tan relevantes como la violencia de género o el trabajo sexual. ¿Por qué no hablar de lesbianismo político? ¿De la deconstrucción de nuestros deseos y finiquitar las relaciones con los hombres en las que siempre salen ellos ganando? Entiendo la complejidad de esta propuesta, lo radical que puede sonar y ser y asumo que cada una de nosotras tiene un ritmo que hace esta opción difícil, pero no creo que debamos descartar todas las reflexiones que surjan de estas preguntas.


Mi propuesta es clara: se necesita de un referente heterodisidente y no estamos trabajando en esto (insisto, por lo menos no desde algunos sectores o por los menos desde donde yo me muevo).


El discurso de las nuevas masculinidades no puede caer exclusivamente en los hombres, nosotras también tenemos que ofrecer propuestas como parte interesada de este proceso de cambio. Es cierto que la pedagogía no puede ser un requisito a pedirle a todas las feministas; no tenemos esta obligación y a veces simplemente estamos exhaustas de explicarnos, sin embargo los espacios no mixtos de hombres, aunque parezcan importantes en una medida, tampoco me parecen la única salida factible. En estos espacios se puede caer en dinámicas donde los hombres expresen toda la opresión que viven por culpa del patriarcado no siendo conscientes de las conductas machistas que se tienen normalizadas simplemente porque no hay mujeres presentes para confrontarlos.


De otra parte, todavía prevalece la insistencia de algunas compañeras feministas por proclamar abiertamente su heterosexualidad como si tuviéramos que responder a la duda que plantea gran parte de la sociedad sobre nuestro posible lesbianismo. Obviamente defiendo el derecho de cada persona a definirse como quiera y a no tener que esconderse o sentirse mal por ello, no se trata aquí de generar una caza de brujas en torno a las compañeras “heteras” obligándolas a ocultarse o haciéndolas sentir menos feministas por no mantener relaciones sexo-afectivas con mujeres. Sin embargo, me planteo si es necesario que respondamos al heteropatriarcado cuando nos llaman lesbianas, si es necesario que dejemos claro que bueno, somos esas mujeres activistas pero que la homosexualidad es cosa ajena. “Somos unas raras pero no tanto”, parecemos decir. “Somos unas protestonas pero todavía nos gustan los hombres”. A este respecto, si la sociedad nos quiere considerar a todas lesbianas mi respuesta es: ¿y sí lo somos? ¿es necesario mantener relaciones sexo-afectivas con los hombres para demostrar que no queremos acabar con sus vidas? ¿hace menos evidente la violencia contra la mujer el lesbianismo? No, pues esa afirmación tendría que carecer de relevancia.


Tengo muchas dudas rondando mi mente, reflexiones que no he desarrollado todavía. Solo creo que debemos quitarnos los temores y arrancarnos ese “corporativismo de heteras” del que hablo.


Reconocernos en las relaciones personales desiguales y reconocer al otro como sujeto de poder que necesariamente debe echarse a un lado, no nos hace peores feministas ni injustas con nuestros compañeros.

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